La tregua entre las dos principales pandillas (Mara Salvatrucha y Barrio 18) auspiciada por el gobierno salvadoreño ha logrado que el promedio diario de homicidios caiga de catorce a seis. Esos seis asesinatos diarios, sin embargo, siguen retratando a El Salvador como un país muy violento. Incluso si se mantuviera la cifra durante un año entero, la tasa por cada 100 mil habitantes seguiría cuadruplicando el promedio mundial, y casi triplicando la tasa de Nicaragua, por tomar un ejemplo cercano.
Si bien no resta ni un ápice de importancia al fenómeno de las maras y a sus consecuencias, el representante del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), Gordon Jonathan Lewis, tiene claro que la violencia que afecta al país –en especial la que afecta a la niñez y a los adolescentes– va mucho más allá: “Antes de que surgieran las pandillas, este país ya tenía una historia de expresiones muy violentas”. Lewis llegó a El Salvador en octubre de 2010, procedente de Bolivia, y antes había trabajado para la Unicef en Jamaica, Botswana y Angola. Es puertorriqueño, estudió en Estados Unidos, su padre era galés, y su madre, trinitense. Le luce la etiqueta de “ciudadano del mundo”.
“Yo estoy muy agradecido con la familia que tuve, muy agradecido con el cuidado que mis padres nos dieron a mí y a mis cuatro hermanas y hermanos”, dice. Lewis defiende a ultranza la familia y la comunidad como los pilares básicos para el buen funcionamiento de toda sociedad, pero, si esto fuera un examen escolar, El Salvador reprobaría en ambos apartados: familias disfuncionales y tejido social débil.
De sus palabras se infiere que se necesitará bastante más que una tregua entre dos pandillas –incluso suponiendo que fuese honesta y sostenible– para mirar con optimismo el futuro de la niñez salvadoreña y de la sociedad en general.
El Salvador es un país violento como pocos, y las pandillas podrían considerarse la máxima expresión de esa violencia. ¿Puede atribuirse la situación actual a algo que se hizo mal o se dejó de hacer hace 10 o 20 años en el área de la niñez?
No necesariamente. Antes de que surgieran las pandillas, a las que se le atribuyen ahora gran número de los homicidios que se registran, este país ya tenía una historia de expresiones muy violentas. Ahora bien, de cara a poder superar esta situación, yo sí creo que la sociedad salvadoreña debería tener en mayor consideración el impacto que la violencia tiene sobre los niños, porque es muy baja la priorización social que en la actualidad se le da a la niñez en El Salvador.
¿Comparte sin matices esa afirmación que he hecho de que somos un país muy violento?
Las estadísticas convencen a cualquiera. Pero, a pesar de esas estadísticas, en este país sucede que una persona puede venir de fuera, estar aquí tres o cuatro días, y no darse cuenta de que hay un problema. La violencia la tenemos concentrada en el área urbana de unos 25 municipios, y esta realidad exige intervenciones tanto preventivas como reactivas. En el plano de la niñez resulta evidente que el entorno de protección hacia los niños y los adolescentes no es el más favorable.
¿Se refiere a un plano jurídico?
Cuando en Naciones Unidas hablamos de entornos de protección nos referimos a todo tipo de entornos: los papás son un entorno, la familia es otro, las escuelas, los sistemas jurídico-normativos son en efecto otro entorno… Y todos deben ser analizados para concluir si en un país existen o no entornos de protección de la niñez. En mi opinión, los salvadoreños no son por naturaleza personas violentas, pero hay factores que están llevando a situaciones en las que los niños no gozan de la mejor protección en esos entornos que he citado.
¿Nos ilustra con un ejemplo?
Si un papá deposita confianza en la escuela, pero en ese centro se dan episodios de violencia, incluso homicidios, ese papá se podría preguntar, con mucha razón, si ese entorno es de protección para su hijo o hija. Otro ejemplo es la violencia intrafamiliar, la violencia sexual que sufren los niños pequeñitos, y particularmente las niñas; si todo esto está sucediendo es porque el entorno protector no está desempeñando bien su trabajo. No es que los padres y las madres no quieran proteger, pero tal vez faltan capacidades; no olvidemos que el ciclo de la falta de educación muchas veces se reproduce al interior de la familia, y los niños con pocos años de escolaridad por lo general son hijos de papás y mamás con pocos años de escolaridad.
