Entrevistas / Desigualdad
“¿No será bueno fomentar el reencuentro de los pandilleros presos con sus familias?”

Hace más de una década que Gutman empezó a trabajar con los más desfavorecidos de la sociedad, en lugares por los que pocos salvadoreños se atreven a caminar. No suena muy atrevido presuponerle cierta sapiencia sobre las causas que han hecho de El Salvador uno de los países más violentos del mundo; desde ese conocimiento concluye algo que en esta coyuntura sonará provocador: “No se puede construir nada sin dialogar con los pandilleros”.


Fecha inválida
Roberto Valencia

Alejandro Gutman, presidente de la oenegé Forever. Foto Roberto Valencia.
 
Alejandro Gutman, presidente de la oenegé Forever. Foto Roberto Valencia.

Apenas unas horas antes de esta entrevista, un grupo de pandilleros del Barrio 18 asesinó a un agente de la Policía Nacional Civil (PNC) y a su hijo en el reparto La Campanera, en la zona norte de Soyapango. Cuando se consumó el doble homicidio, el presidente de la Fundación Forever, el argentino Alejandro Gutman, se encontraba en la colonia acompañado por sus hijas adolescentes y por el presidente del Banco Agrícola, Rafael Barraza, quien se dejó convencer de que por unas horas dejara atrás las comodidades, se vistiera unos jeans y subiera en microbús a conocer una de las comunidades más estigmatizadas del país, si no la más.

“El aislamiento entre la mitad de la población más pobre y la mitad que dispone de ciertos recursos es mucho más severo en El Salvador que en otros países”, dice Gutman, “y mientras ambos mundos no se integren, va a ser muy difícil que haya cambios profundos”.

Han pasado 12 años ya desde que llegó al país a poner en marcha una pequeña pero ruidosa oenegé que en principio se bautizó 'Fútbol Forever2, para luego pasar a llamarse solo Forever. “Me equivoqué”, admite, “tardé siete años en darme cuenta de que el fútbol no era suficiente”.

¿Siente que el país está peor que nunca?
Siento que El Salvador viene en un deterioro continuo desde que comencé a trabajar en el país, salvo en momentos muy puntuales. Sí, veo un deterioro, natural si se tiene en cuenta que es la consecuencia de políticas, de desentendimientos corporativos, de una herencia cultural, y de un modo de ver la vida de parte de las instituciones y de los ciudadanos, acostumbrados a depositar en otros la responsabilidad de aportar soluciones.

¿Al salvadoreño le cuesta sentirse corresponsable de la sociedad de la que forma parte?
La sociedad salvadoreña está tan polarizada que no tiene contrapesos. Hay sociedades que tienen más repartidas las instituciones, y esas sociedades son, cuando las cosas vienen mal, las que aguantan mejor los procesos de deterioro.

¿Cómo repercute en la convivencia social ese deterioro que usted menciona?
En El Salvador hay menos tolerancia, muchísima menos tolerancia. Basta escuchar lo que dice la clase política a través de los medios de comunicación, mensajes que solo contribuyen a polarizar más la situación. Pero no solo están fallando los políticos; también los intelectuales. La intelectualidad asociada a la derecha trabaja para la derecha, y la intelectualidad de la izquierda... digamos que se quedó defendiendo cuestiones que quizá en algún momento fueron importantes, pero que hoy están distanciadas de la realidad.

¿Faltan referentes intelectuales positivos?
En El Salvador no hay referentes intelectuales ni sociales capaces de colaborar e impulsar ideas, de aclarar esas ideas, y eso lo dificulta todo, porque no hay diálogo social ni reflexiones. Todo acá es yo contra vos. No se escuchan propuestas ni ideas, y mucho menos acciones que acompañen a esas ideas. Además, la institucionalidad está debilitada. Y no me refiero al Estado, sino a las universidades, los hospitales, las iglesias, las escuelas, las asociaciones... ¿Qué rol juegan acá estas instituciones, fundamentales para cualquier sociedad? ¡Las empresas! ¿Dónde están? ¿Dónde están los profesionales, los universitarios? ¿Quién está luchando en este país por ideales que en verdad sean transformadores de realidades?

