Hasta donde sabemos, antes de morir, la última persona con la que Saúl Cedillos habló fue Eusebio Pleitez, director del Instituto Nacional de Comercio, Administración y Democracia. Del director solo diremos que luce cansado y fofo, que dirige una pequeña casa donde funciona un instituto, que es dueño de unas palabras estiradas y cansinas, de un escritorio ancho y antiguo -de madera y con polillas-, y de unos diplomas grises colgados en la pared.
La casa-instituto es pequeña. Tiene tres cuartos que funcionan como claustrofóbicos salones de clases y un patio tan angosto en el que no caben 20 personas paradas. La casa tiene un cuarto más que funciona como oficina del director. Es por lo ocurrido dentro de esa oficina por lo que conocemos algunas de las últimas palabras de Saúl Cedillos.
Aquella no fue la primera vez que el director platicó sobre el mismo tema con ese estudiante. Para Saúl Cedillos lejos de esas pequeñas paredes había algo mucho más interesante y adictivo que el encierro, y por eso ya había escapado muchas veces.
—Vamos a veeer, Saúúúl, ¿qué has decidiiido? ¿Seguirás con tus auseeencias, con tus escaaapes? –preguntó el director, sentado al otro lado del escritorio.
—Es que ya le dije: en mi casa necesitan dinero y por eso hago más jornadas en el taller donde trabajo –respondió el muchacho, de pie.
—Ya te había dicho que arreglaras tus horarios, Saúúúl. ¿Quieres que lo hablemos con tus paaadres?
—No, señor. Ya no faltaré a clases –mintió el muchacho.
—¿Es una promeeesa?
—Sí.
Dos horas después, a las 11 de la mañana del jueves 18 de agosto, Saúl Cedillos escapó de nuevo y el director ni cuenta se dio porque desde su oficina solo ve lo que ocurre en el patio. El salón de clases de Saúl, por el contrario, tiene la puerta enfrente y a solo unos pasos de la salida.
El arrugado vigilante de la colonia en donde está la casa-instituto fue la última persona que, hasta donde sabemos, vio con vida al estudiante. 'Iba solo. Apurado… como preocupado… así: pensativo y cabizbajo”, recuerda.
* * *
La colonia donde fue asesinado Saúl Cedilllos tiene el nombre de un banco extinto: Ciudad Credisa. Es un puñado de casas empinadas y alejadas de la línea de un tren en desuso que atravesó alguna vez San Salvador. De la línea del tren para abajo, Ciudad Credisa es zona controlada por la pandilla Barrio 18. De la línea del tren para arriba, es zona controlada por la Mara Salvatrucha.
Saúl Cedillos murió en la parte alta a la 1 de la tarde del jueves 18 de agosto. Murió en una zona alejada una veintena de kilómetros de su casa y de sus amigos. Saúl vivía en un municipio violento llamado Mejicanos y murió en otro más violento llamado Soyapango. No tenía cómo defenderse y los pequeños y morenos músculos que esculpió con pesas de nada le sirvieron contra una pistola nueve milímetros.
A Saúl le gustaba levantar pesas y jugar balonmano primitivo, un deporte de muchas caídas y empujones. Cuando jugaba lo invadía una fuerza colérica que le permitía sacudirse a los rivales que intentaban robarle la pelota. Lo botaban, le brincaban encima y él aun así se levantaba con todo y balón. Una de sus amigas, alguna vez, escuchó que Saúl gritó “¡a-laa -graaan-puuutaaa!” mientras se sacudía a aquellos que lo contraminaban en el suelo. Aquel día, cuando sonaron los disparos, Saúl murió. Pero no al primero ni al segundo. Tampoco al tercero ni al cuarto ni al quinto, y ni al sexto ni al séptimo ni al octavo. Murió hasta cuando la novena bala hizo estragos detrás de su ojo derecho.
“Pobrecito -dijo una anciana cerca de la escena del crimen-. Y pobrecita la mamá: imagínese, a estas horas ha de estar pensando que su hijo anda en clases”.
Saúl vestía un pantalón gris de uniforme y una camisa blanca sin identificativo. Llevaba bolsón, y adentro del bolsón, cuadernos. Tenía 17 años y era estudiante. En uno de los países más violentos del mundo los estudiantes también mueren asesinados. Él fue el número 104 de una lista que llegó a 139 casos para octubre de 2011. Al día siguiente de su homicidio, las imágenes de su cuerpo inerte acompañaron noticias que hablaban del homicidio de otro estudiante.
De Saúl sabemos también que tenía muchas novias. “Tan bonito que era el mono”, le dijo una vecina a su madre, el día de la vela. Sabemos, además, que aquella que le atribuyeron en la escena del crimen no era la novia oficial.
* * *
El sábado 20 de agosto un autobús repleto de jóvenes se aparcó dentro del cementerio Los Olivos. Ubicado en uno de los extremos del municipio de Mejicanos, el cementerio está al final de una hilera de colonias alineadas con pasajes estrechos y diminutas casas de un solo piso. En esa colonia domina la Mara Salvatrucha y los que se bajaron del bus eran los amigos y excompañeros de Saúl Cedillos.
Sabemos que para prevenir problemas entre los lugareños y los jóvenes dolientes, la mamá de Saúl, Flor, pidió apoyo a la Policía. Entonces, detrás del autobús, como si fuera parte del cortejo fúnebre, ingresó un carro patrulla.
Entre los que se bajaron del autobús estaba la novia oficial de Saúl: Claudia. Ella es una espigada morena con ojos almendrados a la que le gusta vestir camisas hechas para que los ombligos escapen. El día anterior al del entierro, el día de la vela, Claudia abrazó el ataúd y le gritó al vidrio que cubría el rostro de su novio: '¡Te lo advertí, Saúl! ¡Te lo advertí!'
