Entrevistas / Pandillas
'Las pandillas se han vuelto los nuevos proveedores económicos de la comunidad'

Uno de los primeros académicos en estudiar el fenómeno de las maras reflexiona sobre la dificultad de recuperar el tiempo perdido en prevención y rehabilitación. Dice, además, que aún sin pandillas El Salvador seguiría siendo un país violento. *


Fecha inválida
Amparo Marroquín Parducci, UCA

Miguel Cruz. Foto archivo
 
Miguel Cruz. Foto archivo

Estudió sicología en la Universidad Centroamericana 'José Simeón Cañas' (UCA), en donde trabajó durante 13 años como director del Instituto Universitario de Opinión Pública (IUDOP). Desde ahí, inició sus investigaciones sobre pandillas, inseguridad y violencia. Tiene una maestría en Políticas Públicas Latinoamericanas por Oxford University, más un doctorado en Ciencias Políticas por Vanderbilt University. Ha sido consultor del Banco Mundial, del Banco Interamericano para el Desarrollo, de la Fundación Ford y del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en temas vinculados a la gobernabilidad, la violencia y la inseguridad. Ha impartido clases en la Universidad de El Salvador, en la UCA, en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras y en la Universidad de Lund, en Suecia. Ahora es profesor visitante en Florida International University, en Miami. Es autor de varios libros, entre ellos, ¿Elecciones para qué? En su última visita a El Salvador, el pasado enero, nos dio un tiempo para conversar sobre la situación de inseguridad, las pandillas y los posibles caminos de solución que encuentra como investigador de estos temas.

Cuando se realizó esta entrevista todavía no se sabía que el Ejecutivo había entablado un proceso de negociación con las dos principales pandillas de El Salvador, la Mara Salvatrucha y el Barrio 18. El presidente Mauricio Funes, por tanto, tampoco había hecho pública su invitación a lo que ha llamado “un acuerdo nacional” para facilitar la prevención de violencia y la reinserción de pandilleros.

Vos sos un pionero en la investigación de pandillas, ¿por qué empezaste a estudiarlas? Junto a los trabajos de AVANCSO, que se publican en 1986, los que vos dirigiste en la UCA son trabajos pioneros para empezar a entender las organizaciones de pandillas en la década de 1990.
Honestamente hay dos razones por las cuales entramos a esto de las pandillas: una que fue puro golpe de suerte y la otra fue que nos empezó a interesar. ¿Por qué nos empezó a interesar? Cuando hacíamos encuestas en 1993 desde el Instituto de Opinión Pública (IUDOP) de la UCA lo que quedaba claro era que la gente estaba súper preocupada por la delincuencia, por la violencia. O sea, todo este tema de que hoy en 2012 la gente dice que la violencia es insoportable... Pues no es nuevo. Este discurso tiene 20 años de estar en la conciencia pública. Cuando le preguntábamos cuál era su principal problema, la gente en las encuestas decía que la inseguridad, el crimen; y ya la gente nos decía: las maras. ¡Esto en 1993!

Hay un dato que tengo muy grabado, porque siempre lo cito, y es que el 45% de la gente en zonas urbanas en 1993 nos dijo que había maras en su comunidad. En zonas urbanas. Entonces te preguntás: ¿Qué está pasando? Ahí había algo. Y en ese marco viene el golpe de suerte y es que se nos acercó la gente de lo que entonces era Rada Barnen, llamada Save de Children ahora, y dijeron: “Queremos hacer algo sobre este fenómeno de las pandillas. Queremos entender qué está pasando.” Bueno, lo hicimos. Pero como lo único que sabíamos hacer en esa época era encuestas, nos inventamos el tema de encuestar a los pandilleros utilizando otros pandilleros. Así fue como empezamos a estudiar a las pandillas. Después, como en un efecto de bola de nieve, vino otro estudio, y comenzamos a conseguir fondos para otro y otro. Y ampliamos los recursos metodológicos para acceder a las pandillas. Pero entramos porque empezamos a ver, como te digo, que era lo que la gente te decía en las encuestas, que era un problema de inseguridad, que las pandillas, que las violencias, “mire que mataron a alguien aquí…”

