Estos textos breves recogen pinceladas de la microhistoria de la tregua. En algunos de ellos los periodistas de El Faro aparecemos como protagonistas involuntarios de lo que se narra. Contamos el proceso desde nuestra propia experiencia. Las historias enhebran rumores precoces que acabaron siendo ciertos, casualidades que derivaron en noticia, voces cambiantes de empresarios, alianzas electorales que probablemente constituyen delito, o a un pandillero pintando con atomizador una línea en el suelo. Piezas, pedazos que no alcanzan a resolver los innumerables vacíos que acumula la verdad de lo sucedido, pero tratan de ser al menos un aporte más para la documentación y la discusión.
1. Noticia de una Primicia
El primer rumor nos había llegado meses antes, cuando Douglas Moreno aún era director general de Centros Penales, y sin demasiada fe, como por rutina, le preguntamos:
—Douglas, ¿tú has autorizado que entre gente del gobierno a los centros penales para buscar un pacto con las pandillas?
Nos dijo que no, que no sabía nada, y concluimos, claro, que era solo un rumor, que no tenía cimientos. Era absurdo, no cuadraba, porque desde hacía solo unas semanas el nuevo ministro de Seguridad Pública era el general David Munguía Payés y él era… era… bueno, ¡era un general del ejército! Que además había dejado muy claras sus ideas sobre seguridad pública: desde su uniforme verde olivo había criticado les leyes “garantistas” que según su criterio protegían a los pandilleros; había propuesto suprimir garantías constitucionales, cuestionado a los activistas de derechos humanos… no era el perfil de funcionario que le habla al lado amable de los criminales, menos aun el que sacaría de la cárcel de máxima seguridad a algunos de los más connotados pandilleros del país.
Eso mismo pensamos cuando, a inicios de marzo, un miembro del Organismo de Inteligencia del Estado le contó a un periodista de El Faro que el gobierno estaba sacando a los principales líderes pandilleros del penal de Zacatecoluca. No cuadraba. Así que buscamos por otro lado: los juzgados de vigilancia penitenciaria deberían tener registro de una maniobra así. Pero resultó más complicado de lo que pensamos y solo conseguimos confirmar tres traslados. Aunque eran personajes de la talla de El Sirra, uno de los líderes de la MS-13, la cantidad de movimientos bien podría pasar por rutinaria.
Pero el informante aseguró que se trataba de una estrategia del gobierno para hacer cumplir la loca promesa del general Munguía, según la cual él reduciría el índice de homicidios al menos en un 30 % en solo un año. Así que hicimos un ejercicio que teníamos tiempo de no hacer: contar asesinatos diarios. Sorpresivamente, la semana que siguió a los supuestos traslados había amanecido anómala: el lunes, 2 asesinatos. El martes, 3; el miércoles, 5… Para quien está familiarizado con la trama salvadoreña, eso es una increíble buena noticia, sobre todo porque justo la semana anterior el promedio rondaba los 13 asesinatos diarios.
Un año antes, luego de una larga serie de entrevistas en el penal de máxima seguridad de Zacatecoluca para completar un trabajo que se acabaría llamando El Barrio roto, Carlos Ernesto Mojica Lechuga, Viejo Lin, quizá el más famoso miembro del Barrio 18, nos había pedido un favor: ellos andaban buscando a alguien que les escuchara y que pudiera transmitir mensajes a las autoridades y creían que el director del Museo de la Palabra y la Imagen, Carlos Consalvi, podría jugar ese rol. Viejo Lin quería que le diéramos a Consalvi el recado. En aquella ocasión decidimos aplicar a rajatabla la norma autoimpuesta de que como reporteros no entramos ni sacamos mensajes de privados de libertad a terceras personas. ¿Habían encontrado por su cuenta intermediarios con el gobierno? ¿De verdad el general que pedía más involucramiento del ejército en seguridad pública era ahora capaz de llegar a acuerdos con las pandillas?
Cuando preguntamos sobre los traslados al entonces director general de Centros Penales, Nelson Rauda, con quien habíamos mantenido una cercana relación durante mucho tiempo, nos dijo que esa era información de la que solo el ministro estaba autorizado a hablar. Desde luego, lo dimos por confirmado.
Finalmente un funcionario de alto nivel en el gobierno nos aseguró que habían sido trasladados una treintena de líderes de la MS-13 y del Barrio 18, desde “Zacatraz” hacia diversos penales en el país, que entre los trasladados estaban todas las celebridades en el mundo pandilleril: Viejo Lin, Duke, Diablito de Hollywood, El Trece…; que los traslados se hicieron de noche y que fueron ordenados directamente por el ministro.
Nos faltaba confirmar con algún miembro de pandillas que nos hablara de las órdenes recibidas desde las cárceles y luego de algunas llamadas terminamos sentados en la cafetería de un centro comercial con un pandillero de la MS-13 que terminó de armarnos el rompecabezas.
Mientras conversábamos entró a aquel restaurante un exdiputado del FMLN que teníamos mucho tiempo de no ver y cuyo nombre no recordamos de inmediato. Pasó de largo y nos saludó apenas con un ligero gesto de cabeza. Se sentó a una mesa cercana y se tomó un café. Solo. Al salir de la cafetería alguien recordó que aquel exdiputado se llamaba Raúl Mijango. 10 días después, Mijango anunciaría que él era el mediador, que era responsable del traslado y del acuerdo entre las dos grandes pandillas. Pero en aquel momento nadie le dio importancia.
La noche va a ser larga para el equipo de redacción de El Faro pero aún no lo sabemos. Es un jueves de rutina. Hace una semana revelamos la negociación entre el gobierno de Mauricio Funes y las pandillas Mara Salvatrucha y Barrio 18 para reducir los homicidios, y durante la tarde ha habido que tomar decisiones complicadas, pero pensamos que la noche va a ser tranquila. De un fax va a salir un documento que nos dirá que no. Falta menos de una hora para eso.
Son las 7 p.m. y estamos con Raúl Mijango en el estudio de radio de la Cool, una emisora juvenil del grupo YSKL. Estamos fuera del aire, con micrófonos apagados durante un corte comercial, pero la discusión que hemos tenido durante todo el programa no se detiene: si el gobierno no forma parte de esto, ¿por qué los mediadores son, casualmente, dos personas de confianza y acceso directo al ministro Munguía Payés? ¿Cuándo comenzaron los contactos? ¿En qué consistió la negociación para lograr la tregua? Hay demasiadas sombras, demasiado que sospechar de este milagro repentino obrado y anunciado hace solo 48 horas por un obispo de cáliz dorado y un nada santo excomandante guerrillero con fama de arrojado y de conspirador. Mijango responde con evasivas, ríe y se echa hacia atrás en la silla, burlón, panzón, cómodo:
—Cuando te gustó un platillo no preguntás al cocinero cómo está hecho, jaja. ¡Te gustó! ¡Ya estuvo!
El mensaje de las autoridades y los mediadores de la tregua a un periodista: no hagas preguntas, come y calla.
Volvemos al aire. Sigue el espadeo y se van acumulando, muertas, las preguntas que no reciben respuesta clara. De repente, con la sonrisa del prestidigitador que saca un conejo de su manga, Mijango lee un par de párrafos de un documento que ha mantenido doblado en sus manos todo este tiempo: es un comunicado de las pandillas, de ambas, de la cúpula de la Mara Salvatrucha y de la del Barrio 18. “Si nosotros somos parte del problema también podemos ser parte de la solución (...) No deseamos seguir haciendo la guerra (...) Han facilitado que después de 20 años hayamos podido llegar a un acuerdo común entre las dos pandillas rivales (...)”. En los últimos años los barrios han emitido comunicados conjuntos, como los de 2010 pidiendo diálogo al gobierno o demandando mejor trato a sus presos, pero eran de origen confuso y contenido previsible. Nunca antes llevaron el sello de la dirigencia. Nunca antes estuvieron precedidos por una espectacular caída del número de homicidios. Al acabar el programa le pido a Mijango una copia del documento.
—No sé si puedo dártelo. Ellos se lo dieron ya a todos los medios hoy, en una conferencia de prensa que dieron en la cárcel.
—Sabes perfectamente que a El Faro no nos invitaron y que no nos dieron el comunicado.
—Tendría que pedirles autorización a ellos. Han de ser ellos quienes se lo den.
—Si lo tienen ya todos los medios, ¿por qué no nosotros?
Finalmente, el mediador accede y entrega las tres hojas dobladas. Hay una oficina abierta a la entrada del edificio. Antes de leerlas, las coloco en un fax para copiarlas. La máquina escupe lentamente la primera página. Mientras vomita el resto, leo esa primera copia gris: “Al pueblo salvadoreño hacemos saber: 1. Que rechazamos enérgicamente la publicación irresponsable, tendenciosa, perversa y poco profesional al utilizar fuentes ficticias, que un periódico digital hiciera pública...” No doy crédito. Cuesta dimensionar lo que esto significa. El primer comunicado conjunto que las cúpulas encarceladas de la Mara Salvatrucha y el Barrio 18 han hecho en la historia de El Salvador tiene 10 puntos, 10, y dos de ellos, el primero y el tercero, son señalamientos directos contra El Faro y su director. “Es inaudito que existan personas como Carlos Dada...” En los días próximos habrá tiempo de redimensionar esas líneas, de medir riesgos y depurar la intención real de la amenaza, pero en este momento es como si un punto rojo, un puntero láser, se hubiera posado de repente en el pecho de toda la redacción. Son las 7:45 del jueves 22 de marzo.
Al otro lado del teléfono, Carlos Dada escucha el texto del comunicado entre sorprendido y enfadado. Ya está maquillado y en 15 minutos aparecerá, como cada jueves, en el programa televisivo “8 en punto”, que dirige Nacho Castillo.
—Venite, vamos a esperar para iniciar el programa a que traigás el comunicado.
Aún no he colgado y veo que a Mijango le han dado sus originales y se va. Se marcha. Sin una explicación, sin decir palabra. Ha callado durante una hora de programa el detalle de que el comunicado incluía menciones a El Faro y ahora se va sin mediar palabra. Le alcanzo ya en la calle. Es de noche, amaga marcharse, con gesto de prisa.
—Raúl, ¿qué significa esto? ¿Cómo debemos interpretar esto?
—Es lo que leés. Ustedes fueron muy irresponsables.
—¿Es esto una amenaza?
—No, pero los líderes en la cárcel están muy enfadados. Dicen que ustedes con su publicación han puesto en peligro sus vidas. Ustedes van de sanvergones y se lo buscaron, ahora aguanten las consecuencias.
