Guillermo Céspedes nació en Cuba. Lo revela su acento. Y tiene la voz raspada, tenue y pausada. Una mala voz para dar discursos. Tal vez por eso no los da. O tal vez sea porque su carrera no es la política sino el trabajo social y esta es la primera vez que ocupa un cargo público: vicealcalde de Los Ángeles, responsable de la oficina de Reducción de Pandillas y Progreso Juvenil. “Yo no elegí el nombre de la oficina”, dice. No le gusta. Aunque hay periódicos estadounidenses que lo presentan como el zar antimaras de Los Ángeles él aclara que su trabajo no es combatir a las pandillas sino a la violencia en los barrios que estas controlan. Y las cifras dicen que lo está logrando. Los Ángeles lleva nueve años seguidos reduciendo de manera lenta pero sostenida los homicidios.
Para Céspedes esas cifras son importantes porque encuentra en ellas razones, lógicas. Al hablar recuerda constantemente datos, aporta estadísticas y cita análisis para sustentar cada una de sus ideas y acciones en el terreno, en los barrios. Qué incidencia tienen las drogas en los crímenes. Cuántos de ellos se cometen en lugares públicos. A qué horas. En qué meses del año. Ahí, y en la experiencia personal de su equipo de colaboradores -muchos de ellos antiguos miembros de las principales pandillas de Los Ángeles- encuentra las pistas para tratar de curar a una enfermedad que hace 10 años parecía incurable.
“Hemos metido la pata de todas las maneras habidas y por haber”, dice acerca de las políticas aplicadas en décadas anteriores. Ahora él usa la terminología de un médico -diagnóstico, intervención, efectos secundarios- y se concentra en comprender las causas de -una por una- cada muerte y las razones de sus autores, para intentar evitar -una por una- la próxima. Sabe que en el mundo de las pandillas a un balazo le suele responder otro. Por eso cada vez que en uno de los barrios donde trabaja hay un homicidio, sus interventores intentan hablar con el entorno de la víctima para evitar la venganza. Como cirujanos que tratan de cortar la hemorragia de muertes sellando -una por una- las venas y capilares rotos. Un trabajo delicado. Y silencioso.
Nada más comenzar la entrevista, nos advierte: “En mi opinión, el enfoque de la prensa en pandillas ha empeorado el problema.”
¿Nos puede explicar eso?
Hasta cierto punto dan más auge a las pandillas por nombrarlas. Yo tengo que tener mucho cuidado de que mi palabra no cause más conflictos en la comunidad. Es posible que otra gente tenga otra posición, pero mi posición es que normalmente evito hablar de pandillas en específico ni nombrarlas en específico, porque eso hasta cierto punto ha tenido el efecto de reforzar la identidad.
Pero nombrar a una pandilla es el inicio para comprenderla, identificarla y diferenciarla de las otras pandillas y a través de esa comprensión atender mejor los problemas de esa pandilla.
Para nosotros, sí, pero para la prensa, no, porque la prensa no establece problemas de prevención, la prensa explica lo que está pasando, pero hasta cierto punto… Mira, mi señora es periodista y el trabajo de ella y el mío es bien distinto. El de ella es hablar de los temas y el mío es buscar soluciones. Mi staff responde a cada incidente de violencia 24 horas al día 365 días al año.
¿Qué es responder a incidentes para su oficina?
En Los Ángeles el enfoque nuestro ha sido prevenir la venganza relacionada con cada incidente de violencia. Mi trabajo es evitar que un homicidio se convierta en 15. Eso en parte se evita con datos específicos, dirigidos al barrio específico, la pandilla específica y de no glorificar lo que pasó. Esa es una de las cosas que nosotros hemos notado: que mientras más nos enfocamos en la identidad de las pandillas, en lugar de la violencia que producen, más reforzamos el problema. Todos nuestros programas están enfocados en cambiar el comportamiento de los individuos que están metidos en esta cultura de violencia.
Su oficina se llama “oficina de reducción de pandillas”.