Haznos un retrato de las pandillas. En el retrato que han construido los medios el pandillero es hombre, joven, rapado, con tatuajes, con ropa floja. ¿Qué elementos podrías darnos de tu primer retrato de las pandillas?
Te puedo reconstruir el retrato del pandillero desde principios de 1990 hasta mediados de la década de 2000. No sé si es un solo retrato, pero hay como tres pandilleros en ese lapso histórico. El primero, el de inicios de 1990, es de un pandillero que es un joven no tatuado, vistiendo de forma desgarbada, ropa floja, con las primeras influencias culturales estadounidenses, como pachuco (http://ccat.sas.upenn.edu/romance/spanish/219/13eeuu/pachuco.html). Ese es de principios de los noventa. No tatuado, no rapado, integrante de pequeñas pandillas locales, AC/DC, la Mara Chancleta, la Mara Morazán, la Gallo, la Mao Mao. Esos son. A esos son los se refieren las encuestas de principios de los noventa. Como parte de mi propia investigación yo me puse a revisar todos los periódicos de esa época, y por ahí descubrí fotos de las pandillas de esa época, son estos que te estoy describiendo. He visto esas fotos en la prensa escrita salvadoreña en los años de 1992, 1993. Dentro de ese universo ya hay unos nombres: Mara Salvatrucha, Dieciocho. Pero no son nombres hegemónicos aunque ya generaban como cierto tipo de discurso público de inseguridad porque estaban en el Parque Libertad, estaban en el centro, y estaban en algunos barrios.

Luego viene el segundo retrato, donde el pandillero es uno que tiene ya una influencia decididamente estadounidense, digamos. Una influencia cultural. Ya hay tatuajes, algunos se rapan... Algunos usan cosas muy particulares de la cultura de Estados Unidos, como por ejemplo esta red en la cabeza que se ponen los cocineros en las prisiones norteamericanas. Algunos andaban aquí así. Y ya decididamente con tatuajes MS, 18. Es el punto en donde estas dos organizaciones ya se han consolidado. Pero a pesar de esta expresión cultural, no todos son deportados, ni la mayoría, son solo uno o dos por clica. Yo sigo insistiendo en que la influencia es más cultural que física. Claro, sí hay deportados, pero son líderes de imaginarios, más que concretos. El que viene y el que estuvo allá probablemente no quería ser líder y no tenía en principio ninguna intención de formar pandillas, pero los demás lo construyen: “Este estuvo en la capital de las pandillas… ¿Qué se hace? ¡Contanos!” Entonces ellos cuentan historias. Ese es el segundo retrato que predomina en la segunda mitad de 1990 e inicios de la década de 2000. Ya es la consolidación en donde desaparecen otras pandillas, porque los jóvenes transitan a las nuevas. No es que dejan de ser pandilleros. No es que los integrantes de la Mara Gallo dejan las pandillas, sino que básicamente asumen y adoptan el nuevo sistema.

El tercer retrato surge de la mano dura, y es el pandillero el que da el siguiente paso. Es un pandillero mucho más violento. Que se prepara contra la guerra contra el Estado y contra todos los demás. Es el que se tatúa la cara como una expresión de cohesión interna de las pandillas , como una expresión de identidad fortísima. Si te tatuás la cara es para decir, “esto soy yo y no hay vuelta atrás”. Y además es la simbología de guerra. Yo me tatúo la cara y esto recuerda también a los de un batallón como el Atlacatl, ¿viste? Porque es generar temor en la batalla, generar temor en el enfrentamiento. Todo eso se cumple con esa imagen. Ese pandillero surge de la mano dura. No existía antes. No hay tiempo para explicar todos los procesos, pero este es el pandillero.

Y hay otro retrato que conozco muy poco, que es el actual. Es el pandillero que se deja de tatuar porque en este punto, tal y como están las cosas, los móviles que antes eran de identidad, de cohesión, están siendo sustituidos en buena medida por intereses económicos. Ya tenés a la pandilla que es crimen organizado en el sentido de que organiza redes de extorsiones, que desde las cárceles organiza redes que permiten sicariato, secuestro y otras cosas. Este retrato lo conozco menos y es otra imagen de las pandillas.

