Bitácora / Violencia
Tortura y asesinato de una fuente

Fecha inválida
Roberto Valencia

El hombre sentado a mi izquierda se llama Rodney y en mes y medio estará muerto, pero ahora es tan solo una fuente, una más. Será dentro de dos meses, cuando vuelva a escuchar esta plática que ahora recién empieza, que sus palabras se redimensionarán. A Rodney lo asesinarán en la madrugada del 26 de junio y el diario nicaragüense La Prensa lo reportará así al día siguiente: “Fue encontrado con su rostro desfigurado producto de golpes con un objeto contundente en la frente y rostro, además, fue degollado, tenía lesiones en ambos brazos y en la tetilla izquierda”.

Llegué hace tres días a esta ciudad del Caribe nicaragüense llamada Bluefields, con la intención de conocer qué trato da el Estado a los privados de libertad. Todo lo reporteado acá cristalizará en una crónica llamada La muerte de Pen-Pen, y esta entrevista es parte del reporteo. La cita en principio era con Dolene Miller, por ser ella la cara más visible de una ONG llamada Creole Communal Government, pero al entrar en este modesto despacho también estaban Rodney y una elegante mujer llamada Nora Newball.

Rodney Aswol Downs Francisco es un negro cincuentón, fornido, con una mirada intimidante y una voz ronca que da un aire de solemnidad a sus argumentaciones. En Bluefields, una ciudad pequeña, se le conoce como uno de los activistas más radicales en defensa de la comunidad negra. Sin ir más lejos, hace un par de semanas denunció ante la Corte Suprema de Justicia a tres jueces de Bluefields (Ronald Antonio Wilford Vargas, Edgar Martín Henríquez Sotelo y Ellen Lewin Downs) por presuntos actos arbitrarios que llevaron a que Rodney fuera encarcelado durante ocho meses entre 2006 y 2007.

—La Policía lo sigue, él es uno al que seguro que lo quieren matar –dice Nora Newball, con unas palabras que ahora suenan huecas pero que sonarán premonitorias en unas semanas.

Me han dicho que Rodney pidió estar presente en la entrevista apenas supo que había un periodista extranjero preguntando por Pen-Pen, el delincuente muerto a balazos por la Policía Nacional que terminará siendo el protagonista de la crónica. Ambos se conocieron en 2006 en las celdas preventivas policiales, y Rodney me describe el paso de su amigo por la cárcel como un infierno, objeto de todo tipo de torturas y vejámenes. “El resentimiento que Pen-Pen tenía hacia la Policía es el mismo resentimiento que tengo yo”, me dice.

No es lo que en principio me ha traído aquí, pero Rodney termina contándome que desde hace varios meses está investigando el actuar de la Policía Nacional en Bluefields. “Yo soy un perseguido políticamente por la Policía, porque conozco todas sus historias, todos los delitos que han cometido”, me dice. También me cuenta su pleito legal con jueces y fiscales, e incluso me da una copia de la carta presentada hace unos días ante la Corte.

—Bien, todo lo que me ha contado sobre Pen-Pen –le digo–, ¿lo puedo poner en su boca, puedo atribuírselo a usted?
—No, no, no se puede –responde Rodney–. Necesito protección, porque aquí yo soy un perseguido de la Policía. A mí me han violado todos mis derechos…
—Pero la Policía ya sabe lo que usted hace.
—Sí, ellos ya saben. Todo Bluefields lo sabe.
—¿Y por qué ve tan problemático que lo identifique?

Afortunadamente para mi salud mental, en lo que resta de plática no lograré hacerle cambiar de opinión, y en la crónica, su testimonio –que narra las torturas policiales– aparecerá atribuido así: “Me lo contó alguien que en 2006 coincidió con Pen-Pen en las celdas de la Policía Nacional”.

A Rodney lo torturarán y asesinarán una semana después de la publicación de La muerte de Pen-Pen en Sala Negra de El Faro y reproducida en el periódico digital nicaragüense Confidencial. La noticia de su muerte me impactará y me hará leer y releer el relato una y otra vez. Siempre concluiré que habré respetado con creces lo acordado, que incluso habré ido más allá de lo que Rodney me acaba de pedir –presentarlo como un amigo de Pen-Pen que estuvo en la cárcel con él–. Además, las notas periodísticas que informarán sobre su muerte la relacionarán de forma preliminar con disputas por posesión de tierras y con unas amenazas recibidas días atrás. Pero siempre quedará ese atisbo de duda sobre si su asesinato guarda relación con el hecho de que haya platicado conmigo ahora.

(Bluefields, Región Autónoma del Atlántico Sur, Nicaragua. Mayo de 2011)

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