Hasta cierto punto ese lema no es tan apropiado. Yo no tengo ninguna noción romántica de las pandillas. Si fuera por mí, si mañana desaparecen todas las pandillas no tendría ningún problema. Pero la efectividad de nuestra oficina se mide por comportamientos y por reducción de riesgos de jóvenes de cierta edad para que no se identifiquen como pandilleros.
¿Una oficina como esta es eficiente si hay menos pandilleros o si hay menos muertos?
Bueno, yo creo que ese es un tema que ahí es donde está el choque filosófico. Yo como persona quisiera que hubiera menos pandilleros y menos violencia.
¿Es lo mismo?
No, no es lo mismo. Porque no todos los pandilleros son violentos.
¿Lo que está diciendo es que la naturaleza de esas organizaciones no es necesariamente violenta?
No, lo que estoy diciendo es que yo me levanto todos los días y recibo datos de qué tipo de crimen hubo, cuántos balazos, cuántos homicidios… Eso se puede medir. Pero día a día yo no tengo manera de medir quién dejó la pandilla y quién no, o quién se acercó a una pandilla. Eso es algo que se puede medir 10 o 15 años para delante. Mi preocupación, día a día, es el nivel de violencia. Aunque parte de nuestro programa sí que se enfoca en jóvenes entre los 10 a 15 años para limitar sus riesgos de convertirse en pandilleros.
¿Cómo se consigue evitar que una pandilla se vengue de otra?
Ahí es donde entran en acción los interventores: si hay un incidente de violencia en su área, que incluye los barrios que el interventor conoce, él se dirige al lugar de los hechos para establecer un diálogo con la gente que tiene el poder de tomar decisiones en esos barrios, para evitar que haya venganza.
¿Ofrecen algo a cambio?
No ofrecemos absolutamente nada a cambio. Entiendo tu pregunta porque he visto reportes de lo que se dice que ha pasado en El Salvador últimamente. Aquí se ofrece –y no es una oferta directa- el hecho de que un barrio calmado tiene más posibilidades de que se establezcan programas para niños, que entre más trabajo… Las consecuencias naturales de un barrio calmado son que hay más negocios, más posibilidades de trabajo, la gente vive con menos miedo, hay más diversión… El proceso de mediación de los interventores es convencerlos de que a ningún barrio le conviene estar en guerra.
Eso también se podría ver de otra manera. Este proceso de “si se calman, el barrio mejora, y ustedes con el barrio” parece lógico sobre el papel, pero puede haber otra lógica: “En este barrio vendo cocaína y crack todos los días y de eso mantengo yo a mi familia. ¿Por qué voy a estar interesado en que el barrio se calme?” A veces la violencia puede tener una lógica económica.
Eso hay que medirlo también. Desde los años cuarenta Los Ángeles está batallando con el problema de las pandillas. Se ha tratado casi todo, menos dirigir los esfuerzos basados en datos que sean concretos, no en opiniones de lo que está promoviendo la violencia. Hace un mes el Centro de Estudios de Enfermedades de Washington lanzó un estudio en el que Los Ángeles era una de las ciudades estudiadas. Este estudio indica que el 5% de la violencia dentro de la pandilla está relacionado con drogas. No te digo que ese estudio es la Biblia, pero, ¿a quién voy a creer? ¡Tengo que dirigir mis esfuerzos por algo! Es posible que un chico de un barrio en específico me diga que ahí toda la violencia tiene que ver con la droga… pero desde el punto de vista del gobierno municipal hay que tener una estrategia basada en algo concreto.
¿Cuáles son los números de Los Ángeles relacionados con el crimen?
El año pasado Los Ángeles tuvo 298 homicidios. Una ciudad de 400 millas cuadradas, un poquito más de 4 millones de habitantes, 400 pandillas y 41 mil pandilleros documentados. Eso es dentro de la ciudad, pero si incluimos el condado, que es más amplio, las cifras cambian. ¿Nuestro método funciona? Hasta ahora parece que sí, este método de mediación, de diálogo, de convencer... Porque hemos conseguido reducir los homicidios vinculados a pandillas. Hoy en día el nivel de crimen de Los Ángeles está a nivel de 1965. Aun así, de los 298 homicidios de 2011, como el 54% fueron homicidios relacionados con violencia entre pandillas.
