Ayer, justo a esta hora estaba en el salón central de la cárcel El Infiernito, en Guatemala. Se había formado un círculo en el centro del local y dos tipos se fajaban a puñetazos mientras el resto de los internos aullaba de emoción. Yo estaba rezando todo lo que me sé.
Por un laberinto de razones que no caben en esta pequeña bitácora, terminé dentro de esa prisión, en el departamento de Escuintla, mientras realizaba una investigación en Guatemala. Yo era parte de la comitiva que acompañaba a la selección nacional de boxeo a hacer una demostración para los internos. En un principio la idea era que los deportistas cruzaran guantes entre ellos para despavilar un poco a los muchachos y su infinito tedio carcelario. Pero antes incluso de que comenzara el espectáculo, los internos ya se habían enlistado para fajarse. No les importaba con quién, ni con qué propósitos, ellos querían ser parte del festival de trompadas: un tipo con la cara tatuada con los números del Barrio 18 se repartía a los boxeadores con otro bien musculado y con varios dientes de menos. Otros dos pedían espacio para arreglar sus discrepancias a puñetazos, con o sin guantes.
Unos 300 internos se arremolinaban al rededor del círculo gritando y aplaudiendo. Pidiendo show. Los entrenadores, un chapín y un cubano, se miraban entre ellos, desconcertados y con susto creciente. Cuando terminaron los primeros dos rounds, uno de los internos ya se había apoderado de un par de guantes y de una careta y bailoteaba sin camisa pidiendo jaleo. Era un hombrecillo recio, la encarnación maya de Popeye, y no hubo forma de decirle que no.
Se entablaron los combates y claro, los boxeadores comenzaron a repartir palizas y ese penal rugiendo: 'ahora, yo', “me toca a mi”, “yo quiero al de azúl”… y los entrenadores repartiendo a sus peleadores, ora con este pandillero, ora con este tipo tatuado... y cuando decíamos 'bueno, ya, gracias'... nos decían '¡ni madres, ahora falto yo!'.
Los chicos le metieron el puño a cuando preso se les puso delante. Algunos –los primeros- se lo tomaban con actitud bastante deportiva, pero a medida que iba calentándose la cosa, y a medida que la experiencia de los deportistas se iba imponiendo, los rostros de los contrincantes reflejaban frustración y verguenza; dos sentimientos que, metidos a cocción en este horno, pueden dar un pan amargo.
Uno de los muchachos–no podía tener más de 21 años- estaba jadeando al lado mío y no paraba de escupir saliva ensangrentada. Nuestros anfitriones no entiendían de mesura y tiraban los puños a la buena de Dios, buscando un nocaut tempranero que los elevara a la gloria. “Última pelea”, gritó el entrenador, mientras un reo se descamisaba para entrar al ruedo. Lo difícil era controlar el equipo: mientras duraba un combate, los internos les arrebataban los guantes y la careta a los chicos que descansaban; de modo que cuando terminaba el round, ya había alguien disfrazado de boxeador a quien no se podía decepcionar. Hubo cinco “últimas” peleas. Cada boxeador se fajó al menos con tres internos y todos terminaron bañados en sudor y con los labios agrietados e inflamados.
La rueda de presos se fue deshaciendo poco a poco: el que hizo un papel decoroso se jactaba de ello y los que fueron meras piñatas recibieron el escarnio de sus colegas.
Intenté hacer un poco de socialización conversando con algunos de ellos. Será que tengo mala suerte, pero no encontré a nadie que tuviera sobre la espalda una condena menor a cincuenta años y con otro delito que no fuera el de homicidio. Entre la población detecté a dos compatriotas salvadoreños: uno aseguró que mató a dos asaltantes en defensa propia y el otro dijo que estaba preso porque le ocurrió una desgracia: era del Barrio 18 y huyó hacia Guatemala debido a que las autoridades lo perseguían por haber matado a dos policias. Estando en Guatemala se hospedó en la pensión de una señora y un mal día, caminando por la calle, unos vándalos locales le robaron su gorra y él mató a uno a machetazos. La desgracia que le ocurrió, asegura, es que la señora de la pensión lo entregó a las autoridades.
Dándose un poco de aire, los boxeadores tomaron un descanso, mientras nos preparábamos para salir de aquel sector. Luego nos encaminamos a repetir el espectáculo en el área donde están recluídos los internos de la Mara Salvatrucha.
(Ciudad de Guatemala. Hotel Spring. Sábado 16 de abril. 2:00 p.m.)