En el púlpito o en el despacho parecen dos personas distintas. En el culto, el pastor Mario Vega es un volcán: pasea por el escenario, gesticula con los brazos, arquea cejas, cambia el micrófono de mano, cierra con fuerza los ojos… y luego la voz, una voz potente, rasgada y seca, joaquinsabiniana, que logra modularla en frases cortas y sonoras, casi gritos. En su despacho, sin embargo, Vega vuelve a ser el Doctor Jekyll: finas maneras, derroche de amabilidad, da la impresión de ser alguien introvertido y callado, de esos que no pronuncian más palabras que las necesarias… y la voz, la voz se le suaviza, desaparecen los gritos, cero estridencias.
En El Salvador, esa ambivalente voz –ora rasgada, ora suave– tiene mucho peso cuando se habla de seguridad pública en general, y del fenómeno de las pandillas en particular. La Misión Cristiana Elim es una de las denominaciones cristiano-evangélicas con más adeptos, y su influencia es especialmente relevante en sectores populares; no en vano su sede central está en el final de la colonia Santa Lucía, en la zona sur de Soyapango, un sector con fuerte presencia de maras.
En 2009-2010, cuando bajo la batuta del secretario de Asuntos Estratégicos, Hato Hasbún, este gobierno ensayó –sin éxito– un primer diálogo directo con las pandillas, Vega fue parte activa del proceso. Ahora, en esta segunda intentona bajo las directrices del general David Munguía Payés, ministro de Seguridad Pública, Vega no solo ha sido llamado a participar en la reunión del presidente de la República y el gabinete de seguridad con líderes religiosos, sino que desde aquel encuentro el Viceministerio de Seguridad le ha solicitado tres encuentros en privado.
Por los años de trabajo de la Iglesia Elim en el ámbito de la prevención y la inserción, la voz de su pastor general en verdad pesa.
Vega es un defensor a ultranza de la tregua entre la Mara Salvatrucha-13 y el Barrio 18 en cuanto que representa “una auténtica oportunidad”. Desde esa convicción, lamenta que las víctimas no estén teniendo voz en el proceso, y critica el manejo que el gobierno está haciendo de la situación: “Da la impresión de que no les interesa solucionar el problema, sino únicamente mantener la reducción hasta finalizar el mandato”. Advierte también de que la ruptura de la tregua podría llevar a las pandillas a centrar su accionar delincuencial en sectores más acomodados de la sociedad.
Este 8 de septiembre se cumplió medio año –6 meses, 183 días– desde que el gobierno trasladó a una treintena de líderes de las dos pandillas desde el Centro Penitenciario de Seguridad Zacatecoluca, y con ello se activó una tregua que sigue generando mucho escepticismo en la sociedad.
¿Sorprendido por la duración?
Sin duda. Yo creí que el proceso iba a romperse rápido si no se daba a las pandillas muestras concretas de que había interés. Por eso me sorprende que, aunque haya sido bastante fría la respuesta de parte del Estado y de la sociedad a sus planteamientos, ellos estén manteniendo su palabra.
¿Esperanzado?
Sí. Muy pocas personas han logrado percibir que la tregua es una auténtica oportunidad. El Estado, la sociedad… como que estamos más enfrascados en los problemas cotidianos que en resolver el problema de violencia e inseguridad, que es el principal.
Dice que estamos ante una oportunidad. ¿Esa sensación la tiene desde que inició la tregua o le ha surgido con el paso de las semanas?
La tregua en cierta forma no fue una sorpresa para mí, porque desde años atrás era evidente que los códigos de conducta de las pandillas hacían factible llegar a un acuerdo. El problema había sido cómo poder armar y articular ese acuerdo, pero, dado que ya se dio, yo lo vi desde el principio como un hecho que hay que aprovechar y al que hay que saber dar continuidad.
¿A usted no le genera problemas con las personas que se congregan en su iglesia abogar abiertamente por el diálogo con los pandilleros?
Lo que ocurre es que nuestra congregación atiende sobre todo barrios populares. Ellos conocen la realidad del fenómeno, y lo que yo digo no es algo que contrasta con lo que viven día a día. En las comunidades se conocen los códigos de la pandilla. Saben que es así, y por lo tanto son afirmaciones que no les asustan. Ellos han visto a los pandilleros crecer en sus vecindarios, desde niños, y saben que esto así funciona.
Somos un país muy pequeño. ¿Puede hablarse de salvadoreños que sufren de cerca las maras y de salvadoreños que apenas conocen el fenómeno?
