La suya no es una cara desconocida en El Salvador. Desde hace un par de años, Alejandro Gutman se ha dado a la tarea de traer al país a reconocidísimas figuras del fútbol y meterlas en comunidades estigmatizadas de Soyapango, para que conozcan la labor que realiza Fútbol Forever, la fundación que preside. El último ilustre que atendió su llamado fue Carlos Bilardo, el entrenador que en 1986 hizo campeona del mundo a la Argentina de Maradona. Estas visitas sirven para que, al menos por unas horas, las cámaras y las grabadoras entren a lugares como el reparto La Campanera, y no lo hagan para hablar de violencia, de maras, de extorsiones. Pero casi siempre ocurre lo mismo: el Bilardo de turno se va, y los periodistas desaparecen. “Pelearle al sistema no es cosa fácil”, dice.
Gutman tiene un profundo conocimiento de la sociedad salvadoreña. Desde hace siete años, raro es que se consuma un mes entero sin viajar a El Salvador para reunirse con presidentes, con ministros, con grandes empresarios; también con pandilleros, con madres de familia, con profesores de escuela. Y lo que ha visto no le gusta. Pocas ONG e instituciones trabajan en las zonas donde más se necesitan, y muchas de las inversiones realizadas para prevenir la violencia han sido –son– un fracaso: “Estoy consciente de que lucho contra un sistema que lleva décadas arraigado, y sé que resulta incómodo y molesto que alguien venga, desarrolle las cosas de manera distinta y ponga en duda la comodidad por la que transitan”.
No se trata de cuestionar por cuestionar. Gutman ha elaborado –y ha puesto en práctica– un programa propio para dignificar las condiciones de vida en un par de las comunidades más golpeadas. Lo ha bautizado como Modelo Infinito, y lo considera replicable no solo en el resto del país, sino en todo el mundo. Propone replantear el actual sistema de ayudas sobre la premisa de que lo que se está haciendo no funciona. Y esa “revolución” que plantea la ha sintetizado en nueve recomendaciones. La primera es entrar y establecerse en las comunidades más difíciles, en las más violentas. Puede sonar a perogrullada, pero la realidad es que muy pocos se atreven a hacerlo. “El sistema de ayuda está preparado para lidiar solo en donde se siente más o menos cómodo”, cuestiona. Y así, ocho más.
Leí lo que usted escribió e inferí que en este país se desperdicia el dinero que se invierte en prevención de la violencia. ¿Es una inferencia correcta?
No solo es este país. El sistema de ayuda no funciona ni en El Salvador ni en el resto de los países empobrecidos, y podría dar muchísimos ejemplos. Basta caminar por cualquier comunidad de Soyapango o de otro lugar para darse cuenta de que, generación tras generación, todo sigue igual. Y es porque no puede combatirse la violencia con programas de prevención.
Otra inferencia: hay programas que se ejecutan solo para tranquilizar conciencias.
¿Los programas existentes? Algunos son, en efecto, para tranquilizar conciencias. Otros no se hacen bien por ignorancia o por incapacidad… hay de todo.
Más de uno se estará preguntando quién es este que se atreve a cuestionar el trabajo de otras ONG, del gobierno, de los organismos internacionales...
Yo soy alguien que ha trabajado en mejorar las condiciones de los más excluidos desde los 16 años, y estoy absolutamente entregado, en cuerpo y alma, de 12 a 14 horas diarias. Creo tener la experiencia y conocer no solo las comunidades, sino también a los empresarios, a los medios, a los mareros, a los organismos internacionales… a todos, a todos los que tienen algo que decir. Por esto dejé de ejercer como papá, dejé de ejercer como amante, dejé de ejercer como socio, dejé de cuidarme… Lo dejé todo. Pero una cosa: sigo aprendiendo todos los días. Vivo en esto, pero aprendo cada día.