En un vehículo aparte, al cementerio llegó también una mujer joven de pelo recogido, ojos claros y cuerpo gordito. Una que no es estudiante pero que conoce a la mayoría de los que iban en el bus. Ella recordaba a Saúl quizá como nadie más. Durante el entierro, en su cabeza marchó un ejército de inquietudes alimentadas por todas las confesiones que alguna vez le hizo Saúl en un cafetín, mientras ella preparaba platos de comida y él tomaba gaseosas. Pero aquella mañana de sábado, Pamela se guardó esos secretos y solo se decidió a llorar junto al resto de muchachos.
Al entierro no llegó el director con voz cansina ni los estudiantes que reciben clases en la casa-instituto. El grupo de amigos dolientes lo lideraron los excompañeros que tuvo en aquel instituto grande y con mala fama del cual lo habían sacado sus padres. Antes de enterrarlo, uno de estos habló por todos y dijo que su muerte no sería en vano.
Este grupo, antes de irse, formó una rueda enfrente del hoyo en el que fue enterrado el cuerpo de Saúl. Entonces los muchachos, abrazados, cantaron una canción muy peculiar. La entonaron queditos, entre murmullos.
“Que vayas con Dios
amigo del alma
me despido y jamás
me voy a olvidar
de nuestra linda amistad…”.
Esa canción del rapero Big Boy es parte del rito con el cual los pandilleros del Barrio 18 despiden a sus soldados caídos.
* * *
La oficina de investigación de homicidios de la Policía en el municipio de Soyapango está ubicada contiguo a un comedor que también es criadero de moscas. Es un amplio cuarto a la par de otro más amplio en donde se cocina comida barata y se escapa un olor como de aceite quemado que alcanza a los cubículos de los detectives.
Dos meses después del asesinato de Saúl Cedillos logré reunirme con el detective Antonio Ramírez. Nos vimos en el cuarto que es cafetín. Mientras hablábamos, ambos espantábamos moscas.
Del detective Ramírez sabemos que en la escena del crimen sacó la cartera que estaba en el bolsillo trasero del pantalón de Saúl Cedillos. En ella encontró un carné que lo acreditaba como alumno de un instituto diferente al de aquel en donde pronunció algunas de sus últimas palabras. Era un carné del Instituto Nacional Francisco Menéndez (Inframen).
Ramírez también encontró un celular, y dentro del celular dos fotos con las cuales sostiene la única hipótesis que tiene sobre el caso. Una de las fotografías era la imagen del escudo de El Salvador con un número 18 a un costado. 'La otra era la imagen de unos batos cholos como rifando'.
El detective está joven pero tiene unas ojeras pronunciadas que lo hacen ver mayor. Tiene más de 20 casos en espera de investigación aparte del de Saúl Cedillos. “Con tanta masacre que ocurre aquí… es que aquí sí matan gente…”, se excusó Ramírez, frente a un reclamo que solo apareció en su mente.
El caso de Saúl consta en un expediente de cuatro páginas, en donde la primera incluye la instrucción de realizar las diligencias que un fiscal le pidió hace dos meses: regresar a la escena del crimen, entrevistar a posibles testigos, a los familiares, a los amigos y a todos aquellos que hubieran tenido contacto con el joven. También le pidió que vaciara el contenido del teléfono móvil para verificar con quiénes habló Saúl antes de morir. Esas diligencias debían estar listas una semana después del asesinato. Dos meses después del crimen no se había hecho nada.
El detective dijo que lo tendrá que hacer pronto y se inquietó cuando le dije que a todos los que tiene que entrevistar ya los había entrevistado yo. Cuando le conté que nadie entiende la muerte de este estudiante, y que quienes cuentan de sus inclinaciones rebeldes aseguran que estas no fueron más allá de tener un pie afuera y otro adentro de una pandilla estudiantil, se recompuso. Entonces sacó a colación, de nuevo, las fotos alusivas a los símbolos de la pandilla Barrio 18. En el mundo del detective las sospechas siempre son de color negro o de color blanco. El gris no cabe ni por asomo.
—Pero eso no concluye nada –le dije.
—Él estaba metido en algo. Yo creo que si no caminaba, ya simpatizaba con la 18. ¿Dónde estudiaba?
El día que mataron a Saúl Cedillos el detective marcó el número de un director. Llamó a uno que tiene línea directa con la Policía, amén de que dirige una institución en donde cada año muchos jóvenes velan a sus compañeros de clases.
Sergio Mejía atendió la llamada en su oficina: un amplio salón con aire acondicionado y una mesa de madera pulida y brillosa. Luego de la petición del detective se sentó frente al ordenador y buscó un expediente entre los archivos digitales. Cuando encontró lo que buscaba, dijo: “Es un estudiante inactivo. Los papás lo sacaron de aquí en junio”.
* * *
Flor Reyes crio a Saúl Cedillos en un entorno con fuertes raíces evangélicas. Todos sus familiares van a la iglesia: papás, primos y su hermanita… Su familia no concebía que sus jóvenes vagaran en la colonia por las noches. Conocían los riesgos en la colonia y también conocían los peligros que arrastra el Inframen en su hoja curricular. Por eso hace dos años, cuando Saúl pidió que lo matricularan ahí, Flor se opuso con fuerza.
A la familia Cedillos le tocó vivir en una de las colonias más peligrosas de uno de los municipios más peligrosos de uno de los países más peligrosos del mundo. En 2010, su colonia, en Mejicanos, fue una de las 10 más peligrosas de El Salvador: ahí, entre pasajes laberínticos y viejos adoquinados asesinaron a 20 personas. Por eso a Saúl le imponían toques de queda. No deambulaba después de las 7:30 de la noche y en el día, al salir de clases, debía reportarse en su casa o en la de una tía, ubicada a dos cuadras de la suya.