Los políticos, dirían algunos.
Ante el vacío creado, los políticos tratan de encantar a la población con mensajes populistas que repiten constantemente, y quieren vendernos que son la solución, pero ellos nunca lo han sido. Los salvadoreños esperan que los políticos les resuelvan sus problemas, en lugar de ponerse los pantalones y actuar.

¿No es legítimo exigir que el Estado o los partidos políticos abanderen los cambios?
En algunas cosas, sí, pero no en todo. Yo creo que es un insulto a la condición humana pensar que el Estado debe resolvernos todo.

El salvadoreño que lea esta entrevista puede inferir que usted está cuestionándole su pasividad.
En El Salvador, aquel que está más o menos bien se ha acostumbrado a vivir en su mundillo, con sus privilegios, y no quiere perderlos. Si alguien tiene su casita, su carro y puede enviar a sus hijos a la universidad, por lo general no quiere perder esa situación. Esa persona siente que no tiene que mejorar las condiciones de los que pertenecen a la mitad más empobrecida del país.

Pero un clasemediero estadounidense o argentino también mira básicamente por los suyos, y eso no se traduce en una sociedad violenta.
El aislamiento entre la mitad de la población más pobre y la mitad que dispone de ciertos recursos es mucho más severo en El Salvador que en otros países. Y mientras ambos mundos no se integren, va a ser muy difícil que haya cambios profundos.

Usted cree que en otros países la sociedad está más integrada.
Los dos mundos absolutamente aislados el uno del otro son algo muy propio de la sociedad salvadoreña; cuesta hallarlo en otras sociedades, al menos de una forma tan marcada.

¿Y qué consecuencias tiene ese aislamiento en el combate a la pobreza y la exclusión?
El sistema de ayuda que se ha construido consiste en que la mitad que vive mejor dicta qué es lo que le conviene a la otra mitad; con ese sistema, en el fondo, lo que se garantiza es que no se haga nada que atente contra lo establecido. Por eso yo siempre trato de llevar a la gente más privilegiada a zonas estigmatizadas, para que vea con sus propios ojos y entienda que la realidad de los pobres no se puede cambiar con programas de ayuda planificados en oficinas seguras y tranquilas y maravillosas, sin siquiera haber cedido la palabra a las personas que viven en las comunidades a las que supuestamente se pretende ayudar.

¿Por qué las expresiones más crudas de la violencia ocurren en la mitad más empobrecida?
Porque el flujo sociocultural que funciona en las comunidades es mucho más débil. La vida en una comunidad, en líneas generales, es de pura sobrevivencia, y en esas condiciones es normal que de ahí salgan tanto víctimas como victimarios. La palabra desarrollo tiene un significado distinto en las comunidades, que apela a sobrevivir mejor, mientras en nuestro mundo la red de apoyos es mayor, nos protegemos mejor entre nosotros, y también el Estado que, aunque funciona mal, de algún modo nos defiende mejor que como defiende a los más empobrecidos.

Usted ha llevado al presidente del Banco Agrícola al reparto La Campanera.
Y lo senté a platicar con la directora de la escuelita de La Campanera. ¿Alguien cree que esa directora no tiene nada interesante que decir? O cualquier mujer líder en esa comunidad, ¿no tiene nada interesante que aportar a la sociedad salvadoreña? Los alumnos, los padres... ¿no tienen los salvadoreños mucho que aprender de estas personas?

Hace cuatro años, antes de la Tregua, la Sala Negra lo entrevistó y usted advirtió de que los índices de violencia en El Salvador iban a ir a peor.
Y no soy ningún profeta. Basta con estar en las comunidades. Cualquier persona normal que ama lo que hace y que esté convencida y comprometida iba a ver lo que yo veía.

En aquella entrevista usted decía que las comunidades estaban descuidadas.
Por seguir con La Campanera, ¿quién ha ido a trabajar en serio allá en los últimos seis o siete años? ¡Nadie! La directora y los profesores de la escuela se lo decían a Rafael Barraza. ¡Nadie! Nosotros gestionamos la construcción de dos aulas, se logró que los que terminan noveno grado puedan estudiar en el instituto de la Santa Eduviges, y nuestros voluntarios llegan a ayudar, pero, ¿y el Estado? ¿Y las instituciones? El olvido es igual, ¡igual que el primer día que yo llegué! ¡Nada ha cambiado!