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Alejandro Gutman nació el 24 de septiembre de 1960 en Buenos Aires, Argentina, en el seno de una familia de clase media-alta. Abogado el padre y abogado el hermano, todo parecía escrito, pero el fútbol se cruzó en su vida. “Fui un mediocre futbolista, pero tuve la enorme suerte de que fue mi sueño de juventud y pude ser jugador de fútbol”, dice. Jugó en equipos de Argentina, Israel, Sudáfrica y Malta, en este último país en un club llamado Hamrun Spartans, con el que disputó en 1983 un par de partidos de la Copa de Europa, la actual Champios League: “Nunca he tenido tanto frío en una cancha como ese día que perdimos en Escocia 3 a 0 contra el Dundee United”.
Compatibilizó su carrera futbolística con estudios universitarios en sicología, filosofía y letras, derecho y educación física, y a finales de la década de los 80s se instaló en San Francisco, Estados Unidos, gracias a una beca Fulbright que obtuvo para realizar una investigación sobre los niños de la calle. Después le volvió a apostar al fútbol, pero esta vez como periodista radial, y creó junto a Andrés Cantor la empresa que produce Fútbol de Primera, el programa deportivo más popular de la radio estadounidense en español. Gutman estuvo un par de veces nominado para la lista de los 100 latinos más influyentes en Estados Unidos.
En esos años en California entró en contacto con la comunidad salvadoreña y pudo conocer bien a buena parte del grupo de jugadores salvadoreños que disputaron el Mundial de España: “Me transmitieron mucho cariño hacia el país, y luego viajé, lo conocí, y me pareció muy interesante”. Cuando a inicios de la década pasada fundó Fútbol Forever, El Salvador emergió como el lugar idóneo para poner en práctica sus ideas sobre cómo ayudar a los más necesitados.
¿Qué saca usted de esto?
Siempre me preguntan si hago dinero con esto y si me hace feliz. ¿Sacar? En esto se me va la vida, y no saco absolutamente nada, pero nada. A mí me cuesta dinero este programa. Y si algún día alguien me quiere dar un premio, no voy a recibirlo, porque el día que uno trabaja para los reconocimientos es porque se ha desviado del objetivo. Tampoco busco notoriedad: yo llegué a El Salvador en 2004 y no di ni una sola entrevista en cinco años, y hoy todavía trato de no aparecer en las fotos, aunque cada vez es más inevitable porque hay que transmitir mensajes concretos. ¿Qué saco? Nada. Yo tengo una sensibilidad absoluta por aquellos que no tienen oportunidades en la vida. Aquel que sufre, sea salvadoreño o de Ghana, merece que alguien haga la lucha por él.
Hablemos de la prevención de la violencia.
Ese concepto está mal usado. Siempre lo mencionan y no saben ni de qué se trata. Casi todo ese dinero se está desperdiciando: el que se dice que se invierte en prevención de la violencia, en el combate a la pobreza, o en la atención de catástrofes… No hay programas eficientes que ayuden a la gente a salir de donde está. Andá a las comunidades que más lo necesitan, y preguntá cuántas ONG metidas hay.
¿Se habla mucho pero se hace poco?
Es que no tienen ni idea de lo que están hablando. Y sé que es muy fuerte lo que estoy diciendo. La palabra prevención la usan los políticos, la usan los investigadores, la usa la Policía… la usan todos. Y la usan como para sacarse de encima este tema sin tener que responder mucho. No se puede combatir la violencia con programas de prevención, con medidas de prevención, con campañas de prevención, como tampoco se pueden combatir los males del sistema de salud con prevención. Con una campaña se combate una enfermedad, el sida por ejemplo, pero no sirve para combatir todo el sistema de salud. Lo que sí se puede hacer es un programa amplio que cambie sustancialmente las condiciones de vida de la gente.
Muchas instituciones y ONG dicen trabajar en prevención.
Es que prevención da para cualquier cosa. Prevención y sociedad son las palabras más ambiguas del mundo.
A escala local se han ejecutado decenas, cientos de programas de prevención. ¿Por qué no cesa la violencia?