La colonia de la familia es igual a la colonia donde murió Saúl: está al límite de los territorios dominados por las pandillas. Los Cedillos viven del lado del Barrio 18. Pero hasta donde sabemos, Saúl nunca anduvo en malos pasos en su colonia. Uno de sus mejores amigos, El Moisa, dice: “No vacilábamos después de las 7 de la noche porque la zona es muy peligrosa”. Con El Moisa fumaban Diplomat 100 sin mentol a escondidas de Flor, se reunían en las esquinas de la cuadra y se prestaban las zapatillas deportivas. De hecho, Saúl se quedó con las zapatillas favoritas de El Moisa y este nunca pensó en pedírselas. “Usted sabe, cuando alguien es vergón con uno, uno tiene que devolver con la misma moneda. Y Saúl era cabal conmigo. Lo voy a extrañar un vergo”, dijo, mientras lloraba, el día de la vela. El Moisa lloró mucho a su amigo ese día, el siguiente y durante toda esa semana.
Según El Moisa, los pandilleros de la colonia no fueron los que buscaron a Saúl porque ellos siempre los evitaron. “Allá abajo están los muchachos y es mejor no toparse en su camino”. El allá abajo es apenas dos cuadras, en un laberinto de calles adoquinadas que conducen a pequeños y enredados pasajes de una comunidad marginal.
—Él no era desorden, pero en esa escuela (el Inframen) tienen desorden. No todos los estudiantes, pero hay unos que sí tienen desorden. Por eso él mejor prefirió salirse, por unas cosas que me contó.
—¿Querían que se metiera?
—Ajá. Y la cosa es que cuando te metés en algo sabés que no andarás tranquilo en la calle porque andarás a otras personas atrás, siguiéndote.
Flor Reyes vivirá convencida de que matricular a su hijo en el Inframen fue un grave error. A ella le daba más miedo un instituto con puertas cerradas que las calles violentas de su colonia. Ella dice, tocándose el pecho, que cuando Saúl le contó que quería graduarse ahí, ella presintió algo que no puede explicar con palabras.
—¿A qué le temía?
—A que cambiara… a lo que le pasa a esos muchachos, a lo que miraba en las noticias… Tanto muchacho en problemas, desaparecido y asesinado.
La casa de Saúl Cedillos es una pequeña construcción de cemento con dos salas. En la primera hay una hamaca que ocupa un pequeño corredor y en la segunda hay unos viejos sillones que contemplan un armario cargado con fotos familiares. En esta sala, a finales de 2009, Saúl le rogó a Flor hasta convencerla de que lo matriculara en el Inframen. Dice Flor que le habló al oído, prometiéndole que se portaría bien, que no andaría en malos pasos, que se esforzaría. Dice Flor que su hijo siempre que la convencía le hablaba al oído. Pero ella aceptó matricularlo no porque estuviera convencida sino porque descubrió que la verdadera intención del muchacho era seguir las faldas de Claudia, la espigada morena que gritó “¡Te lo advertí, Saúl!” en la vela. Y Claudia, para Flor, era una aliada. “Cuando no me contestaba el teléfono yo le hablaba a ella para que averiguara adónde se había metido”.
En alguna de esas escapadas, Flor le reclamó a Saúl por su comportamiento. Entonces Saúl le habló al oído de nuevo: “Mamá, si usted sabe que yo sé cuidarme”. Se levantó del sillón y luego se metió en su cuarto a ver una película. Le gustaba ver películas pirateadas. Hoy es su hermana quien devora su colección. Se sienta en una silla pequeña y levanta la cabeza para alcanzar la imagen del televisor dispuesto en la cima del armario. Cerca de ese armario todavía está amontonada la ropa sucia de Saúl. Sobresale entre las camisas la de su viejo uniforme del Inframen.
La primera vez que Flor quiso sacar a Saúl del instituto fue al tercer mes de su primer año de bachillerato. El miedo a que le pasara algo la agobiaba. Los cuentos de Saúl y las noticias que miraba en la televisión alimentaban ese temor. Una vez Saúl llegó contándole que la Policía había encontrado los cuerpos de dos alumnas, envueltos en unas sábanas, en los alrededores del instituto. Las muchachas, de 16 años, habían desaparecido días antes y luego reaparecieron estranguladas. Ese caso, real, ocurrió en enero de 2010.
Luego vino la gota que derramó el vaso, o más bien, la primera bomba que le estalló cerca a Saúl Cedillos. En su vida este joven caminaba al igual que muchos otros jóvenes de El Salvador: como un soldado que atraviesa un campo minado.
El 13 de marzo de 2010, un fotoperiodista de La Prensa Gráfica captó el asesinato de un estudiante del Inframen a manos de un estudiante del Instituto Nacional Técnico Industrial (INTI). En la secuencia, el segundo acuchilló sin compasión al primero. Cuando terminó, el atacante le quitó la camisa roja del instituto a la víctima y huyó. '¡Te me salís de ahí!', le exigió Flor a Saúl, y este le habló de nuevo al oído. 'Mamá –le dijo-: ese bicho dundo fue por andar con el uniforme en esa zona. Uno sabe dónde puede y dónde no puede moverse con la camisa. Usted sabe que yo por eso no agarro el micro de la 47 porque ahí se suben los muchachos'.
Saúl se refería a los pandilleros de la Mara Salvatrucha. Esa es una de las rutas que controlan en Mejicanos. Sabía que subirse a ese microbús con el uniforme era una sentencia de muerte.
Tres meses después el muchacho dimensionó todo el campo minado. Un domingo de junio de 2010, en venganza contra la Salvatrucha, unos pandilleros de la 18 quemaron uno de esos microbuses que tanto evitaba Saúl. En el microbús murieron calcinadas 14 personas. A los pocos que consiguieron salir del vehículo en llamas los esperaba una lluvia de balas.
Saúl y El Moisa se enteraron al día siguiente y corrieron a ver la escena. Más tarde Saúl regresó a casa. Estaba conmocionado. Lo había impresionado el olor a carne quemada.
A los días de esa masacre la Presidencia de la República colgó en una de las calles aledañas a la colonia una valla gigantesca. En la imagen aparecía una especie de seudosupermán que se desabotonaba la camisa y mostraba en el pecho las letras ES. “Nadie va a intimidar a El Salvador”, decía el lema. El creador de la campaña sin duda no tiene ni la más remota idea de lo que significa sobrevivir en colonias como la de Saúl Cedillos o de cómo sobrevivir en un mundo como el de Saúl Cedillos.