Lo que veo por un lado es que estás señalando el tema de una evalución performativa de las pandillas, pero al mismo tiempo responde en la manera de habitar y ejercer la violencia, de escenificarla y optar por cierto tipo de violencia. Lo otro que veo es que señalas un punto de quiebre con la Mano Dura. ¿Cuál es tu evaluación de la Mano Dura y sus intencionalidades?
Hace un rato vos hiciste una pregunta. ¿Qué pasaría si no tuviéramos pandillas? ¿Habría violencia? Yo creo que sí: habría violencia. Pero ¿qué pasó con la Mano Dura? Si no hubiera existido, ¿tendríamos los niveles de violencia que tenemos ahora? No. Yo creo que no. Pero sí tendríamos violencia. Porque el problema de la violencia de este país no es un problema de la postguerra, no es un problema de la guerra, es un problema histórico que nunca ha sido resuelto. Este país ha sido violento casi en cualquier punto histórico en el que te pongás y empecés a escarbar. Vos descubrís violencia en todos sus ámbitos. Con distintas expresiones sin duda. El problema de la Mano Dura es que exacerba la violencia a niveles que probablemente no existirían de no haberse dado esas políticas. Si hoy tenemos 70 homicidios por cada 100 mil habitantes, esto es parte de una inercia ascendente que empezó con la mano dura. ¿Qué había antes de la Mano Dura? Había de hecho una inercia descendente. De hecho, las tasas iban para abajo. Teníamos tres, cuatro años de una tendencia clara hacia abajo. Cuando llega la mano dura eso se rompe y se invierte completamente de forma acelerada. Lo que ves es que la Mano dura dispara la violencia. La Mano Dura es en buena medida responsable de lo que tenemos ahora. Insisto, no es que no habría violencia, pero no tendríamos el problema tan serio como el que tenemos hoy. La Mano Dura hizo algo muy concreto. Hay varios fenómenos que la Mano Dura facilita. Del lado de las pandillas crea cohesión y las reorganiza para la guerra contra el estado y contra la sociedad salvadoreña. La Mano Dura se constituye en una amenaza que permite a las pandillas reorganizarse y reestructurarse. Pero no solo juega como amenaza, sino también como oportunidad. Porque con la Mano Dura el gobierno en dos años apresa 50 mil pandilleros o no pandilleros, es decir, jóvenes. Y al hacerlo crea las oportunidades para las pandillas. No solo les crea un enemigo común que es el Estado, sino que también crea la oportunidad para que en las cárceles se reúnan y se reorganicen. Si hemos tenido centros penales que están fuera de control, fue porque la Mano Dura metió a los jóvenes dentro del sistema carcelario y se olvidó de ellos una vez adentro. Y ahí se reorganizaron, armaron redes, contactaron al crimen organizado y crearon las redes de distribución de productos ilegales.

Y hay otro ámbito de la Mano Dura que también es importante. Y es que a través de esta operación, se permite a operadores vinculados con el viejo Estado escuadronero, vigilante, volver a reconstituirse y tener cierta legitimidad pública. Cuando Francisco Flores anuncia que se vale todo contra las pandillas, viejos grupos se preparan para entrar en acción de nuevo. Estos grupos siempre estuvieron pendientes de matar a quien consideraban indeseable dentro del discurso social. Estos grupos nunca dejaron de existir en el país. Estos grupos ven la oportunidad para volver al negocio. Y volver al negocio de alguna forma legítima en términos de opinión pública. Porque en ese momento de guerra contra las pandillas se vuelve aceptable matar pandilleros. No te estoy diciendo que el gobierno dijo oficialmente “está bien matar pandilleros”, pero el metamensaje era que el enemigo común son las pandillas. Es decir: “Si usted hace lo que puede para quitarse esto, está bien. Si usted se quiere armar es su derecho. Hágalo porque nosotros no lo podemos hacer todo”. La Mano Dura crea esos espacios para que desde el Estado y desde cierto sector de la sociedad haya una respuesta de violencia total en contra de las pandillas. Se crea el enemigo común y se vuelve legítimo combatir ese enemigo y eso al final dispara la violencia. No son solo las pandillas las que se preparan para la guerra y que se matan entre ellas. Lo que sucede es que se vuelve legítimo matar a los pandilleros. Bueno…en el fondo, esto nunca dejó de ser legítimo, pero luego de la mano dura lo es más. Si antes tenías una Sombra Negra (http://es.wikipedia.org/wiki/Sombra_Negra), pues con lo que aprendieron en el pasado, no iban a hacer un anuncio de “vamos a limpiar el país de pandilleros”, pero en realidad empezaron a hacerlo. Todo el mundo lo sabía. En ese momento ibas a las comunidades y la gente sabía: “sí, a este pandillero lo mandó a matar tal persona”. O “estos están metidos con unos policías ahí que mataron a este marero”. Después de todo las pandillas eran el enemigo. Y entonces la Mano Dura crea estas dinámicas de violencia todavía más exacerbada, paradójicamente en un momento en que la sociedad se estaba reacomodando bajo unos nuevos términos de convivencia, y esto es lo que termina jodiendo al país..