El descenso en los homicidios por la Tregua, ¿qué fue? ¿Un espejismo?
La Tregua fue, quiero suponer, un intento con buenas intenciones, pero lamentablemente se quiso buscar un atajo al problema de la violencia, pero sin haber armado bien las cosas, con una iniciativa que incluso terminó incomodando al propio gobierno, que a cada rato cambiaba su discurso.

Usted habla de comunidades descuidadas, mientras el gobierno, que asegura ser de izquierda, dice estar trabajando por los más desfavorecidos.
Todos los políticos siempre van a decir que les preocupa la gente, sobre todo cuando gobiernan. Y no voy a negar que en seis años haya habido algunas medidas puntuales positivas, pero en el gobierno no hay personas capaces de adaptarse, conocer y querer reconocer esa realidad, porque ni siquiera intentan trabajar cotidianamente esas realidades para querer cambiarlas. No veo acá un plan para transformar la realidad.

¿Y en las oenegés, las fundaciones, los organismos internacionales...?
Patético... patético... Las Naciones Unidas, Unicef, el BID, la cooperación española, la italiana... es patético. Tienen recursos millonarios, tienen la capacidad para transformar y motivar a otras instituciones, para promover la integración tan necesaria para el desarrollo... pero, en lugar de eso, sus soluciones son hablar de programitas de prevención, hablar de inclusión, hablar de oportunidades en lugar de desarrollo. Sinceramente, no veo gente muy iluminada en ese entramado.

Usted critica, señala, cuestiona con dureza...
Pero lo hago después de haber pasado 12 años metido en lugares a los que pocos entran, y de haber meditado, sistematizado y corregido toda esa experiencia.

Alejandro Gutman, presidente de la oenegé Forever. Foto Roberto Valencia.
 
Alejandro Gutman, presidente de la oenegé Forever. Foto Roberto Valencia.

Forever lleva años trabajando en la Santa Eduviges, en Montes V, en La Campanera. ¿La convivencia en esas zonas ha mejorado?
No se puede descontextualizar. Forever es una fundación muy pequeña, con solo tres personas en planilla, porque todos los demás son estudiantes, voluntarios, jóvenes becados, padres de familia, artistas que nos ayudan, universidades que dan becas, empresas que imparten cursos de formación...

¿Pero hay logros concretos en cuanto a la convivencia?
Lo que está sucediendo es que las escuelas se reactivan, y las comunidades empiezan a ver a decenas de jóvenes que antes no tenían futuro y ahora van a la universidad o se capacitan en el Marriott o en la KL (Radio Cadena YSKL), jóvenes que descubren otros mundos y que empiezan a interactuar distinto, a transformarse y a transformar... es todo un proceso de revitalización que no se puede medir de un día para otro y con un grupo reducido de personas. Todo el país, todas las empresas deberían estar involucradas, y no solo dos o tres comunidades.

¿Qué rol desempeñan las pandillas en el modelo que plantea para sacar a las comunidades de su aislamiento?
Yo hablo con los pandilleros desde el primer día que llegué a Soyapango, y sigo haciéndolo. ¿Qué es lo que nos ha permitido trabajar y construir sin problemas? Por un lado, la transparencia, porque Forever no tiene ninguna agenda detrás, solo mejorar las condiciones de vida de los vecinos, de todos; y por otro lado, es un hecho que muchos de los pandilleros tienen hijos, y por lo general no quieren para sus hijos la misma vida que han tenido ellos. Son dos ingredientes indispensables para tratar de dar la vuelta a la situación que se vive en el país.