* * *
30 días después de que Sergio Mejía se convirtiera en director del Inframen, un grupo de estudiantes encapuchados protestó frente a la entrada del instituto. Vestidos con el rojo uniforme de educación física y con los rostros cubiertos con pañoletas exigieron su renuncia.
La queja de los estudiantes puede parecer banal, pero detrás de ella, según dijo Mejía a la prensa en enero de 2011, había una verdad oculta. Los vigilantes del Inframen habían descubierto que vestidos con ese uniforme ingresaban al centro educativo pandilleros disfrazados de estudiantes. Entraban, se sospecha, para reclutar a aquellos jóvenes que ya tenían un pie adentro de una pandilla estudiantil que se autonombra como “raza nacional”. Por eso Mejía prohibió el uso diario de ese uniforme: para impedir el ingreso de estos pandilleros y para intentar que aquellos inmersos en batallas estudiantiles –y los que no- se expusieran menos frente a sus enemigos: los estudiantes de la “raza técnica”.
Antes de llegar al Inframen, Mejía dirigió otro instituto nacional: el Instituto Nacional de Comercio (Inco). Por eso sabía muy bien que en las batallas estudiantiles los uniformes, los cinchos y las camisetas son prendas de cuidado: identifican a los jóvenes guerreros, ponen en peligro a aquellos que no se meten en nada y son preseas codiciadas por el bando contrario. Preseas por las cuales hasta se mata.
De Mejía sabemos que hace siete años no tenía todos los problemas que tiene hoy. Daba clases de matemáticas en un colegio para niñas de familias acomodadas y entre sus principales preocupaciones estaba que sus alumnas no comieran en clase. Pero entonces vino la oportunidad de un ascenso y el profesor Mejía lo aceptó sin dudar. Hoy este hombre de piernas largas, voz severa y entradas pronunciadas conoce el tablero donde se mueve y sabe que en este hay desde buenos estudiantes hasta jóvenes que en sus mochilas esconden afilados puñales. Algunos de sus estudiantes lo intimidan. Y tiene por qué temer: a sus antecesores los han amenazado y a uno, en septiembre de 2001, incluso le lanzaron una granada que estalló cerca de la oficina principal.
En el Inframen, Mejía siempre carga un radiocomunicador a través del cual habla con los guardias de seguridad que controlan las entradas y salidas del instituto. Intenta estar al tanto de todo.
Cuando Mejía llegó al Inframen heredó una institución al borde de la locura. En 2010, el Inframen sumó 10 estudiantes asesinados o desaparecidos. Dice que en las clases lloraban algunas alumnas y un halo de incertidumbre paseaba por los rostros preocupados de aquellos que no se metían en nada. Y la incertidumbre continuó. En el primer semestre de 2011 asesinaron a cuatro más y en agosto, el exestudiante Saúl Cedillos cayó muerto en una colonia empinada de Soyapango.
A Mejía le costó reconocer de cuál estudiante le estaba hablando cuando le mencioné a Saúl Cedillos. Ni siquiera recordó que el 18 de agosto por ese mismo muchacho le preguntó un policía de Soyapango en una llamada telefónica. En una primera cita el director prometió buscar el expediente e intentar convencer a los profesores de Saúl para que hablaran sobre su alumno. En la segunda, Mejía confirmó que los papás de Saúl lo habían sacado del colegio en junio sin dar explicaciones; y en la tercera cita, dijo que sus compañeros de trabajo no querían hablar y él tampoco quería ponerlos en riesgo.
Luego lanzó una idea al aire, para intentar explicar por qué han matado a tantos estudiantes del Inframen. Una explicación que según él es aplicable a la mayoría de los homicidios de estudiantes que no son atribuibles a las batallas estudiantiles. Mejía cree que a muchos jóvenes los matan por los problemas que adquieren con las pandillas en sus comunidades de origen. Para él, muchos jóvenes no tienen la libertad de estudiar donde se les antoje porque esa decisión les puede costar la vida.
El director lanzó un ejemplo para reforzar su hipótesis. A mitad de 2011 suspendió a 10 estudiantes provenientes de cierta comunidad de San Salvador para salvarles la vida. “No podemos hacer más. A ellos los han amenazado en sus comunidades, dominadas por la pandilla contraria, para que dejen de estudiar en un instituto que… usted ya sabe…” El director es una persona que aun a puertas cerradas no se atreve a pronunciar el nombre de la pandilla contraria ni el de la que influye en algunos de sus estudiantes.
De los 10 jóvenes amenazados, dos optaron por arriesgarse y siguen llegando a clases. Los otros ocho se han quedado en sus casas. 'Es que son muchachas y eso las hace más vulnerables'. A las muchachas, para que no pierdan el año, se les da educación a distancia.
Para él, que sean estudiantes las víctimas mortales también es circunstancial. 'Ahí quieren que debatamos –el gobierno- el problema pero es que no es a estudiantes a quienes están matando. Es a jóvenes de cierta edad, de cierto estatus que, claro, en el momento en el que los asesinan, son estudiantes'.
En nuestro último encuentro le pedí que me permitiera pasear por el instituto para hablar con aquellos estudiantes que estuvieran dispuestos a hacerlo. Se negó rotundamente. 'Por la seguridad emocional y física de ellos, y por seguridad nuestra. Nunca sabemos con quiénes estamos hablando. Usted debería tener cuidado también'.
* * *
En un lugar cuya ubicación no diremos hay un cafetín. Tiene dos planchas para cocinar y cuatro mujeres que ora están sirviendo platos, ora lavando trastos, ora regresando vueltos. Una de esas mujeres lleva el pelo recogido, tiene ojos claros y cuerpo gordito. Su nombre es Pamela, pero todos la llaman “Pame”.