El Salvador siempre ha sido una sociedad esquizofrénica. Lo fue durante la guerra, porque mientras a 100 kilómetros había bombardeos y masacres, en la capital la normalidad era casi total. Lo mismo sucede hoy: en Apopa, en Soyapango o en Ilopango se vive de una forma radicalmente diferente a como se vive en los barrios donde reside la mayoría de los líderes de opinión. Es evidente que hay dos realidades, y el problema es que esas dos caras de la sociedad no logran conectarse y entender que se trata de una misma sociedad.
Infiero de sus respuestas que los que más alejados están del problema son los más escépticos ante la tregua. ¿No es una paradoja?
El ser humano no reacciona mientras no es tocado en sus intereses. Y mientras el problema no toque a los poderosos, los poderosos no van a responder ante el problema. Pero recuerde que los líderes pandilleros dijeron que su estrategia iba a cambiar: dejar de molestar a los pobres y centrarse en los ricos. Es un elemento al que los sectores poderosos del país deberían de poner atención porque, si el proyecto de la tregua fracasa, es muy probable que los pandilleros continúen con los planes que tenían antes, que incluían acciones como el boicot a las elecciones. Lo que viene para el país es un caos que difícilmente se va a poder controlar.
¿Puede ser más explícito?
Ya hubo un pulso de poderes en septiembre de 2010, cuando las pandillas paralizaron por tres días el país. Ahí se midieron el poder de la amenaza de las pandillas y el poder militar del Estado, y la gente de amplios sectores no confió en el Estado; vio las tanquetas y los helicópteros volando, pero tuvo más temor a las pandillas. A esos elementos hay que prestar atención, porque si la tregua se rompe, a la sociedad le espera una situación muy difícil de controlar. Las pandillas querrán demostrar que no están debilitadas, y querrán usar una voz más fuerte. Es la lógica de ellos.
Suena amenazante.
Yo lo veo como amenaza. Varios líderes pandilleros lo dijeron en las entrevistas posteriores a cuando la tregua se destapó, y entonces ya lo vi como una amenaza velada, pero lastimosamente no se le ha puesto la debida atención.
¿De qué sectores provienen los intentos para que esta tregua descarrile? ¿Quién está generando ruido al proceso?
El problema es que uno solo ve las cajas de resonancia, que son los medios de comunicación, pero no las personas o los sectores que están detrás. Es fácil identificar los medios que se esfuerzan por presentar la tregua como una trampa, pero ¿quién está detrás? ¿Quién produce el sonido que la caja de resonancia amplifica? Uno puede suponer que hay personas con intereses muy oscuros, pero ponerles nombre y apellido es complicado.
Los dos principales partidos políticos, Arena y FMLN, han estado extrañamente comedidos en este tema.
Sí, aún no se ha politizado, afortunadamente, y cuando el tema se menciona es como un exabrupto de algún dirigente, no como una línea definida de uno u otro partido.
El análisis estadístico asegura que en El Salvador han muerto 1,400 personas menos en este semestre, pero la tregua aún genera escepticismo.
La ciudadanía tienes razones para ser escéptica: primero, porque la tregua es esencialmente entre las pandillas y sigue habiendo purgas al interior de cada pandilla; y segundo, porque en este país cualquiera mata, sea o no pandillero, porque sabe que siempre se culpa a las pandillas. Sigue habiendo muertos y sensación de inseguridad, aunque quizá el punto principal del escepticismo es porque el tema que afecta a más personas, el de las extorsiones, no se ha tocado.
¿Usted es de los que piensan que la tregua solo beneficia a los pandilleros y no a la sociedad en su conjunto?
No. Y aunque fuera cierto que solo a ellos les está beneficiando, no hay que olvidar que ellos, nos guste o no, son parte de la sociedad salvadoreña, y toda la sociedad se beneficia cuando no mueren jóvenes. Es incorrecto hacer esa separación: ellos son los malos, y nosotros somos los buenos. Somos una sociedad, y ellos son el producto de lo que somos como sociedad.
De hecho, con la tregua también ha habido menos muertes de policías, de soldados, de estudiantes, de motoristas de buses…
Claro, claro. Es que no es cierto que solo los pandilleros han dejado de morir. También los civiles, como nos llaman ellos. La tregua ha salvado muchas vidas.
Aun así, le parece lógico el escepticismo.
Es que hay razones para el escepticismo. ¿Quiénes son los que más están celebrando la disminución de los homicidios? Los miembros del gabinete de seguridad. Eso a mí me genera el temor de que el proceso se lo hayan tomado de una manera lenta y fría a propósito. Da la impresión de que a esta administración no le interesa solucionar el problema, sino únicamente hacer lo mínimo para mantener la reducción hasta finalizar el mandato. Y luego, que el que venga se las arregle.
