Crónicas y reportajes / Crimen organizado
La frontera de Los Señores

La detención de un influyente alcalde fronterizo realizada por un rudo jefe policial que se jacta de no temer a los narcos devela cómo se mueven los hilos en la frontera entre Honduras y Guatemala. Los señores de la droga de acá tienen alianzas que escalan hasta lo alto del poder nacional. Este es un recorrido por Copán, la gran puerta de salida de lo que en Honduras se conoce como el corredor de la muerte.

Orlando Sierra

Fecha inválida
Óscar Martínez

A la orilla de la carretera hacia La Entrada, orina un hombre atrás de su carro. Anochece en la frontera hondureña con Guatemala. El Tigre Bonilla da la orden a su subordinado para que el convoy policial revise al borracho. Al vaquero gordo que orina lo acompañan su guardaespaldas y una señora que espera en el carro. En el carro, por supuesto, hay dos armas de fuego. El guardaespaldas muestra los permisos de ambas. El vaquero le grita algo a Rivera Tomas, el jefe policial del municipio de Florida, subordinado de El Tigre.

En ese momento, al otro lado de la calle, una camioneta repleta de hombres sube la cuesta con música norteña a todo volumen. Al ver la escena, el conductor frena con brusquedad y seis hombres armados bajan de ella. De inmediato, los 20 policías rodean y apuntan a los recién llegados.

—¡Soy el alcalde de La Jigua, pendejos! –grita el más gordo de todos los que acaban de llegar, y luego da un empujón en el pecho al agente que pretende revisarlo.

El Tigre, que observa a la distancia, no puede contenerse cuando mira la agresión contra el policía.

—¡A ver, qué papadas pasa aquí! –interviene.

El alcalde de La Jigua, Germán Guerra, lo ve, ve a El Tigre, y entonces entrega no una, sino las tres pistolas que andaba. Dos no tienen permiso, son armas ilegales.

La escena más descriptiva de esta frontera empezó a ocurrir aquí, ya a unos kilómetros de El Paraíso, un lugar que resultó ser un fiasco. 

* * *

El Paraíso es un fiasco. Es un lugar vacío, solitario, de polvo o de lodo, depende de la temporada. Ahora es de lodo. Nada que ver con lo que me habían anunciado. Un lugar sorprendente, dijeron, un sitio que no muchos han visto. Un lugar del que jamás saldrás con vida si osas entrar sin permiso.

Nada de eso ha pasado. Aquí hay poco que ver, al menos si uno entra como yo entré. Si es así, El Paraíso es un fiasco. Lo del palacio sí es cierto, es imponente. Es un bloque de dos pisos, justo en el centro de El Paraíso, con sus cinco pilares largos en la fachada. Diminuto, en medio de la tormenta que hoy arrecia, asomaba el guardián del palacio a la par de uno de los pilares. Era apenas del tamaño de la base. Porque el palacio sí es tal cual lo que uno espera. Majestuoso, impoluto. Y allá arriba, arriba de la estructura y de los pilares, en el techo, digamos, un helipuerto, como si en El Paraíso hubiera mucha gente que necesitara un helicóptero para salir volando.

Todo ocurrió así porque la gente que alguna vez estuvo allá me dijo que no había otra manera de entrar, que llegar por llegar, como un turista desorientado, era inverosímil. Que, con suerte, solo sería expulsado de El Paraíso. Por eso tuve que entrar como entré, en caravana.

Así, El Paraíso es un fiasco. Es obvio que los vigilantes de este lugar nos detectaron desde que descendíamos entre precipicios por la vereda lodosa y turbulenta que conduce a El Paraíso, este municipio hondureño que hace frontera con Izabal, Guatemala, y que es señalado como la puerta de oro de la droga entre estos dos países.

* * *

En Honduras todo empieza mal desde arriba. Es de esperar que cuando uno busca entrar en un territorio de control del crimen organizado las advertencias fatalistas empiecen a darse en cierto momento a medida que uno se acerca al lugar.