* * *
El Salvador es pues un país violento, y la niñez en general lo sufre, pero la violencia no impacta de igual manera en una residencial amurallada de clase media-alta que en un barrio marginal o en un tugurio. “En estas comunidades es donde la niñez y la adolescencia suelen sufrir de manera desproporcionada la exclusión y la inequidad”, señala una frase incluida en un documento de Unicef que lleva por título Retos de las niñas, niños y adolescentes urbanos en El Salvador. El informe, con el que Lewis funde buena parte de su discurso, esboza a grandes rasgos la visión de este organismo internacional sobre el problema de violencia que afecta al país, centrándose en la niñez y en la juventud de áreas urbano-marginales. La salvadoreña aparece perfilada como una sociedad con un tejido social desgastado y con un altísimo porcentaje de familias –el pilar fundamental de convivencia– disfuncionales. Esos dos desequilibrios son el caldo de cultivo idóneo para la violencia intrafamiliar, para el abuso sexual contra los niños, para el trabajo infantil y, por supuesto, para las maras.
Las pandillas tienen una incidencia creciente en la sociedad salvadoreña, en especial en los estratos de más bajos recursos.
Es, sin duda, un tema complejo, y por eso mismo toda opinión, bien sea de un individuo o de un colectivo, es digna de ser escuchada. Yo no soy nadie para cuestionar a alguien que ha sido víctima de un pandillero, ni para convencerle de que ese pandillero tiene que ser juzgado, y sus derechos, respetados. No me va a escuchar. A esa persona no le puedo imponer que lo más importante es que al pandillero se le reconozcan todos los derechos que tiene ante la ley, pero tampoco creo que sea útil que esa persona trate de imponerme sus opiniones. Lo que está claro es que el Estado salvadoreño se ha comprometido ante la comunidad internacional a garantizar los derechos incluso de las personas que cometen un crimen. Y si, como sociedad, empezamos a decir que la ley dice una cosa pero yo quiero otra, vamos a retroceder en muchos de los avances que se han logrado.
¿A qué atribuye el rechazo social generalizado hacia el pandillero, que en muchas ocasiones se convierte en odio a muerte?
En El Salvador hay más de 4 mil homicidios cada año. Las reacciones lo que demuestran es que se quiere una solución inmediata a un problema que es complejo y complicado, y que no puede solucionarse de la noche a la mañana. Lo que la gente quiere no converge con lo que es posible. ¿Es posible atender esa exigencia de soluciones inmediatas? Muy difícil. Pero hasta que lleguen esas soluciones no hay que olvidar que el Estado salvadoreño es un estado de leyes, y las leyes tienen que cumplirse.
Por otro lado, y aunque suene contradictorio, el pandillero se ha convertido en un referente, en un ejemplo a seguir para infinidad de niños y adolescentes en comunidades y cantones.
Mire… ¿cuál fue el principal referente de su infancia?
Seguramente… mi madre.
En mi caso fue mi papá. Pues bien, en El Salvador hay demasiados niños, más de un 60%, que no viven con padre y madre. Muy posiblemente muchos de ellos crecen sin un referente, bien porque está en Estados Unidos, bien porque se han criado con la abuela o con los tíos… El éxito de la pandilla es que se presenta como una alternativa a la familia biológica: 'Ven a tu nueva familia', les dicen, 'tu nueva familia te va a cuidar'. Y eso es un aliciente demasiado poderoso para un niño cuando no se tiene una alternativa saludable.
De esa afirmación se podría inferir que la solución a la violencia pasaría por fomentar la familia y el tejido social, no tanto por la vía represiva.
Los problemas que son multidimensionales y multicausales tienen que ser respondidos como tales. El Salvador tiene unos marcos normativos aceptables, y nuestra sugerencia, como sistema de Naciones Unidas, es que se pongan en funcionamiento esos marcos, pero con recursos y garantizando que los entes ejecutores se empoderen. Y es obvio que al mismo tiempo se tendrían que hacer esfuerzos por recuperar el tejido social, familiar y comunitario.
Planteado así, ¿no tendríamos que resignarnos a que pasen una o dos generaciones?
No en todo. Es obvio que si se invierte en la primera infancia, en el grupo de cero a dos años, los frutos se recogerán en años. Fortalecer familias y comunidades también lleva mucho tiempo. Pero hacer funcionar un marco normativo tiene resultados más inmediatos: si se persiguiera en serio la violencia sexual contra las niñas, incluso con las leyes que están aprobadas, los resultados serían a corto plazo.
