Las cárceles nicaragüenses son las más herméticas de Centroamérica. Desde el año 2009 el gobierno prohíbe el acceso a las más representativas oenegés que velan por los derechos humanos, y las posibilidades de entrar para un periodista son prácticamente nulas. Incluso la información es manejada con celo extremo por las autoridades sandinistas, y datos básicos como el número de reos o el presupuesto asignado se guardan como secreto de Estado. El hermetismo tiene además un marcado componente partidario: desde hace unas semanas, por ejemplo, a una voluntaria de una oenegé le prohibieron regresar a cárcel de mujeres porque trascendió que era familiar de Fabio Gadea, el líder que disputó la presidencia a Daniel Ortega.
Cuesta, pues, en Nicaragua, encontrar voces con acceso constante a las cárceles y no sometidas al oficialismo, y una de esas voces, si bien su discurso no es confrontativo, es la de la Iglesia Católica.
La persona que desde 1990 preside la pastoral penitenciaria de la Arquidiócesis de Managua se llama Luis Amado Peña Rojas. Nacido en febrero de 1939, las últimas dos décadas las ha dedicado a velar por las condiciones de vida de los privados de libertad, lo que lo ha convertido en testigo privilegiado de la evolución del sistema. Rara es la semana que no visita alguna de las cárceles –sobre todo Tipitapa, la más grande del país–, y su balance está más marcado por los grises que por los blancos o los negros.
“Estar más de siete años en una cárcel echa por tierra la idea de que las penas deben tener carácter reeducativo”, dice Amado Peña. Palabras que suenan cuasi revolucionarias en una Centroamérica tendente a eternizar las condenas, a pesar de que sus constituciones expresan con meridiana claridad que la finalidad del encarcelamiento es la reinserción, no la venganza. “El sistema penitenciario tiene como objetivo fundamental la transformación del interno para reintegrarlo a la sociedad”, señala el artículo 39 de la Constitución de Nicaragua.
Los ocho centros penales nicaragüenses los administra –y los cela– una institución llamada Sistema Penitenciario Nacional (SPN o el Sistema), adscrita al Ministerio de Gobernación. Construidas para poco más de 5 mil personas, a finales de 2011 albergaban a unas 8 mil 500. Hay un preocupante hacinamiento que se suma a infinitas carencias en infraestructura, alimentación y salud; sin embargo, si la comparación es con sus tres vecinos del norte, las cárceles nicas se erigen como el ejemplo a seguir. Son más humanas, menos conflictivas y más respetuosas de los derechos de los internos.
Pero algo está cambiando en los últimos años, advierte preocupado monseñor Amado Peña.
¿Recuerda su primera visita a una cárcel?
La primera… uuum… no, no la recuerdo. Sé que estuve alguna vez en los años finales del somocismo (1934-1979) y también durante la Revolución (1979-1990), pero eran visitas ocasionales. Cuando comencé a ir con frecuencia fue después de la llegada al gobierno de doña Violeta (Violeta de Chamorro, que asumió la presidencia en febrero de 1990).
Ahí es cuando la Iglesia Católica creó la pastoral penitenciaria.
Con doña Violeta el Sistema abrió sus puertas para que entráramos distintos grupos; se hizo, eso sí, porque no tenían ni para dar de comer a los reos y nos pidieron que les lleváramos comida.
¿Por qué optó por dedicarse a los reos habiendo otros grupos vulnerables?
Esas son cosas del Señor. El obispo me mandó llamar y me pidió que lo ayudara con las cárceles, y fue ahí que se creó la pastoral, porque antes no existía. Bueno, al principio la pastoral era de cárceles y hospitales, pero le hice saber que no se pueden montar dos caballos al mismo tiempo.
¿Cómo eran las cárceles en esos inicios?
Horribles. Más violentas que ahora, con muertos y heridos todos los meses. Pero recuerdo que fue llegar y pronto comenzó a calmarse toda esa violencia.
Habla de 'nosotros'. ¿Por qué? ¿Quiénes conformaban la pastoral?
La gracia de Dios fue que, después de que doña Violeta ganó las elecciones, mucha gente regresó del exilio, sobre todo de Costa Rica, gente muy valiosa, y se incorporaron como voluntarios en la pastoral.
¿Cuáles fueron las principales carencias que encontraron?
Las condiciones de vida eran tan malas que incluso nos llegamos a preguntar cómo podríamos ayudar si no teníamos nada material para ofrecer. Y la respuesta que nos dimos al principio fue que siempre merecía la pena llevarles el amor de Cristo, que era lo único que teníamos.
¿Cree que esa apertura hacia la sociedad civil terminó convirtiéndose en uno de los elementos diferenciadores de Nicaragua?
