-Yo ya le dije a mi hijo que si me echan ahí voy a llegar a la granja a ver si yo también puedo recoger huevos.
Eso dijo Domingo (nombre ficticio) aquel mediodía de su día libre a finales del pasado noviembre. El lote, como llama a esa parcela turbulenta y árida del cantón donde vive con su familia ampliada, estaba seco y polvoso como las mazorcas escuálidas que se amontonaban a la par de la mesa en la casita de bahareque y bloques. Las mujeres, su cuñada y su sobrina, no dejaban de atizar el fogón para que la plancha siguiera cociendo las tortillas que encumbrarían el rimero con el que acompañaríamos la sopa de frijoles. Esa tarde, por la especial ocasión de la visita de otro periodista y yo, cada plato de sopa llevó un trozo de carne.
La casa de Domingo, no queda duda, es casa de pobres. Se come lo que se cosecha. Ellos cosechan, ellas limpian casas ajenas. Esa es la generalidad. Domingo tenía sueldo, pero 327 dólares menos los descuentos de ley no sustituyen para tantos la comida en el plato. Así que la comida era la que era: frijoles y maíz.
Domingo, en ese momento, trabajaba tres días sí y tres días no. A veces, los días que sí llegaban a cuatro, porque en el trabajo de Domingo las emergencias eran muy comunes y los descansos se supeditaban a esas emergencias. Domingo trabajaba de custodiar a los reos más peligrosos de El Salvador. Domingo trabajaba de custodio en el penal de máxima seguridad, el de Zacatecoluca.
Aquella tarde, Domingo hablaba de unos rumores. Rumores de despido. Se escuchaba en los pasillos de Zacatecoluca que se vendría un despido de varios de los 86 custodios, y él se quejaba con sus maneras serenas.
-Sí hay gente que se presta a la corrupción, no lo voy a negar, pero no son todos. Deberían de ver caso por caso. Nunca se habla de lo bueno que hacemos.
Lo bueno, según se entendía de las palabras de Domingo era cumplir con las funciones, no ser corrupto, no dejar que entre el paquete de marihuana, que serruchen ese catre para construir un arma o que caven un túnel o entren a ese sector que no les corresponde para matar a ese o esos reos. Eso de corrupto o cumplido, a un cajero de banco le parecería una perogrullada, pero es que los custodios trabajan en otro entorno y con otras responsabilidades que al principio eran menos.
-Cuando se abrió el penal eran 180 custodios y 63 reos. Ahora somos 86 y 361 reos. O sea –echó cálculos Domingo- somos 36 custodios por turno que tenemos que custodiar a 361 reos.
O sea, sigue uno echando cálculos, solo 15 custodios son los que se encargaban de vigilar por dentro los cinco sectores, dos de líderes de la Mara Salvatrucha, uno de líderes del Barrio 18 y uno de renombrados civiles, algunos de ellos líderes de estructuras carcelarias que operan desde diferentes penales. El resto de custodios se repartían en otras zonas del penal. O sea que el penal considerado como el cerebro del crimen en el país hizo una extraña compensación: a más reos, menos custodios.
-Lo que sí llegaron son militares. Y eso digo yo: si antes no era tan costoso introducir algún ilícito, ya cuando llegaron los militares, ¿quién se iba a atrever a meter algo?
120 militares tomaron en enero de 2010 el control de perímetro de Zacatecoluca y también de la revisión de visitas y custodios.
-Nos desnudan para revisarnos. ¿Cómo vamos a meter algo? Hasta nos acusaron de meter sierras que dicen que ocuparon los custodios para serruchar barrotes. ¿Dónde metemos una sierra? ¿Dentro del cuerpo? ¿En las bolsas? Si nos revisan con detector de metal. A veces nos acusaban de tonterías.
Una sierra tal vez no, pero cosas más pequeñas había maneras de meter, como le hicimos ver a Domingo. A mediados del año pasado, un custodio fue pillado cuando intentaba introducir al penal marihuana, cocaína, levadura para hacer licor y varios chips de celular, dinero y hasta chile en polvo dentro de su bote de gas pimienta de uso diario. Los militares lo descubrieron.
-Si yo no meto las manos al fuego por mis compañeros, no por todos, definitivamente. Pero son casos de gente que se las buscaba para hacerlo. No le digo que no hayan actuado así o que no quisieran hacerlo, le digo que por tonto uno se iba a arriesgar con los militares ahí. Al menos no la mayoría.
