Bitácora / Normalización de la violencia
Carta desde el bajomundo

Dicen que dos de cada tres salvadoreños abandonarían El Salvador si pudieran hacerlo. El dato impacta, pero no dejan de ser números, y nunca impactarán tanto como el testimonio descarnado de uno de esos migrantes en potencia que ‒asqueado de la corrupción, de las maras, de los salarios de hambre...‒ escribe una sentida carta en la que reclama a un periodista que, pudiendo irse, se ha quedado.


Fecha inválida
Roberto Valencia

Lo importante aquí es la carta. Por eso solo escribiré dos párrafos al inicio y una breve reflexión al final. El primer párrafo es para explicar que la carta la escribió un joven salvadoreño que nació, se crió y vive en zonas controladas por mareros, en una cabecera departamental del interior que me pidió no mencionar. La pandilla primero lo quiso brincar, luego lo obligó a dejar su colonia, más luego asesinó a su prima... pero tanta hostilidad no frenó sus ganas de superarse y hoy estudia en una universidad mientras trabaja por un “salario de hambre” para costeársela. Las encuestadoras no suelen ir a colonias como la suya a preguntar, pero si la UCA le hubiera preguntado si desea irse a otro país, sin duda habría respondido que sí, como así respondió el 67% de los abordados para la encuesta presentada en diciembre pasado.

El segundo párrafo introductorio es para explicar que la carta no fue fruto de una arrebato, sino que me la envió después de hablar y chatear en incontables ocasiones durante meses. Como periodista me había interesado el caso de su prima, a quien conocí bien, y después de que la asesinaran platicamos mucho sobre ella. Había pues cierta confianza ya. Quizá por eso un día se animó a escribirme. “¿Qué hace usted en El Salvador?”, me preguntó-reclamó. Para jóvenes como él resulta inconcebible que, si alguien puede escapar de este país, no lo haga. Yo me siento salvadoreño después de más de trece años, con esposa e hijas salvadoreñas, pero nací y crecí en Europa, en el País Vasco. Y, en efecto, podríamos irnos del país cuando quisiéramos.

La carta:

Regáleme la oportunidad de ser hoy yo el preguntón .

Hasta ahora las palabras que hemos intercambiado han girado alrededor de la muerte de mi prima, pero desde que ella me había comentado sobre usted, se me despertó cierto interés, por lo cual me di a la tarea de buscar información general sobre su persona. Desde entonces he tenido una inquietud, no tanto por ser usted periodista y escribir sobre las maras, sino por ser usted español.

¿Qué hace usted en El Salvador? España es un país mejor en el sistema educativo, la sanidad, la economía... Un país que respeto independientemente de lo poco que sé sobre su historia y su cultura. El país de Mago de Oz y de Nach Scratch, dos de mis artistas favoritos. Y usted dejó todo aquello y vive desde hace más de diez años en un país convulsionado socialmente, con altos niveles de violencia, exagerados niveles de estrés psicosocial, innumerables psicopatologías sociales, un sistema judicial basura, unos policías y militares mierderos, una economía por los suelos, unos salarios de hambre, un país irrespetuoso de los derechos humanos, un sistema de educación mierda, un país de vendedores y compradores, consumistas todos hasta la verga, con más teléfonos móviles que habitantes, con los políticos más gilipollas, como dicen ustedes, el país de las maras, los del sueño dizque americano... En fin, como diría el cabrón de Roque Dalton, el país de los hacelotodo, los vendelotodo, los comelotodo.

Seguramente para un periodista como usted haya mucho trabajo por hacer en este país; sin embargo, ni la persona más optimista y mejor preparada del mundo haría un cambio sustancial en la psiquis de un colectivo como la sociedad salvadoreña. Entonces, ¿qué hace usted arriesgando quizá hasta su propia vida y la de los suyos en un país como El Salvador? ¿Por qué ha permanecido durante tanto tiempo en una sociedad que no aporta nada a su salud mental? ¿Valdrá la pena el sacrificio a pesar de tener conocimiento de historias como la del periodista Poveda?

Disculpe sí le robo su tiempo con este discurso o si he mencionado cosas que posiblemente no sean las más interesantes o inteligentes. Es una curiosidad que he tenido desde hace un buen rato, sobre todo porque no logro entender el porqué. Como le mencione al inicio, mi sueño americano siempre ha sido vivir en un país como España y poder alejar a mis padres, y a mi futura esposa y a mis hijos de sociedades como la salvadoreña.

Espero haberme dado a entender con mis comentarios que los hago con el mayor de los respetos, sin ningún interés o doble intención. Saludos.

A los pocos días de haber leído la carta, le respondí por teléfono. Solo se me ocurrió decirle una obviedad: que El Salvador en el que vivo yo es diferente a El Salvador en el que él vive. Que los dos son países violentos, pero solo en el suyo es una locura salir de casa cuando ha anochecido; solo en el suyo un padre no puede elegir la escuela a la que irán sus hijas porque queda en otra cancha; solo en el suyo se vive bajo la amenaza perpetua del ‘Ver, oír y callar’; solo en el suyo uno tiene que mentir sobre la colonia en la que vive cuando busca empleo; o solo en su El Salvador hay que cuidarse también al extremo de policías y soldados si se es joven.

Por eso a usted y a mí nos cuesta dimensionar esta carta, porque si nosotros podemos ir a cine, encargar una pizza o pagar internet domiciliar, aunque creamos que las deudas nos está ahogando, ya estamos por encima de lo que con cariño me gusta llamar el bajomundo, que es donde más se sufre y mejor se conocen las expresiones más dolorosas de la violencia.

 

(San Salvador, El Salvador. Enero de 2015)

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