—¡Tú sabías que esto se iba a difundir y lo permitiste!
Le digo que un comunicado así no se ha podido imprimir y difundir sin el visto bueno de las autoridades, del Estado, pero no responde. Se tiene que ir, dice. Tiene, dice, una reunión con el ministro Munguía Payés.
El comunicado vuela en carro a través de las calles vacías de San Salvador hasta llegar al estudio de Canal 33 en la colonia Escalón. Nacho Castillo ha retrasado el inicio de su programa y lo arranca en el instante mismo en que las borrosas copias salidas del fax le llegan a las manos. Lee el comunicado directamente al aire. A su lado están los jefes de redacción de La Prensa Gráfica y del CoLatino, además del director de El Faro. Ninguno sabía del comunicado. Mijango mentía cuando dijo que todos los medios de comunicación del país tenían una copia.
Esa noche la redacción de El Faro se reúne casi al completo, de emergencia, en casa de Carlos Dada. Discutimos por horas el alcance del comunicado, sus implicaciones. De entrada, hasta que tengamos información más completa sobre lo que la MS-13 y la 18 quieren decir, se suspende cualquier visita de campo a cárceles o a comunidades controladas por pandillas, o entrevistas relacionadas con narcotráfico en el interior del país. El comunicado no es una amenaza directa, pero llega una semana después de que también el gobierno había enviado mensajes intimidantes a El Faro, y tememos que alguien aproveche la confusión para cobrarnos viejas publicaciones o que un pandillero nervioso y con ansias de figurar crea que haciéndonos algo va a quedar bien con sus jefes. Se discuten protocolos de seguridad, se acuerda la postura editorial que tomaremos, se asigna a dos personas la redacción de un editorial y a otras dos la de una nota informativa sobre el comunicado. Ambos textos han de estar on line por la mañana. Esa noche, todos nos acostamos de madrugada. Hay quien duerme en el mismo sofá en el que terminó de escribir.
Al día siguiente, aparte de El Faro, solo un periódico matutino tendrá el texto del comunicado en sus páginas. El columnista Paolo Lüers, amigo de Mijango y del ministro, tenía el documento desde el miércoles. Había decidido apoyar la tregua, difundirla, defenderla, y en premio tuvo dos días para visitar antes que nadie las cárceles de Cojutepeque y Ciudad Barrios, entrevistar a líderes de la MS-13 y el Barrio 18, y escribir el resultado. El Diario de Hoy presentaría como exclusiva periodística el primer texto de propaganda pactado por los mediadores y las pandillas: “Hablan las maras”.
Durante la entrevista, Nelson Rauda resbaló una y otra vez. Probablemente deseaba ser sincero. Es evidente que tenía instrucciones de no serlo.
El resultado fue un derroche de respuestas incompletas pero más reveladoras de lo que convenía a la estrategia del gobierno. En aquella primera entrevista de El Faro con un funcionario del área de seguridad tras destapar la negociación con las pandillas, Rauda aceptó que el traslado de los líderes de la MS-13 y la 18 estaba vinculado a la tregua y acabó admitiendo que, al reubicar a esos 30 hombres en cárceles de menor seguridad, el Estado les devolvía conscientemente el control de sus estructuras criminales. Aunque lo hiciera con el fin de que pudieran hacer efectiva la reducción de homicidios.
El día anterior, Raúl Mijango y Fabio Colindres se habían presentado en público como mediadores de la tregua y evidenciado las precipitadas mentiras del ministro Munguía Payés. La confusión era absoluta. De las escurridizas respuestas de Rauda emanaba la primera luz.
Cuando ya me despedía, con la grabación en el bolsillo, sonó el teléfono celular de Rauda. Tomó la llamada. La conversación fue corta.
—Era el ministro. Me pidió que no dé declaraciones. Dijo que él va a ser el único vocero de todo esto.
Se hizo un silencio incómodo. Sobre todo para él.
—¿Hay alguna posibilidad de que esta entrevista que acabamos de hacer no se publique? —me dijo.
Rauda me parecía un funcionario bienintencionado y algo ingenuo. Cualidades delicadas en un puesto tan complejo como el suyo. Le propuse algo: el ministro nos había prometido una entrevista para el día siguiente, jueves 22, a las 5 de la tarde. Si efectivamente la daba, se abría la posibilidad de reservar la suya. Lo esencial para nosotros era que el Ejecutivo encarara nuestras dudas y diera respuestas. Si lo hacía por boca del general Munguía Payés, no había necesidad de meter a Rauda en problemas. Él lo entendió. Lo aceptó.
Cuando al día siguiente, a inicio de la tarde, el ministro canceló, solo tardé unos minutos en llamar a Rauda para explicarle la situación. Íbamos a publicar.
—Dale. Hacé lo que tengás que hacer. Cargaré con las consecuencias —respondió sabiendo que estaba en un buen lío.
Las consecuencias nos alcanzaron a todos. En el gobierno hubo quien se burló de las respuestas de Rauda y le hizo sentir torpe por no saber mentir tan bien como los demás. Él, tal vez herido, vetó a los periodistas de El Faro el acceso a cárceles. Las pesquisas sobre la tregua se volvieron más difíciles. La investigación de las condiciones carcelarias en el país, a la que dedicábamos esfuerzos constantes desde hacía más de un año, se hizo imposible.
A Viejo Lin le gusta la palabra “pacotilla”… y le gusta más decir que nosotros somos unos periodistas de “pacotilla”. Pero lo que más le gusta, lo que le hace brillar de pura contentura es cuando tiene público y nos puede llamar a sus anchas, entre grabadoras y cámaras, “pe-rio-dis-tas-de-pa-co-ti-lla”. A nosotros, en cambio, para ser francos, no nos gusta.
Las pandillas metidas en la tregua originalmente —que no son dos, sino tres, contando que el Barrio 18 está partido en dos facciones— nos han sabido dejar muy claro que ellos nos tienen anotados en la lista de enemigos de la tregua, poco menos que como boicoteadores. Lo que le quita hierro al asunto es que de todos modos en esa lista tienen anotados a básicamente todos los medios de comunicación.
Pero la inscripción de El Faro al club tiene algunas razones muy concretas: en primer lugar, revelamos la existencia del acuerdo y eso no alegró a ninguno de los involucrados en el pacto. Y la segunda razón y también la más poderosa es que en aquella primera nota consignamos que algunos policías —particularmente dentro del Sistema de Inteligencia Policial— creían que los militares estaban sobornando a pandilleros para que se integraran a la tregua. También dijimos que se trataba de una creencia de ellos y que no podían probarla. Eso último no todos lo leyeron.
Pero Lin no está enojado por eso. Según nos dijo, le pareció insoportable que en una crónica publicada en 2011 lo describiéramos como un tipo feo. Nos dijo que nuestro artículo rebalsaba de ganas de hacerlo quedar mal.
—¿Pero a qué parte te referís? ¿Dónde te insultamos?
—Es que no lo he leído…
—Ah, la puta…
—Pero me ha contado mi abogado… además es mi derecho constitucional expresarme libremente y decir que ustedes son unos periodistas de pacotilla. —Y Lin sonríe como un vampiro o como un niño terrible, y en aquel penal apiñado y maloliente muchos le ríen la gracia.
A nosotros, para ser francos, no nos gusta.
* * *
La incómoda plática con Lin ha terminado. El acto religioso también. Antes de salir reconocemos a lo lejos a uno de los veteranos líderes de la 18 que purga condena por homicidio y con quien no coincidíamos desde que él estaba en Zacatecoluca. Ha engordado.
Nos saluda contento. Nos propone charlar con calma otro día. Nos invita a estar en contacto. “Claro, ¿cómo podemos hacerlo?”, le preguntamos, conscientes de que los teléfonos son, en una cárcel salvadoreña, tan comunes como los barrotes. Él saca de su pantalón holgado un aparato Blackberry mientras pide disculpas porque no se sabe de memoria su número. “¿Cuál es el tuyo? Te voy a dejar una llamada perdida.” Efectivamente, al salir del penal su llamada está esperando en uno de nuestros teléfonos.
Unas semanas después, encontramos una nueva llamada perdida de ese número. La devolvemos y el líder de la 18 contesta de inmediato. De fondo suenan los ecos desordenados de la cárcel. “Amigo, ¿cómo estás? Te llamo porque quiero invitarte a mi cumpleaños. Lo celebramos el sábado”, dice. Le preguntamos extrañados: “¿Tu cumpleaños?”. Sí. Lo va a celebrar en la cárcel. Una cosa sencilla, explica, no la gran fiesta, solo algunos amigos cercanos que llegarán a visitarlo. Entendemos, por el contexto, que se refiere a homies en libertad y a pandilleros que están en otros penales. Una cosita familiar. “Lo único es que necesitaría que hagás un aporte, algo sencillo, que traigás un cake”, dice.
Respondemos con cordialidad, agradecidos. No sabemos si podremos ir. De hecho vemos difícil que nos dejen entrar. “No, tranquilo, eso se gestiona con Raúl”, nos tranquiliza. No sabemos si la fiesta se celebró. Digamos que, por otros compromisos, no pudimos asistir.
* * *
Fumar es como una bendición. Cae una lluvia que pareciera ser la última lluvia, la del fin de todos los tiempos, sobre la lámina ruidosa de un pequeño salón de actividades varias en el penal de Quezaltepeque. Caminar un corto pasillo sin techo nos ha dejado como recién salidos de una piscina, pero los homies de la facción revolucionaria del Barrio 18 se confortan soltando largas bocanadas de humo.
No hemos venido a hacer una entrevista, sino a solicitarla formalmente a la ranfla nacional de los dieciocheros revolucionarios. Hay seis personas, incluida una mujer —es la primera y la única vez que hemos visto eso en un penal de pandilleros— que arrulla a su bebé mientras escucha nuestros argumentos y las réplicas de sus compañeros de pandilla.
Al principio la reunión es tensa: Suchi, lleno de juventud y de tatuajes que le trepan por el cráneo, es concluyente: o pedimos disculpas públicas por mencionar la versión policial sobre el dinero, o para nosotros no hay ni agua. Y amaga con levantarse… hasta que llega Duke… más viejo, más calmado y nos saluda con los puños y las palmas. Lo conocimos hace un año en el penal de Zacatecoluca. Luego de escucharnos, nos repite lo mismo que Suchi, pero más bonito, sin gritos, sin gestos malos.