La respuesta cae de madura, ¿no? Pero no porque lo diga yo. Vayan a comunidades en las que se desarrollaron años atrás programas costosísimos que se vendieron como de prevención, y vean cuál es la situación hoy.
¿Qué está fallando?
La conceptualización del sistema de ayuda ha fracasado absolutamente. Hay gente maravillosa dando lo mejor de sí dentro de ese sistema obsoleto, y algunos, los que sí van al terreno y no trabajan desde búnkers, se dan cuenta de que lo que hacen no funciona, de que nada cambia. Saben que van a un lugar a dar un cursito por unos meses, pero, ¿qué vas a cambiar con un cursito? ¡Mamita querida! ¡Y todos los años se van millones con eso!
¿Se mueve mucho dinero?
Ufff, muchísimo. Internacional y nacional.
Hablemos de los que ejecutan la ayuda. ¿Cree que hay ONG que ven esto como negocio?
Yo no sería tan duro. Yo diría que lo ven como una forma de vida, desgraciadamente. También me consta que los fondos se asignan después de una presentación magnífica, donde cuenta más la forma que el contenido.
Agarremos un ejemplo recurrente: abrir una panadería para jóvenes en riesgo o pandilleros.
Analicemos ese caso que vos elegiste: una panadería puede generar recursos importantes que modifiquen la vida, dar incluso cierto orgullo por el hecho de estar trabajando, disciplinar a esa persona porque tiene que cumplir un horario, etcétera.
Suena bien.
Espera. Pero primero hay que capacitar, y antes hay que elegir a quiénes, porque pasa siempre que cuando se ofrece un curso gratis, levantan la mano 70. Hay que elegir a la gente que tenga el compromiso, y para eso hay que estar en el lugar, hay que hablar con ellos, conocerlos, hacer en definitiva un trabajo de campo que casi nunca se hace.
O sea, que la panadería en sí no es el problema.
Exactamente. Puede ser un medio fabuloso, pero si no se elige sobre el conocimiento a los beneficiarios, y si no se apoya con otras actividades en el ámbito de la salud, de la educación, incluso del ocio, lo normal es que la iniciativa fracase.
Y eso, ¿ocurre seguido?
¡Claro! Yo quisiera que algún día en este país se identificara a las organizaciones y a las instituciones por sus méritos, por lograr cambios sustanciales en las condiciones de vida de las comunidades, y no por el dinero que manejan o por la publicidad que se les hace. No sé si soy claro.
Muy claro.
Son críticas constructivas, no ataques. Yo sé que la solución está dentro de las organizaciones y del sistema de ayuda. La solución no está fuera, lo que pasa es que deben animarse a repensar estos temas. La salida pasa porque los que han tenido acceso a la salud, a la educación, compartan con aquellos que no lo han tenido, y que estos últimos se involucren y participen activamente, no solo quedándose en su casa a la espera de que alguien llegue.
Fútbol Forever lleva cuatro años en la urbanización Santa Eduviges, de Soyapango. ¿Ha cambiado algo?
Yo podría hacerte una lista, pero lo mejor sería que vos o cualquier persona lleguen y hablen con los chicos, con las madres, con la directora de la escuela… Una plática de cinco minutos con ellos te servirá más que una hora conmigo. Hay cambios profundos, chicos que saben qué hacer hoy con sus vidas, chicos que son fuertes…
Si eso es así, ¿por qué no han logrado convencer e involucrar a los que ponen la plata?
En el programa se han involucrado muchas personas e instituciones, como el ISSS, el Insaforp, el INDES, la Fepade, distintas universidades, profesionales… Los que nos han fallado son los grandes patrocinadores. Yo pensé que, antes que pedir la plata, había que desarrollar el programa y mostrar resultados, y no al revés. Es una filosofía de vida.
¿Cuál ha sido la experiencia con los grandes patrocinadores?