Con esto anotás una evaluación de qué estuvo mal, pero también podrías anotar, a partir de ello algunas pistas de a dónde podríamos ir. Estás anotando unos responsables claramente identificables en el análisis que se hizo en ese momento, pero en este momento, una de las grandes discusiones es si hay una posibilidad de salir de esta espiral… ¿Un pandillero es rehabilitable o no? ¿Hay maneras de salir de esta espiral?
Esta es la pregunta del millón, y la respuesta más honesta es no lo sé. Lo que sí sé, es que hoy es mucho más difícil. Hacer prevención hoy es mucho más difícil que antes de la Mano Dura, o en la década de 1990, cuando era la oportunidad. Yo creo que todavía se puede hacer y tiene que haber un esfuerzo integrado, muy claro, entre represión o supresión y un trabajo de prevención muy fuerte. Pero cuando te hablo de prevención, y este es un tema que hay que tener muy claro ahora, ya no puede hacerse solo con las pandillas. Tiene que hacerse con todos aquellos que rodean a las pandillas y que son los que la policía llama la base social de las pandillas. El problema de las pandillas ahora es que en cierto modo están protegidos por una red de colaboradores, que son sus familiares, sus amigos, su comunidad, los cuales dependen de las pandillas. Porque las pandillas se han vuelto los nuevos proveedores económicos de la comunidad. Especialmente en comunidades deprimidas por la pobreza, por la marginalidad, por todas las condiciones históricas de este país. Entonces, vos no podés llegar y limpiar ese lugar de pandilleros, porque tan pronto te llevés una clica, aparecerá otra pandilla. Por cómo están las cosas, por la complejidad del problema y por la evolución que ha tenido. Por ejemplo, esta fantasía del actual ministro, de que vas a tener comandos antipandillas que van a llegar y van a limpiar la comunidad de pandilleros, simplemente no puede funcionar. Porque tan pronto como los quités van a aparecer otros. Hay otros que están esperando para tomar su cargo y hacer prácticamente lo mismo.

Sin duda tenés que hacer represion, pero al mismo tiempo tenés que tener un trabajo que ya excede completamente lo que tradicionalmente se ha entendido como prevención aquí, que es tener a los jóvenes ahí en otras actividades haciendo algo y probando de todo. En realidad tenés que dar respuestas concretas no solo a los jóvenes, sino a la comunidad completa, a la población. El problema ahora de trabajar con las pandillas, de poder enfrentar el problema -no solo de las pandillas, sino de la violencia en general- es que necesitás dar oportunidades económicas a la población. Necesitás de plano crear productividad y generar oportunidades económicas. Necesitás que la gente tenga un trabajo en el cual pueda ganar lo suficiente como para no querer ayudar al pandillero, ocultarle las armas y la droga. La gente tiene que tener una vida digna para que eso compita con la otra opción, con la economía criminal. Y el problema es que eso no existe. Si vos mirás en los planes, públicamente desde el gobierno central no existe eso. Sin embargo, yo conozco gente en la policía y en el gobierno que sí tiene claro esto, pero no es la gente que en la actualidad decide cómo llevar esto a nivel politico. Esto no sube a quienes tienen que tomar las decisiones, es decir, al presidente. Yo creo que el presidente está más interesado en crear cierto capital político para sobrevivir a su mandato que en resolver el problema de la violencia de verdad. Mucha gente dentro de la policía sabe que este no es un problema solo de la policía, pero políticamente parece no haber conciencia de ello en este momento. Ahorita vamos de nuevo a una revisión de la Mano Dura, con algunas diferencias, obviamente. Pero lo que está en juego es esta idea de que para poder bajar la violencia lo que debemos hacer es limpiar, y en realidad no es eso. La idea de la limpieza es, como la mano dura, una herramienta electorera.

