Hace unos días cené en Sao Paulo con unos colegas, la mayoría de ellos acostumbrados a hacer cobertura policial en este país, a meterse en las favelas y a escrutar a sus corruptas policías.
Uno de mis colegas contó que mientras estaba en el cine, hacía ya algunos años, se extrañó cuando de repente “¡a gente aplaude o capitao Nascimento!” Los espectadores, durante una escena en particular, aplaudieron al capitán Nascimento, el personaje central de la película. Algunos, dijo, incluso se pararon. Eran estudiantes, obreros, comerciantes, periodistas quizá. Gente de todo tipo, gente que va al cine.
La escena por la que la audiencia decidió premiar al personaje de la película Tropa de Élite (2007) era una en la que él y su comando de reacción policial realizaban un ingreso a una favela de Río de Janeiro con la intención de capturar a pequeños traficantes de drogas. En la incursión, el comando dispara a matar a varios jovencitos que ejercen funciones de vigilancia. Se detienen en uno al que durante un rato golpean y torturan asfixiándolo con una bolsa de plástico hasta que, debido a la presión, la nariz le estalla en sangre. El muchacho, como animal asustado, llora, sangra y suplica.
La película va sobre eso, sobre una tropa de élite, el Batallón de Operaciones Especiales de la Policía de Río de Janeiro (BOPE, por sus siglas en portugués). Se trata de un grupo real, caracterizado por atemorizar a las más herméticas favelas cada vez que hace una incursión.
La película no es un invento del todo; de hecho, tiene largos tramos de realidad. Está basada en el libro Elite da Tropa, escrito por un sociólogo brasileño que fue asesorado por dos ex comandantes del BOPE.
El personaje del comandante Nascimento es el de un tipo atormentado, atribulado por lo que su trabajo lo obliga a hacer. Un tipo en franca destrucción y decadencia, abandonado de todo, menos del BOPE. Sin embargo, cuando ingresa en las favelas, el tormento es superado por una violencia implacable. El capitán Nascimento, convencido en su idea ingenua de que un pequeño traficante menos hace menos al problema, parece moverse bajo el lema de los kaibiles: avanzar y destruir. Asesina, tortura. No importa si delante está un adulto, jefe de los pequeños traficantes, o un niño que hacía de posta desde el techo de su champa. El capitán Nascimento asesina, tortura. Y entonces, la gente lo aplaudió en aquel cine.
A mí se me hizo inevitable hacer algunas sustituciones. Cambiar favela por comunidad, por barrio. Cambiar pequeños traficantes por pandilleros, muchachos de la Mara Salvatrucha o del Barrio 18 que atormentan a sus vecinos. Cambiar al BOPE por nuestro GOPES o por un batallón del ejército. Y entonces preguntar: ¿aplaudiríamos los centroamericanos a nuestro capitán Nascimento?
(Sao Paulo, Brasil. Julio de 2011)