Hay mucha burocracia. En las reuniones que he mantenido me dicen: nos encanta, nosotros tendríamos que haberte tocado la puerta. Pero luego piden presentaciones y reuniones eternas, un día y otro… Y la verdad, uno termina pensando que, si realmente quieren ayudar, deberían ser más flexibles. A ver si entienden que ellos también tienen un compromiso con la sociedad y que tienen que modificar ciertas cosas. Si nosotros estamos dispuestos a entregar nuestras vidas por esto, creo que a ellos se les puede pedir que tengan un compromiso mayor que exigir requisitos burocráticos.
Analicemos a la sociedad salvadoreña en su conjunto. ¿Cuáles son, a su juicio, sus fortalezas y sus debilidades?
Fortaleza: es una gente maravillosa, en general, con una gran humildad en la atención, en el trato, en la simpatía, en el humor, en la dignidad, sobre todo entre los más necesitados. Es de admirar la hidalguía de salvadoreño anónimo que sale a trabajar cada día, con una generosidad y una entrega bárbaras, para llevar el sustento a su familia.
¿Y las debilidades?
Aquí el compromiso dura lo que dura la charla. Falta que lo que se dice realmente se cumpla. Falta saber valorar las cuestiones esenciales. Muchas veces se van con lo anecdótico o con lo pintoresco, en lugar de irse con lo esencial, y muchas veces los esfuerzos quedan en la anécdota.
¿Te parece una sociedad especialmente violenta?
No, no lo veo, no más que otros países latinoamericanos. Lo que sí creo es que hay un descuido absoluto por modificar las condiciones que generan el marco de violencia.
Distintos indicadores presentan a El Salvador como un país muy violento.
Sí, eso así es, pero yo no lo siento en el día a día. Y eso de los índices va a ir a peor, no saben lo que les viene. Hay mucho descuido en las comunidades, y esto sigue recrudeciendo.
¿Las maras son causa o consecuencia?
Las dos cosas. Cualquiera que vaya a las comunidades con presencia de maras se da cuenta de que es un círculo vicioso. Nosotros los hemos integrado en algunos programas, y yo he hablado con ellos para crear el marco de seguridad que nos permita entrar y salir en las comunidades.
¿Integrarlos? ¿Cómo se logra eso si el éxito de un programa pasa inexorablemente por restar influencia a las pandillas?
No, no es tan así. Primero porque, aunque alguno se sorprenda, la vida de un pandillero no es un Viva la Pepa, al menos lo que he podido ver. Yo sé poco de las pandillas, porque no pregunto nada más allá que lo necesario para garantizar el marco de seguridad, pero ellos viven en condiciones difíciles, están conscientes de lo que hacen, y el hecho de que muchos tienen hijos les hace recapacitar. También creo que algunos quisieran mejorar su propia vida y educarse, aunque lo primero debería ser solucionar las diferencias que tienen las distintas pandillas, aunque es algo en lo que no me meto.
¿Nunca ha tenido problemas?
Al principio, cuando nadie me conocía en este país, yo llegaba a las comunidades con una mochila al hombro a platicar con ellos. Y siempre, siempre, me han prestado la colaboración de seguridad, porque saben que esto beneficia a su comunidad.
Si Fútbol Forever es exitoso, ¿no llegará el día en que más y más jóvenes le dirán que no a la pandilla y eso generará conflicto?
Es una pregunta que me gustaría responder cuando llegue ese momento. Ojalá llegue pronto, me encantaría, sería la señal de que se ha avanzado.
Usted sube seguido a La Campanera, donde también llegaba el fotoperiodista Christian Poveda. ¿Cómo se sobrelleva ese antecedente?
Me das pie para una respuesta que espero que se entienda realmente: así me pase algo a mí el día de mañana -y me puede pasar también saliendo de este hotel-, uno no puede claudicar en sus objetivos solo por unos hechos puntuales, aunque sean sumamente significativos. Hay que tener la voluntad, el compromiso y las ideas para mejorar esto, porque si claudicamos ante cada situación de este tipo, esto nunca se solucionará. En los negocios, cuando un empresario fracasa en algo, casi es seguro que lo intentará de nuevo. Pero en estos temas estamos buscando cualquier cosa para no hacerlo más.