Hay ciertas propuestas relacionadas con la seguridad pública que se discuten mucho últimamente. Por ejemplo… ¿legalizar la droga o no legalizarla?
Creo que este problema no es algo que tenga impacto internamente en el país… El problema de la legalización de droga es un problema que tiene que ver con los grandes consumidores, que no están en El Salvador. Están en Estados Unidos, México y crecientemente en otros países en América Latina. En este tema, si somos realistas, este país no va a lograr esto. Este país no tiene que pelear esa batalla porque no vamos a lograr que Estados Unidos cambie su política al respecto. Ni siquiera México lo ha logrado, y no lo va a lograr El Salvador. Esa es una batalla completamente perdida.

Además, pensar que legalizando la droga se va a terminar la violencia es ignorar la complejidad histórica de la violencia en este pais. En el pasado, antes de que entraran los grandes cárteles de la droga a Centroamérica, la gente se mataba aquí a montones por contrabandear queso, por robar las cosechas de café, por traficar ganado. Aun si se descriminaliza la droga en Centroamérica, los empresarios de la droga convertirán a sus sicarios en guardias privados de seguridad y se seguirán matando por el control del mercado, de la misma manera en que algunos buseros se matan ahora por el control de las líneas de autobuses.

¿Control de armas o no?
Esa es otra batalla perdida. Yo durante mucho tiempo participé de campañas en contra de las armas y soy un convencido del control de armas. Estoy absolutamente convencido. Pero no es realista. Es una batalla política que no se va a ganar porque no vas a convencer a los principales productores de armas y a sus agentes locales de que no intervengan en la política local. Tienen mucha más fuerza de la que tenemos aquellos que estamos en contra de las armas. Es una batalla perdida a nivel nacional. Hay, sin embargo, oportunidades y experiencias a nivel local que sí han funcionado en el pasado, como en San Martín. Creo que el control de armas debe implementarse localmente y parcialmente para tener resultados concretos. Si intentamos hacerlo como política nacional, se vuelve una batalla perdida, como en el pasado.

¿Militarizar o no militarizar?
Ahí sin duda es no militarizar. Esto es crucial. La peor decisión que podés tomar es militarizar. Porque cuando lo hacés, llevás este conflicto, que es social, al nivel militar, donde vas a reproducir más violencia. Es posible que durante un tiempo puedan bajar las tasas, pero esto te sirve solo para fines puramente políticos electorales. Esto tiene costos económicos, porque tener al ejército interviniendo en esto es muy caro. Y a la larga también costos políticos, porque si el ejército entra de lleno en esto, después los tendrás interviniendo claramente en la política del país, y esto es completamente antidemocrático. La militarización no es la solución y ya ha sufrido bastante este país por creer que los militares solucionan los problemas solo por ser militares.

¿Estado interventor o Estado más bien retirado del control de la seguridad?
Tiene que ser un Estado más interventor, en el sentido amplio del Estado. No estamos hablando solo del policía. Estamos hablando de la unidad de salud, de la escuela, de las redes de protección social. Necesitamos un Estado que tiene presencia, pero no solo para castigar, para amenazar o para obligar a cumplir la ley, sino presencia para facilitar y crear oportunidades. Por otro lado, un Estado retirado del control de la seguridad lo que hace es privatizar la seguridad y crear más escuadrones, más grupos de limpieza social, y generar seguridad solo para los que la pueden pagar, que es lo que históricamente ha sucedido aquí. La historia de este país es la de una sociedad en que los ricos le pagaban a la Guardia Nacional para que les cuidaran las fincas de café. Ya si los campesinos y la gente que vivía en los mesones y en las comunidades se mataban entre ellos, no era problema de la Guardia mientras no tocaran a los patrones.