No se puede entrar.

Ellos lo ven todo.

Si –quién sabe cómo– entrás, no salís.

En Honduras esto ocurre desde el inicio, desde la capital, Tegucigalpa, a ocho horas en vehículo de El Paraíso.

Era una tarde de sábado y en la mesa me acompañaban dos expertos reporteros del país. Ambos con experiencia en cobertura de crimen organizado. Al poco tiempo, se nos unió una fuente de confianza de ellos, un fiscal que también en varias ocasiones ha llevado casos que han involucrado a familias dedicadas al crimen organizado, que en Honduras se dedica principalmente al tráfico de drogas, personas y madera, y a la trata de personas.

Para hablar del tema hemos abandonado la fresca terraza y, a petición de uno de los colegas, nos encerramos en el apartamento a susurrar.

—Cerca de la calle ni mú –dice uno de los reporteros.

El fiscal ha llegado para reafirmar las restricciones.

—Copán es un lugar donde te podemos abrir contactos. Yo al menos tengo a alguien de confianza en la capital, Santa Rosa, pero hasta ahí. De ahí para la frontera con Guate es territorio de los señores. Allá no hay Estado que valga.

Por primera vez escuché hablar de El Paraíso. En esa conversación, El Paraíso era algo lejano, sin nombre, un lugar mítico gracias a su palacio municipal.

—Hay por ahí un pueblito en medio de esa zona de la frontera que sí es jodido. Dicen que tienen pista de helicópteros en el techo de la alcaldía, y que el alcalde se jacta de que ahí no les falta nada, de que no necesitan cooperación porque les sobra el dinero –contó uno de los periodistas.
—En esos lugares, cerca de ese pueblo, el Estado no tiene fiscales asignados exclusivamente para esa región, tiene pocos policías y ninguno de investigación, de unidades especiales. Esa zona, el gobierno ha decidido entregarla a los señores –complementó el fiscal.

* * *

Estoy convencido de que El Tigre Bonilla no está satisfecho. Son más de las 10 de la noche cuando salimos de El Paraíso. Los 25 policías que componen la aparatosa caravana están cansados. El ímpetu que mostraron al inicio del recorrido, cuando al mediodía registraban enérgicos cada vehículo que trastabillaba en estas veredas, ha desaparecido. Tiemblan de frío. Sus uniformes están empapados y el viento se los recuerda allá atrás en las camas de los pick ups. Pero El Tigre Bonilla quiere más.

El comisionado policial Juan Carlos Bonilla, El Tigre, es un policía de 45 años, con casi 25 de servir en la institución. Ahora mismo es el jefe de tres departamentos hondureños que hacen frontera con Guatemala y El Salvador. Él manda en Copán, donde estamos ahora, frontera con Izabal y Zacapa, en Guatemala. Izabal y Zacapa están bajo el control de los Mendoza y los Lorenzana, que según la Policía chapina son dos de las familias más emblemáticas del narco guatemalteco. Manda también en Nueva Ocotepeque, frontera con Chiquimula, Guatemala, y con Chalatenango, El Salvador. Este departamento hondureño es frontera con San Fernando, el minúsculo pueblo chalateco donde inician los dominios de El Cártel de Texis. El Tigre también es el jefe policial de Lempira, que hace frontera con Chalatenango y Cabañas, en El Salvador. Por encargarse de Copán, El Tigre está al mando del punto de salida de lo que en Honduras se conoce como el corredor de la muerte, la ruta del tráfico de cocaína que inicia en la frontera con Nicaragua, en el caribeño departamento de Gracias a Dios, y que recorre por la costa otros cuatro departamentos antes de llegar a esta frontera con Guatemala. Entre ellos, Atlántida, el departamento centroamericano más violento.