¿Trabaja todo el tiempo monitoreando datos?
Sabemos que ha bajado el nivel de violencia y eso se comprueba día a día: hay ciertas estadísticas que se pueden manipular, pero un homicidio no se puede esconder. Tenemos estadísticas a otros niveles que tienen que ver con la reducción de riesgos entre los jóvenes de 10 a 15 años y tenemos otras estadísticas que tienen que ver con esto: del 4 de julio al 7 de septiembre en esta ciudad normalmente la violencia entre jóvenes, sean pandilleros o no, sube del miércoles a sábado de 7 de la noche a 12 de la noche. Por eso hemos establecido programas que específicamente se enfocan en ciertos barrios durante ese tiempo. Durante el verano, por los últimos cuatro años, hemos tenido logros bastante impresionantes. El verano pasado pudimos reducir, entre julio y septiembre, el nivel de homicidios un 33%, y el año anterior un 55%. Nosotros nos enfocamos en barrios específicos, etapas específicas, edades específicas y, hasta cierto punto, pandillas específicas.
Hay algo que supongo que es un poco arriesgado para un político: una política de cercanía con las pandillas. La estructura del Estado, a través de interventores, establece cercanía con las pandillas.
Déjame mostrarte: (Se levanta, toma de otra mesa una fotografía, en la que aparece un grupo de mujeres y de hombres y la trae a su escritorio) este es un grupo de interventores de distintos barrios que trabajaron con nosotros el último verano. Ellos se entrenan en una academia que nosotros establecimos y reciben un entrenamiento constante.
¿Es una academia establecida por la alcaldía?
Sí. Me parece que el término que escuché en El Salvador es promotores. Aquí son interventores. Esa gente tiene la palabra y el conocimiento de con quién hablar.
¿Cuántos son ex pandilleros?
El número claro no lo tengo ahora, pero te podría decir que la gran mayoría de ellos.
Venimos de una región donde la posibilidad de que el Estado tenga un diálogo con las pandillas ha sido un tema tabú. Tu propuesta en Los Ángeles es que por el contrario el Estado tiene que conocer a las pandillas y buscar maneras de tener contacto con ellas.
En Los Ángeles se trató todo tipo de cosas, hemos metido la pata de todas las maneras habidas y por haber. Tenemos años y años y años tratando este tema, y de alguna manera es más fácil recibir apoyo del pueblo para hacer algo que no se haya hecho. O sea, que cinco años atrás no teníamos el mismo apoyo para la idea de los interventores. Inclusive cuando sacamos la propuesta de una academia para entrenar a estos chicos y chicas, ¡fue el jefe de la Policía de Los Ángeles quien llegó a decirle al concejal que nos hacía falta este programa! No fui yo, porque a mí no me creen. Él convenció al concejal diciéndole que los interventores hacían mucho más fácil su trabajo, más eficaz y menos violento. Eso es un cambio filosófico grandísimo en Los Ángeles.
Y en la Policía.
También en la Policía. Pero ese cambio de filosofía a nivel del departamento de Policía tomó años lograrlo y estamos en una etapa como de renacimiento en Los Ángeles. El jefe de la Policía y yo hablamos casi todos los días.
Una de las quejas comunes ante ese tipo de propuesta sería: ¿Ir a dialogar con ellos no es reconocer y legitimar el control de estas organizaciones en los barrios donde habitan?
Lo veo distinto. Hay que dar a entender esto: si eres músico y necesito convencerte de algo, tiene más sentido que mande un músico a hablar contigo que un arquitecto.
¿Pero por qué la palabra es “convencer” y no “presionar”, “arrestar”, para que no maten?