Cuando algunos homeboys escucharon el rumor de que había dinero de por medio para los líderes, se sintieron vendidos y los líderes tuvieron que ponerse rudos para ser escuchados. De manera que les parecería muy conveniente una publicación en la que pidiéramos disculpas por mencionar dinero. Hoy no habrá entrevista.
La lluvia arrecia y azota dentro del salón. Algunos se quitan las camisas para tapar al morrito de la homegirl y evitar que se ponga enfermo.
* * *
La MS-13 siempre fue una pandilla misteriosa, fascinante… Pero tener al Croock viéndote a los ojos a un palmo de distancia, con ese gesto suyo de hoz, o de tiniebla, que presagia cosas tan… tan feas, es ciertamente intimidante. Lo de llamarla y verla venir aplica en casos como estos.
La Mara Salvatrucha había desistido de su solicitud inicial que consistía en que nuestro director, Carlos Dada, en persona, fuera a su penal a pedirles disculpas por haber publicado lo del dinero. Cuando les dijimos –a través de Raúl Mijango- que eso no sucedería, accedieron a darnos audiencia y a permitirnos intentar convencerlos de dejarse entrevistar.
Así que comparecimos frente a la cúpula nacional de la pandilla y el Croock se sentó justo al lado nuestro, con una copia del reportaje en cuestión enrollado dentro de su puño derecho, el rostro fruncido y aquellos ojos diminutos apuntando fijo y sin fin. Nos escucharon y se dieron por satisfechos con nuestras explicaciones. Después de aquello nos concedieron una larga entrevista de cuatro horas, repartidas en dos sesiones en las que nos invitaron a almorzar. Croock terminó relajándose y sonriendo por debajo de su bigotillo que lo hace parecer un auténtico chino.
Después de publicada la entrevista, Raúl nos notificó que de nuevo habíamos caído en desgracia con la Mara, que no les había gustada ni tantito la publicación, precisamente porque habíamos publicado todo, incluso un rifirrafe en medio de la entrevista cuando el Chino consideró que estábamos curioseando demasiado en las initimidades del barrio. Mijango nos explicaría después que a la ranfla no le gustó que los mostráramos enfadados. Dijeron que teníamos la intención de hacerlos “parecer malos”.
A pesar de las evidentes tensiones entre el gobierno y el periódico, que el general David Munguía Payés aceptara dar una entrevista a El Faro era fácil. Lo difícil era conseguir que esta se realizara. Promesa, promesa, a veces fecha y hora, y finalmente cancelación. El circuito, a base de repetirse, empezaba a viciarse. Habían pasado casi dos meses desde el traslado de líderes pandilleros y el ministro de Seguridad no nos daba la cara.
Fue uno de los reclamos directos que le hicimos al presidente de la República aquella mañana del 4 de mayo en Casa Presidencial. En teoría Mauricio Funes convocaba a los jefes de redacción, directores y propietarios de medios de comunicación nacionales para presentarles el Pacto por la Seguridad y el Empleo, una iniciativa llamada a responder, sin decirlo, a la tregua de las pandillas. En realidad, dado que el pacto era en ese momento el nombre de una carpeta vacía, las dos horas de reunión fueron poco más que un desmentido a las revelaciones de El Faro y un llamado a que los medios presentes, por alguna razón mediana entre la responsabilidad social y la pleitesía a la investidura presidencial, apoyáramos la versión oficial del pacto con las pandillas, que era, básicamente, que tal pacto no existía.
En honor al off the record no se pueden revelar detalles del diálogo, por momentos tenso, que mantuvimos con el mandatario, pero sí decir que denunciamos el silencio del ministro de Seguridad, sentado en aquel salón a la derecha del presidente.
—No veo razón para que el ministro, en la medida en que lo permita su agenda, no les conceda una entrevista —respondió Funes—. En este momento le doy instrucciones para que les abra un espacio.
El ministro, que ese día lucía un llamativo saco azul, asintió.
El mismo presidente Funes prometió en público, al salir de esa reunión, dar una entrevista a El Faro “antes del 1 de junio”. Dos años después seguimos esperando. En cambio, su orden a Munguía Payés dio frutos inmediatos. Menos de 20 minutos después de haber abandonado Casa Presidencial sonó el teléfono de Carlos Dada. Era el ministro.
—¿Para cuándo querés que programemos la entrevista?
Publicamos 10 días después, el 14 de mayo. El titular de la entrevista dejó poco para la imaginación: “El trabajo de monseñor Colindres y Raúl Mijango era una pieza de mi estrategia” . Por primera vez, Munguía Payés admitía la paternidad de la tregua.
6. Tres meses en el Parque Libertad
Las primeras semanas fueron complicadas para todos, dentro y fuera de las cárceles, fuera y dentro de la pandillas. La sombra del dinero que, según algunas fuentes, se había pagado a los líderes de la Mara Salvatrucha y del Barrio 18 a cambio de la tregua, agitó avisperos, hizo pensar en supuestas traiciones, puso en riesgo vidas. A inicios de mayo, un expandillero de la 18 nos contó lo complicadas que estaban las calles:
—Ya hay gente que cree que Lin es un peseta. Cuando esto termine lo van a matar.
Ser un peseta es ser un retirado, un traidor a la pandilla, y se castiga como se castiga lo imperdonable. La tregua había devuelto relevancia pública al Viejo Lin, el líder histórico de la 18, el hombre que provocó la fractura absoluta de su propia pandilla, y eso le colocaba de nuevo en la mira de los suspicaces. Las pandillas son siempre un nido de peligrosas suspicacias. Y en las primeras semanas de tregua la falta de verdades claras, la abundancia de mentiras evidentes, daba carta libre para sospechar. Y para que cada uno imaginara por su cuenta el futuro del proceso. Días antes de nuestra conversación con él, el expandillero se había encontrado con un antiguo amigo, que actualmente corre, dirige, la clica dieciochera del mítico Parque Libertad.
—¿Qué ondas? —saludó el pandillero, y reclamó al que fue su homie por el tiempo transcurrido—. Ya no te dejas ver.
—¡Si el que no te dejás ver sos vos, que dicen que andás de negociador!
—No´mbre, si eso es casaca, lo que se han pactado son tres meses.
Era cierto. En un primer momento el acuerdo entre pandillas y con el gobierno era solo para tres meses, que podían, o no, renovarse dependiendo del cumplimiento de compromisos por todas las partes. Los mediadores lo aceptaron en un reportaje que se publicaría tiempo después, en septiembre: había que marcarse metas cortas y tantear el terreno a cada paso, nadie sabía hasta dónde podía llegar la apuesta por el diálogo. Hoy se sabe que la maniobra salió mejor de lo esperado. El complicado castillo de naipes, que parecía condenado a caerse, ha cumplido en pie con más o menos vigor dos años. Y Lin sigue vivo.
Pese a las recurrentes molestias que le han ocasionado las publicaciones de El Faro y a habernos prometido que jamás se volvería a sentar con nosotros al menos en tres ocasiones, Raúl Mijango siempre termina accediendo a compartir un café o una cena. A fumar. Cuando fumaba. A veces simplemente hablamos, para actualizarnos sobre el funcionamiento del proceso; otras buscamos una declaración puntual o le pedimos que nos ayude a contactar a alguien. Aquella vez, como quien no quiere la cosa, Raúl tenía ganas de hablar. En resumen, dijo que todo lo que nos habían dicho sobre los orígenes del proceso era mentira.
La tregua no fue producto de la estrecha relación de monseñor Fabio Colindres con los privados de libertad, ni una pensada de la Iglesia Católica, sino una estrategia diseñada por él y el ministro David Munguía Payés. La presencia de la Iglesia Católica había sido calculada por ellos como un escudo, o un talismán espantacríticos. Monseñor Colindres no había estado desde el principio involucrado en la estrategia y ni siquiera había sido la primera opción: no fue hasta que otros tres monseñores rechazaron meterse en semejante lío cuando lo buscaron a él como opción obvia, al ser el capellán militar y policial. La razón de los traslados no tenía que ver con las disparatadas razones de seguridad que había esgrimido el ministro o las razones humanitarias que explicó monseñor Colindres. Era una estrategia del ministro para reducir los homicidios en el corto plazo. Todo esto bajo la explícita autorización del presidente Mauricio Funes…
Desde luego que Raúl no decidió compartir esta información conmigo por una suerte de infalible pericia entrevistadora, o porque se sintiera obligado a hacerlo… lo hizo porque le dio la gana, porque él quería que eso se supiera. Solo me pidió una cosa: “En lo que vayás a publicar no vayás a maltratar a monseñor Colindres, él ha sido imprescindible en este proceso”. Le dije que sí, haciendo como que entendía lo que me estaba pidiendo y me fui a la redacción con la libreta y la grabadora echando fuego.
Días después el ministro confirmó la versión de Raúl, asintiendo con la cabeza, sonriendo de medio lado, como si estuviera muy sorprendido de que yo tuviera esa información. El ministro explicó que si había mentido es porque no contaban con que aquello se hiciera público y que haberle dicho a la población lo que realmente había ocurrido, hubiera sido un suicidio político.
Interpreté aquello como que los orgullosos padres de un extraordinario proceso no querían que su firma pasara inadvertida.
Monseñor nos recibió con suma amabilidad en su pequeña oficina y nos comentó su versión sobre los orígenes del proceso, que en gran parte coincidía con la del ministro y la de Raúl. Nos dijo que se sentía rechazado por los otros obispos y “solo”.
La historia se publicó bajo el título “La nueva verdad sobre la tregua” y en seguida el presidente Mauricio Funes la calificó como “la más grande mentira” escrita sobre el proceso. Ni el ministro ni Mijango se han retractado nunca de lo dicho.
A los pocos días, coincidí con monseñor Colindres en el centro penal de Cojutepeque. Cuando terminó de oficiar una misa, lo perseguí por los corredores del penal para saludarlo y conversar. Error. Cuando se dio cuenta de que era yo quien le tocaba el hombro, hizo un gesto de boxeador molesto. Echaba fuego por los ojos y yo le producía algo más grave que el asco.
-¡Usted no me dirija la palabra!
-Pero Monseñor… yo…
-¡Usted no merece llamarse periodista! -me sentenció, mientras blandía su índice furibundo y apuraba al custodio que quitaba llave de una reja. Yo intentaba articular alguna palabra y parecer menos avergonzado de lo que estaba, al recibir semejante regañada pública y sonora frente a colegas y funcionarios de penales.