El Tigre es un descomunal hombre grueso y de casi 1.90 metros, con un rostro duro, como esculpido en roca, que recuerda a las mexicanas cabezas olmecas. Entre sus colegas tiene fama de bravo, y a él le gusta que así se le reconozca.

—Todos saben que conmigo no se anda con mierdas –repite seguido.

En 2002, la Unidad de Asuntos Internos de la Policía acusó a El Tigre de participar en un grupo de exterminio de supuestos delincuentes en San Pedro Sula, una de las ciudades más violentas de Centroamérica, con 119 homicidios por cada 100,000 habitantes. Incluso hubo un testigo que dijo haber presenciado una de las ejecuciones de este grupo de exterminio formado, supuestamente, por policías y llamado Los Magníficos. El Tigre tuvo que pagar una multa de 100,000 lempiras (más de $5,000) por su libertad durante el juicio. Luego, en un proceso que muchos tachan de amañado, donde la principal promotora de la denuncia, la ex jefa de la unidad acusadora, quedó fuera de su cargo a medio juicio, Bonilla fue exonerado.

—¿Ha matado fuera de los procedimientos de ley? –le pregunté, mientras dejábamos atrás El Paraíso.
—Hay cosas que uno se lleva a la tumba. Lo que le puedo decir es que yo amo a mí país y estoy dispuesto a defenderlo a toda costa, y he hecho cosas para defenderlo. Eso es todo lo que diré.

La entonces inspectora María Luisa Borja aseguró ante los medios hondureños que durante el interrogatorio de la inspectoría interna, El Tigre pronunció una frase.

—Si a mí me quieren mandar a los tribunales como chivo expiatorio esta Policía va a retumbar, porque yo le puedo decir al propio ministro de Seguridad en su cara que yo lo único que hice fue cumplir con sus instrucciones –fue, según Borja, la frase de El Tigre, que luego llamó al entonces viceministro de Seguridad, Óscar Álvarez, hoy número uno en esa oficina.

Estamos aquí porque El Tigre quiere demostrar que no es verdad lo que le dije. Le dije que, según funcionarios, alcaldes, periodistas, defensores de derechos humanos, sacerdotes, hombres y mujeres que piden que se oculten sus nombres, ciertas zonas de la frontera de Copán, de su frontera, están controladas por el narcotráfico. Por los señores, dicen.

El Tigre, en una tarde, montó un operativo. Me aseguró que los hace como rutina, y que hoy yo podía escoger dónde ir, para que me diera cuenta de que él entra donde le da la gana.

—A El Paraíso, quiero ir a El Paraíso.
—Está bien… Donde quiera entro yo… Niña, deje  esos informes y prepare una buena comitiva de agentes, llame a los de caminos, pero no les diga a dónde vamos, que sea sorpresa.

El Tigre no confía en sus policías. Él dice que solo confía en uno de los de su zona: en él mismo.

 

 

 

 

 

* * *

El agente de inteligencia hondureño era más desconfiado que cualquier otro de Centroamérica con el que he trabajado. El de Nicaragua incluso accedía a tomar unas cervezas a orillas del Caribe, pero aquel asesor de inteligencia del Gobierno hondureño ni siquiera aceptó bajarse del carro. Dio vueltas por Tegucigalpa durante una hora mientras conversábamos, vueltas cuyo único patrón era no repetir la misma calle.

Yo buscaba preguntar un poco por la zona de Copán, conocer el sitio al que entraría. Sin embargo, la mitad del tiempo lo gastamos en preguntas de él hacia mí. Cuando al fin habló, lo que dijo retrató una zona de vaqueros y ranchos.

—Santa Rosa de Copán es un lugar de descanso de esos señores, de oficina. Ahí hacen tratos, se reúnen, tienen a sus familias y casas de descanso. Ahí también hacen trato con aquellos policías, alcaldes y funcionarios que tienen comprados, sus reuniones políticas.