¡Pero, chico, si eso funciona está bien! Pero nuestra posición es que si algo no funciona, trata algo distinto, porque si no, te estás cagando. Hay que hacer algo y evaluarlo para ver si funciona. El último día del padre hubo 11 homicidios en cierta región de Los Ángeles, yo estuve en ocho o nueve, o sea que yo vi los cadáveres de esos padres. En ese momento, como padre, después de ver el último cadáver, hubiera arrestado a toda esa gente. Es una reacción bastante humana que si hay homicidios tú tratas de controlar. Si tu hijo va a coger las llaves del carro y salir manejando, tú no entablas un diálogo, tú simplemente lo paras en ese punto. Hay momentos en que hay que arrestar gente. Hay que tener claro esto: no todo se resuelve con diálogo y Los Ángeles no ha encontrado un método que funcione al 100%. O sea que hay que tener un departamento de Policía claro en su política, firme en su respuesta y al mismo tiempo que tenga cierto nivel de entendimiento con estos barrios.
“Cierto nivel de entendimiento.” ¿Está hablando de la Policía?
Así es, y cierto nivel de acuerdo acerca de lo que es una estrategia integral, o sea que prevención, intervención, la Policía y el trabajo de reinserción a la comunidad tienen que trabajar en conjunto, no son trabajos aislados. Nosotros trabajamos un tiempo con interventores que no hablaban con la Policía y con policías que no hablaban con los interventores. Los interventores existen desde los años 40, pero no eran parte integral de la ciudad, de la alcaldía, del departamento de Policía. O sea que el trabajo de esta gente lo paga la ciudad, lo paga mi oficina, tienen un contrato.
¿Cuántos son?
Son 105, pero durante el verano suben como a 145.
El hecho de que esos interventores se sienten a la misma mesa con la Policía, ¿no pone en riesgo su vida, porque se los vea como soplones?
Años atrás sí existía ese temor y ahora alguno de los interventores, en un momento dado, es posible que no se siente a la misma mesa con la Policía. Pero hasta cierto punto eso ha cambiado muchísimo porque hoy en día es un trabajo legítimo. Les investigamos. O sea, que de toda esa gente yo conozco los antecedentes, qué hicieron, cuándo estuvieron presos... No es a ciegas. Y hay un nivel de entrenamiento que es constante. Si hay un homicidio en North Hills salen y se encuentran en la escena o en el hospital y ahí empiezan a intercambiar cierto tipo de información para prevenir la venganza.
¿Pero la pandilla no los ve como espías o soplones?
Deben tener la credibilidad de los barrios y del departamento de Policía. La Policía está clara en que no puede pedir información que ponga en peligro al interventor y al mismo tiempo esa gente está clara en que no puede pedir a la Policía que esconda a nadie. O sea, que saben que si hay que arrestar a alguien hay que arrestarlo. La Policía no se mete a dirigir el trabajo de ellos, ni ellos el de la Policía. Hubo un tiempo en que había muchas charlas en Los Ángeles sobre si había confianza entre la Policía y los interventores… ¡Oye chico, hay al menos 150 abogados dentro del gobierno municipal, y yo no los conozco y no es necesario que tenga fe o confianza en ellos! La cuestión es si somos capaces de hacer el trabajo profesional. Si al terminar el día nos tomamos una cerveza juntos o no, esa es otra cosa.
¿No han tenido que enfrentarse con la siguiente idea de parte de los contribuyentes: “¿Por qué yo con mis impuestos voy a pagarle a un ex pandillero? Encima de que nos hicieron un daño al hacerse pandilleros el Estado viene y los contrata”?
En primer lugar, ellos ya no son pandilleros. Y por lo que sabemos, en Los Ángeles a los contribuyentes les cuesta 1.3 millones de dólares procesar el homicidio de un pandillero, entre la investigación, el hospital, etcétera. Así que mi respuesta a eso es que a ti te conviene más que lo hagamos de esta manera, porque te cuesta menos que si tienes que pagar el alto nivel de costos de una ciudad llena de homicidios. Es bien importante no ver esto aislado de una estrategia integral. Esto no se armó de un día para otro. Requiere el compromiso político del alcalde. El presupuesto del alcalde de la ciudad son 26 mil millones de dólares para todas las necesidades de la ciudad y de esos da a esta oficina 17 millones de dólares. O sea que el compromiso no es solo de respaldo, sino además de bolsillo. Si hay un incidente de violencia, la Policía me manda un e-mail a mí y a los interventores también, lo leen en Blackberrys que les dio la ciudad, y tenemos 15 minutos para comunicarnos y responder si vamos rumbo a la escena o al hospital.