Un día de mediados de septiembre un estudiante llegó al comedor 15 minutos antes de entrar a clases. Se quitó el bolsón, llamó a Pame y le pidió permiso para guardarlo sobre el techo de lámina que cubre una de las bancas de la esquina: la banca donde se sentaba Saúl Cedillos. Luego el estudiante tomó camino hacia el Inframen. 45 minutos después regresó molestísimo con un maestro, según dijo.
—¿Qué te pasó? –preguntó Pame, mientras empaquetaba unos platos de pollo frito con arroz y ensalada.
—Ese viejo hijueputa no me dejó entrar y había examen.
—Vos tenés la culpa: mirá a la hora que veniste… te fuiste a joder y luego querés entrar de campeón así nomás.
—¡Me las va a pagar, Pame! Yo sé qué bus agarra, para la Nacional agarra. Sé dónde se baja del bus también.
Dijo eso y chocó su puño derecho contra su palma izquierda mientras bufaba como caballo salvaje.
—¡Calmate! ¿Qué vas a ganar poniéndote así? Igual vas a dejar la materia.
—¡El año ya no lo gano, pero bien que me gano otra cosa buscando a ese viejo cerote!
—Ay, bicho loco —dijo Pame y se encogió de hombros. El muchacho bajó su bolsón del techo de lámina y se despidió, y mientras caminaba repetía en voz alta: 'Otra cosa voy a ganar, otra cosa voy a ganar…"
* * *
Un día de inicios de 2010, a la banca cubierta por un techo de lámina llegó a sentarse un estudiante que se había pintado el pelo.
—¡Veee! Te querés morir rápido.
—¿Por qué dice eso, Pame?
—Que no sabés que los pelirrojos se extinguirán antes que todas los demás especies. Salió en National Geographic, ¿no lo viste? -dijo Pame, y luego se echó una carcajada.
El pelirrojo era Saúl Cedillos. Pame lo conoció hace dos años, cuando Saúl llegó a comprar una gaseosa a ese cafetín. Dice que de entrada hicieron química. Con el tiempo él la convirtió en su confidente y ella en uno de sus mejores amigos. 'Mire: hay cosas del pelirrojo que no le puedo decir porque son secretos que me dio a guardar', me dijo, sonriendo, la primera vez que platicamos.
De Pame sabemos que trabaja en ese cafetín desde hace seis años. Entre pollos fritos, chiles rellenos, pagos y vueltos, se ha convertido a fuerza de sonrisas y bromas en una mujer de confianza para un nutrido grupo de jóvenes que orbitan alrededor de ese cafetín.
De Pame también sabemos que una mañana de mediados de septiembre le prestó dinero a cinco estudiantes sin apuntar la deuda en una libreta. También sabemos que ese mismo día, otros cinco estudiantes llegaron a pagarle la cora que le debían.
Pero a ella no la buscan solo para pedirle dinero prestado. También la buscan para contarle sus aventuras más aguerridas, sus alegrías inspiradas por hormonas y feromonas y también sus más terribles tristezas. Pame es como un oasis. De entrada sonríe, inspira confianza, pronuncia palabras que abrigan. Ella va para los 30 años pero su cara alegre, sus ojos radiantes y la risa que suelta siempre que hace alguna broma la hacen ver menor, apenas unos años arriba de los estudiantes que ya pisan la mayoría de edad. Pame es como una hermana mayor para todos ellos.
Tres semanas después de nuestra primera plática accedió a revelarme un poco más de Saúl, amén de que, según dijo, me estaba haciendo una imagen equivocada de su amigo. En ciernes estaba la posible inclinación de Saúl hacia el Barrio 18, a juzgar por las fotos que le encontró en el celular el detective Ramírez. Pame, entonces, insistió en que dejara de pensar como policía.
—No, mire, él no se había metido –me dijo-. Pero estaba en un momento, ¿cómo le digo?... como de transición en su vida. Usted sabe cómo es su mamá, cómo lo han educado, y aunque lo otro le atrajera, como que lo conflictuaba. Pues, él con sus valores, con su forma de ser... porque mire, ese niño sí que era una persona que de entrada uno se daba cuenta que no mataba ni una mosca.
—¿Y las fotos, Pame? ¿Qué significan las fotos?
—¡Ay! Mire, no se abata. Si por eso dicen que era pandillero es porque son brutos los policías. Entonces tendrían que decir que todos los estudiantes del Inframen son pandilleros. Ya ve cómo es ahí, y quiérase o no a estos bichos los mueve lo que ahí hay, pues, porque los rivales no distinguen para atacar a uno de estos bichos.
—¿Se metió a la pandilla, Pame?
—No, se lo juro que no. Pero sí estaba como conflictuado por todo lo que le pasaba. No tomaba la decisión pero sentía como empatía…
* * *
El 18 de septiembre de 2011, al mes del asesinato de Saúl Cedillos, sus antiguos compañeros del Inframen se repartieron unas placas con su fotografía. En la placa estaban escritas estas leyendas: 'La raza nunca olvida. El Green. Nacionales. Inframen'.
Pame cree que hay una gran diferencia entre un joven metido en una pandilla estudiantil y un pandillero de la 18 o la MS. Saúl, según Pame, no se había metido a la 18 como cree el detective Ramírez de la Policía de Soyapango. Saúl estaba fascinado con la raza nacional, una frontera difusa entre el Barrio y el territorio de las pandillas estudiantiles.
Si en las pandillas Barrio 18 y MS hay brincos, soldados, palabreros, jerarquías y misiones para delinquir; en las pandillas estudiantiles hay jóvenes que pueden llegar a odiar a muerte a los otros jóvenes del instituto rival.
El conflicto entre estudiantes técnicos y nacionales no es igual al conflicto entre la MS y la 18 pero es tan delgada la línea que los separa, y tan compleja también, que se desdibuja alrededor de los símbolos, de las identidades y de las simpatías que cada bando profesa a una de las dos pandillas. Una simpatía que nació en los primeros años de la década de los 90, cuando los primeros pandilleros californianos deportados se acercaron a los institutos como quien busca una cantera: la MS se identificó con los técnicos y la 18 con los nacionales.