El agente diferenció Copán de otros departamentos hondureños, sobre todo de aquellos como Olancho o Gracias a Dios, puertas de entrada de la cocaína que sube desde Colombia hasta Honduras. Allá, las balaceras son música cotidiana. Ayer hubo una de dos horas en Catacamás, la segunda ciudad en importancia de Olancho, porque los narcos de ese lugar disputan el control de las rutas con las familias de Juticalpa, la capital. En Copán, la efímera paz de los narcos reina de momento. Cuando tras sus batallas uno se proclama rey, durante un tiempo lo dejan reinar. Solo durante un tiempo.

—En Copán todos saben quién manda. Ese es territorio de gente vinculada al Cártel de Sinaloa, aunque no son exclusivos de ellos. Operan como agentes libres de quien pague, pero tienen una estrecha relación con Sinaloa. Incluso tenemos una alerta constante porque sabemos que (Joaquín) El Chapo Guzmán (jefe del cártel de Sinaloa) suele venir a los municipios fronterizos con Guatemala. Este año hemos detectado presencia de Los Zetas. Eso, de confirmarse su interés por la zona, cambiaría el panorama.

Dimos más vueltas por Tegucigalpa. Entramos a una zona residencial y al poco tiempo aparecimos en una avenida principal de la que pronto volvimos a salir. El agente de inteligencia del Estado continuó describiendo Copán como una zona de narcos más organizados, con más experiencia. Dice que gran parte del control de esa frontera lo tiene la familia Valle, con sede en El Espíritu, una aldea de poco menos de 4,000 habitantes a una hora de la frontera con Guatemala. De frontera sin aduana, obviamente, de frontera en pleno monte.  

El agente defiende la teoría de que Guatemala es la cabeza centroamericana en cuanto a transporte de cocaína hacia Estados Unidos, son los hombres de confianza de los mexicanos y de los colombianos. Sin embargo, aseguró que las organizaciones hondureñas del occidente del país, como las de Copán, tienen un fuerte poder de negociación, gracias a su experiencia, y que eso queda demostrado por el constante envío de emisarios mexicanos a negociar a ciudades como Santa Rosa de Copán, sin intermediarios guatemaltecos de por medio.

—Y ya, que hoy solo íbamos a conocernos y ya empecé a hablar –dijo.

Detuvo el carro en una acera de Tegucigalpa, en medio de una colonia poco transitada. Cada vez que el carro no estaba en marcha, su mano estaba en la cacha de su Beretta. Con un gesto amable, me invitó a bajar. Lo hice y él se fue.

* * *

Parece que aquí un hombre sin pistola no es hombre. No exagero. Desde que iniciamos el recorrido al mediodía hasta ahora que salimos de El Paraíso y El Tigre continúa revisando a todos los tripulantes de cuanto carro nos cruzamos, solo dos hombres no han llevado al menos una pistola en el cinto. Hemos parado a 14 hombres. Solo uno, un pobre campesino en un carro destartalado, llevaba un revólver sin permiso, y ahora viaja esposado en la cama del pick up que escolta al nuestro, el que conduce El Tigre.

En estos caminos de tierra, las pistolas y los rifles son de lo más común, pero también más allá, cuando el lodo termina en pavimento.

Descendemos por la calle pavimentada que va desde el desvío hacia El Paraíso hasta La Entrada. La Entrada es un punto de carretera del municipio de Florida, como a una hora de la frontera. La Entrada, paso obligado para ir a El Paraíso, para ir a El Espíritu, para ir a la frontera donde los señores se mueven a sus anchas, es un asentamiento cada vez mayor, clave para el paso de la cocaína y la mercadería robada que transita la zona. La Entrada, digamos, es el punto intermedio entre la Copán civilizada y la Copán pistolera.

