El Negrito es un niño de dos años y medio que siempre que le preguntan por su papá regala la misma respuesta, una que le rompe el corazón a su tío, Francisco, un joven de 21 años que hace una semana salió desplazado desde su casa, en la residencial Altavista de San Martín, y se refugió en el parque Madreselva, en una de las zonas más exclusivas de El Salvador.
“Cuando a El Negrito le preguntan por el Negro –así le decían a su papá, mi hermano- el morro siempre responde de la misma manera: ¡Pen, pen, pen!”, dice Francisco. “¡Neta, esa onda a mí sí que me para los pelos!”.
Al Negro, el hermano de Francisco, lo mataron -pen, pen, pen- el 7 de diciembre de 2014 a una cuadra de su casa, ubicada en la misma colonia de la que hoy ha huido Francisco. Él fue a verlo. Aquella tarde habían quedado de jugar fútbol en la cancha de la colonia y El Negro se adelantó. Francisco escuchó los disparos, y cuando llegó a la escena su hermano ya no tenía vida. Eso sí, “tenía un plomazo aquí, en el ojo izquierdo, otro aquí (en la sien izquierda), otro aquí (en la frente), otro plomazo aquí… (en el tabique nasal)”.
El Negro tenía 17 años y se moría por El Negrito. Allá donde iba su hijo, allá iba él. El Negro nunca quiso meterse a la pandilla, pese a las insistencias del Barrio, sobre todo desde que nació El Negrito. Francisco incluso lo aconsejó: “Vos no seas pendejo, si te metés con esos culeros yo te voy a ir a matar, aunque después a mí me maten, porque prefiero matarte yo a que te traicione uno de estos perros. Ellos son traicioneros, te van a usar y cuando no te necesiten te van a matar”, fueron las palabras que Francisco le dijo alguna vez a su hermano.
El Negro, asegura Francisco, nunca llegó a caminar con la pandilla. Francisco tiene 21 años y vive de mecánico. Con suerte hace 20 dólares diarios. Con mucha suerte. Dos días después de haberlo dejado todo, Francisco cuenta su capital: “18 centavos. Una de a 10 y el resto en centavitos”. Lo que tenía ahorrado, cuando huyó, se le acabó al segundo día de la fuga. La residencial Santa Elena, en el municipio de Antiguo Cuscatlán, es quizá el corazón de la zona con el mejor índice de desarrollo humano del país. Alrededor del parque de la colonia Madreselva, en el que la familia terminó refugiada la noche del martes 7 de abril, no hay negocios pequeños. El más pequeño, un local de comida a la vista -cercano a la embajada de Estados Unidos-, desangró a Francisco. Por dos almuerzos, con dos frescos y tortillas, le cobraron 8 dólares.
“¡Puuuya! Neta yo me quedé con la boca abierta. Allá por 1.50 se come mejor y más barato”, dice Francisco, con un particular tono en la pronunciación. Un tono como cantadito, tono de calle, de joven del bajomundo que incluye jergas que lo identifican: morro, neta, barrio, simón-simón, ponerle queso, mente, la onda es que vaaa... Quien lo escuchara y no lo conociera podría afirmar que en Francisco escuchó hablar a un pandillero. Pero él dice que no lo es. Que nunca lo ha sido, y que por negarse a la pandilla mataron a su hermana, a su hermano y ahora quieren matarlo a él. “Cuando uno ve que le han matado a un hermano, que hace tres años te mataron a otra hermana, y que ahora vienen a amenazarte a tu propia puerta, en tu cara, neta que uno no se la piensa para salir corriendo de ahí”, dice Francisco.
Allá en Altavista, San Martín, a Francisco le mataron a El Negro, pero también hace tres años le mataron a La Negra. Francisco nunca había entrado a una morgue y la primera vez que lo hizo fue el 30 de agosto de 2011. Aquella fecha, ironías de la vida, él tenía que celebrarle el cumpleaños a su mamá, pero se la pasó esperando, en un cuarto de la morgue en el centro de la capital, el cuerpo de su hermana (tenía 17 años) recién rescatado de un pozo de agua cercano a la colonia.