Sin yo haberle preguntado, ha mencionado ya en dos ocasiones las agresiones sexuales contra la niñez. ¿Tan grave es la situación?
Naciones Unidas alertó públicamente sobre ese fenómeno el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. En este país la violencia sexual tiene rostro de una niña o de una adolescente, porque más del 80% de las violaciones se cometen en contra de niñas menores de 18 años, y el agresor es alguien conocido en un 75% de los casos. Las cifras ahí están, son constantes tanto en el área rural como en las ciudades, y el tema es si El Salvador, como país, va a ver esto como algo normal, como algo aceptable, o si va a hacerle frente. No quiero entrar a si se abusa de la niñez más o menos que en otros países, pero es algo que está ocurriendo, y habría que valorar más lo que este tipo de situaciones dicen del país y las consecuencias a medio y largo plazo.
* * *
En julio de 2011 el Instituto de Medicina Legal inauguró en su sede central de San Salvador un nuevo servicio bautizado como Oficina de Atención a Víctimas en Crisis tras una Agresión Sexual (AVCAS), con el objetivo de brindar un trato más digno y profesional a las personas víctimas de violaciones. Hasta finalizar el año atendieron 392 casos –del departamento de San Salvador en su inmensa mayoría–, de los que el 81% eran menores de 18 años: 273 niñas y 45 niños. Las víctimas de agresión sexual menores de 5 años eran 20, y cuatro de ellos eran bebés que ni siquiera habían cumplido el año de vida. Las cifras son de apenas seis meses y no incluyen los datos de las cuatro sedes regionales de Medicina Legal, por lo que basta un poco de sentido común y saber que las denuncias representan siempre una fracción de los casos reales para dimensionar el tamaño de este problema.
El documento Retos de las niñas, niños y adolescentes urbanos en El Salvador aborda la violencia sexual contra la niñez, aborda el fenómeno de las pandillas, y otras tantas expresiones e indicadores que de alguna manera retratan el presente y el futuro de El Salvador.
En el informe se afirma que la violencia compromete las oportunidades de desarrollo de la niñez. ¿A qué se refieren?
Primero, por las vidas de niños y jóvenes que se está perdiendo; cada muerte supone la pérdida de una persona que podría haber contribuido al crecimiento social y económico de El Salvador; y, por lo general, la pérdida abona a la desintegración de su familia, en un país en el que el tejido social es muy tenue. Segundo, la violencia lleva a muchos padres a sacar a sus hijos de la escuela, y se compromete el derecho a la educación. Y un tercer punto, muy relevante, es el poder de atracción que las pandillas tienen en sectores urbanos-marginales, ya que supone que los ingresos de un adolescente puedan aumentar repentinamente, sin necesidad de estudiar.
También se afirma que uno de cada dos niños salvadoreños vive en condición de pobreza.
Así es, y eso se debe a una diversidad de motivos, pero el número uno es que hay patrones de distribución de riqueza que han fomentado una gran concentración de recursos económicos en un sector muy pequeño de la población.
Unos 25 mil salvadoreños de entre 10 y 19 años no saben leer ni escribir.
Y la cifra de abandono escolar es también sorprendente. Esos dos indicadores, analfabetismo y abandono escolar, yo los atribuyo al bajo valor social que se le da al poder de cambio que tiene la educación. En El Salvador aún se tiene la percepción de que educar a un niño no es una buena inversión.
El informe señala también que la violencia genera desconfianza en las relaciones sociales y que debilita el tejido social.
La mejor vacuna para prevenir la violencia es una mejor relación entre el tú y el yo. Los problemas de convivencia son el origen de cientos de homicidios en este país.
Resulta significativo que Naciones Unidas tenga que venir a señalarnos eso…
Son muy graves las consecuencias de no atender como una prioridad el tema de la convivencia vecinal, en especial en las comunidades urbano-marginales, donde hay mucho hacinamiento y mucha competencia por los pocos servicios públicos, lo que genera situaciones previsibles de violencia. Es un tema en el que la inversión del Estado es todavía insuficiente. La política pública de prevención de violencia no debería estar orientada únicamente al tema de las pandillas, porque hay un sinnúmero de formas de violencia que debemos de atacar como país.
La sociedad salvadoreña tiene pues problemas de convivencia…
Eh… Yo diría que los datos que tenemos sugieren que sí; al menos en el contexto urbano, la sociedad salvadoreña sí tiene problemas de convivencia.
¿La familia es también para Unicef el pilar fundamental?