No la apertura en sí. Yo creo que la apertura fue correspondida por un sincero deseo de ayudar a mejorar las cosas de parte de la mayoría de las organizaciones, y no solo en el plano espiritual. Nuestra pastoral ha dado a los privados de libertad cursos de derechos humanos y ahora hemos iniciado un programa de defensoría gratuita para poder sacar a personas que muchas veces están ahí solo porque no tienen recursos para pagar un abogado. Hay mucha injusticia todavía…
¿Los internos cómo los recibieron a ustedes?
Es que, aunque suene extraño, después de 10 años de Revolución, las carencias espirituales eran muchas, pero dar confianza a los internos, darles cariño y amor, resultó ser la base de todo, porque es lo que más les había faltado.
¿Cómo era Tipitapa entonces?
Los edificios son los mismos desde el somocismo; lo único que se ha construido es el módulo para los adolescentes. Lo que sí es que en esa época había menos gente. En la actualidad las cárceles nicaragüenses se están llenando por delitos relacionados con la droga y con la violencia intrafamiliar, y hace 20 años todo eso era mínimo.
¿Qué pesa hoy más en la ayuda que ofrece la pastoral: lo espiritual o lo material?
Es que no se pueden separar lo uno de lo otro: lo espiritual también es ver por la alimentación, por los derechos humanos, por su situación jurídica, por su formación… Nadie debería salir de un penal sin haber aprendido a leer y a escribir. Es lo mínimo. Siempre hay que ver las necesidades de los privados y ayudar en lo que se pueda.
¿Cómo es la situación hoy en las cárceles?
Pues, como te decía, a inicios de los noventa las cárceles se abrieron, pero ahorita como que las están volviendo a cerrar…
¿A qué se refiere cuando dice ahorita?
Desde que el Frente retomó al gobierno como que están queriendo implementar su visión de antes, de unas cárceles más cerradas.
Pero usted entra todas las semanas…
Sí, con nosotros, gracias a Dios, hay un diálogo y nos dejan entrar, pero con restricciones. Hay galerías a las que ya no puedo ir, como la 8, que es la de los presos que están por la droga, y antes sí podía. El Sistema tampoco permite a esos privados que se integren en las directivas de nuestros grupos, y a alguno que teníamos nos obligaron a sacarlo. No solo eso: ahora los alcaides y las autoridades tienen que consultar todo con el Ministerio de Gobernación.
¿A qué atribuye ese cambio de actitud?
Todo se ha complicado con la problemática de la droga. El muerto ese que hubo fue por la droga, y… no sé… deben de pensar que todos los que vamos allí queremos ayudar a los privados por delitos de narcotráfico a cambio de dinero.
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El muerto al que monseñor Amado Peña se refiere es Pastor Antonio Escobar Duarte, asesinado el 1 de julio de 2011 en la galería 8 del penal de Tipitapa. Por lo inusual de los motines y los asesinatos en las cárceles nicaragüenses, ese muerto –quirúrgico, tres disparos con una pistola Makarov, sin heridos, el sicario se entregó– fue todo un escándalo nacional, con un amplio despliegue mediático durante varios días, y que llevó a la Comisión de Paz de la Asamblea Nacional incluso a citar a la ministra de Gobernación y a la comisionada mayor de la Policía Nacional para dar explicaciones.
La relevancia que se dio a este suceso, en contraste con desidia socio-periodístico-institucional que caracteriza las incontables muertes en las cárceles hondureñas, guatemaltecas o salvadoreñas, ejemplifica a la perfección la afirmación de que Nicaragua es un sistema sui generis en el contexto centroamericano.
Aquí fue un escándalo que asesinaran a un interno…
¡Claro! ¿Cómo no va a serlo? Es que meter una pistola adentro… ¿Qué hacían los funcionarios? Si hasta dejaron al sicario salir de su celda para que matara al hombre este. Algo así no se puede hacer sin connivencia. No nos van a engañar a nosotros, que ya tenemos tantos años entrando. Los funcionarios son arrechos para vigilar, cuando quieren, y una pistola no entra en Tipitapa así nomás.
Por lo que usted ha visto en todo este tiempo, ¿las cárceles rehabilitan?
Eso solo se sabe cuando el privado recobra la libertad. Adentro uno puede tener un comportamiento ejemplar y poner cara bonita, pero al salir es cuando se ve. Mi experiencia es que la mayoría de los que más colaboran con la pastoral sí salen a trabajar y a insertarse en la sociedad. En algún lugar he leído que el porcentaje de reincidencia de Nicaragua es de los más bajos de América Latina. Yo lo interpreto como algo positivo, como que sí se logran cambios.
¿Coincide con que el hacinamiento se ha agravado en los últimos meses?
Claro, y eso no es una opinión. Es un hecho que la población penitenciaria se ha disparado desde que se aprobó esa ley (se refiere a ley 745, la Ley de Ejecución, Beneficios y Control Jurisdiccional de la Sanción Penal, vigente desde enero de 2011 y que fomenta la prisión preventiva en detrimento de otras medidas). Los propios funcionarios del Sistema están desesperados, porque ahora a cualquiera que agarra la Policía lo zampan en Tipitapa hasta el día del juicio.