Allá en Altavista, San Martín -desde hace un lustro uno de los 25 municipios más violentos del país, con 20 asesinatos en lo que va de este 2015, nada que ver con Antiguo Cuscatlán- Francisco también ha perdido todas sus pertenencias. Aquellas que él más atesora: un televisor y un reproductor de dvd. Pero quizá lo que más extrañe, dos días después de haber abandonado todo, sea al Negrito. “El niño vive con su mamá. Ellos son otra familia, ojalá que no les pase nada. Ojalá que esta pesadilla no les afecte a ellos también”.
El Salvador del que huye Francisco, El Salvador en el que está preso El Negrito, no es El Salvador de algunos políticos ni el de algunos funcionarios.
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Este país quizá nunca más vuelva a vivir un inicio de semana tan cargado de violencia como el de la semana pasada. El lunes 6, supuestos pandilleros lanzaron dos granadas a un puesto policial del municipio de San Marcos; ese día fueron asesinadas 20 personas, y un supuesto policía encapuchado salió diciendo en youtube que por cada policía asesinado por las pandillas caerían 10 pandilleros a manos de los policías; el ministro de Seguridad Benito Lara y el secretario presidencial Franzi Hasbún, un día después, en una entrevista en el Cabal 12 de televisión, pedían paciencia y confianza a la población, que las cosas se iban a mejorar. Ese mismo día, un policía de Protección a Personalidades Importantes, un PPI, fue acribillado en la caseta policial del Centro Judicial Isidro Menéndez, presuntamente en venganza por los tuits que este PPI había colgado en tuiter, y en los que le pedía al presidente Salvador Sánchez Cerén que creara un escuadrón para asesinar pandilleros. El miércoles hubo muchos más muertos y el jueves asesinaron a un soldado del Batallón Presidencial, el batallón que cuida al presidente Sánchez Cerén. El viernes 10, la Fuerza Armada se lanzó a la caza de criminales y un periódico exhibió unas hermosas fotos –como de revista que promociona la venta de carros militares- de un humvee que patrullaba por unos miradores ubicados en las laderas del turístico municipio de Panchimalco, el municipio en el que asesinaron al soldado del Batallón Presidencial. Junto al humvee de anuncio comercial, la Fuerza Armada también sacó en ese municipio a un contingente de soldados encapuchados.
Durante toda la semana, desde las 6 de la mañana del lunes 6, Mauricio Ramírez Landaverde y Howard Cotto, director y subdirector de la Policía Nacional Civil, rebotaron de canal en canal, y de radio en radio, como intentado reducir la violencia a través de mensajes positivos. Pero en realidad la situación se puso tan crítica que a media semana, ambos se sentaron con el fiscal general, Luis Martínez, de emergencia, para coordinar capturas y combates frontales contra las pandillas. O al menos eso prometieron.
Ese El Salvador, en el que la muerte violenta y la zozobra entre la población -incluidos los mismos policías y militares- fueron una constante, tampoco fue El Salvador de políticos o funcionarios como la diputada Lorena Peña.
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A las 9:30 de la noche del domingo 5 de abril, Francisco supo que la pandilla quería matarlo. Llegaron hasta su casa, golpearon la puerta y le amenazaron. El pandillero que lo amenazó es un conocido de Francisco, y quizá para que se entienda haya que repetir esto hasta el cansancio: en los barrios dominados por las pandillas, la línea que separa a los jóvenes pandilleros del resto de la población, en esa comunidad, es demasiado fina, imperceptible, como transparente. Un pandillero es el hijo del vecino, el primo de la amiga, el hijo de la señora de la tienda, el compañero de escuela, el amigo de toda la infancia. Sobrevivir a ese mundo, “un mundo paralelo”, como lo llama Francisco, se logra gracias al respeto de una reglas que no están escritas. Para él, una de esas reglas es el “pase del amigo”.