Muchos años después, jóvenes como Saúl Cedillos aprendieron que no pueden vestir su uniforme escolar cerca de su colonia si en esta hay presencia de la pandilla rival del instituto. Muchos años después, el director de un instituto nacional suspendió a 10 estudiantes a mitad de 2011 porque esos jóvenes cruzaron sin querer una línea imaginaria al salir de sus comunidades, dominadas por la MS, para estudiar en un instituto influenciado por la 18.
En medio de tanta violencia, lo que queda, según Pame, es 'empatía'. Por eso, siempre que asesinan a un Inframen se sospecha que los responsables fueron los técnicos o la MS. Y viceversa. Luego la raza se enorgullece con sus muertos y hace medallitas como las que hicieron para recordar a Saúl. En ese mundo, dice Pame, es fácil que cualquier muchacho en un momento determinado quede fascinado y quiera defenderlo todo.
Pame alguna vez también fomentó la fascinación de Saúl hacia la raza nacional. Alguien le regaló un cincho con el escudo del INCO y ella se lo regaló a Saúl sin pensarlo. Luego se arrepintió, porque ella sabe lo que significa un símbolo como ese: identifica, provoca empatía, orgullo y pertenencia. 'Estaba emocionado. Se levantó de la banca y se lo puso de inmediato. Después me quedé pensando que la había regado, que si la mamá se lo miraba, conmigo se iba a desquitar', dice Pame y luego se tira una carcajada.
—Con solo que no me vaya a decir que en el Inframen no hay pandilleros, Pame…
—Mire: ahí sí hay de todo, como ya se habrá dado cuenta, pero pesa más lo otro, lo de la raza, que le llaman. Sí hay muchachos, así, completos, no se lo voy a negar, pero pesa más lo otro.
* * *
En un muro de Facebook dedicado a estudiantes nacionales, a las 21:43 horas del 23 de septiembre, Snow escribió:
'hey vichona floja de la rider te espera la raza soyas IN y parques DJG cerka del INFRAMEN pero llevanos las regalias de la rata y la iron y la guanaca y hoy si llevan spray para akapararlos y mancharles el pelo traboniarlos y zapatiarlos'.
A las 2:14 horas del día siguiente, Rider contestó:
'Pobre culeritosi no pudiero solo con 6 jaja ban a poder con la mara 503 k pedorros desime papa pedorro papi desime jajaajaj te gusto va culero asta la paca de tu burro sete kedo jajaja k culero la Salvatrucha en grande'.
Pame me había dicho que buscara en Facebook para entender mejor 'eso de las razas'. En Facebook hay páginas y perfiles de estudiantes del Inframen y del Inti que hacen señas con las manos adentro de un salón de clases, en el patio, en la calle…
También hay perfiles de estudiantes del instituto hermanado con el Inframen, el INCO, el que alguna vez dirigió Sergio Mejía. En todos esos perfiles hay fotos de mascotas vestidas como si fueran pandilleros, con pantalones holgados, como los usan los vatos cholos. También hay dibujos de estudiantes cholos posando sobre un grafito del Inframen, un dibujo parecido al que llevaba Saúl Cedillos en su celular.
En una secuencia de fotos que subió un estudiante del INCO el protagonista es un machete: uno con el machete, dos con el machete, tres con el machete, el machete en el centro de un grupo de estudiantes que viajan dentro de un bus que los lleva hacia alguna excursión, una chica uniformada con el machete adentro de un salón de clases…
En Facebook también hay emblemas y preseas: cinchos alusivos a los institutos nacionales y cinchos alusivos a los institutos técnicos. Dependiendo del bando en el que se postee, los emblemas del bando contrario aparecen siempre boca abajo y con comentarios amenazantes: “en bolsa van aparecer estos perros chavalas de mierda de los IN (institutos nacionales)”, posteó en una de las páginas de supuestos alumnos del Inframen alguien que se decía del Instituto Nacional Técnico Industrial (INTI). “Mierdas del club del Mikey Mouse, los vamos a hacer picadillo”, respondió un supuesto estudiante del Inframen.
Seis días antes de que asesinaran a Saúl Cedillos, en Facebook, otro grupo de jóvenes lloró en 200 comentarios el asesinato de un estudiante del INCO. Se trataba de Águila, un joven que murió en la sala de emergencias de un hospital público minutos después de haber sido acuchillado en el centro de la ciudad capital.
El 12 de agostó en el muro de Águila, Lotto, uno de sus amigos, escribió:
'El compadrito queria ser loko y ganarse su respeto........ ahora ya no esta con nosotros pero ants de irse logro ganarse su respeto y lo vamos a recordar como los grandes..... como lo demostro hasta el ultimo momento....... Guerriando hasta el final......... dio su vida por el instituto y eso no se va a quedar asi malditos perros de mierda...... RIP SR. ÁGUILA.............Que Diosito me lo tenga con el en el cielo.......siempre lo llevaremos presente en la mente y me voy a desquitar aunq m tilden de delincuent..... Se metieron con la family E.N.C.O. y eso no se hace........!!!!!! Asi q nos vemos a la vuelta de la esquina para la revancha............'.
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Escribí un mensaje al inbox de Lotto para que me contara qué pasó con Águila y respondió dos días después.
'Bien viejo l es l águila pues fue a las 6y30 d la ma~ana l 12 d agosto frent al palacio nacional lo traboneron con una mariposa unos dl iti al águila lo auxiliaron 2 ke handaban con l y corrieron hasta l punto d la 48 fue ahí cuando l águila c dsmayo en ese momento iva pasando una patruya n la ke lo subieron pro el ya iva inconcient fue en l hospital ke trajicament murio. Esa s la historia viejo'.
El 13 de agosto de 2011, otro de los amigos de Águila posteó el video de la canción que le cantaron a Saúl Cedillos en el cementerio. Aquella canción que utilizan los dieciocheros para despedir a sus soldados caídos también la invocan jóvenes que en Facebook se dicen simpatizantes de la raza nacional.
A 30 facebookeros les gustó eso.