A la orilla de esta carretera hacia La Entrada, orina un hombre atrás de su carro. Anochece. El Tigre da la orden para que el convoy lo revise. El hombre vocifera, le grita algo a Rivera Tomas, el jefe policial del municipio de Florida, subordinado de El Tigre. Entonces aparece la camioneta del alcalde de La Jigua, repleta de hombres armados. Los 20 policías rodean y apuntan a los hombres. El alcalde arma su zafarrancho, se pone a insultar. 

—¡A ver, qué papadas pasa aquí! –interviene El Tigre.

El alcalde de La Jigua, Germán Guerra, lo ve, ve a El Tigre, y entonces entrega no una, sino las tres pistolas que andaba. Dos no tienen permiso, son armas ilegales.

—Hola, Tigre, gusto de verlo otra vez. Vaya, está bueno, llévese las pistolitas, pero yo tengo que irme a un velorio –pide, lambiscón.
—Entiéndase con Rivera Tomas –responde con desdén El Tigre.

Se acerca a Rivera Tomas, lo toma del brazo y le dice en voz baja.

—Haga el procedimiento. ¡Lo miro temblando! Deje la cagazón. Así como llevó al indito del revólver, lleve a estos señores.

La Jigua es uno de los cinco municipios considerados como zonas de control de los narcotraficantes de Copán debido a estar en la franja del departamento que toca Guatemala.

Rivera Tomas ordena que los suban a la cama del pick up, esposados, y los lleven a la delegación de La Entrada. Es evidente el nerviosismo de Rivera Tomas. Es evidente que el alcalde de La Jigua solo cambió la actitud cuando vio a El Tigre. Es evidente que lo ve pocas veces. Y también es evidente que está acostumbrado a tratar a los policías como sirvientes.

—¿Ve? Conmigo no se andan con mierdas –se pavonea El Tigre.

* * *

—Si yo creyera que dar mi nombre cambiaría algo, te daría mi nombre, pero no sirve de nada, porque estos señores que mandan en esta frontera no están solos, detrás de ellos están los hombres de corbata que gobiernan el país –justificó el ex alcalde por qué no se identificará en la conversación.

Nos reunimos a desayunar en un restaurante en las afueras de Santa Rosa de Copán. Para que accediera a presentarse, este exalcalde de un municipio de la zona fronteriza de Copán, solicitó todo el protocolo habitual. Un conocido de confianza de él le dijo que confiara en mí. Le dijo que no publicaría su nombre, que no diría el lugar de la reunión ni el municipio que gobernó. Le dijo que tampoco le sacaría fotos. Entonces, aceptó hablar, e hizo un muy ilustrativo resumen.

—Mirá, aquí las cosas que parecen mentira, invento, exageración, no lo son. Hacen lo que quieren porque tienen todo el apoyo político que les viene en gana. El Chapo Guzmán sí que ha pasado por aquí, todos lo sabemos, ha estado en una hacienda en El Espíritu protegido por la familia Valle, los grandes lavadores de dinero de la zona, con hoteles en Santa Rosa de Copán y otro montón de negocios. Y ha estado en El Paraíso.

Por primera vez, de manera directa, pregunté por El Paraíso, por su bonanza, por su helipuerto y su alcaldía con ínfulas de El Capitolio.

—Mirá, todos los alcaldes de la zona sabemos cómo opera el alcalde de El Paraíso. Él no siempre te ofrece dinero. Cuando tenés ferias municipales él te manda a ofrecer lo que querás, jaripeos, grupos norteños mexicanos de prestigio que te atraen gente y así recaudás más. Luego, él te pedirá favores. Eso nos pasó a muchos alcaldes. Y vos te preguntás, si mi municipio es tan pobre, tan rural como el de él, ¿por qué él tiene tanto dinero como para traer grupos mexicanos que cobran miles de dólares por una función?

Lo que el exalcalde me contó mientras desayunábamos lo confirmó otro alcalde en funciones que también recibió ofertas del edil de El Paraíso. Este notable alcalde de El Paraíso se llama Alexander Ardón, y viaja en una camioneta blindada escoltada por otras dos en las que se movilizan los 20 hombres armados que lo custodian día y noche. 