¿Deberíamos como sociedad brindar una segunda oportunidad a los pandilleros?
Merecen una oportunidad, no una segunda oportunidad, porque nunca tuvieron la primera. Por eso a mí no me gusta hablar de reinserción, porque en realidad nunca estuvieron insertados en la sociedad; me suena mejor inserción. Todo salvadoreño merece al menos una oportunidad en la vida para poder ser productivo.
¿No duda de la honestidad del ofrecimiento de las pandillas?
Creo que es un ofrecimiento honesto. Lo único de valor que un pandillero tiene es su palabra, y necesariamente no puede fallar a lo que dice, tiene que sostenerlo.
¿Qué opinión le merecen los facilitadores Raúl Mijango y Fabio Colindres? ¿Cree que su rol en este proceso ha tocado techo? ¿Se necesitan otros actores para caminar más de prisa?
El techo lo pone el Estado, que es el que en definitiva puede dar respuesta a las peticiones de las pandillas. Si el Estado se cierra y coloca elementos como no negociables, por las razones que sea, el facilitador de ahí no puede pasar. Las pandillas tienen sus condiciones, pero han mostrado más apertura a negociar. El Estado, creo yo, es el que tiene más elementos que le restringen, por razones políticas, por la opinión pública…
¿Por qué tanto misterio, mentiras y secretismo desde el gobierno?
Al principio sí hubo bastante secretismo y no se dijo abiertamente que había un proceso que estaba caminando, pero soy de los que piensa que este tipo de negociaciones no tienen que ser públicas. Se necesita cierto nivel de confidencialidad para crear confianza, aunque los acuerdos finales sí deberían hacerse públicos.
Pero el gobierno sigue negando que ha negociado con pandillas.
Porque decir que lo están haciendo supone jugársela.
Resulta paradójico que el secretario general de la OEA se haya sentado a oír a los pandilleros y no lo haya hecho, en teoría, ningún funcionario de este gobierno.
Esa visita habla de la seriedad con la que desde el extranjero se está viendo este tema, mientras que aquí el gobierno no quiere correr el riesgo y prefiere que esto siga viéndose como algo entre las dos pandillas.
Seis meses parece un tiempo razonable para haber enviado señales en dos temas clave: la reinserción y la prevención. ¿Usted ha visto esas señales?
No veo ni una señal de que se esté trabajando en serio en planes de inserción o de prevención, y yo creo que es lo que más se necesita, porque parece claro que el grueso de los pandilleros no quiere que sus hijas o sus hijos sigan sus mismos pasos. Del gobierno no he visto nada nuevo. Las pocas personas que están trabajando hoy en prevención e inserción son las mismas que lo hacían antes de que la negociación comenzara.
El gobierno anunció en abril los llamados Parques Especiales de Inserción Laboral, para crear empleos a pandilleros y familiares, pero estamos en septiembre y no se ve nada.
En el tema de la inserción claramente no se está haciendo lo que se debe hacer, y ahí radican mis sospechas de que el gobierno esté manteniendo la negociación así, fría y lenta, para prolongarla lo más que se pueda, pero sin una verdadera voluntad de resolver las raíces del problema.
¿Es viable este proceso sin que haya una apuesta clara por la prevención y la reinserción?
Pensar que las pandillas se van a desactivar por buena voluntad lo veo como algo muy difícil. Sin programas de inserción, imposible.
Pero la reinserción es cara: talleres, becas, capacitaciones, empleos… ¿Cómo esta sociedad va a digerir esas inversiones en pandilleros cuando nos escandalizamos por instalar un televisor en una cárcel?
Es muy difícil que lo vayamos a digerir, porque culturalmente los salvadoreños somos muy dados a la revancha, al desquite, y nunca faltan voces que apoyan los escuadrones de exterminio o que aplauden cuando se quema una cárcel. Se trata de cambiar la mentalidad cultural, pero eso no se va a lograr en 10 años, mucho menos cuando no se hace nada por cambiarla.
¿Qué gobierno se atreverá a dar pasos con la opinión pública en contra?