“El pase de amigo quiere decir que te puedo conocer desde hace cuatro años atrás, pero el hecho de que te conozca no quiere decir que no te puedo matar. Es amistad frente a la cara pero vos no sabés lo que te pueden hacer por la espalda”, dice Francisco, para explicar una regla no escrita que puede traducirse en esto: vivir con desconfianza.
A las 9:30 de la noche del domingo 5 de abril, el pandillero que llegó a aporrear la puerta de Francisco era uno que él consideraba su amigo. “Era un maje que era chero mío. Iba conmigo a jugar fútbol los fines de semana, los únicos dos días que me quedaban libres. Fue él quien llegó a darle recio a la puerta y a gritarme que me iban a matar”, cuenta Francisco. Él nunca olvidará las últimas palabras de ese amigo:
“Camina bien –le gritó el pandillero desde la calle, al otro lado de la puerta-. Fijate dónde andás y cuidá tu espalda porque, neta, no vas a saber ni de dónde te van a caer. Te lo estoy diciendo yo”.
Fue hasta que Francisco se sintió seguro, confiado en que los pandilleros ya se habían marchado, cuando armó sus maletas, tomó a su mujer y encaminó hacia la casa de su suegra. Allá se topó con la sorpresa que a su suegra le había caído la misma amenaza, o quizá una amenaza más grande. A ella, una mujer que ronda los 50 años, le dijeron que le matarían a toda la parentela si los seguían viendo en la colonia. En esa parentela hay nueve niños menores de edad, uno de ellos un bebé de meses. A Francisco lo amenazaron de muerte porque no quiso ingresar a la pandilla, pero a su suegra, a la que le amenazaron toda la parentela, no queda claro por qué iban tras de ella. Refugiada en la glorieta del parque de Madreselva, la matriarca del clan solo insistía en que haría todo lo que estuviera a su alcance para proteger a sus hijos y a sus nietos, para que no cayeran en las manos de las pandillas. “Es que esto ya es demasiado”, dijo la mujer, desde la glorieta, a las 11 de la noche del martes 7.
El dibujo que se ha hecho de su familia días después de que este grupo de desplazados cobrara fama no ha sido halagador. Algunos medios publicaron que dos de los hijos de la matriarca están presos por pertenecer a la pandilla Barrio 18, que uno más tiene antecedentes por agresiones, y que en la comunidad hay vecinos que los acusan de ser colaboradores de la pandilla. Que los jóvenes son posteros. Muchachos que avisan a los pandilleros cuando la Policía ronda por las esquinas.
De ser ciertas las acusaciones, los policías de la delegación de Altavista demostraron entre el domingo 5 y el martes 7 que no todos los policías están en guerra contra las pandillas y quienes les apoyan. En la noche de la huida, el grupo compuesto por 21 personas huyó con ayuda de la Policía. Porque para los desplazados por la violencia de las pandillas la Policía solo les sirve para que los custodien en la huida.
Cuando encontraron refugio, en un terreno de un conocido, se movilizaron desde una colonia contigua a Altavista hacia la embajada de Estados Unidos, en Santa Elena, para pedir asilo, escoltados por una patrulla de la Policía hasta las inmediaciones del centro comercial Unicentro, en Soyapango, donde hicieeron la primera estación. Ese lunes por la noche, después de realizar los primeros trámites en la Embajada de Estados Unidos, el grupo retornó al primer refugio escoltado, de nuevo, por policías. En la mañana del martes 7, cuando definitivamente abandonaron la zona de peligro, la Policía de nuevo los acompañó hasta Unicentro, y luego los dejó a su suerte. “Si Usted hubiera andado con nosotros, en esos recorridos clandestinos, se le hubieran parado los pelos”, bromea Francisco.