El interés mediático por El Paraíso se acrecentó cuando en 2008 el ex ministro de Seguridad hondureño, Jorge Gamero, calificó a ese municipio como “el punto negro de Copán”, un departamento ya de por sí célebre por ser clave en el tránsito de la cocaína sudamericana.

En una entrevista publicada en agosto de 2008 por el periódico hondureño La Prensa, la única que ha concedido el alcalde, Ardón se jacta de haber estudiado solo hasta quinto grado, de haber nacido pobre y ahora tener crédito de millones de lempiras con los bancos. Asegura que su municipio y él son ricos por la leche y el ganado. Dice que es un negocio millonario ese. 

Ardón se define como un hombre humilde, pero asegura que es, literalmente, el rey del pueblo. Rehúye las respuestas sobre sus vinculaciones con el narcotráfico, y acepta que, por estar en la frontera, muchos ganaderos como él se han beneficiado del contrabando de ganado. Por lo demás, Ardón no da entrevistas ni recibe medios.

Quien sí lo hace es el obispo de Copán, Luis Santos, que desde 2008 ha declarado a diferentes medios frases que bien podrían ser impactantes titulares si no fuera porque en Copán ya cualquier declaración sobre el mundo del narcotráfico, por estrambótica que sea, se lee como normal. “En El Paraíso solo la iglesita queda, porque todo lo demás ya lo compraron los narcos”, dijo. “En El Paraíso hay aldeas donde pueden verse mansiones”, dijo también. “En El Paraíso las muchachitas no aceptan al novio si no tiene un carro último modelo, que los narcos sí tienen”, dijo. No nos perdamos: recordemos que El Paraíso es un municipio refundido en la frontera, refundido en Honduras, con acceso de tierra, de lodo.

—Hay cosas que todos sabemos, como que en El Paraíso en las elecciones de alcaldes y diputados de 2009, las urnas se cerraron a las 11 de la mañana con ayuda de hombres armados que repartieron a cada delegado del Partido Liberal 3,000 lempiras y los despacharon. Se llevaron las urnas y las terminaron de llenar –me dijo el ex alcalde en el desayuno.

Dos fuentes más me confirmaron este hecho en Santa Rosa de Copán. Uno de los que lo hizo es miembro del Partido Nacional, al que pertenece el alcalde Ardón. Los números de las votaciones hablan de unos muy inusuales resultados en El Paraíso en comparación con el resto de municipios. De los 12,536 votantes que podían decidir en ese municipio, 9,583 fueron a las urnas. Es el que menos abstención tuvo en todo el departamento de Copán. De esos votantes, solo 670 eligieron al Partido Liberal. Los otros 8,151 dieron el triunfo al Partido Nacional. Fue tanta la diferencia que El Paraíso estuvo a menos de 1,000 votos de conseguirle un diputado más a su partido en ese departamento. En los demás 22 municipios de Copán la diferencia de votos entre un partido y otro nunca superó las 600 marcas. En el municipio de Ardón, su partido barrió por 7,481 votos a sus contrincantes.

Es un hecho, si alguien se acerca a Copán a preguntar por el narco, el nombre de El Paraíso y de su alcalde terminarán saliendo a la plática. Eso le ocurrió, por ejemplo, al investigador y periodista estadounidense Steven Dudley, quien en su investigación de febrero de 2010 para el Woodrow Wilson Center y la Universidad de San Diego obtuvo información de la inteligencia policial así como de oficiales de la misma institución que le aseguraron que Ardón trabaja directamente con el Cártel de Sinaloa y que es usual que en este municipio se celebren fiestas de capos centroamericanos y mexicanos. Por eso no es de extrañar que en febrero de 2010, el actual ministro de Seguridad hondureño, Óscar Álvarez, declarara a la mexicana Radio Fórmula que el Chapo Guzmán, el capo mexicano más poderoso, vacaciona en El Paraíso.