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A finales de 2010, un estudiante llegó al cafetín con la camisa estrujada y sucia. Sudaba cuando llegó al comedor de Pame. Estaba como encendido, como si una descarga de energía lo hiciera sentarse y pararse, sentarse y pararse de nuevo, y dar vueltas alrededor de su banca preferida. Se tronaba las manos también y miraba para todos lados. La última vez que se sentó fue cuando le pidió agua a Pame.
—¡Casi me matan, Pame! –dijo.
—¿¡Qué te pasó, pelirrojo!?
—Ahí en la parada me agarraron a patadas. Si no hubiera llegado el Chino ya no se lo cuento. Ya dos contra dos no les gustó… ¡Casi me agarran, Pame!
Antes las avanzadas contra los del Inframen ocurrían cerca de la puerta, pero desde inicios de este año el escenario cambió. Cerca de la puerta hay una estación móvil de la Policía dentro de la cual dos agentes se detienen las quijadas todo el día o, a veces, se entretienen con las guapas estudiantes que desfilan frente a sus ojos. La estación la pidió el director Sergio Mejía y el mismo director de la Policía Nacional Civil, Carlos Ascencio, fue a inaugurarla una mañana soleada de enero de 2011.
Con el tiempo, esa caseta lo único que logró fue que las peleas ocurran más arriba, en una parada donde se detienen los buses que vienen del centro de San Salvador o del centro de Mejicanos. Ahí se bajan, provenientes de ambas direcciones, decenas de estudiantes que luego caminan un kilómetro cuesta abajo.
Se les puede ver a las 6 de la mañana, bajando en grupos, como si fueran manadas que intentan protegerse de fieras salvajes. Se les puede ver al mediodía y pasadas las 6 de la tarde. Es raro que un estudiante del Inframen busque solo la parada de su conveniencia. La vez que golpearon a Saúl Cedillos, recuerda Pame, él venía solo porque iba tarde a clases.
—Los estudiantes siempre van alertas —dice Pame.
El director Mejía, en uno de nuestros últimos encuentros, ocupó otra figura:
—Esos son mecanismos de supervivencia. Para entrar al INCO, por ejemplo, siempre cruzan en grupo un mercado que hay cerca de la entrada. Lo hacen así porque ese mercado está infestado por la pandilla que no va con el instituto. Si agarran a un estudiante solo, lo pueden matar o simplemente hacer desaparecer.
Otro método de supervivencia consiste en vestir ropa particular. Algunos alumnos llegan vestidos con jeans y camisas casuales, tenis, sandalias. Cuando entran al instituto se ponen el uniforme y cuando salen, de nuevo, regresan disfrazados a sus colonias.
—Para que no los identifiquen —dice Mejía. Saúl Cedillos, cuando emprendía su camino de regreso a casa, se quitaba la camisa y el cincho.
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La puerta del Inframen está custodiada por un vigilante que se turna con otro vigilante cada 24 horas. Cuando los alumnos entran, los vigilantes les exigen que comprueben con un carné que estudian ahí y que definan en cuál sección están inscritos. Entonces verifican en unos horarios colgados en la pared si la sección que los alumnos señalan tiene clases o no. Si no tienen, no los dejan entrar y les piden que se retiren.
Debajo de esa misma puerta, hace muchísimos años, las cosas funcionaban de diferente manera. El Inframen fue la cuna de ilustres personajes de la vida nacional. Era el instituto público por excelencia. Los mejores profesores del país daban clases a los mejores alumnos del país. De ahí se graduaron los ex presidentes Adalberto Rivera y Arturo Armando Molina, el poeta Alfredo Espino y -a finales de los 30s- una de las intelectuales más conocidas de El Salvador: la actual ministra de Salud, María Isabel Rodríguez.
Pero la gloria de antaño se ha desdibujado por completo. Hoy el Inframen, como el resto de institutos nacionales, se distingue más por la violencia contra sus estudiantes, por sus cachiporristas y por sus bandas musicales que desfilan el 15 de septiembre, día de la independencia.
En todos estos años muchos funcionarios del sistema educativo tuvieron que dormirse en sus laureles para que la excelencia académica de la educación media se haya transformado en un bonito y añejado recuerdo.
Solo así se explica que bajo la puerta que alguna vez cruzaron estudiantes que luego se convirtieron en líderes de época ahora se cuelguen advertencias. Estas son fotografías de muchachos que tienen prohibida la entrada. Son caras serias de carné, fotografías ampliadas de rostros con miradas desafiantes. En una de las visitas que hice el vigilante de la entrada me contó las historias detrás de esos rostros según el grado de sus travesuras: “Mire –señaló con el dedo-: este se sacaba sus partes y se las andaba enseñando a las muchachas en las zonas verdes; este otro una vez quiso ingresar con un puñal; este de aquí con un corvo y este último amenazó de muerte a un compañero después de casi matarlo con una gran cachimbeada'.
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Entre las pocas cosas que quedan por contar de Saúl Cedillos está la camarilla a la que ingresó dentro del Inframen. “¿Qué pedos?”, saludaba, cuando se topaba con su novia, Claudia, y con sus amigas: La Cookie y Morelia. En el grupo, a Saúl le decían “El Green”. Le pusieron así al inicio de año, cuando en una plática sobre la Navidad él dijo que esas fechas lo deprimían. Entonces de “el Grinch” su apodo degeneró en “El Green”.
Los cuatro muchachos se dedicaron todo el primer semestre de su primer año de bachillerato a vagar dentro del instituto. La Cookie, sonriente, gordita y juguetona, lo define así: “Mire: nos dedicamos ¡a joder! Es que si viera de los colegios de donde venimos, estar aquí, en esto tan grande, era como estar en un parque de diversiones”.
La Cookie estudió en una escuelita del oriente de San Salvador. Saúl y Claudia llegaron de otra pequeñísima de Mejicanos. Una que tiene un basurero en la fachada y tristes pupitres que se desarman con un soplido feroz. El Inframen con su parqueo interno, sus amplios patios, teatro, restaurante, cancha de fútbol y de voleibol, marca una gran diferencia. Antes tenía piscina, pero los terremotos que sacudieron al país entre enero y febrero de 2001 la inhabilitaron.