-Monseñor… yo solo quiero entender por qué está…
-¡Con usted no tengo yo nada que hablar!
Y salió del penal echando truenos.
Afuera del penal, sentado sobre una acera, estaba Raúl, fumando y riéndose de mí. “Te lo dije… te lo dije”.
Uno nunca se acostumbra a ver al Diablo enojado. Habitualmente Borromeo Henríquez, el Diablito de Hollywood, exhibe un autocontrol y una pausa extraordinarios, desafiantes. Suele sonreír incluso cuando está incómodo, como los hombres que tienen absoluta conciencia de su propio poder. Ahora, sin embargo, me clava la mirada en los ojos y frunce el ceño entre sus cejas pobladas. Viste todo de negro, con una camisa Ben Davis —un detalle de pandillero veterano, una marca propia de las pandillas de Los Ángeles—, pendientes brillantes y una redecilla elástica, de cholo, sujetando su peinado. He visto serio antes al Diablo, pero de repente parece especialmente enfadado.
Estamos en la cárcel de Mariona y los líderes de la Mara Salvatrucha y el Barrio 18 están dando unas de sus ya habituales conferencias de prensa. Desde que inició la tregua, la penitenciaría central se ha convertido en el territorio neutral en el que se negocia, se acuerda y se anuncia cada paso de la tregua. De aquí también salen a menudo órdenes específicas para una u otra clica que ha roto un pacto o desafiado un lineamiento.
La reunión ya casi termina. Las pandillas han anunciado hoy su respaldo a los recién creados Municipios Libres de Violencia, a los que ellos aún dan el incómodo nombre de “municipios santuario”. Un vocero de la 18 ha dicho en nombre de todos los presentes que de ahora en adelante tanto los 'civiles' que habiten en cualquiera de sus territorios como los pandilleros enemigos podrán transitar por toda la localidad, cruzar las fronteras entre barrios, sin ser atacados. “Todo mundo” podrá transitar sin miedo por los Municipios Libres de Violencia.
Se trata de una promesa enorme. De un cambio profundo en las vidas de todos los que viven en estas localidades y han tenido, por años, que medir sus pasos para no poner un pie en una calle o parque dominada por la pandilla contraria a la que perteneces, o por la pandilla contraria a la que te somete. Los Municipios Libres de Violencia son el primer síntoma de que el gobierno y las pandillas van a vestir la tregua con políticas públicas y estrategia. Es una gran noticia, y parece que mi pregunta la empaña:
—¿La libre circulación en estos municipios incluye a los pandilleros retirados?
Y el Diablo frunce el ceño y responde, como masticando y escupiendo las palabras:
—Él dijo “todo mundo”. ¿Qué parte de “todo mundo” no entendiste?
De nuevo esa incómoda sensación de haber pateado un cable electrificado. Tocar con pandilleros el asunto de los retirados, de los 'pesetas', es siempre desafiar a su buen humor. A un traidor se le odia más incluso que a un enemigo, y por eso tanto la MS-13 como el Barrio 18 condenan a muerte a quienes salen de la pandilla o se alejan de ella sin permiso. Pero esta vez, la verdad, no esperaba esta reacción en un día de buenas noticias y gestos generosos.
El enfado del Diablito me hace dudar. No le creo. Pienso de inmediato que no habrá libre tránsito para los retirados, que los pesetas seguirán, por mucho tiempo y por voluntad de los barrios, fuera de la tregua y su situación fuera de cualquier mesa de negociación.
El tiempo acabará por revelar una verdad más amarga aun. La libre circulación fracasará. Un año después de aquella promesa hecha en Mariona, las palabras habrán chocado con el miedo de los civiles y el orgullo de las clicas. En los Municipios Libres de Violencia las peligrosas fronteras invisibles entre colonias existen, son más fuertes aun que antes. Y no se cruzan.
En uno de los municipios declarados “libres de violencia” a principios de 2012 hubo una larga serie de reuniones dentro del salón de sesiones del concejo municipal para construir acuerdos entre la Mara Salvatrucha y el Barrio 18. Semana tras semana había una actividad febril entre pandilleros y funcionarios públicos reuniéndose y discutiendo los términos de una especie de acuerdos de paz.
Luego de cada reunión, el secretario de actas elaboraba una memoria de los acuerdos tomados durante la jornada, que luego los homies firmaban.
Estos son algunos fragmentos literales de los acuerdos y los debates que constan en las actas oficiales de aquellas extensas sesiones:
(Barrio 18) “Que se respete la división de espacios de cada pandilla, que cada uno se mantenga y se respete el territorio desde el pasaje N hasta la parte baja”.
(MS-13) “Que están de acuerdo en respetar la línea divisoria, pero que reconocen como límite la avenida principal y no el pasaje N”.
(Barrio 18) “Que se respete el derecho de servidumbre (de paso) en la entrada y salida a la colonia para ambas pandillas”.
(MS-13) “Que están de acuerdo en el derecho de servidumbre (de paso) de entrada y salida pero que lo hagan en el transporte público y no a pie”.
(Barrio 18) “Que permitan a las personas que visitan la iglesia católica y la escuela y que esas personas se limiten a su religión y al estudio”.
(MS-13) “Que están de acuerdo en que los residentes visiten la iglesia católica y la escuela siempre y cuando no tengan vínculo con los 18 o sean de ellos”.
(Barrio 18) “Que no se oponen a que la PNC los registre”.
(MS-13) “Que en el territorio de la MS no requieren vigilante y que ellos se responsabilizan de no robar ni extorsionar a pequeños comerciantes”.
Los acuerdos están escritos a mano por el secretario de actas, quien además era el jefe de policía del municipio.
* * *
Dos líderes pandilleros discuten acaloradamente sobre unos incidentes que se han estado dando en un territorio limítrofe. El representante del Barrio 18 es un tipo grande y gordo que gesticula con todo el cuerpo para ponerle énfasis a sus palabras. Siempre parece que está jugando. El vocero de la Mara Salvatrucha, en cambio, no mide mucho más del metro y medio, pero sus ojos son como serían los ojos de las bayonetas: fríos.
El dieciochero le plantea el problema al marero:
-La onda es que el Dreamer siempre anda con un vergo de bichitos que lo siguen a todos lados. Y esos son los que se pasan a nuestro lado. Cabal después del palo de capulín que está por la tienda.
-Pero ahí tenés mi número. ¿Y por qué no me llamás?
-Sí te llamo, la onda es que en lo que hablo con vos ya se han regresado del otro lado.
-Lo que yo no quiero es que vayan a salir las armas a flote porque eso ya es otra onda.
-¡Si eso es lo que te estoy diciendo! Hagamos una onda: pintemos con spray en la calle, cabalito en el palo de capulín. Así nadie puede decir que no sabía dónde está la frontera.
-Vergón. Pero no mandés a un cipote tuyo, mejor mandá a un civil.
-Vaya, yo mando a un civil con un spray verde a pintar la calle.
Y asunto resuelto.
Estamos en el patio central del penal de Ciudad Barrios y hace un calor seco y doloroso, como un rayo de sol malo. Sobre el patio hay colocadas muchas sillas, quizá más de 100, ocupadas por hombres rudos de la MS-13 y, tras los que alcanzaron silla, un mar de torsos, de brazos tatuados, de rostros morenos, de ojos que se empinan para ver. Pese a estar apiñados, en el lugar reina una disciplina colegial.
Monseñor Fabio Colindres ha terminado su intervención religiosa y se ha sentado en el único trocito de sombra que comparte con el resto de la mesa que preside la actividad, donde también están Raúl Mijango y algunos pandilleros importantes. Se anuncia por los altoparlantes que el grupo de teatro del penal está a punto de presentar una obra sobre la tregua.
Acto primero.
Una voz off anuncia lo que va a pasar: dos prominentes empresarios se encuentran en la calle antes de ir a sus trabajos.
Y aparecen dos pandilleros –uno de ellos muy tatuado de la cara- disfrazados de la forma en la que se imaginaron que visten los prominentes empresarios. Unos atachés de cartón, un andar elegante, unas corbatas de papel brillante, de las que se regalan en las fiestas de cumpleaños y camisas de botones de manga larga. Se encuentran, se sorprenden de encontrarse y se saludan con suma cortesía… “Don Jorge” escucha al otro prominente empresario hablar bien de la tregua y salta furibundo a contradecirlo, a replicarle que tipos de su talla no deberían respaldar aberraciones semejantes. Luego de una breve charla los prominentes empresarios se despiden y la voz off anuncia que se dirigen a atender sus negocios.
Acto segundo:
Voz off: “Pero el hijo de don Jorge anda en malos pasos”. Y en la obra, ellos son los malos pasos. Se representan a sí mismos. Resulta que en la trama, el hijo del empresario se rebela contra sus padres y decide vivir sus propias experiencias y para ello busca a la temible Mara Salvatrucha.
“Con que querés ser malo, ¿no, bicho hijueputa?”, le grita un pandillero que interpreta a un pandillero y lo pone de rodillas y le apunta con la pistola en la cara. Pero finalmente los homies se conmueven por la admiración que les profesa el muchacho y le imponen una misión si quiere ser parte del grupo: tiene que ir a hacer una “pegada”. Le dan un arma y lo mandan con pandilleros a asestar un golpe al enemigo (nunca lo dicen, pero tiene toda la pinta de que van a ir a matar a alguien)… hasta que la policía se carga el plan y los arresta a todos a patadas y trompadas.
En la cárcel el muchacho lo pasa horrible y se ve atormentado por el actor estrella: un tipo con labio leporino… un “janano”, que interpreta a un pandillero de muy malas pulgas que se lo hace pasar horrible en la cárcel. El momento culmen llega cuando aparece un homeboy gordo y lleno de tatuajes con una peluca rubia y un vestido, interpretando a la madre del muchacho descarriado. Ella entra al penal identificándose con un pomposo apellido de los que se supone que llevan en el nombre la gente de dinero y se planta ante los custodios preguntando por “las habitaciones” de “Junior”, o sea, su hijito amado, que vive en carne propia el bullying del sistema penitenciario. La señora es sacada del penal por un custodio grosero que ni siquiera la deja terminar el tiempo formal de visita y ella se va llorando, mientras los verdaderos presos se parten de risa y aplauden.
Tercer acto:
Los prominentes empresarios con corbatas de papel brillante y atachés de cartón se vuelven a encontrar, pero esta vez “don Jorge” está muy sensibilizado con el proceso y se despacha un discurso que versa sobre el compromiso social que deben tener los empresarios como él, que está dispuesto a dar un poquito de su mucho dinero para encontrarle solución al problema de la violencia.