Fuera del peligro, en el municipio con mejor índice de desarrollo humano del país, el grupo se tomó una acera frente a la Embajada de Estados Unidos mientras esperaban una respuesta a su solicitud de asilo. Ahí los encontraron algunos medios de comunicación, pese a la resistencia del grupo a salir frente a las cámaras. Cuando las familias huyen de la muerte, lo último que quieren es dar ubicaciones de su paradero a sus potenciales verdugos.
Por la tarde del martes 7, cuando ya tenían claro que Estados Unidos no podrá hacer nada por ellos, el grupo también tenía claro que no podían regresar a Altavista ni al primer refugio que les había brindado un amigo. La exposición en los medios los hacía un blanco fácil, esperable, si decidían retornar. Se preguntaron qué harían, y decidieron que vivirían refugiados en la calle. Alguien les sugirió que cerca de la embajada había un parque, y Francisco y otros dos jóvenes fueron a buscarlo. Cuando lo encontraron, un vigilante les dijo que no podían quedarse y llamó al cuerpo de agentes municipales. El CAM, solidario, accedió a prestarles la glorieta del parque principal de la zona para que durmieran ahí una sola noche. Para entonces su caso se viralizó en las redes sociales, y movió al diputado de Arena Ernesto Angulo, secretario de la comisión de Seguridad de la Asamblea Legislativa. Angulo llegó al parque, les regaló una tienda de campaña y aprovechó los micrófonos para despotricar contra las políticas de seguridad el gobierno del FMLN.
En El Salvador de Ernesto Angulo, el drama de la violencia de una familia de desplazados es carne de cañón para la guerra política entre Arena y el FMLN.
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Cerca de la medianoche del martes 7 de abril, a un costado del parque de Madreselva, ocurrió un suceso #SoloEnElSalvador: resguardados por la noche, y por los polarizados de las camionetas, dos parejas en dos vehículos diferentes se besaban sin percatarse que lo hacían frente a una familia desplazada por la violencia de las pandillas. Dos de esa familia, a otro vehículo, le arrancaban colchas y mochilas y colchonetas para llevarlas hacia una glorieta ubicada en una esquina del parque. Adentro de la glorieta, recostado sobre una colchoneta, un niño le lloraba a su mamá, diciéndole que no quería estar ahí; mientras que su mamá le respondía que se calmara, porque “a casita no podemos regresar”.
El Salvador de esas dos parejas de novios no es El Salvador de los desplazados de Madreselva.
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Los desplazados de Madreselva no son los primeros desplazados ni serán los últimos. No hay una cifra que los registre con certeza, porque ni la Policía ni la Fiscalía registra estos casos, pero los expertos en desplazamientos humanos sugieren que hay miles de salvadoreños huyendo de las pandillas cada año. El desplazamiento es interno cuando las familias encuentran alguna otra casa que alquilar, un pedazo de terreno contiguo al de un familiar… Pero los desplazados también pueden convertirse en refugiados cuando tocan las puertas de un país vecino o se saltan los muros y nadan los ríos hacia Estados Unidos, pidiendo asilo para protegerse de la violencia de las pandillas. En agosto de 2012, el año en el que el gobierno del expresidente Mauricio Funes pactó la reducción de homicidios con las pandillas a cambio de beneficios carcelarios, El Faro publicó un especial que daba cuenta del nuevo fenómeno de desplazados por la violencia.
Dos años más tarde, la oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados tomó nota del fenómeno y encontró características similares en Guatemala y Honduras. En Honduras, el gobierno del expresidente Porfirio Lobo aceptó que su país sufre un fenómeno de desplazamientos internos a consecuencia de la violencia y facilitó la coordinación con Acnur para monitorear el fenómeno. En El Salvador, Cancillería y la Dirección de Estadística y Censos aceptaron colaborar para mapear los movimientos de poblaciones desplazadas, pero a la fecha ese trabajo no ha arrojado ningún resultado.
Ese El Salvador es señalado por Naciones Unidas como un país que tiene un nuevo fenómeno de desplazamientos producto de la violencia.