¿Prohibir los grafitos y quitarlos, o dejarlos?
A mí me parece que esto es completamente irrelevante desde el punto de vista de la seguridad en este país. ¿Qué sentido tiene formular una política para quitar o dejar los grafitos? ¿Qué sentido tiene limpiarlos todos? Esto viene un poco de cierta tradición en el tema de la seguridad, de la ventana rota (http://www.elpais.com/articulo/cataluna/teoria/ventanas/rotas/elpepiautcat/20041018elpcat_7/Tes) y de la idea de que hay que tener orden. Pero prohibir los grafitos puede ser también prohibir expresiones locales, culturales, comunitarias que por otro lado pueden ser útiles para prevenir la violencia en un país como el nuestro. Entonces, pensar en eso como un elemento importante no me parece que venga al caso. No pasa por ahí.

Has señalado retos del Estado. ¿Qué actores encontrás como claves y también tienen retos importantes por asumir, la academia o los medios de comunicación, por ejemplo?
Como la academia es lo mío y no estoy con ganas de criticar lo mío, me voy a detener en los medios de comunicación. Esta es una batalla que hemos tenido desde que empezamos con este tema de la violencia. Nos quedó clara la influencia de los medios de comunicación en este tema y ha habido alternativas interesantes en pensar la seguridad desde los medios de comunicación. Una de las más claras fue el proyecto de La Prensa Gráfica de crear un manual para trabajar tema de violencia. Pero el problema es siempre político y económico, porque al final de cuentas los medios van a hacer lo que les genere más dinero. Y lo que permita cierta posición de privilegios frente al poder. El desafío fundamental de los medios es desvincularse un poco de estos intereses económicos y políticos. Esto sigue siendo el desafío.

Te lo pongo de esta manera. En la época de la postguerra se vio un proceso de reforma donde los medios parecieron democratizarse, abrirse a un proceso de reforma que implicaba una mayor apertura política, pero también una reforma técnica, tecnológica, de profesionalización. Se invirtió mucho en tener equipos más profesionales. Eso fue algo que funcionó durante un tiempo, pero luego se terminó. Había proyectos buenos -Vértice, Enfoques- donde había un periodismo más investigativo, pero eso se terminó porque eso implicaba transformaciones mucho más grandes en la relación de los medios con la sociedad y con el país, y los medios no parecieron estar dispuestos a cruzar la frontera de informar mejor a la sociedad. Y entonces me parece a mí que en nombre de la evolución tecnológica ahora tenemos una involución en cuestión de contenidos. Porque con toda la profesionalización del periodismo investigativo se estaban afectando a poderes económicos y políticos. Una de las causas fundamentales de la inseguridad actual es la impunidad y el periodismo investigativo e independiente es fundamental para combatir la impunidad. Con notables excepciones, ese periodismo no existe más en los grandes medios.

¿Y cuáles son los retos para la sociedad civil?
Yo creo que eso es mucho más complejo, pero yo diría que es educación. Esa es la única manera en que este país tiene para salir adelante. Elevar los niveles de educación en todos los ámbitos, como un esfuerzo realmente transformador de la sociedad. Hay muchas otras cosas, pero si lo tengo que resumir en algo, esto es educación. Es que la sociedad le exija al gobierno y a sí misma ir más allá en los niveles de formación de la juventud y de todos los salvadoreños. Si elevás el nivel de educación vas a tener otra manera de entender el mundo, los problemas de seguridad, la relación tuya con la policía, con la juventud. Se necesita gente más educada, mucho mejor preparada en todos los ámbitos. Pero esto toma años y hay que comenzar a hacerlo ya. La reforma educativa de los años noventa, aunque con muy buenas intenciones, se quedó extremadamente corta, porque aunque hay más gente que puede leer y escribir y que ha pasado por la escuela ahora, los salvadoreños no estamos mejor preparados para poder enfrentar los desafíos de una sociedad abierta en la actualidad.


* Este especial se realizó con el apoyo de la Friedrich-Ebert-Stiftung, en San Salvador, El Salvador. El contenido es de exclusiva responsabilidad del autor y no refleja necesariamente el pensamiento de la Friedrich Ebert Stiftung. Se permite, previa autorización, la reproducción del contenido, en partes o completo, a condición de que se mencione la fuente.

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