Todos aplauden de pie.
En la terraza de Fusades, el principal tanque de pensamiento de la derecha salvadoreña, no se suele hablar de ese lugar lejano, sucio y olvidable que llamamos cárcel, pero en estos días todo parece posible. El gobierno insiste en que Raúl Mijango no es un operador suyo, pero acaba de lanzar una estrategia de prevención e inserción de pandilleros en los Municipios Libres de Violencia sospechosamente coherente con el proyecto de municipios santuario que propusieron las pandillas y el mediador. El presidente de Arena, a pesar de que su candidato a la presidencia tiembla y calla cada vez que se le pide que tome postura acerca del diálogo con pandilleros, ha dicho en una entrevista que su partido no va a obstaculizar la tregua. Que algunos de los principales empresarios del país, los mismos que por años apoyaron la mano dura y un incremento de penas tras otro, se hayan reunido en la terraza de Fusades para anunciar en público su respaldo a una profunda y costosa reforma carcelaria y a la reinserción de presos, pandilleros y no pandilleros, no es sino la prueba definitiva de que en este enero de 2013 se aparece de repente como posible lo que hace solo un año era inimaginable.
Oficialmente el evento, de manteles largos y coctel final anunciado, es para la firma del acta de constitución de la Fundación Humanitaria, uno de los organismos diseñados por los gestores de la tregua para darle andamiaje, para sostenerla. La función de la Fundación es cabildear entre el sector privado del país a favor del proceso y -importantísimo, vital- conseguir fondos para el mismo. En la sala hay medio centenar de empresarios y esposas de empresarios, embajadores de una decena de países —falta la de Estados Unidos, abundan los de la Unión Europea—, el procurador para la Defensa de los Derechos Humanos, Óscar Luna, y es imposible no reparar en la presencia de doña Ely, la esposa del expresidente Armando Calderón Sol. También están María Eugenia Brizuela de Ávila, ministra de Relaciones Exteriores cuando el gobierno de Francisco Flores lanzó en 2003 el Plan Mano Dura, o el mismo Carlos Quintanilla Schmidt, vicepresidente de la República en la administración Flores.
Trajeado, como siempre, como casi todos los presentes, el empresario Antonio Cabrales discursa para ellos. Por años presidió Fusades y admite que se ha embarcado en esto de la tregua convencido personalmente por su amigo el obispo Fabio Colindres. Es delgado, un sexagenario de modos suaves que parece frágil pero cuyas palabras pesan en el país. Explica a los presentes que en El Salvador la situación de los presos y de sus familias es un problema no solo de seguridad pública sino de política social y de diseño de Estado:
—Hay 400,000 personas dependientes de nuestros reos que viven en la pobreza...
Nuestros reos, ha dicho. Nuestros. En un país con cárceles medievales y desigualdad endémica, escuchar esas palabras de un empresario de este nivel es una sorpresa que roza la provocación.
En primera fila, el ministro de Seguridad, David Munguía Payés, y su viceministro Douglas Moreno, arrancan el aplauso a las palabras de Cabrales. El empresario les dirige palabras de agradecimiento por su “papel en este proceso de paz”. Es la embajadora de Italia la primera que aplaude ese aplauso al gobierno. En el salón hay cierto ambiente de complicidad abierta. Diplomacia, gobierno y empresa privada parecen conjurados para que la tregua por fin se ordene, se asiente, se proyecte hacia el futuro. El nuncio apostólico también da un discurso, en el que desliza veladas críticas al Ejecutivo. Mirando a Munguía Payés dice que el proceso solo es viable si se institucionaliza.
—Hay una parte gubernamental que se debe asumir. Pienso que ya se tenía que haber hecho, pero si no, que se haga lo más pronto posible —dice el nuncio.
El ministro asiente. A mediados de 2012 trató de presionar al presidente Funes a dar la cara, a meterse de lleno en el arrozal de la tregua para cosecharlo, diciendo una y otra vez que la tregua se había fraguado en su despacho. Pero el presidente reculó, no quiso. Ahora, a través de los municipios y en ese clima de concordia entre sectores y partidos, parece que se abre una segunda oportunidad de aterrizaje, de inversión pública en esta tregua hasta hoy proscrita.
Al terminar el acto le pregunto a Francisco “Chaco” de Sola, el presidente de Fusades, cuál es el grado de compromiso de la institución en la nueva Fundación Humanitaria. Fusades habló por años directamente al oído de los gobiernos de Arena y es una voz de enorme prestigio entre el empresariado conservador del país. Su apoyo puede ser la palanca con la que Munguía y los mediadores soñaban para desatascar el debate público sobre la tregua.
—Fusades está implicada institucionalmente en la Fundación Humanitaria —me dice—. Yo la he involucrado institucionalmente.
Para los impulsores de la tregua es un día de éxito. Lo dicho: este enero de 2013 todo parece posible.
Cinco meses después, mirar atrás será ver un espejismo. En las semanas siguientes al evento en Fusades pediré una y otra vez una entrevista con De Sola para que razone y lance en público su llamado a respaldar la tregua. Los discursos en salones de eventos están bien, pero en El Salvador las posturas políticas se apuntalan en los periódicos. Primero accederá, pero terminará por esquivarla. Lo mismo haré con Elena de Alfaro, expresidenta de la Cámara de Comercio, la empresaria de perfil más alto en el país, vocal de la recién creada Fundación Humanitaria. La noche antes a que se celebre la entrevista con ella recibiré un mensaje de texto en mi celular suspendiéndola. Antonio Cabrales va a actuar de manera similar. Y Alejandro Bellegarrigue, nombrado tesorero de la Fundación.
Ningún empresario querrá hablar en nombre de la Fundación Humanitaria. Dirán que es pronto, que las ideas rectoras de su labor no están aún claras, que mejor debemos entrevistar a Paolo Lüers, convertido en vocero del proceso, o al mediador Mijango.
Y el silencio durará hasta que la ventana de oportunidad se cierre y el clima de optimismo, de segundo milagro, se esfume de golpe. El 5 de junio renunciará el viceministro Moreno y con él habrá desaparecido de la escena todo el gabinete de Seguridad que impulsaba la tregua. El nuevo ministro, Ricardo Perdomo, habrá enterrado en pocos días casi todas las iniciativas y gestiones secretas o públicas de su antecesor Munguía Payés. Las timideces de los empresarios, sus pasos dubitativos, se habrán quedado sin camino que recorrer. Ya nadie esperará su respaldo al proceso de paz, su valentía.
Esa misma noche, en otro evento de manteles largos, la gala de entrega de los premios de la Asociación Salvadoreña de Industriales, le pediré por última vez a Francisco de Sola la entrevista pendiente.
—¿Para hablar de qué? —me dirá.
—De la tregua, por supuesto
—Ah, no, de la tregua no tengo nada que decir porque no entendemos bien qué es. De hecho la semana que viene tenemos una reunión y ahí nos van a explicar...
—¡Pero si Fusades participa de la Fundación Humanitaria!
—No, no. Nosotros no tenemos nada que ver con la Fundación Humanitaria. Nosotros solo les hemos cedido espacio para que tengan temporalmente su sede.
Estamos frente a una gran puerta de metal que está cerrada y bien cerrada. El hombre de la entrada (que está armado) nos comunica que la política del gobierno ha cambiado de la noche a la mañana y que la mejor prueba de ello es que ese portón está cerrado. Pero nosotros necesitamos que se abra. Le decimos las palabras mágicas, pero nos repite que no. Invocamos una lista donde estamos apuntados y el hombre necio que no, finalmente hacemos una llamada y el tipo que nos contesta el teléfono nos acaba de convencer de que quizá sí está cerrado este portón y que lo único sensato en este momento es largarse por donde vinimos.
Este relato trata sobre todos los azares que han tenido que bailar juntos para que nosotros termináramos frente a una puerta cerrada.
Después de nuestros primeros escarceos con el gobierno por insistir en que ellos sí que habían negociado con las pandillas, el director de centros penales, Nelson Rauda, nos retiró el habla, y con el habla, los permisos para entrar a cárceles a reportear. Sumado a eso, las dos facciones del Barrio 18 habían llegado a la conclusión de que éramos enemigos de la tregua y que por lo tanto a nosotros no nos darían entrevistas, en un momento en que hablaban con cuanto periodista se les pusiera delante.
Pero siempre, o casi siempre, hay algún atajo, algún pasadizo secreto y en este caso ese atajo tenía, fundamentalmente, dos nombres: Raúl Mijango y Paolo Lüers.
Bajo el incondicional respaldo del ministro David Munguía Payés, Mijango realmente acuñó voz de mando dentro de algunas instituciones públicas, particularmente en la Dirección General de Centros Penales: si él decía que entrabas, entrabas, bajo las propias narices del director Rauda. Solo era cosa de convencer a Raúl. En una ocasión, antes de sabernos el truco, le pedimos al mismísimo general Munguía Payés autorización para ingresar a una cárcel y nos respondió que, “por respeto” lo consultaría con Raúl.
Paolo Lüers era una especie de extensión de la autoridad de Raúl: había comenzado ayudando a su excompañero de guerrilla (los dos fueron miembros del Ejército Revolucionario del Pueblo durante la guerra civil) a difundir las primeras versiones oficiales de la tregua, luego a servir como una especie de asesor especial de comunicaciones para el general Munguía Payés y terminó creando la Fundación Humanitaria. En sus inicios, Paolo consiguió enamorar a muchos empresarios a pesar de que lo más probable era que jamás en su vida habían visto en vivo a un pandillero.
Raúl y Paolo podían entrar a cárceles cada vez que quisieran sin siquiera ser revisados por los guardias.
En mayo de 2013, uno de los líderes más carismáticos de la facción revolucionaria del Barrio 18, Víctor Cerón, “Duke”, había comenzado a recibir unas raras visitas en el penal de Quezaltepeque: unos fiscales insistieron en hablar con él a solas. Los pandilleros saben que solo hay dos razones por las que unos fiscales los visitan en la cárcel: para notificarles que serán acusados de un nuevo delito y para ofrecerles una reducción en sus condenas, o la libertad, a cambio de convertirse en soplones, en delatores de sus propios homeboys. Por eso los pandilleros no salen solos a hablar con los fiscales, porque si luego no muestran una notificación judicial, se convierten inmediatamente en sospechosos de ser traidores. Eso es lo que el “Duke” comenzó a temer en aquella ocasión, sobre todo porque los fiscales no llegaron solos, sino acompañados por unos “gringos”, y los gringos, saben los pandilleros, no auguran nada, nadita bueno.