El sol daba tregua mientras Domingo conversaba, ya con el fresco de postre sobre la mesa, sobre hombres que han perdido la cordura en el penal, sobre aquel al que aislaron porque desnudo deambulaba por los pasillos proclamando que era Dios, sobre el encierro de los reos que se saben medio muertos y que piden ser apartados todo el tiempo antes que cruzarse con los demás. Pero cuando se habla con un experimentado miembro del gremio sobre el que pesa el cartel de corrupto desde hace años, se vuelve al meollo otra vez y otra vez.
-Mire, Domingo -preguntamos-, pero es que no entendemos por qué lo menciona como algo especial, si ese penal es el cerebro del crimen como usted dice y es el único penal donde los familiares no tienen contacto físico con sus reos. ¿Por dónde más pueden entrar las cosas?
-Fíjese –contestó Domingo- que nosotros hemos empezado a detectar comunicaciones entre los reos, que hablan de que las ranitas se están portando bien. Así le dicen a los militares.
-Pero si los reos y los militares no tienen contacto –argumentamos, trayendo a cuenta uno de los blindajes con que los mandos militares aseguran que protegen a sus soldados en las prisiones.
-Eso no es así. Eso no es así.
La pregunta tenía trampa. Ese mismo mes, yo había recorrido los perímetros militares de los penales de Chalatenango y de Cojutepeque y sabía que eso no era así. Uno para pandilleros de la Mara Salvatrucha y otro para los del Barrio 18. Ambos coroneles al mando reconocieron que los reos pueden conversar con los militares aunque se haga todo lo posible por evitarlo. Esto no se trata de que un reo pueda sentarse y hablar largo y tendido con un militar mientras fuman un cigarrillo. Los reos, como bien sabe Domingo -como bien reconocieron los coroneles de esos penales-, necesitan unos segundos o un papel y una posibilidad de lanzarlo para hacer su oferta a los militares: mil 500, 2 mil y hasta 5 mil dólares por un celular. Por un celular que vale 15 dólares. Un papelito en el que el mensaje es que a cambio de 15 dólares pueden obtener 4 mil 885. En Chalatenango, suben al techo de una bodega en el patio y desde ahí están a pocos metros del militar que vigila desde uno de los garitones. En Cojutepeque, los militares tienen que deambular entre reos por una pasarela improvisada para poder llegar a algunas de sus zonas de vigilancia porque aquello, como bien ejemplifican los mandos militares, es como si hubieras convertido un cantón en una prisión.
“Custodio a gente que tiene 240 años de prisión, que saben que nunca saldrán, que tienen tiempo para pensar, que son capaces de ofrecer cualquier cosa si los ayudás a salir, y tengo algunos militares, campesinos, que nunca en su vida han visto 2 mil dólares juntos”, dijo el coronel a cargo de la cárcel de Chalatenango.
Según Domingo, en el muro que del sector 5 da a la zona del hombre muerto hay un agujero. Esa zona es un pasillo entre dos muros, uno que da a la prisión y otro al exterior, y en ella se ubican los garitones de vigilancia de los militares. Se llama así porque si un reo se lanza ahí tiene tres ocasiones antes de dejar de escalar el segundo muro o ser baleado: primer aviso. Segundo aviso y disparo al aire. Tercer aviso y disparo a la parte baja del cuerpo. Lo que un reo debe hacer es tirarse al suelo, como un hombre muerto. Esa zona la utilizan muchos reos para escapar de intentos de linchamiento en su contra. Se lanzan y piden ser llevados a aislamiento. Esa zona solo la custodian los militares.
-Pues ahí –aseguró Domingo- había un hoyo como de cinco centímetros donde un militar bien podía darse la mano con los reos del sector 5. Lo denunciamos a la dirección. Lo taparon y al rato ya estaba otra vez. Y ahí no hay cámaras. Es punto ciego.
El sector 5, el más pequeño de todos, solía ser un sector de aislados por temor, de problemáticos e incluso del reo que se creyó enviado de Dios. Ahora, ante la falta de espacio, alberga a 20 salvatruchos.
“Las ranitas se están portando bien”. Esa es la frase que Domingo aseguró en noviembre haber escuchado de reos del penal de máxima seguridad. Y uno no podía sino poner en tela de juicio lo que él decía. Echarse la bola entre soldados y custodios es ya una costumbre en el mundo penitenciario. Los directores y coroneles que dirigen operaciones en penales y alrededores cuentan anécdotas de enfrentamientos, algunos hasta llegar a los puños. Como dijo el coronel de Chalatenango, es normal, “si te dicen que te van a revisar al entrar a tu casa, pues te enojás. Y a mí me han ordenado que los revise y es lo que hago”.