Lo que está contando suena más a una política de salud que a una política de seguridad.
Exactamente eso es lo que es. Es una política de salud, porque parte de esa salud incluye un componente de seguridad. No es una solución perfecta y por esto hacemos evaluaciones cada año y cada tres meses, pero por ahora sigue funcionando. Ha sido una política un poco contraintuitiva, contrario a lo que se había hecho antes. Yo entiendo la lógica contraria, porque si me asusto, yo llamo a un policía, no a un trabajador social ni a una enfermera, pero con esto de la cultura de pandillas aquí en Los Ángeles nos vimos obligados a hacer un cambio. No es que llegamos a esta posición por una creencia altruista. Hubo tiempos que en Los Ángeles teníamos mil 500 homicidios al año. Y llega un momento en que el pueblo, la comunidad, los políticos, deciden que hay que tratar algo distinto. Ahí fue que se estableció esta oficina.
¿Existe en la Policía una especie de grupo de choque especializado antipandillas?
No entiendo tu pregunta.
¿La Policía de Los Ángeles tiene algo parecido a un SWAT antipandillas?
Hay tenientes y capitanes que trabajan con pandillas, pero el departamento de Policía ha llegado a un punto en que está bien envuelto en lo que llaman “estilo de seguridad comunitaria”. Por ejemplo, anoche tuvimos una reunión con cinco miembros de alto nivel del departamento de Policía, varios interventores y varios miembros de la comunidad para anticipar lo que puede pasar en el aniversario de unas manifestacioens que hubo aquí hace 20 años, en 1992. De la manera en que esta gente ayuda a la ciudad no es solo dentro del crimen pandillero, sino como interventores de cualquier tipo de violencia. La gente que tiene cierta historia en manifestar y crear violencia son la gente que tienen en sí mismos la medicina para reducir la violencia. Lo que conozco de estos interventores es que cada uno de ellos llega a un punto en que transforma su ideología y su identidad al punto en que quiere resolver las mismas cagadas que él formó.
Hasta ahora hemos hablado de cómo evitar la rueda de la venganza una vez que se ha cometido un crimen. Ahora entremos a la parte de prevención.
Lo que sabemos de estadísticas es que los niños de entre 10 y 15 años en los barrios de más alto nivel de peligrosidad en Los Ángeles no todos se convierten en pandilleros. Se estima que alrededor del 15% dentro de esos barrios se convierte en pandilleros.
¿Quién estimó eso?
Estudios científicos de investigadores. Pero a ver: existía por un tiempo un gran divorcio entre los académicos, los investigadores, los que trabajan en la calle, los políticos y la Policía, todos aislados. Entonces vamos a asumir por un segundo que esos estudios son ciertos. Hemos invertido mucha plata para investigar quién se convierte en pandillero, pero muy poca para investigar quién no se convierte en pandillero; por eso nos enfocamos en esto: ¿Es posible saber cuáles son los riesgos específicos a nivel individual, comunitario, a nivel de estructura familiar y de medio ambiente para intentar descifrar quién está al más alto riesgo de convertirse en pandillero? La ciudad no tienen los fondos para enfocarse en todos los jóvenes que viven en barrios de alta peligrosidad. Entonces establecimos una especie de evaluación: si un maestro determina que un chico está en riesgo de convertirse en pandillero y contacta con una de las agencias a las que nosotros damos fondos, el primer paso es hacer una evaluación de si verdaderamente su perfil o características entra en el marco de los jóvenes en más alto riesgo.
¿Cómo se puede definir eso?