Aquella vez Duke decidió no salir a hablar con los fiscales.
Pero los fiscales volvieron 10 días más tarde y con ellos volvieron los gringos. Esa vez Duke salió acompañado por otros dos pandilleros y aunque los fiscales insistieron en hablar por separado, Duke se negó. Pero tanta visita tenía ya a sus colegas viéndolo de reojo y creyó que era momento de actuar para preservar el propio cuero. Se le ocurrió que quizá Paolo Lüers podría ayudarlo a denunciar que unos fiscales y unos gringos misteriosos estaban acosándolo, poniendo en riesgo su vida. Ahí es donde entramos nosotros en esta historia.
Paolo nos contó lo ocurrido para que nosotros hiciéramos pública la denuncia de Duke y nosotros respondimos que preferíamos que nos lo dijera a nosotros y que su denuncia era solo uno de los tantos temas de los que queríamos hablar con él. Sin saberlo, unos fiscales y unos gringos nos habían conseguido una entrevista con la facción Revolucionaria de la pandilla 18. Y sin saberlo, Paolo Lüers nos la estaba boicoteando.
Por esos días Paolo consideró que era una idea estupenda acceder a una solicitud del popular pastor evangélico “Toby Jr.”, que quería tener a dos líderes pandilleros en su culto de media semana y había pedido además que sacaran de sus prisiones a dos de los más renombrados para llevarlos a su templo. Ese culto se transmite en vivo por televisión. Consciente de su influencia, Paolo le bailó la idea al director de penales y este dijo que sí. Esa tarde el culto del pastor Toby Jr. fue el programa más comentado del país.
Pero a Lüers le fallaron los cálculos: también en esos días, la Corte Suprema de Justicia acababa de dictaminar que el general Munguía Payés debía abandonar el cargo de ministro de Seguridad Pública, precisamente por ser general del ejército, al considerar que ese era un cargo que solo podía ocupar un civil. Con la salida de Munguía Payés la continuidad de la influencia de Paolo Lüers y de Raúl Mijango quedaba en suspenso… un suspenso que duraría muy poco, por cierto.
Cuando los salvadoreños se dieron cuenta de que el gobierno había sacado de sus prisiones a dos líderes pandilleros para llevarlos a un evento televisado, montaron en cólera y pensaron con el odio: ¿cómo era posible que esos malísimos ahora se pasearan como celebridades en eventos religiosos? Los salvadoreños fruncieron el ceño y apelaron a su selectiva capacidad de indignarse en público.
Justo un día después de ese culto televisado teníamos nosotros programada nuestra entrevista con Duke y con la cúpula de los revolucionarios de la 18, temprano por la mañana.
Llegamos al penal de Quezaltepeque y nos identificamos con el vigilante de la entrada. Pero el portón no se abrió. El custodio nos dice que no podrá ser. Debe haber un error, le decimos, nuestra cita ya está pactada y el otro nos repite que de todos modos no puede ser. Le preguntamos si acaso no estaba nuestra visita ya avisada y él revisa su lista y sí, ahí le salen nuestros nombres… pero de todos modos, no. Justo hoy muy temprano le han dicho a él que aquí nadie entra. Ni modo, le tendremos que acusar. Tomamos el teléfono y llamamos a Paolo Lüers y él, muy seguro, nos dice enfadado que ahorita le llama al director general Nelson Rauda para arreglarnos el problemilla. Nos quedamos de pie frente a aquella puerta cerrada seguros de que en cualquier momento le sonaría a aquel custodio el teléfono y le darían una reprimenda por dejarnos afuera. Pero el teléfono que sonó fue el nuestro… era Paolo de nuevo.
Resulta que el nuevo ministro, Ricardo Perdomo, había decidido que no sería él quien se comería la furia del público por lo del culto del hermano Toby Jr. y que iniciaría su gestión dando un manotazo en la mesa para ordenar lo que consideraba un libertinaje excesivo. O sea, que iniciaría su gestión echando a la calle al director general Nelson Rauda. Así que cuando esa mañana Paolo le llamó, Rauda le dijo que él básicamente tenía ya un pie fuera del gobierno y que no estaba la cosa como para andar abogando por periodistas.
Nos despedimos del custodio con el rabo entre las patas. Hasta el sol de hoy aquel portón sigue cerrado. Desde ese día ningún periodista ha podido entrar de nuevo a ninguna prisión y el abolengo de Raúl y de Paolo con Centros Penales naufragó como nuestra cita con el Duke
13. Velorio
Cuando un pandillero es asesinado, durante su velorio sus homeboys cantan. Levantan las manos haciendo la seña de la pandilla y cantan con el alma. El Barrio 18, por ejemplo, prefiere sonar en altoparlantes al rapero Big Boy, que canta, sin ningún sentimiento: “Ya no le lloren déjenlo partir, ¿de qué vale si ya está muerto? Ya no lo pueden revivir... Que vayas con Dios, amigo del alma…”
Esta noche la casa comunal está abarrotada y varios jóvenes cantan sacándose de la cabeza los gorros y las cachuchas en señal de respeto. Hay varios cientos de pandilleros de todas las edades, algunos tatuados por completo y otros vestidos con ropas formales, sin tinta visible. Algunos lloran, otros juegan cartas en el parqueo, otros beben o fuman marihuana.
Un velorio es también una acción social: las clicas se presentan como símbolo de pertenencia y de solidaridad. A este velorio se ha presentado también el alcalde del municipio, con sus dos guardaespaldas que miran nerviosos para todos lados.
* * *
Eran cuatro muchachos. Los cuatro eran miembros del Barrio 18 y estaban en la calle cerca del mediodía, controlando, tirando rostro pandillero. De los cuatro solo uno había pasado la cerca de la mayoría de edad y todos habían ingresado a la pandilla siendo niños. Tenían motivos para estar confiados: aquel era su territorio, era difícil para un miembro de la MS-13 ingresar sin ser detectado por una antena que diera la alerta: un panadero, la señora de la tienda, paleteros… y por otro lado, ese era un territorio en tregua, un “municipio libre de violencia”.
Los cuatro muchachos fueron ejecutados en plena calle, a través de una acción relámpago: un carro entra sin levantar sospechas, encuentran a los chicos desprevenidos y los llenan de plomo sin mediar palabra y luego escapan por donde vinieron, sin toparse jamás con una patrulla policial. Uno de los muchachos murió en el acto y los otros tres yacían heridos de muerte en la acera. Sus homeboys reaccionaron todo lo rápido que pudieron. Obligaron a un microbús escolar a detenerse y a bajar a todos los chicos que iban dentro, subieron a los heridos, pero antes de llegar al hospital habían muerto todos.
A esa misma hora, los líderes de esos muchachos estaban reunidos con los líderes de sus enemigos en el salón de sesiones de la alcaldía municipal. Tenían cerca de un año reuniéndose civilizadamente e intentando resolver los conflictos sin balas mediante.
La de aquel día era una reunión con directores de escuelas y colegios del municipio para concretar la promesa pandillera de que los centros educativos no serían nunca más territorios en disputa. En medio de la reunión entró la noticia, de sorpresa, a través de los celulares y se regó entre los homies como un viento incómodo. La reunión se terminó y los representantes de la Mara Salvatrucha y del Barrio 18 abandonaron la sesión con apremio.
* * *
Por el teléfono, el palabrero de aquellos cuatro pandilleros sonaba rabioso o triste, o asustado, si es que las tres cosas no son, en el fondo, la misma, y culpaba a sus enemigos de no tener palabra, de haberlos traicionado, de estar matando a sus perritos mientras lo miraban a la cara a él en la reunión en la alcaldía.
Su voz auguraba tormenta, o ganas de tormenta. Era el 6 de septiembre de 2013 y hasta aquel día, los homicidios en Ilopango habían disminuido a más de la mitad de los del año anterior, gracias a las conversaciones entre pandillas enemigas. Cuando terminé de escuchar a aquel palabrero me pareció que todo se iba al carajo, que la sangre de sus amigos le pediría más sangre. Al finalizar la conversación, nos invitó al velorio de los muchachos, que tendría lugar en una casa comunal, al día siguiente.
* * *
“¿Puta, quién se está fumando un puro?”, salta el alcalde, cuando el humo dulzón de la marihuana le llega a la nariz. A metro y medio un homie, apoyado en el carro del alcalde, le da fuego a un garrote fumable que se ha preparado con esmero. Los demás pandilleros le hacen señas a aquel tipo para advertirle que a un palmo de donde fuma hierba está la autoridad. El tipo se mueve unos metros más allá, con desgano.
Siguen llegando pandilleros, clicas enteras, circulan, entran y salen de la casa comunal donde velan los cuerpos de los muchachos asesinados.
El palabrero nos pide que nos apartemos de la muchedumbre, que nos crucemos la calle, que hablemos en una sombra: “Es que no vaya a ser que los homies escuchen lo que vamos a decir y se preste a malas interpretaciones”. Con él van los líderes de otras clicas y también va uno que es el palabrero de todos ellos: es amable y sonriente y muy hábil con la palabra y nos da la que ahora es la versión oficial: descartan que hayan sido miembros de la MS-13 y más bien todo les huele a que fueron policías vestidos de civil. El tipo de acción veloz y profesional para ejecutar a los muchachos; que ni el carro ni los ocupantes del carro hayan sido relacionados por las antenas como miembros de la Mara Salvatrucha; lo raro que les parece es que justo en ese momento no había cerca ningún carro patrulla… les hace pensar, dicen, que fueron grupos de exterminio dentro de la policía.
El tipo que justo un día anterior rabiaba por teléfono escucha en silencio el discurso de su propio jefe y cuando tiene la oportunidad repite sonriente la misma versión: nada ha cambiado, dice, están conscientes de que es un proceso difícil y con muchos enemigos, pero ellos están dispuestos a mantenerse firmes, como firmes se mantienen los miembros de la MS-13 en cuyo compromiso confían. Punto.
* * *
Desde aquel día de septiembre hasta el momento en el que se publica esta historia, las reuniones entre pandillas enemigas se acabaron en aquel municipio. Nunca el alcalde ha conseguido que la confianza les alcance a los homeboys para sentarse frente a sus enemigos, que apenas cruzan mensajes a través de trabajadores de la alcaldía. Los homicidios han comenzado a elevarse.
14. Reclutando
—¿Creés que me conseguís a unos 20 bichos para el sábado?