Álvarez también dijo que a El Paraíso han llegado a tocar Los Tigres del Norte para amenizar fiestas de capos organizadas por el alcalde. Sin embargo, y aunque el folclor llama más la atención, pocos reparan en lo que me hizo ver mi informante de inteligencia.

—Con todo y su mala fama, Ardón es el alcalde de un pueblito perdido, pero es capaz de convocar, como lo hizo para la inauguración de su palacio municipal con helipuerto, a los políticos y empresarios más importantes de este país. Es un hecho, por eso no se permitió libertad de fotografías en el evento. ¿Por qué pasa eso? Porque uno de los mecanismos más eficientes para asegurarte tu tranquilidad, tu bienestar como señor de la frontera, es financiar campañas políticas departamentales y nacionales. Así, cualquier problema futuro se resuelve con una llamadita a tu amigo el importante político.

Según el alcalde en funciones y el ex alcalde con quienes hablé, aquella inauguración del pulcro palacio de El Paraíso fue una alfombra roja de diputados, funcionarios y empresarios.

* * *

El Tigre no quedó satisfecho con las órdenes que le dio a Rivera Tomas. Está estresado. Las oficinas no son su fuerte. Primero, condujo a toda marcha para encontrar un furgón que fue robado con todo y su carga: un tractor. Efectivamente, el furgón estaba a orillas de la carretera que va de La Entrada a Santa Rosa de Copán. Como era de esperar, el tractor había desaparecido. O sea que entre las 5 de la tarde que lo robaron y las 11 de la noche que llegamos, los delincuentes trasladaron un tractor de plataforma a plataforma y desaparecieron.

—Es que aquí no son rateros de cartera los que andan. Esto es frontera, aquí hay señores criminales. ¡Es por gusto, vámonos! Ese tractor ya ha de estar entrando a El Salvador por algún lugar de Ocotepeque –ordena El Tigre a los dos policías que escrutaban la oscuridad que rodeaba el camión mientras apuntaban al monte con sus M-16.

Pasó lo del camión, y ya hace media hora que estamos en la delegación de La Entrada para que El Tigre se cerciore de que Rivera Tomas no dejará ir al alcalde de La Jigua.

Alrededor de la delegación donde el alcalde firma furioso las actas de detención se han apostado 10 personas que, si no son guardaespaldas, intentan parecerlo. Nos examinan, nos filman con las camaritas de sus teléfonos a los policías y a mí, hablan por teléfono, nunca dejan de hacerlo, y se acercan para que los escuchemos: Ya lo vamos a sacar. No saben con quién se metieron estos pendejos. Le vamos a llamar al ministro. En unos minutos lo sacamos.

Pero El Tigre no está de acuerdo. Allá en la esquina azora a Rivera Tomas diciéndole que cuidadito y deja al alcalde de La Jigua pasar la noche en su casa.

Subo a la patrulla con El Tigre. Vamos solos en la cabina. En la cama del pick up van tres agentes. Avanzamos en silencio hasta que una llamada interrumpe en el celular de El Tigre.

—¿Que qué? ¿Que llamó a Barralaga? ¡Me vale verga! ¡Ahí me lo tiene!

Jorge Barralaga es el jefe policial de Copán. El Tigre es su jefe regional, y no se llevan nada bien. El Tigre pidió que se investigara a Barralaga por haber permitido, contra sus órdenes, que 60 policías de Copán brindaran seguridad a la Alcaldía de El Paraíso el 28 de febrero de este año, durante la inauguración. “¿Dónde se ha visto que se descuide todo un departamento para cuidar una alcaldía perdida?”, se pregunta El Tigre. No solo fueron los 60 que envió Barralaga, sino que, según correspondencia interna policial que pude ver en Tegucigalpa, se enviaron otros 20 agentes y algunos militares. Un ejército resguardó la inauguración de una alcaldía que gobierna a poco más de 18,000 personas. En algunas delegaciones solo quedó el motorista. Luego del evento, dice el documento en poder de la dirección nacional de la Policía, los más de 80 servidores públicos se formaron y recibieron 1,000 lempiras cada uno de agradecimiento. La Alcaldía de El Paraíso agradeció con más de 80,000 lempiras (casi $5,000) el gesto multitudinario de los encargados de la seguridad de esta frontera.