Si algo logró en esta semana de caos la familia desplazada en Madreselva es poner en el foco de atención algo que se vive a diario en todo el país. En una semana caótica, una familia decide refugiarse en un parque ubicado en una colonia de ricos para decirnos lo mal que la estamos pasando todos. Pero para la diputada Lorena Peña, ese El Salvador quizá no exista y sea un invento político para desestabilizar al gobierno. Es su defensa contra el uso político de la escena que hizo su colega Ernesto Angulo.
El miércoles 8 de abril, en su cuenta personal de twitter, la diputada escribió: “la delincuencia debe ser combatida en serio y no con toma de parques por familiares de pandilleros presos apoyados por arena”.
Cuando El Faro le preguntó de dónde sacaba esa información, a través de esa misma red social, ella evadió la respuesta. Cuando El Faro le repreguntó lo mismo, ella volvió a evadir la respuesta.
En Madreselva, el martes 7, la Policía Nacional Civil ofreció a la familia patrullajes de seguridad para garantizar su integridad física esa noche y la madrugada del día siguiente, pero la diputada sugiere que la familia desplazada rechazó la ayuda de la PNC para seguirle el juego a Arena. Lo cierto es que el miércoles 8, tanto la Policía como el CAM le pidieron a la familia que se retirara, porque los desplazados por la violencia, de allá, del otro El Salvador, no pueden andarse tomando los parques de otras gentes sin pagar el precio de su osadía: que se les acuse de mentirosos, que se les expulse como a unos parias, que se les condene en redes sociales gracias a la potencia que tiene un comentario escrito por una diputada.
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El lunes 6 El Salvador de la diputada Lorena Peña arrancó con una comitiva de diputados del partido FMLN que acudió a la embajada de Venezuela en El Salvador para apoyar la campaña en contra de un decreto de sanciones firmado por el presidente Barack Obama, en el que se señala a algunos funcionarios del gobierno venezolano como potenciales amenazas para la seguridad nacional de Estados Unidos…
El Salvador de la diputada Lorena Peña se parece mucho a El Salvador del presidente Salvador Sánchez Cerén, quien sobre la violencia, la última vez que dijo algo antes de este episodio del parque de Madreselva, fue el 26 de marzo pasado, cuando agradeció a la población que salió a una marcha por la paz en medio de días turbulentos.
El Salvador de la diputada Lorena Peña no dista mucho del país del inspector de la Policía Nacional Civil, que en febrero declaró a un matutino “Aquí estamos en guerra”, en alusión a la batalla que policías y pandilleros libran en las calles. Y en un estado de guerra, El Salvador lo demostró hace 34 años, las poblaciones que se ven como cómplices del enemigo no merecen ningún refugio en este Estado.
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El Salvador de la familia desplazada de Madreselva a estas alturas quizá ya sea solo un recuerdo. Estados Unidos no les dio asilo en suelo salvadoreño. Canadá, embajada que visitaron el miércoles 8, tampoco les dio asilo en suelo salvadoreño.
Lo último que se sabe de la familia, según reportes de La Prensa Gráfica, es que estaban intentando cruzar una frontera terrestre.
Francisco, uno de los jóvenes que lideran el grupo, tenía más o menos claro qué les depararía si las embajadas les negaban asistencia: “No me lo preguntás, pero para mí el ahora es la realidad y el mañana es una fantasía. El ahora me dice que por esta noche estamos aquí, tranquilos. Pero mañana yo puedo soñar con que diosito nos ayuda y todo nos sale bien. Igual, la realidad me dice que esto está critico por todos los niños, más por la recién nacida. Si nos vamos para Altavista, nos matan. Si saben dónde estamos, que seguimos por aquí, nos buscan y nos matan. Lo que yo tengo claro, neta, es que en el país no nos podemos quedar, porque vos sabés que una pandilla es una sola estructura regada en distintos municipios. Y más con esto de que ya nos enfocaron las cámaras...”