—Sí, hombre, ¿20? Ahí te los tengo. Los mismos de la otra vez.
El empleado de la alcaldía ha agarrado confianza con el jefe de clica en los últimos meses. Es lo que tiene el roce, el hablar por teléfono varias veces por semana y compartir largas reuniones, el compartir rutinas en un municipio libre de violencia. Rutina. Por eso ofrece un trabajito a los pandilleros de la comunidad sin dar importancia a que haya un periodista delante.
En El Salvador hay jóvenes debajo de las piedras, por todas partes. Un 63.7 % de la población tiene menos de 30 años. En las comunidades populares, donde el índice de natalidad es mayor que en las residenciales de clase media y alta, sobran jóvenes y falta empleo. Pero faltan también jóvenes que estén organizados. Apenas algún equipillo de fútbol. De vez en cuando algún grupo de boy scouts que sobrevive en una parroquia. La gran organización de jóvenes, en muchas colonias, en buena parte del país, es la pandilla. Y el partido político del empleado municipal, en este caso Arena, necesita a jóvenes que en esta campaña coloquen afiches, pinten arriates de azul, blanco y rojo, agiten banderas en un redondel transitado o vayan a simular abundancia en un mitin.
—Les pagamos 250 dólares a cada uno, por los cuatro fines de semana —me explica el empleado municipal, uniformado, mientras salimos de la zona de control de la pandilla en una minivan de la alcaldía.
No es algo nuevo. Siempre ha ocurrido. Pasó en 2003. Lo contó el periodista Thomas Long en 2005. No lo hace solo Arena. No es fruto de la tregua, aunque el trato pueda ser más cordial ahora. Cuando se trata de buscar mano de obra barata, eficaz, disciplinada, a veces, en silencio, se recurre a la pandilla.
15. La comunidad se queja
Corren rumores de toque de queda. Faltan solo un par de semanas para la jornada electoral y desde diferentes puntos del país llegan denuncias que hablan de pandilleros que amenazan a votantes para que apoyen al FMLN y en algunas comunidades han ordenado a los vecinos no salir de noche. Muchas de esas denuncias resultan totalmente creíbles. La mayoría son muy difíciles de comprobar. La cadena de miedo complica el reporteo y visitar las comunidades con cara de periodista pondría en riesgo incluso a los vecinos que no quieran hablar, ya no digamos a las fuentes.
Aun así, parece descabellado que se trate de una línea única dada desde las cárceles. Tiene más sentido que cada clica esté jalando agua para su molino, dando por hecho que en el heterogéneo mundo de las pandillas hay clicas que tienen su propio concepto de molino e incluso de agua. Por eso unas hacen campaña para Arena pero votarán en bloque por el Frente. Por eso otras tratan de coartar el voto de sus vecinos a favor de Sánchez Cerén, animadas por el discurso seudoexterminador de Norman Quijano —“Haré lo que tenga que hacer”, “Tú y yo sabemos lo que hay que hacer”, les ha dicho a unos votantes que suelen estar a favor de quemar las cárceles con presos dentro y matar a sangre fría a todos los mareros—. Las hay también, muchas, que se lavan las manos y no quieren saber nada de los barrabases de la política.
Pero esta denuncia suena diferente. Estamos en Apopa porque los vecinos de una comunidad aseguran que es la Policía la que les ha impuesto el toque de queda.
Hace un calor asfixiante, plano. Parece que los árboles han huido de esta colonia, o que un puñado de familias sin suerte no tuvieron más remedio que alinear sus casas en un sembradío de arbustos con vocación de desierto. En un pequeño mirador natural abierto al valle, junto a un camino terroso, se han reunido unas 55 personas, mujeres la mayoría, con una docena de niños pequeños. Su vocero, un hombre alto, de unos 45 años y discurso bien articulado, nos cuenta que sus problemas comenzaron hace tres meses, tras un cambio de jefatura en la delegación más cercana de la Policía. Primero se hizo habitual que pararan a los vecinos para identificarlos. Después vinieron insultos e intimidaciones. En los últimos días los agentes han ido de casa en casa, dice, repartiendo unos pequeños papeles con la orden de que nadie salga de casa por las noches. Nos entrega una copia. “Comunicado para la MS y la pandilla 18”, dice la última línea. El vocero de los vecinos asegura que los policías les han dejado claro que la norma aplica para todos, pandilleros o no.
—Ponen toque de queda a las 8 —dice.
—A las 7 —le corrige una vecina.
—¡A las 7! ¡Y con esa trabazón a las 10 viene la gente de trabajar! ¡Están locos!
Admiten que la veían venir. En una reunión celebrada el año pasado en la parroquia católica, ya los anteriores jefes policiales les habían dicho que sospechaban que los líderes de algunas asociaciones de desarrollo comunal estaban trabajando con los pandilleros de cada colonia. Los nuevos policías, dicen los vecinos, sospechan ya de cualquiera que viva aquí.
No es la primera vez que se airean denuncias de excesos de la Policía salvadoreña, de violencia contra jóvenes por el simple hecho de vivir en colonias dominadas por una pandilla. Hay casos confirmados de torturas, de asesinatos, y es común encontrar el miedo a la PNC sobrepuesto al miedo a la pandilla.
Los vecinos presentes relatan una disciplina de miedo inaceptable para la Policía Nacional Civil. Registros arbitrarios, empujones, golpes, disparos de advertencia... Un hombre de camisa blanca, cuello escaso y cachucha roja cuenta que hace un mes un policía disparó a su hijo de 12 años desde la entrada de uno de los pasajes. No le dio. Tampoco hubo denuncia alguna, claro. ¿Ante quién ponerla?
Le preguntamos al hombre si su hijo es pandillero. Asegura que no. El resto de los presentes también niega tener hijos, hermanos o sobrinos en la pandilla.
No les creemos, obviamente. El tejido familiar de las comunidades es un cruce de historias complejas y la pandilla lleva demasiados años enhebrada en ellas. Aun si el relato de los vecinos es totalmente cierto, en esta comunidad cuesta creer en absolutos. Una mujer que parece haber sufrido una parálisis parcial y se ayuda de un bastón nos insiste en que “los muchachos”, los pandilleros —en las comunidades controladas por ellos se evita pronunciar su nombre, como se hace con las cosas que traen mala suerte— no hacen nada malo a los vecinos, que no les molestan. Dice que es la Policía la única que rompe la paz en la comunidad.
Como si quisiera dar la razón a los vecinos, una patrulla se acerca y se pasea a cámara lenta por el camino de tierra. Durante los 40 minutos que dura la reunión, la misma patrulla pasará una vez más, y otra diferente hará un tercer recorrido. Tres patrullajes en 40 minutos. O estamos en la colonia más vigilada del Gran San Salvador o asistimos a un juego de advertencias calladas entre los vecinos y la Policía: “podemos denunciarles”, dicen unos con su reunión al aire libre; “les tenemos vigilados”, responde el patrullaje de los otros; “no tenemos miedo”; “somos la autoridad y les tenemos vigilados”...
Siguen los reclamos. A los pocos minutos llega un tuc-tuc del que se bajan cuatro adolescentes. Se colocan en silencio unos metros detrás de un grupo de mujeres. Es evidente que son “los muchachos”. Ninguno pasa de los 20 años. Uno de ellos, que no tiene más de 14, parece estar muy concentrado en caminar erguido, firme. Los vecinos ni les dirigen la mirada. Están acostumbrados a su presencia y no alteran su sucesión de quejas.
—Usted mete acá a pandilleros a fumar —dice la mujer que le dijo un Policía hace dos meses, tras golpear con fuerza la puerta de su casa.
—¿Cómo va usted a creer, si yo acá tengo niños chiquitos, tres nietos tengo acá, uno de cuatro meses y los dos chiquitines?
La mujer cuenta que dejó a los policías entrar: “Yo ni en el lado de uno ni en el lado del otro. Yo vivo tranquila y no me ando metiendo con nadie”, dice. Los agentes registraron su casa, movieron camas, muebles, bultos, y no encontraron nada. Pero antes de irse le tomaron una foto al hijo pequeño, que tiene 15 años y no va a la escuela porque nunca pasó de quinto grado y ahora le da vergüenza sentarse con niños de 10. “Otra vez que encontremos aquí a otra persona que no sea él, los vamos a llevar a los dos, a usted y a su hijo”, dice la mujer que le dijeron los policías.
Tiembla al contarlo. Como si se le hubiera desatado un nudo mal hecho dentro del pecho.
—Yo les tengo miedo, para qué les voy a decir. Como tengo una cosa, que yo sufrí lo que ellos me hicieron ... a mí me ha dejado mal de salud. Yo donde los veo ... —y se derrumba a llorar— les tengo un gran miedo...
—¿Qué le hicieron?
—Yo sufrí todo lo de la guerra en el cerro de Guazapa. Tengo el trauma en la cabeza —respira a bocanadas, como si se ahogada, entre lágrimas—. Una vez un soldado agarró a mi hijo, y se lo estaba llevando a la fuerza. “Mire que mi hijo no se anda metiendo en nada”, le dije. Los dedos se los doblaba así, hacia atrás, viera... Y quizá porque vio que yo me puse nerviosa me amenazó con llevarme a mí... pero no me puse nerviosa porque escondiera nada, sino porque yo les tengo un gran miedo. Yo a la Fuerza Armada y a los soldados y a los policías les tengo un gran miedo.
Por aquí campea la historia reciente del país, el bucle de miedo, violencia , más miedo y más violencia, que tiene atado a El Salvador. El mismo vocero de los vecinos fue un Samuelito. La guerrilla lo reclutó cuando tenía 14 años. Eso explica su verbo, su entrenada construcción política de las ideas.
—Yo guardé las espaldas de Schafik, de Nidia Díaz, de Joaquín Villalobos, y me defraudaron —dice.
Fue guardaespaldas de excomandantes. Votó años atrás por el Frente. Ahora, en pleno gobierno de izquierda, clama contra las autoridades y se dice desprotegido. Dice que desde que arrancó la tregua al menos ellos no han tenido problemas con la pandilla. Se pregunta si lo que las autoridades quieren, al no apoyar el proceso, es que vuelvan las muertes. Nos da su número de teléfono y anota los nuestros, para avisarnos si la cosa se pone peor, si les amenazan o disparan de nuevo.
Al terminar, también 'los muchachos' nos darán sus teléfonos y nos pedirán los nuestros para avisarnos si les pasa algo, si persisten los abusos de autoridad en la zona que dicen custodiar, en la que la autoridad en realidad son ellos.