Es un análisis que tiene varios niveles de examen. No es un invento, es una teoría que no inventamos nosotros. Se mide “tendencia antisocial”, que engloba muchas cosas; “debil supervisión de los padres”; “sucesos críticos en la vida”, que se dirige a un chico en constante estado de crisis, lo botan de la escuela, lo sacan de la casa...; “control de impulsos”, chicos que actúan primero y piensan después; “neutralización”, es decir: yo conozco a chamacos que le han pegado un balazo en la cabeza a un compañero, y le preguntas por qué y te dice: “porque me miró mal”. No tiene el menor remordimiento. Chicos que están en un medio ambiente negativo, o que ya tienen conflictos con la ley, o tienen miembros de la familia envueltos en pandillas; chicos que admiten cometer delitos; chicos que consumen drogas; chicos que no están comprometidos en la escuela; chicos que están insertos en los códigos de la calle o tienen un nivel de conocimiento profundo de las pandillas… Se hace un examen y cualquier chico que cumpla cuatro de estos 10 factores se determina que está en más alto riesgo de incorporarse a pandillas que otro chico que es posible que esté fumando marihuana al salir de la escuela pero no cumple otros puntos del perfil.
¿Y qué se hace con ese chico?
Hemos decidido que la medicina más efectiva es trabajar con tres generaciones de la familia.
¿Tres generaciones?
Reclutamos a todos los miembros posibles de tres generaciones de su familia: abuelos, padres y tíos, padrinos, hermanos... y el objetivo es que toda esta gente se implique en redirigir a este chico.
Si tiene familiares pandilleros, ¿eso no provoca un choque?
No. Te sorprendería la cantidad de personas que están o han estado envueltas en pandillas y no quieren que sus hijos entren a las pandillas. El reto más alto para esos padres es evitar que sus hijos sigan su camino.
Esto que cuenta, ¿cómo encaja con otros ejes de la política estadounidense, que aplica a ciertas pandillas la ley RICO, o las tipifica como grupo terrorista, o que ha creado en el FBI un grupo de operaciones especializado en perseguir a una de ellas?
En el fondo no tenemos una filosofía distinta. Tenemos comunicación constante con esas agencias. Eso incluye que es posible que el FBI, o la DEA, tengan una operación en un barrio específico porque llevan dos años investigando a cierta pandilla, y hagan una redada. Eso se hace y se va a seguir haciendo. Después de estas redadas hay efectos secundarios. Toda medicina tiene efectos secundarios. Pedimos a esa gente que entienda que su acción tiene efectos secundarios y nuestra labor es centrarnos en esos efectos. Poner las esposas a alguien y arrodillarlo en una esquina es algo muy desagradable. Y cualquier miembro de la comunidad reacciona a eso. Tenemos trabajos distintos, pero todos jugamos un papel en la estrategia integral. El papel de nuestra oficina es hacer limpieza y dar a conocer datos específicos, a quién arrestaron, por qué, a cuánta gente... después de una operación del FBI, o de quien sea, nosotros damos a la familia, a la comunidad, información acerca de lo que pasó. Datos específicos que vienen de la operación. Porque si se hace una redada en un barrio y el barrio no llega a conocer qué pasó, los efectos secundarios son peores.
Una operación de ese tipo, del FBI por ejemplo, puede tirar por tierra el trabajo de construcción de lazos y de confianza con una comunidad que ustedes han hecho en meses.
O el trabajo de años.
¿Gajes del oficio?
El FBI tiene un papel distinto al mío. Ni ellos me dicen cómo trabajar con familias ni yo a ellos cómo construir casos criminales. El trompetista no le dice al pianista cómo tocar. En este trabajo tienes que tener claro eso.
Entiendo que por mucho tiempo Los Ángeles aplicó políticas consideradas “de mano dura”, como las gang injunction (ley que penaliza que dos o más miembros fichados de la misma pandilla se junten en un lugar público).
Esas medidas existen todavía. Los gang injuction son controversiales. Dan a la Policía cierta discrección para evitar reuniones públicas entre pandilleros. No conozco con detalle los estudios sobre qué efecto han tenido. Lo que sí sé es que en los barrios donde hemos estado trabajando, cuando a partir del 4 de julio y hasta septiembre, de miércoles a sábado, de 7 a 12 de la noche, organizamos actividades deportivas, ahí no existen gang injunctions. Los pandilleros que participan en nuestras actividades no son detenidos. Ahora... si no estás participando en las actividades, los gang injunctions siguen vigentes.
¿Qué es una pandilla, Guillermo?