Ese es el principal temor. Este gobierno sabe que brindar oportunidades a personas que han delinquido no es popular, aunque en el fondo sepan que es la única manera de resolver esto. Yo creo que como sociedad deberíamos reflexionar: si este no es el camino, ¿cuál otro nos queda? ¿La represión? Está bien, pero ¿cuántos años de represión efectiva se necesitarían? ¿Diez? Diez años son 42,000 muertos más. Yo creo que la apuesta por la inserción y la prevención es la salida más viable, humana y a corto plazo, aunque no sería la solución total, porque el problema de la agresividad social va a continuar y siempre habrá niños de 10 años deseosos de montar su propia pandilla mientras no haya cambios estructurales.
Hemos hablado de los pandilleros, de los facilitadores y del gobierno como los actores principales de este proceso. ¿Qué hay de las víctimas? ¿Quién habla por ellas?
Nadie está hablando por ellas. Y por eso se dan casos en los que las víctimas toman la justicia por su mano; los padres, los hermanos, los hijos de las víctimas en ocasiones no se quedan de brazos cruzados, y ahí comienzan los círculos de venganza, que generan más muertos. Es muy complejo esto.
A usted le escuché por primera vez la etiqueta “estructura de terror” para nombrar el control que las pandillas ejercen en sus comunidades.
Sí, definitivamente ellos utilizan el terror para alcanzar sus objetivos, que son económicos y de reconocimiento social.
¿Esa estructura se modificado desde que inició la tregua?
Yo pienso que no.
¿Podría hablarse de éxito en este proceso si no condujera a la eliminación de esas estructuras de terror?
El propósito de la negociación debería ser acabar con el terror mientras al mismo tiempo se resuelven los problemas de subsistencia que tienen los miembros de pandillas que en la actualidad recurren al terror. Ninguna de las dos cosas puede dejarse de lado.
Este país en los noventa ya cometió el error de olvidarse de las víctimas para poner freno a un conflicto social. ¿Cabe en este caso la figura del perdón y olvido, y miremos hacia adelante?
En absoluto. Yo sigo creyendo que los temas no investigados de la guerra civil deberían investigarse, y con la violencia de las pandillas sucede igual. La tregua no debe llevar al perdón y olvido, porque las víctimas tienen derecho a saber la verdad, y a saber quién mató a su hijo o a su hija, y que esa persona responda ante la justicia.
¿Eso es factible?
Pongámonos es un plano ideal: imaginemos que la tregua funciona y que se desarticulan las pandillas más numerosas, pues a eso debería seguirle el inicio de investigaciones serias para dar con los responsables y llevarlos ante un juez. No se puede renunciar al derecho a la justicia.
Soñando con ese estado ideal en el que los pandilleros se calman y desaparece la estructura de terror, miles de ellos con voluntad sincera de reinsertarse podrían ser encarcelados por crímenes cometidos años atrás. ¿Eso no haría tambalear ese hipotético proceso?
No creo. En la pandilla se respeta eso de que el que la debe la paga. A lo que se oponen es a que la pague el que no la debe. Yo sí creo que el pandillero aceptaría esa condición de pagar el daño hecho a la sociedad en aras de lograr una oportunidad de insertarse en un futuro y de beneficiar a su familia.
Desde hace años la clica socializa su actividad criminal entre todos los integrantes, y raro es el pandillero que no ha cometido delitos de sangre. ¿Es realista aspirar a judicializarlos a todos?
Las acciones de las pandillas yo las veo como las de una guerra: hay soldados en funciones operativas, otros en vigilancia, otros de control, pero quienes tienen la autoría intelectual suelen ser pocas personas. Esas son las responsabilidades que hay que deducir.
No creo que sea tan sencillo. En una violación tumultuaria de una joven, quizá unos pocos lo han decidido, sí, pero todos participan.
Si 15 abusaron de una joven, los 15 cometieron un delito, pero a lo que voy es que probablemente había varios muchachos más que en ese caso solo vigilaban que la Policía no llegara. Su participación no es tan directa, a eso me refiero cuando hay que deducir responsabilidades. Sin obviar que la justicia restaurativa podría ser una opción para algunos casos, con la idea de no hacer colapsar los sistemas judicial y carcelario. Pero para todo esto se necesita apertura de ideas; tener una mente abierta no significa tenerla vacía. En este tema se van a necesitan mentes llenas pero abiertas.
¿Algo que no se da en la actualidad?
En general, no. Son pocas las voces sensatas, y parece como que se la pasan gritando en el desierto.
Estando así las cosas, finalizo con una pregunta que le planteé al inicio de esta plática: ¿se puede tener esperanza en este proceso?
Como cristiano, yo tengo que tener esperanza, y prefiero tenerla que entregarme al negativismo y dar todo por perdido. Nosotros, como iglesia, seguimos trabajando con los jóvenes, con o sin tregua, ayudando en lo que podamos.