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El hotel en el que transcurre la entrevista al que se refiere Alejandro Gutman es el Hotel Courtyard Marriot, el ubicado en uno de los extremos del imponente centro comercial La Gran Vía. En El Salvador, un país en el que casi la mitad de la población vive por debajo del umbral de pobreza, se ven cosas como este centro comercial, tan ostentoso que trata de recrear una pulcra, segura y ordenada calle peatonal, un fragmento de lo mejor del Primer Mundo trasplantado a El Salvador para el deleite de las clases más acomodadas.
¿Hay clasismo en El Salvador?
En la condición humana hay de todo. La gente, en general, ignora lo que realmente está ocurriendo en su propio país, porque para muchos las comunidades empobrecidas son solo antros de violencia impenetrables, porque así se las han presentado en los medios de comunicación. Yo creo que hay una dimensión del ser humano que solo aflora cuando ve al otro totalmente reventado, cuando hay una catástrofe, una enfermedad terminal o una hambruna; salvo en esas situaciones, que sí despiertan los instintos más nobles, lo otro se tolera como algo normal. Parece como si no se quisiera ver que la mayoría de las personas de esas comunidades son gente que sale dignamente a ganarse la vida, y que merecen ser ayudadas.
¿Los prejuicios existen también de abajo para arriba?
Sí, también. La distancia es enorme. Muchos se sienten olvidados.
A los excluidos les cuesta también dejarse ayudar.
Así es. Nosotros entendimos, después de mucho tiempo sobre el terreno, que hay que ir casa por casa, porque muchas de las comunidades están muy mal organizadas. Por eso resulta imprescindible motivarlos a involucrarse en el desarrollo de su propio destino. Es un trabajo durísimo, y son muy pocas las organizaciones dispuestas a despertar a los excluidos del letargo en el que se encuentran.
¿La presencia en el lugar es imprescindible?
Vos no podés educar bien a un hijo si lo ves cada seis meses. Es lo mismo. Hay que integrarse con la comunidad, sentirla, tener gente permanentemente. No digo que el director de la institución viva en la comunidad, pero sí que llegue con frecuencia, que conozca. La realidad es tan elocuente, tan hiriente, tan bestial, que no la podés ignorar. Solo un absoluto soberbio, un arrogante bestial, no tiene sensibilidad si ve lo que está pasando en las comunidades.
¿Decir las cosas tan claras no puede cerrarte más las puertas?
No tiene por qué ser así, porque esto que estoy diciendo no es algo exclusivo de El Salvador, ni es algo de este gobierno o del gobierno de otro país. Los sistemas de ayuda así funcionan, y son muy pocos los programas eficientes en toda América Latina. Me consta que hay gente maravillosa trabajando en programas ineficientes, y que están frustrados por la burocracia, pero todo esto se puede modificar.
¿No temes que te den definitivamente la espalda?
No, temor no tengo. Si he sido capaz de dejar a mis hijas, a mi socio, si soy capaz de olvidarme de mi propia vida para hacer esto, yo no puedo preocuparme en quedar bien con este o aquel. Además, esto no se trata de mí.
Para concluir, otra cita suya: nuestro concepto de lo que significa ayudar merece una modificación inmediata. ¿Realmente es tan grave la situación?
Patética y desesperante, y es una de las grandes injusticias de la vida. En algún momento, dentro de algunos años, se reflexionará sobre la actitud de la sociedad salvadoreña respecto a los más necesitados, y estoy convencido de que se interpretará como una de las mayores bestialidades que se cometieron. Con tanto avance que ha habido, con tanta mejora, aún no se han podido encontrar soluciones para que la mitad de la población del país tenga acceso a condiciones de vida más dignas.