El prestigio de antaño y las instalaciones del principal centro de estudios público es lo suficientemente atractivo para que 2,600 estudiantes se la jueguen cada año. “Es que mire, esto es un parque de diversiones al que venimos buenos, no tan buenos y los muchachos”, me dijo La Cookie, riéndose, mientras señaló con la boca a un grupo de estudiantes que jugaban a perseguirse frente a la cancha de basquetbol en horas de clase.
Saúl y Claudia dejaron ese primer año y de los dos solo Saúl repitió en el Inframen. Flor Reyes no pudo sacarlo de ahí sino hasta en junio de 2011, luego de que una profesora se lo aconsejó porque Saúl mucho frecuentaba a 'los muchachos'. Entonces Flor lo matriculó en una pequeña casa-instituto dirigida por un director dueño de palabras estiradas y cansinas.
Antes de morir asesinado, Saúl se escapó en cinco ocasiones y en todas se juntó con sus amigos en el Inframen. En la penúltima, Saúl celebró junto a sus ex compañeros el día del alumno. En el patio grande se reencontró con La Cookie y con Morelia. Bebió vodka Troika de un termo plástico y bailó en los pasillos del corredor.
Más tarde fue al cafetín para saludar a Pame. Siempre la buscaba. En una de esas últimas escapadas llegó con la mano herida y le pidió a Pame que lo curara. Ella, bromista como es, exprimió medio limón en la herida. “¡Ay! ¡Ya ve cómo es, Pame!”
Pero aquella última vez que platicaron ella recuerda solo una extraña pregunta que le hizo su amigo:
—Pame: ¿y usted iría a mi funeral?
—Ve, este bicho loco. ¿Y por qué me preguntas eso? –respondió ella.
—En serio, Pame. ¿Usted iría a verme a mi funeral?
—Si das Pollo Campero sí voy –dijo, y rio.
—Las patas le voy a ir a jalar si no va… Pero en serio, ¿iría o no?
—Ya te dije: ¡si das Pollo Campero me echo toda la vela!
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En las primeras semanas tras la muerte de su hijo, hubo un tiempo en el que Flor Reyes creyó que lo habían asesinado por culpa de una muchacha. El día de su entierro, Flor se nos acercó para entregarnos una foto: era la cara sonriente de 'una muchachita que no conozco'. Saúl andaba esa foto en su cartera cuando lo asesinaron. Y aunque para la Policía esa foto no significó nada, el corazón de Flor Reyes le decía que algo tenía que ver. Algo. Sus sospechas surgieron luego de que todos los noticiarios que cubrieron la muerte de Saúl dijeran lo mismo: el joven asesinado venía de dejar a su novia. 'Averígüenme y díganme si anda aquí', nos pidió Flor.
Su sospecha también descansaba en una verdad ineludible: Saúl tenía muchas novias. 'Y solo por una muchacha sería tan bobo para irse a meter donde no debía'. Lo novio se lo sabían La Cookie, Claudia –que por extraño que parezca lo toleraba, siempre y cuando ella siempre fuera la oficial- y Pame.
A ella se lo confesó en el cafetín mientras coqueteaba con una chica que, a lo lejos, platicaba con su novio.
—Pame: ¿verdad que es bonita?
—¡Ay, Saúl! Que no ves que ahí está el novio.
—Pue sí, pero es que yo no lo estoy viendo a él… y ella sí me está viendo a mí.
—Ya te van a venir a dar un tu sopapo, por baboso.
—¡Ay, Pame! Si yo estoy bicho y guapo, y si no aprovecho ahorita, después no me va a salir nada.
En ese mismo cafetín Pame descartó que la muchacha de la foto fuera la que Saúl anduviera buscando en la colonia empinada en la que lo mataron. La muchacha de la foto era una de sus mejores amigas en el Inframen. La conoció en el trayecto que recorre la manada después de que se bajan del bus. “Él la protegía en el camino”, dijo Pame.
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El 22 de septiembre Saúl Cedillos habría cumplido 18 años. '¿Por qué mataron al estudiante?', me preguntó, ese día, frente a su tumba, la vendedora de sepulcros del cementerio Los Olivos. En el camposanto solo estábamos un vigilante, ella y yo. Le respondí que no había nada seguro sobre su muerte. La vendedora se encogió de hombros y me contó una historia corta: “La semana pasada enterramos a un maestro que fue asesinado por el novio de una inquilina que él tenía. ¿Ve donde está el toldo levantado? Ahí fue. La viuda nos contó que la muchacha no había pagado tres meses de alquiler y entonces el señor la sacó de la casa. A los dos días el novio, que era pandillero, lo llegó a matar. Por cualquier cosa matan a la gente, ¿verdad?'
Un mes después Flor me dijo que ese día no llegó al cementerio porque no lo hubiera podido aguantar. Los nervios la están traicionando. La visitamos por última vez porque ya habíamos advertido que vernos la hacía recordar demasiado a su hijo, y cuando Flor recuerda a Saúl llora.
Esa última vez las lágrimas bajaron de nuevo por su mejilla. Pasados unos minutos se recompuso y contó lo último que sabemos de Saúl Cedillos: la hizo abuela. 'Pero no sé cómo averiguar más. No sé…"
Entonces le hablé por teléfono a Pame, la confidente que guardó muchos de los secretos de Saúl.
—¿Quién se lo dijo? –preguntó, sorprendida, desde el otro lado de la línea.
—La mamá. A ella se lo contó Claudia, y a Claudia alguien que escuchó la plática que Saúl tuvo contigo en el cafetín.
Pame se tardó varios segundos antes de contestar.
—Sí, es cierto… No, no sé quién es la muchacha… Tampoco sé dónde vive… Dígale a la mamá que yo la voy a buscar para ver cómo hacemos... La niña tendrá cinco meses… Se llama Estrellita.