¿La solución, según su experiencia, pasa por integrar a los pandilleros?
Yo creo, y esto lo vengo diciendo desde hace mucho tiempo, que es necesario el diálogo con los pandilleros. Estoy absolutamente convencido. Pero dialogar no significa negociar, y no entiendo por qué se clavan con la palabra negociación, y hasta se genera un discurso confrontativo en los medios por una palabra. Yo me pregunto: ¿no será bueno que se hable con los pandilleros presos y fomentar el reencuentro con sus familias, con sus hijos? ¿No ayudaría recomponer esos vínculos familiares? Estoy convencido de que sí. Y lo mismo se puede decir de las víctimas de los pandilleros: ¿no tenemos como sociedad recursos para atender a esas víctimas y no dejarlas a la deriva, como ocurre ahora? Y me refiero a los profesionales de sicología, a trabajadores sociales, a universitarios. ¿No podemos ser una mejor sociedad?

Usted defiende el diálogo como una herramienta indispensable.
Sin diálogo con los pandilleros no se puede construir nada. Yo no me meto en cuestiones de seguridad pública, y por supuesto que creo que quien infringe la ley debe ser combatido, pero desde hace 12 años todos los gobiernos están apostando a la represión, y en lo verdaderamente importante no se ha hecho nada; o si han hecho algo, no ha impactado en las comunidades.

Una curiosidad: ¿por qué cambió el nombre de su fundación: de Fútbol Forever a Forever?
Porque me equivoqué. Durante siete años de mi vida estuve ideando un programa con el que, a través del fútbol, los jóvenes hallaran un modelo de aprendizaje para escapar de la pobreza, para que los valores del deporte los pudieran trasladar a otras situaciones en sus vidas. Tardé siete años en darme cuenta de que no era suficiente, de que todo lo demás ahoga a los jóvenes y de que el deporte no alcanza. La problemática de la pobreza es demasiado compleja y no puede ser reducida a una temática concreta.

¿Cuál es hoy, esquematizada, la filosofía de trabajo de la fundación?
La integración. Forever propone la integración de esas dos mitades aisladas que conforman la sociedad salvadoreña. No imagino otra forma para salir de la pobreza que no pase por la integración de esos dos mundos. Ni esos programas de prevención tradicionales, ni esas oportunidades, ni esa llamada responsabilidad social empresarial que es casi una industria, ni esa inclusión social que hoy está de moda... todas esas ideas están por debajo de la integración.

El país presenta los niveles de violencia más altos de las últimas dos décadas. Alejandro, ¿hay margen para el optimismo?
En este viaje a El Salvador he traído a mis hijas, y subieron conmigo a La Campanera. ¿Creés que llevaría a mis hijas de 16 años a La Campanera si no creyera que este problema tiene solución?

¿Pero es a corto plazo? ¿A medio? ¿O tendremos que esperar al menos un par de generaciones para ver resultados?
Hay cosas que se están construyendo, y hay resultados que se verán pronto, algunos incluso ya se están viendo. Las vidas de cientos de jóvenes han cambiado; solo hay que escucharlos a ellos. Yo sería un enfermo mental si no reconociera lo grave de la situación, pero también siento un enorme optimismo por esa gente. El presidente del Banco Agrícola pasó una tarde en La Campanera, y sé que se fue impresionado, pero no por lo que yo le dije, sino por lo que vio y escuchó de los vecinos. Y su mensaje puede tener un efecto multiplicador en otras personas que, como él, nunca visitarían por iniciativa propia un lugar así. Hay mensajes que solo calan cuando vienen de la boca de un igual. Y mi optimismo radica en que cada vez son más las empresas y los funcionarios de peso que conocen de primera mano el proyecto y se suman, y eso representa un cambio cultural enorme.

¿Un cheque para un proyecto puntual puede cambiar una realidad tan arraigada?
No, por supuesto que no; por eso esto no es cuestión de cheques ni de dinero. Cuando yo hablo de compromiso y de involucramiento de las universidades, por ejemplo, me refiero a que estén mucho más cerca de las escuelas de las comunidades, para que no sea prácticamente imposible pasar de una a otra. Lo mismo con las empresas, los profesionales o los artistas; compromiso es que estén cerca del pueblo, y que se promueva una integración honesta y real. A eso me refiero, y para derribar esas barreras que existen, y que hoy por hoy son las más difíciles de derribar, el dinero es lo menos importante.

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