Y en esos pleitos si alguien llevaba las de perder eran los custodios. Corruptos, según el director del sistema que los integra. Corruptos, según varios directores de los centros que custodian. Corruptos, según los militares que los revisan. Y, como temía Domingo, despedidos por sospechosos de corrupción.
El 10 de diciembre, 86 custodios y nueve empleados administrativos del penal de Zacatecoluca fueron echados de esa cárcel por miembros de la Unidad de Mantenimiento del Orden de la Policía y agentes de Operaciones Penitenciarias. Con la excusa de una requisa en los sectores 1 y 2, que estaban en rebeldía desde hacía unos días, pidieron a los custodios que dejaran todo su equipo adentro y salieran solo con su ropa. Afuera se enteraron de que estaban despedidos. Esos 95 se sumaron a los 225 despedidos en esta gestión, según el director general del prisiones, Douglas Moreno.
Ese día la Dirección de Centros Penales distribuyó un video de un custodio permitiendo que dos reos se pasaran lo que parece un celular de celda a celda. Luego se supo que ese custodio había sido despedido a mediados del año pasado. El mismo director diría unos días después en conferencia de prensa que si bien no tenían pruebas contra los despedidos, tampoco les tenían confianza. Los creía corruptos y, por lo tanto, los despedía.
Con ese nuevo baño de desconfianza extrema, las palabras de Domingo se las hubiera llevado el tiempo y él no sería sino un desempleado que cuenta una historia tras haber sido despedido luego de casi 10 años en el sistema. Un hombre indignado porque ha tenido que recurrir a la penosa alternativa de sacar a su hijo del bachillerato para que conserve el que iba a ser solo un trabajo temporal de recolector de huevos en una granja y mantenga a la familia. Pero a las palabras de Domingo el tiempo les dio una oportunidad.
Un mes y medio después de la charla con Domingo en su cantón, tres semanas después de que lo despidieran, un militar, el sargento Joaquín Zelaya Romero, responsable del perímetro del penal de Zacatecoluca, fue arrestado por una patrulla policial cuando solitario y sospechoso caminaba con su equipo alrededor de la cárcel. Justo cerca del sector 5. En el maletín que la Policía le arrebató de las manos llevaba 800 dólares, un celular y marihuana que, lo acusan, pretendía entregar a los reos por un agujero de unos cinco centímetros.
-No me sorprende –dijo a secas Domingo cuando volvimos a conversar en un comedor de San Salvador, luego de una reunión donde se preguntaba con sus colegas ex custodios qué diablos harían.
Domingo repitió que se oían voces, que se escuchaban rumores que pregonaban que “las ranitas” estaban cooperando.
-Algunos, no quiero decir que todos, porque la mayoría de los militares son honestos y hacen su trabajo –matizó aplicando la regla que de la Dirección de Centros Penales nunca le aplicaron a los custodios despedidos sin pruebas de corrupción.
La semana pasada, la Fiscalía, que días antes había recibido los expedientes de los 95 despedidos de Zacatecoluca, aseguró que solo tenían dos casos de investigación abiertos contra custodios. Uno de los casos, aseguraron, data de noviembre de 2010, cuando el líder de reos civiles, Miguel Ángel Navarro, El Animal, fue asesinado en la celda 9 del sector tres de Zacatecoluca. Se investiga si participaron custodios que facilitaron que otros reos lo mataran. El otro también es del año pasado. Nada más. El resto de denuncias hechas por Centros Penales es porque reos llaman desde las cárceles para ordenar crímenes, según dijo el subdirector Nelson Rauda. Lo demás que la Fiscalía tiene en sus manos es el vídeo viejo de un hombre que fue despedido y una montaña de expedientes, que más que prueba de delito son historias laborales como las que puede tener, ahora sí, el cajero de un banco.
-Que nos hubieran dado ese beneficio de la duda a nosotros. De investigar y ver quién sí era corrupto y quién no, como a los militares –se quejó Domingo.
-Pero sí que algunos de los custodios despedidos eran corruptos, ¿verdad, Domingo?
-Sí, si ya se lo dije, unos 25 quizá si me dice que diga un número, pero no todos. ¡Yo no era corrupto!
Eso dice Domingo, el custodio despedido sin pruebas por sospechas de corrupción.