La guerra aún no había finalizado cuando se dejaron ver en El Salvador los primeros cuerpos tintados con letras góticas y números, envueltos en ropas flojas, cachuchas, pañoletas y tenis caros.
Héctor Atilio Brizuela Silva ha consagrado su vida profesional a los niños delincuentes, como sicólogo del Juzgado de Menores de San Miguel, pero en 1989, recién licenciado, trabajaba en la cárcel de adultos de la ciudad. Los tres primeros pandilleros deportados los vio en ese centro penal: tres figuras intimidantes que no pasaban inadvertidas. “Era un lujo ver a esos deportados... tremendos ñeques, supongo que de haber pasado por cárceles en Estados Unidos. Incluso los políticos (los presos políticos, afines a la guerrilla) los respetaban. A muchos los huevitos se les hacían así –Héctor Atilio Brizuela une las yemas de sus dedos y deja un espacio en el que apenas cabría una chibola– solo de verlos. Nadie se metía con ellos”.
Figuras cuasi hollywoodenses, los deportados –su vestimenta, sus maneras, sus tatuajes, su flow...– deslumbraron en una sociedad gris como la salvadoreña.
En El Salvador de la primera mitad de la década de los noventa, el pandillerismo en términos generales no se censuraba; se toleraba, incluso se promocionaba. Se hablaba sin rubor de la “moda mara”. En abril de 1993, cuando la selección de fútbol venció por 2 a 1 a la de México en las eliminatorias del Mundial, con goles del “Papo” Castro Borja y de Renderos Iraheta, las cámaras del Canal 4 enfocaron unos segundos eternos a un grupo de aficionados que mostraban en el Estadio Cuscatlán una gran pancarta alusiva a la Mara Salvatrucha, y los comentaristas saludaron con orgullo la entrega y el amor patrio de esos salvadoreños incondicionales. Como sicólogo del Departamento de Prevención del Delito de la Fiscalía General de la República, Arístides Borja retrataba en mayo de 1995, en un reportaje publicado en El Diario de Hoy, una juventud que “soñaba y fantaseaba” con los pandilleros: “La moda es la mara, y es un logro, un triunfo, pertenecer a una. Para ellos es un trofeo estar marcados, y significa poder”. El sicólogo Héctor Atilio Brizuela está convencido de que los medios de comunicación de referencia abonaron el terreno: “En los primeros años, La Prensa Gráfica y El Diario de Hoy hacían grandes desplegados con cómo se vestían los pandilleros, que si los tenis Domba, que si cómo hablaban... hasta publicaban fotos para aprender su lenguaje de señas. Los periódicos empujaron a los jóvenes”.
(Vitoria-Gasteiz, Euskadi. Enero de 2014)
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[Este relato es un pequeño fragmento de un libro-crónica que aborda en su complejidad el fenómeno de las maras, y que El Faro tiene previsto publicar en 2015.]