¿A qué situación se ha llegado? ¿No hay camas para todos los reos?
Siempre ha habido dificultades en Tipitapa, pero ahora se ha agravado. No hay dónde acostarlos, están apretujados en las celdas, durmiendo en hamacas y hasta en el suelo algunos. La comida no alcanza, si no fuera por la gracia de las esposas, de las mamás, que hacen lo posible por llevar algo; nosotros como pastoral también llevamos… El tema de la comida es desesperante, porque hay más gente, pero el presupuesto es el mismo.
¿Esas condiciones complican la labor de ustedes?
Sí complica, sí complica… Es que uno se siente desgraciado al no poder ayudar más. ¿Qué puede hacer uno ante tanta necesidad? La palabra del Señor es un aliento, pero no es la solución, y esta gente lo que más quiere son soluciones.
¿A qué soluciones se refiere?
En Tipitapa hay cientos de personas que ya ameritan salir. Debería de haber un indulto masivo, y que en las cárceles se quedaran solo los que representan un verdadero peligro para la sociedad. Cárcel de mujeres está llena de madres condenadas por vender droga, unos pocos gramos, y eso no debería ser así. Las familias sufren, los hijos, y además resulta una carga demasiado pesada para el Sistema.
Lleva 20 años en la pastoral. ¿Es de los que cree que los funcionarios nicas trabajan con una mística especial, que hace más llevaderos algunos problemas?
Sí, sí lo creo. Por lo general, son personas muy entregadas, muy humanas, que tratan de ayudar al privado de libertad, pero siempre hay manzanas podridas, y muchas veces esa manzana podrida está arriba y es la que toma decisiones. Con el muerto del año pasado hubo connivencia de los de arriba.
¿Las cárceles nicaragüenses están cumpliendo su función? ¿Son efectivas?
Es que… mira… hay cosas buenas, pero creo que al final es Dios el que más está haciendo por ellos; es la palabra del Señor a través de nosotros o de las iglesias evangélicas, que también hacen lo suyo. Porque te digo: la vida ahorita ahí adentro es dura, es muy dura.
¿No lo era hace cinco o 10 años?
También, pero algo está cambiando. Hace cinco años los de la pastoral entrábamos en Tipitapa en grandes grupos, con ocho o diez chavalas, y no pasaba nada, pero ahora si viene una joven, todo mundo comienza a gritar. Es esas pequeñas cosas se ven los cambios. Hay menos respeto, y por eso hay que poner más cuidado, porque si esto estalla… ni quiera Dios, ni quiera Dios.
¿Por qué parece que en Centroamérica en general, y Nicaragua en particular, se están perdiendo los valores?
La droga como que lo está acelerando todo. Y las pandillas, eso es horrible, es algo que yo nunca antes había visto, que los pleitos de afuera se mantengan en la cárcel. Antes no, antes entraban rivales pero adentro había camaradería. Todavía, gracias a Dios, no es como en El Salvador o en Honduras, pero esa simiente de maldad ya la tenemos en Nicaragua, y se esparce como el humo. Ese es uno de nuestros principales problemas ahorita, y creo que la solución para estos jóvenes no pasa por tenerlos encerrados.
¿Tiene esperanza en que a corto o medio plazo las condiciones mejoren?
Ahora es el Señor el que está haciendo el trabajo, no somos nosotros. Que las cárceles, así como están, cambien a las personas lo veo más difícil. ¿Qué ganas de cambiar puede tener alguien al que lo condenan a 30 años de prisión? ¿Quién va a decir: padre, yo quiero salir transformado? Solo Dios puede generar ese cambio.
¿Son más conflictivos los privados que tienen una condena alta?
No, pero yo creo que estar más de siete años en una cárcel echa por tierra la idea de que las penas deben tener carácter reeducativo. Las condenas largas son inhumanas. El mundo cambia, el mundo va corriendo, y estar 10 años preso vuelve muy difícil la reinserción; por muy cambiado que se salga, esta sociedad en 10 años cambia demasiado. Por eso es tan importante la familia y las oenegés, para que al menos no se pierda tanto esa relación con el resto de la sociedad.
¿Las familias en Nicaragua apoyan a sus privados de libertad?
Por lo general, sí, pero si el delito ha sido contra la misma familia, suele pasar que lo desconocen. Ahí es donde entramos nosotros, a intentar restablecer esa unidad familiar.
¿Y la sociedad? ¿Es tolerante con sus reos?
Uuum… Para alguien que ha pasado por la cárcel sigue siendo complicado conseguir un trabajo, y eso ya demuestra cierto grado de intolerancia. Es un trabajo que se está haciendo. Como pastoral hay mucha gente que nos ayuda; aunque no quieran entrar en las cárceles, al menos ayudan y son sensibles con los hermanos que están privados de libertad. En Nicaragua todavía hay una parte de la sociedad a la que le gustaría que envenenaran a todos, pero creo que son minoría, gracias a Dios.