En su carta de protesta, anexa al documento, El Tigre se queja de que esto representaba “una violación y desprestigio de la imagen”, porque evidenciaba que “nuestra Policía está al servicio de individuos dedicados a la actividad del narco”. La queja de El Tigre terminó en un llamado de atención hacia él por su mala relación con los alcaldes de la frontera.

Seguimos en silencio por la carretera unos cinco minutos. Nueva llamada en su celular.

—Ajá, dígame. ¿Que qué? ¿Que también llamó el ministro de Seguridad preguntando que por qué han detenido al alcalde? Bueno, hasta que no les diga que lo liberen, ahí me lo tienen.

Cuelga.

—Condenados estos, no dejan de mover sus hilos –me dice, riendo.

Seguimos en silencio. Tres minutos nada más. Nueva llamada. 

—Ajá, ajá, dígame… Sí, ahí lo tengo detenido, publíquelo… Ajá, entonces no es información lo que usted quiere, sino que yo libere al alcalde.

Tapa la bocina de su celular, pone el altavoz y me dice en susurro que es una periodista importante de la zona.

—Fíjese que me llamó el diputado Marcio Vega Pinto (diputado por Copán), que intercediera, que porque yo tengo contactos con usted me dijo –dice la voz de mujer.
—Pero ya sabe que en eso no la puedo ayudar –responde El Tigre.
—Se van a enojar todos esos alcaldes, ellos son bien amigos.
—Sí, ya sé que todas esas fieras me van a recordar de por vida.
—Mire, tenga cuidado, dicen que ese alcalde es socio de Los Valle, los de El Espíritu.
—¿Y que a esos Valle no les entra el plomo, acaso?

Quita el altavoz para despedirse de la periodista.

—No va a dejar de sonar el teléfono –me dice El Tigre-. Hasta que suelten a ese alcalde.

Aquí, en la frontera entre Guatemala y Honduras, entre Honduras y El Salvador, el dominio de los señores del narco se parece menos a un pueblo lodoso en la frontera y más a unas llamadas telefónicas que contesta gente que está lejos de la frontera.

Seguimos en silencio. Esta vez es un silencio que hace que El Tigre se sienta incómodo.

—¡Bueno, bueno, está bien! –irrumpe-. Si me dice que esos señores controlan la frontera porque saben cada vez que entro a El Paraíso o El Espíritu, le digo que sí. Me pregunto por qué, y respondo que porque mi gente está infiltrada.

Seguimos en silencio, pero sigue siendo incómodo, porque El Tigre me voltea a ver, como esperando que yo lo interrumpa.

—Se quedó inquieto –le digo.
—Es que está bien, si usted me dice que los señores narcos mueven libremente las drogas en esta frontera, yo le digo que sí, porque nunca he decomisado ni un granito de cocaína…

El Ministerio de Seguridad calcula que cada año atraviesan el país 300 toneladas de cocaína. Copán se considera la principal puerta de salida terrestre de esa droga hacia Guatemala.

—¿En todo este año no ha decomisado ni un granito en tres departamentos que hacen frontera con Guatemala y El Salvador?
—Nada de nada. Y me pregunto por qué. ¡Eso sí, yo no me le ahuevo a nadie! ¿Vio o no vio?
—Es cierto, Tigre, veo que no se le ahuevó al alcalde, ¿pero de qué sirve eso?

Seguimos en silencio hasta llegar a Santa Rosa de Copán.

 

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