Absolutamente. La Convención sobre los Derechos del Niño así lo dice. Norma incluso el rol de la familia en la protección y el desarrollo de los niños y de las niñas. La familia es el primer punto de contacto para un bebé.
¿Cómo se explica que en países que cuestionan el concepto tradicional de la familia la violencia no…
Espera. ¿A qué te refieres con el concepto tradicional?
El que se maneja como tradicional: hombre, mujer, hijos e hijas.
Los niños y las niñas lo que necesitan es una familia. Punto. Necesitan familias formadas por personas que se interesan por su educación, su salud y su nutrición; que no los abusen de una u otra manera; y que garanticen todo lo que requiere un niño para su desarrollo. La Convención no define cómo debe ser la familia; dice familia.
* * *
El Salvador ratificó la Convención sobre los Derechos del Niño en julio de 1990, uno de los marcos normativos que el Ejecutivo está teniendo en cuenta para elaborar la Política Nacional de Juventud 2011-2024.
Usted representa a un organismo que promueve marcos jurídicos supranacionales. ¿Puede aplicarse la misma receta en El Salvador y en Finlandia?
Hasta cierto punto es posible, pero al final es cada país el que tiene que definir las estrategias que respondan a sus particularidades.
Un ejemplo: la protección de la identidad de los menores que delinquen. ¿No es un principio que debería revisarse en una región como Centroamérica?
No veo por qué. Y, si existiera alguna duda, creo yo que los países deberían de haberla manifestado cuando se ratificó la Convención. A ver, yo creo que todos, como humanidad, compartimos ciertos principios sobre lo que necesita un niño, y aceptar o no esos principios habla mucho de nuestra moralidad en el tema de la niñez. Estoy convencido de que la gran mayoría de la humanidad está de acuerdo en que hay mínimos básicos que todos los niños necesitan, y entre ellos está la protección de la identidad.
¿Siente que la juventud está victimizada en El Salvador? ¿Cómo valora el papel de los medios de comunicación?
¿Se victimizan en este país a adolescentes por como visten o como se presentan? Definitivamente. ¿Se les revictimiza en procesos judiciales? Posiblemente también. Seguramente los medios han contribuido a la revictimización, pero no es solo un problema de los medios; esto hay que verlo más ampliamente, como país. A la niñez y a los adolescentes no se los ve como motor generador de oportunidades, sino como la fuente de los problemas. Cuando un adolescente está en conflicto con la ley, no se quiere ver cuáles fueron las causas que lo llevaron a tomar esa decisión; aquí se tiende a pensar que si está en la cárcel es porque se lo merece.
¿Cómo debería de informarse sobre la niñez?
Más allá de reportar las noticias, un medio de comunicación debería de ser una plataforma para generar conciencia ciudadana sobre los problemas que sufren los niños y las niñas. Un medio tiene mucho que hacer en el ámbito de educar a la ciudadanía de cuáles son los pendientes que todavía tenemos como país.
¿Cree que hay derechos de la niñez invisibilizados en la sociedad salvadoreña?
Sí, algunos. Un ejemplo es el de la primerísima infancia, que es un tema muy invisibilizado. La gente se pregunta: ¿por qué es importante la etapa de cero a dos años? ¿Por qué Unicef habla tanto de la necesidad de abrazar a los niños y niñas de esas edades, de jugar con ellos, de desarrollar sus capacidades cognitivas? Porque está más que demostrado que es importantísimo para transitar bien a la siguiente fase… y esa importancia está invisibilizada en este país. También el tema de la calidad educativa, porque no basta con lograr que los niños se matriculen en las escuelas.
Con el panorama que nos ha perfilado en esta plática, ¿se puede ser optimista?
El vaso hay que verlo siempre medio lleno. Ahora mismo estamos en una situación de menos homicidios, y eso es positivo, y eso hay que decirlo así. Al margen de esta situación concreta, yo veo la esperanza y el futuro en los eventos que tenemos con niños y jóvenes, hablando con ellos. Siento que si todos escucháramos más las voces de los niños y las niñas, y escucháramos cómo es El Salvador que ellos quieren, uno saldría de ese diálogo con optimismo. Las cosas están difíciles, sí, pero cuando hablamos de la niñez no hay imposibles. Cambiar el futuro depende de las instituciones políticas y económicas del Estado, de la sociedad, de los líderes… Es ahí donde debe generarse un cambio de paradigmas si queremos que la niñez pueda gozar de un mejor futuro.