Si una persona pasa por la calle y observa un edificio pando, con ribetes injustificados, desproporcionado, feo, pues… no se le ocurriría sentenciar que la arquitectura es una porquería, una tomadura de pelo, y que los arquitectos son un conglomerado de inútiles. Diría: qué edificio más feo, qué arquitecto más tonto. Si una persona azucara su café matinal, abre un diario cualquiera, y lo que lee está pando, con ribetes injustificados, desproporcionado y feo, es muy común que sentencie que el periodismo es una porquería, que le han tomado el pelo desde tempranas horas del día esos periodistas inútiles que se empeñan en hacerlo cada mañana.
Un amigo mío me decía en México que es normal, que nunca los medios ni los periodistas ni sus asociaciones han hecho bien la labor de comunicar de qué se trata este método con el que comunicamos a la gente. Decía algo así como que si un alcalde deja de recoger la basura, la gente protesta y hasta marcha en algunos casos, pero que si un periodista titula que Pedro es un asesino solo porque un enemigo de Pedro lo dijo, puede que la gente haga su rabieta, pero no protesta, ni marcha, ni exige su derecho a que no le mientan sobre Pedro. Esa jugada también tiene la otra cara: si un periodista hizo bien un trabajo donde el partido tal quedó desprestigiado, los adeptos al partido se quejarán a pesar de que la información no sea como aquel edificio, sino todo lo contrario: recta, agradable, justificada, balanceada, proporcionada. No hemos sabido explicar a la gente de qué va esto, diría mi amigo Marco. Por eso, para muchos, periódicos son igual que periodismo, y periodistas igual que método.
Hace cinco meses que empezamos con el proyecto de la Sala Negra de El Faro, que nos tendrá a un grupo de periodistas metidos de cabeza en el pozo de la violencia centroamericana. A mí me tocó Crimen Organizado o, en otras palabras, la llegada e instalación de los cárteles internacionales en nuestro desnutrido istmo.
Desde que iniciamos he publicado un material sobre lo que me toca. Fue acerca de Guatemala y la llegada de Los Zetas. Ahora mismo me encuentro en la investigación de otro sobre el olvidado Caribe nicaragüense y sus idóneas condiciones para que los narcos colombianos operen, compren, lleguen, carguen y sigan.
Estoy en Puerto Cabezas, y desde aquí, además de investigar, escribo un nuevo reportaje que ojalá tenga repercusiones, que habla de narcotraficantes asesinos y vinculados al poder en El Salvador. Mientras tecleo, no puedo dejar de pensar en cómo se me leerá. Tengo un problema y lo tuve cuando escribí lo de Guatemala y cuando escribo lo de El Salvador, y seguramente cuando escriba lo de Nicaragua: mis personajes no tienen nombre ni dirección, no tienen cara, no son de tez blanca ni morena, no tienen estatura ni son flacos o gordos. La gente que me da la información más importante, la que me lleva a escribir lo que escribo espero que siempre esté en el anonimato, que usted nunca sepa quiénes son. Los escondo porque los protejo. Y así será durante toda mi cobertura en Sala Negra de El Faro.
Yo le diré que Nombre Ficticio sabe mucho de lo que habla. Tal vez le diré que es un funcionario de alto nivel o un investigador que hace años indaga el tema, pero no le podré decir mucho más. A veces, ni siquiera le contaré dónde hablamos. Ni ciudad ni municipio ni mucho menos pueblo.
Eso sí, yo esperaré que usted me crea.
Yo no quiero que usted y yo tengamos este problema durante todo el año. Yo no quiero que usted no sepa acerca de lo que hago, cómo lo hago y por qué lo hago. Prefiero que lo empecemos a hablar ya, y por eso, porque me faltan decenas de personajes sin nombre que presentarle, le quiero explicar por qué debe creerme o no creerme.
Créame –o no– si piensa que hay datos, que no es solo la voz de un anónimo, sino una voz que, aunque no tiene nombre, da pruebas, señala lugares, entrega datos y dice cosas verosímiles. Créame –o no– si además de esa voz anónima usted cree que yo me metí, que yo recorrí, que yo olfateé, que yo entendí. Créame –o no– si soy franco para exponerle mis dudas, aquellas que no resolví. Créame –o no– si usted le cree a mi medio.
Escribo esto porque necesito proponerle un pacto antes de seguir escribiendo. Por cierto, al anónimo sobre el que escribo ahora mismo lo he bautizado como El Funcionario, y tiene mucho que contarle.
(Puerto Cabezas, Nicaragua. Abril de 2011)