16. La panadería clandestina
Charly saluda a todo mundo, como una celebridad sonriente. Estamos sentados en una acera, fuera de una tienda, tomando Cocacolas y fumando. El chico de la tienda ha corrido a sacarnos unas sillas plásticas, todo lo pronto que ha podido. Del otro lado pasa un muchacho y Charly le gasta una broma, el otro ríe y saluda. Pasa el camión del Agua Cristal y el Charly le chifla y le muestra el pulgar derecho. El del camión saluda. Pasa una viejecita con quien seguramente será su nieto y se despacha también un saludo al Charly. Todos quieren saludarlo y él no se cansa jamás de interrumpir la charla para contestar. Charly es el líder local del Barrio 18.
Parece relajado, pero está permanentemente vigilante del entorno. A una cuadra hay un portón verde, que conduce a un pasaje lleno de casitas apiñadas. Se considera que ese pasaje es ya propiedad de sus enemigos de la Mara Salvatrucha.
Nos ha traído aquí para explicarnos que lo que le pedimos no podrá ser. Queremos conocer su panadería.
A principios del año pasado, el alcalde del municipio les montó una panadería, con su horno, sus moldes, rodillos, y sus homeboys con delantales, amasando la masa, poniéndole mielita al pan dulce, enrollando bollos. Le consiguieron hasta un cachorrito que serviría de mascota y que divertía a los pandilleros más jóvenes. Por la mañana y por la tarde, los muchachos llenaban sus canastos de pan francés y recorrían las calles (sin salirse de los límites de su territorio, desde luego), para regresar con los cestos vacíos. Los vecinos se aparecían también como goteo permanente a comprar francés para la cena o pan dulce para el café.
Para su inauguración llegaron periodistas a dispararle flashes a la panadería, mientras los homeboys pedían no ser retratados en el rostro o se disimulaban los ojos con lentes oscuros y gorras anchas.
Varias veces visitamos la panadería y siempre había una actividad febril dentro y un olor del pan recién hecho.
Pero al parecer el nuevo jefe policíal, que asumió el cargo en septiembre, tenía elementos para pensar que no todo era una fiesta. Hay quien rumoraba que el Barrio 18 había desplazado al resto de panaderos; que la panadería era una fachada para esconder droga o a convictos. Los homies dicen que no, que los policías irrumpían en el local a golpearlos y arrestarlos sin motivo, que rajaban las bolsas de harina, argumentando que querían comprobar que no fuera cocaína. Que les acosaban.
Y la panadería cerró.
El secreto es que la han vuelto a abrir, con el mismo horno, el mismo rodillo de pan, los mismos moldes, y los mismos homeboys con delantales, pero ahora en un lugar secreto, que nos piden no revelar. La pandilla ha decidido que no le hará publicidad a su microempresa y que por lo tanto no puede llevarnos a conocer el nuevo local… “no por desconfianza… sino que… va”.
Como premio de consuelo nos llevó a un parque, que está dentro de una colonia con una pluma a la entrada, que solo suben y bajan los muchachitos jóvenes de la pandilla. Ahí la alcaldía les ha construido una cancha de fútbol rápido, con su grama sintética y su malla metálica, que ellos administran. Charlamos un rato en una banca, justo al lado de un enorme mural que apostilla quién manda aquí: “18 sur”, se lee.
Charly asegura que su pandilla no abandonará la tregua, pese a lo que pese, que tienen fe en que si gana el FMLN, o más bien, si pierde Arena, las cosas se pueden relajar con la Policía y seguir trabajando…
Nos despedimos. Le grita a uno de sus muchachos al que llaman Gueko que nos levante la pluma y nos vamos de sus dominios con la promesa de que –depende de cómo salgan las cosas- la próxima nos lleva a comer pan.
17. Imparciales
Ey… ¿y ese que va ahí no es el Gueko? Y resulta que sí es el Gueko, con su camisa de Arena, llevando agua al canopy que instaló el partido tricolor para guarecerse de este sol furibundo y para orientar a los votantes. De hecho, todos los que están bajo el canopy arenero son pandilleros: han aprendido a buscar en las computadoras el número de mesa de votación, y de urna, y el número correlativo y ofrecen ayuda a quien pase. Hoy es 9 de marzo.
Pensamos en lo intimidados que deberán estar los que están abajo del canopy del FMLN, que está solo unos 20 metros más allá. Vamos a ver y… ¿pero ese que está ahí no es aquel…? Y sí, es aquel, que también es pandillero. Todos los que están bajo el canopy rojo también son miembros del Barrio 18, que controla esta zona, y también han aprendido a buscar a los votantes en las computadoras y orientan amablemente a los electores.
Entonces aparece el Charly, el líder de la zona… vestido de blanco y feliz como una lombriz, aparece saludando a todo mundo. “Yo soy imparcial, viejo, mirá cómo ando, ni pulseras ando, para que no digan… esta es una fiesta nacional que tiene que haber… ¿va?... si he abrazado como a 50 viejitas es poco, ese calor humano es el que queremos abrazar”.
-Mirá, Charly, ¿y aquí todo tranquilo?
-Aquí todo tranquilo, viejo, mirá, si donde yo llegue están contentos.
-¿Y por qué?
Y entonces ríe, notando que hemos reconocido a los suyos debajo de los dos canopys. Ríe y ríe. Es un tipo sonriente este Charly.
-¿Y creen que ustedes son importantes para decidir quién va a ganar, Charly?
-Acordate que la juventud es más en este país.
Y en eso una señora se le acerca a decirle que “los rojos” se alzarán con la victoria y que una vez que eso ocurra le van a ir a arrebatar los sacos de dinero que, dice, se robó el expresidente Francisco Flores.
Al Charly le hace gracia y le ríe la broma: “¿Ves? Aquí cada quien tiene derecho a tener una opinión. Aquí somos imparciales”, repite, apachurrando en el puño una bolsa de agua que tomó del canopy arenero.
18. El político de la colina
Vestido todo de negro, camisa, pantalón, gorra, mirada, el jefe guerrero nos saluda con el rostro torcido, como si no le saliera del todo bien el esfuerzo por ser amable. Se sienta en una piedra en el único pedazo de sombra a la vista en el predio valdío, se recuesta en el muro, y espera preguntas. Ha aceptado hablar, pero no ha querido bajar unas cuadras hasta el centro escolar donde sus vecinos están votando en este preciso momento.
—Allá no puedo bajar. Está la Policía. Sería un problema.
No bastaría con que se baje las mangas y tape la M tatuada que le recorre todo el antebrazo derecho y la S que lleva en el izquierdo. Le conocen. Aquí todo el mundo le conoce. Hace un año que salió de la cárcel —'esta vez he durado afuera', dice— después de cumplir tres de condena, pero ya antes todo el mundo en esta comunidad encolinada le conocía. No es por discreto, por quieto, que el jefe ha pasado 15 de sus poco más de 30 años en prisión. Media vida. Quizá por eso no es un optimista. Dice que el resultado de las elecciones no va a cambiar nada para él y sus homies, que no tiene candidato o partido favorito.
—Para nosotros igual va a ser si gana uno o si gana el otro —dice.
—Pero parece que si gana el Frente hay más posibilidades de que siga la tregua.
—Mirá, en el tabo se pasaba bien feo. Llegó un momento en el que a los presos no nos vendían pasta de dientes, ni papel higiénico. Y cada vez que salía y entraba de audiencia, los militares me golpeaban. Está bien que te registren, pero me golpeaban, cuando salía y cuando entraba. Y eso que ahí ya gobernaba el Frente.
Dice que no han presionado a los vecinos que viven bajo su poder para que voten por el FMLN, que no ha recibido línea para eso, que además, aunque tal vez alguno le hiciera caso y votara al Frente por miedo a ellos, a la mortal Mara Salvatrucha, eso le traería un costo a la pandilla porque levantaría rencores, y a ellos los vecinos les aprecian, les cuidan, porque también la Mara les cuida, ayuda a las viejitas a subir bultos pesados e incluso resuelve pleitos familiares como un juez imparcial e inapelable. Eso dice. Probablemente miente. Si los vecinos de la colonia le sonríen es por miedo, por un miedo profundo a la pandilla que ahora se cuida de matar lo menos posible, por interés propio, pero que siempre mató y puede volver a matar cuando lo decida.
Ganas, a algunos de los gatillos de la Mara, no les faltan. En el municipio del Jefe nunca funcionó la tregua. Él dice que hubo hace dos años reuniones en Mariona para que el municipio entrara en la lista de los Libres de Violencia, pero que la otra pandilla, el Barrio 18, no cumplió su palabra y lo mandó todo al garete. Ya no se fía. Ya solo odia y si no da la orden de que corra libre la sangre es porque tiene orden de guardar la palabra de la pandilla y cumplir la orden nacional de no matar. Mientras pueda evitarlo, se entiende. Pero ganas de incumplir esa palabra sobran en su clica.
—Hace poco nos mataron a un cobrador.
—¿Era uno de ustedes?
—No, era solo un cobrador, era cristiano. Pero quiérase o no a nosotros nos molesta.
Les molesta que el enemigo mate a la gente que vive bajo su puño, a gente a la que ellos en cierto modo poseen. Les ofende. Les desafía. Y al jefe hay días en los que, ordene lo que ordene la cúpula de la Mara Salvatrucha en Ciudad Barrios, le cuesta frenar a su gente. Nos dice que el homie que estaba con él cuando llegamos y que acaba de marcharse, un veinteañero espigado, con el cuero cabelludo tatuado en las sienes y una corta coleta en la parte de atrás de la cabeza, es de los que le pide cada dos por tres que la clica responda, que no se quede de brazos cruzados ante el robo de una vida que era propiedad suya. Nos dice que ese homie, pese a la orden de no matar, lleva siempre consigo un arma y tres cargadores de pistola con 25 tiros cada uno. 75 balas por si acaso. Como si estuviera decidido a que, el día que se rompa el cristal de la tregua, la balacera no se quede corta y sin muerto por culpa suya.
—Ese no se baja la pistola del cincho...
—Entonces gane quien gane no crees que la tregua vaya a dar frutos.
—Cómo no. Los ha dado. —Parece que se acuerda del mensaje de la cúpula, de la promesa y la línea que le han llegado de arriba—. Y puede dar más frutos si el Barrio mantiene su palabra.
—¿Y de qué depende que el Barrio mantenga su palabra?
—Depende de este presidente que viene.