El Centro Penal de Seguridad Zacatecoluca recibió a sus primeros inquilinos el sábado nueve de agosto de 2003, civiles en su inmensa mayoría. La presencia de pandilleros se incrementó solo tres o cuatro años después de que el manodurismo agitara el avispero de las maras.
Para cuando internaron a Gustavo Adolfo Parada Morales (a) El Directo, a mediados del año 2011, ya habían transcurrido ocho años desde la inauguración. A su llegada, Zacatraz tenía cinco sectores aislados por completo uno del otro: el Sector 1 era el del Barrio 18; los Sectores 2 y 4, los de la Mara Salvatrucha; el Sector 3, para civiles de estructuras del crimen organizado o de bandas carcelarias poderosas y para activos de pandillas menores; y el Sector 5 era el destinado a pesetas y civiles sin respaldo grupal. A El Directo le asignaron un catre en la celda 11 del Sector 3 Alto, que tenía un privilegio que le costó demasiado valorar: desde la ventana minúscula se miraban los aviones que despegaban del Aeropuerto Internacional de El Salvador.
Salvo paréntesis mínimos, El Directo había estado encarcelado desde los diecisiete años, pero fue con veintinueve cuando por fin conoció un centro en el que las reglas las establecía la autoridad. Todo es corruptible en El Salvador, y un reo de Zacatraz también puede sobornar, comprar privilegios o procurarse un teléfono celular, pero en principio es algo reservado para internos con grandes sumas de dinero o con el respaldo de alguna pandilla o banda intimidante. No era su caso. Y él había escuchado las historias sobre las condiciones terribles de Zacatraz... pero dicen que no es lo mismo verla venir de lejos que hablar con ella. Por eso, y aunque Mariona está a menos de una hora en carro, aquel traslado lo sintió como un viaje a una dimensión desconocida.
Zacatraz es Zacatraz.
En Zacatraz la visita es cada dos domingos, exclusiva para familiares directos, veinticinco minutos máximo y sin contacto físico; como en las películas, hijo-madre, padre-hijo o esposo-esposa se miran a través de un grueso vidrio y se escuchan las voces filtradas por auriculares.
En Zacatraz no está autorizada la visita íntima: ni de esposas ni de amigas ni de prostitutas, como sucede en otras cárceles.
En Zacatraz se permite, los domingos sin visita, una llamada de cinco minutos a números pre-aprobados y siempre que la familia haya llevado una tarjeta prepago.
En Zacatraz las celdas son tres por tres, y lo habitual es que la compartan dos privados de libertad; son de cemento las camas, el retrete, la mesa anclada al suelo y dos bancas circulares ídem.
En Zacatraz casi todo el tiempo están inactivos, bajo llave las veinticuatro horas salvo diez minutos para la ducha diaria, media hora de sol tres veces por semana, y eventos extraordinarios como algún torneo interno de fútbol o baloncesto.
En Zacatraz un televisor, una radio o un periódico son objetos prohibidos; lo único que se permite son libros, aprobados por las autoridades, y que cada miércoles entregan a los custodios los internos lectores para intercambiarlos unos con otros, incluso entre sectores rivales, en una especie de biblioteca contranatura.
En Zacatraz uno solo puede llevarse a la boca los alimentos que le entrega el Estado, una dieta tan limitada en nutrientes que solo cabe el adelgazamiento.
En Zacatraz el agua dizque potable presenta altas concentraciones de plomo y manganeso.
En Zacatraz los reos conviven con una potente luz blanca las veinticuatro horas.
En Zacatraz todo es...
—Todo es un tormento acá –dirá El Directo–, pero lo peor, lo peor, es que no haya contacto con la familia. Mis hijos ahora vienen domingo sí, domingo no, y hablo con ellos, pero ni me dejan acariciarlos.
Así será en la época dorada en la que concederá la entrevista, en septiembre de 2012, durante los albores de la Tregua. Pero antes, en los diez primeros meses que vivió en Zacatraz, no pudo ver, siquiera a través del grueso vidrio, a Mayra ni a Andy.
(San Salvador, El Salvador. Marzo de 2015)
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Con ajustes mínimos, este texto es un fragmento de un libro-crónica que aborda en su complejidad el fenómeno de las maras, y que El Faro tiene previsto publicar este año.