Jeje. Bueno... por eso yo no suelo usar el término pandilla en público, porque no hay una sola definición. Digamos que hay dos categorías: una, que la pandilla naturalmente tiene un propósito criminal. Otra definición más sociológica, vinculada a la salud pública, ve a la pandilla como un grupo de jóvenes que se juntan con una identidad común y que es posible que llegue a tener una actividad criminal. Si miramos la historia de las pandillas en Los Ángeles, la mayoría de las pandillas surgieron como organizaciones de autoprotección contra otras nacionalidades u otros grupos étnicos. Por eso cuando voy a El Salvador lo que más me choca es que todos los que viven allá son salvadoreños. Eso crea una relación entre grupos distinta a la de acá. Este país se ha construido de forma distinta. Es posible que tú vivas en un barrio en el que haya chinos, coreanos, salvadoreños, cubanos, negros americanos, filipinos... la mayoría de las pandillas de Los Ángeles surgieron como grupos de autoprotección y luego se convirtieron en otra cosa. Por eso yo evito atarme a las palabras.
¿Conoce pandillas que no usen la violencia?
No conozco a las 400 y pico pandillas de Los Ángeles. Pero además no tiene mucho sentido hacerme esa pregunta, porque nosotros solo entramos en contacto con las pandillas cuando hay violencia. No conozco pandillas no violentas porque no tengo ninguna razón para trabajar con ellas.
Hay organizaciones de prevención que dicen que su objetivo no es que desaparezca la pandilla, sino que esta, aunque siga unida, no ejerza violencia ni cometa crímenes. ¿Es posible eso?
Yo no llego a ese punto, yo digo que dados los recursos que tenemos mi preocupación de momento es solo la violencia y el crimen. El primer barrio en el que trabajé pasó un año antes de que yo me diera cuenta de que todos los jóvenes con los que yo trabajaba eran pandilleros, porque mi enfoque no era la identidad, sino el comportamiento. Pero no llego al punto de proponer que sigan juntos, porque entiendo que entre 10 y 15 años todos necesitamos identificarnos con algo, pero yo prefiero que no te identifiques con algo que tiene el potencial de llevarte a la violencia.
¿Tiene sentido pensar que ciudades como Los Ángeles van a hacer desaparecer a las pandillas?
Chico, eso no lo sé. Mi trabajo cada día no es ese. Yo cuando me levanto por la mañana lo primero que hago -si es que el teléfono no me ha despertado a medianoche- es ver qué pasó y entre quiénes. Y me enfoco en eso. No sé si dentro de 10 años van a desaparecer las pandillas o no. Sí sé que, en mi trabajo, si al acostarme hubo menos violencia que ayer, ese fue un buen día. Mi oficina está bien comprometida a hacer algo en El Salvador, aunque no hemos definido qué todavía, porque hay que buscar fondos, y hay que investigar si un pedacito de lo que hacemos aquí se puede trasladar al contexto de allá.
¿Con quién trabaja en El Salvador?
Hemos hablado con el gobierno y con varias organizaciones como Research Triangle Institute y por Catholic Relief Services y con un montón de grupos locales que trabajan en prevención, con promotores, y con jóvenes en los barrios y sus familias, para conocer la realidad de la calle y ver un poco qué está pasando... Fue solo una primera mirada. Lo que sí está claro es que Los Ángeles y esta oficina en particular tienen el mandato moral de tratar de hacer algo. No sabemos todavía qué, porque es posible que nada de lo que hacemos aquí funcione allá, pero si hay un programa federal que puede dirigir fondos a El Salvador, nuestro papel ha de ser que ese dinero se dirija a El Salvador. Porque después de todo el problema que hay allá, en parte lo importamos desde aquí. Aunque sería un error hacerles creer que nosotros sabemos qué hacer porque la realidad en El Salvador es muy particular y no se va a resolver de hoy para mañana; esto es a largo plazo. No hay una solución en particular que va a resolver este problema. El que me diga que usando la astrología para acabar con las pandillas, o esto, o lo otro... La medicina tiene muchos aspectos, y la parte más difícil es coordinar todas las pastillas y remedios que hay que tomar. En esa labor estamos.