Bitácora / Normalización de la violencia
Una sucesión de hechos violentos

¿Qué le pasa a una mujer a la que le matan el esposo y la dejan sola y con cinco hijos? ¿Se puede sufrir todavía más? Cuando la violencia deja de ser ese término intangible y se convierte en una cadena de hechos trágicos, se convierte en una pila en la que nos bañamos todos.


Fecha inválida
Daniel Valencia Caravantes

Primero fue Carlos.

A su esposo se lo mataron hace 19 meses. Él era un vigilante de la ciudad cabecera del departamento más violento de Centroamérica. Hablamos de La Ceiba, en la Atlántida, en la costa caribe de Honduras. Una noche, Carlos hacía una de sus rondas y un maleante lo atacó por detrás. “Querían robarle el arma”, dice Mirna, su viuda.

Luego fue Sandra.

Tras la muerte de Carlos, su hijo mayor, Adonay, se convirtió en un odioso. O al menos ese es el término con el que lo define su madrastra. Adonay es el hijo del primer encuentro amoroso de Carlos. Como su madre biológica no lo quiso cuidar, Adonay creció con Mirna y vio cómo la familia de esta se iba convirtiendo, cada vez más, en una fotografía de dos adultos y cinco hijos donde él ya no cabía en el encuadre. Así que con la muerte de su padre, sabiéndose primogénito, reclamó lo que creía suyo por derecho: la casa. Mirna, por supuesto, lo puso en su sitio. Entonces Adonay reclamó lo segundo en su lista de la herencia: la atención. Sus hermanos y Mirna tenían que atenderlo como un rey, amén de que él trabajaba la milpa que alimentaba a la familia. Con el tiempo, los roces entre hermanos y sobre todo entre Adonay y su madrastra estallaron. Y fue Sandra, de 16 años, la que definió los bandos. Dejó de atenderlo y lideró la rebelión del resto debajo de ella, de los que ninguno llega a los 14 años. “No le pasaban ni un vaso de agua al ver cómo me insultaba”, dice Mirna.

Un día Adonay se encontró con un viejo amigo de su padre, “don Toño”. Don Toño es el tipo que alquilaba a Carlos una parcela para que este cultivara la milpa para la familia. Milpa que en los mejores días era trabajada, sin quejas, por Adonay. Hoy que Carlos había muerto, el muchacho se convirtió en empleado de don Toño, sobre todo porque tras tanto pleito interno dejó de entregarle a sus hermanos la cosecha y la vendía para satisfacción de sus propios menesteres. Según Mirna, a Adonay le gusta consumir marihuana.

Por interés, sospecha Mirna, Adonay vendió a su hermana. Cuando la niña tenía cinco años don Toño se la quiso comprar a su padre pero este lo mandó al carajo. Lo mismo le dijo, muerto Carlos, el papá de Mirna. Por más que don Toño le dijera que con él se criaría mejor, Roberto insistió en que se dejara de tonterías, que 'la niña no era ningún animalito en venta'. Pero Adonay no lo pensó mucho y en dos ocasiones se robó a Sandra, de madrugada. La última vez ocurrió hace cuatro meses. Mirna sospecha que su hijastro se llevaba a la niña para que don Toño abusara de ella.

—Es que ese don Toño siempre deseó a mi niña. A mi esposo le dijo que se la compraba, que con él estaría mejor…
—¿Abusaron de Sandra, Mirna?
—Yo no sé… mi niña solo me ha dicho… solo me ha dicho…

Mirna lloró por primera vez.

—¡Yo gritaba, mami! ¡Yo la deseaba a usted pero no podía tenerla! –dijo Mirna que le dijo Sandra.

Según Mirna hasta le cambiaron el apellido a la niña en una partida falsa. “Le pusieron el apellido de ese don Toño”. 

Rodríguez es el apellido de don Toño. Ella cree que la denuncia que pesa en su contra –por no darle de comer a sus hijos- la puso ese mismo señor. Ese señor que quiere quitarle a Sandra.

—¿Por qué no ha denunciado todo esto?
—Porque Adonay me amenazó.
—Denúncielo, Mirna
—Es que tengo miedo –dijo.

Por último fueron todos sus hijos.

Alguien denunció que Mirna no le daba de comer a sus hijos. Y entonces, el 28 de julio, la Policía y la Fiscalía fueron hasta su casa, a una barriada pobre de una colonia de pobres de La Ceiba, para llevárselos. Días antes les había pedido acompañarlos en un operativo y en lugar de llevarme a ver la captura de unos maleantes me invitaron a ver el 'rescate' de estos niños. Todavía no estoy seguro de si mi presencia aceleró los acontecimientos. Yo buscaba respuestas a por qué nos matamos tanto en Centroamérica y me encontré ante la historia de Mirna, que no tiene nada que ver con narcos, ni con pandillas, ni con grupos de exterminio, pero que también habla de violencia. De esa violencia cotidiana que a veces va cayendo a cuentagotas en una pila donde nos bañamos todos: las víctimas, los victimarios, los jueces, los fiscales, los policías, los periodistas.

Los policías ya sabían de las acusaciones contra Adonay y también tenían una denuncia contra Mirna en la que alguien decía que ella no le daba de comer a sus hijos. Así que se los quitaron para 'resguardar la integridad física y psicólogica de los niños', según me dijo uno de los policías que participó del operativo.

Cuando el operativo terminó, Mirna lloraba mucho. Le costaba sostener la conversación. En aquel momento ni ella ni yo sabíamos qué pasaría, pero estoy convencido de que lo intuíamos. Estaba difícil que la dejaran sacar de la oficina fiscal a los niños. Se los iban a quitar, a los cinco. Eso era seguro. Eso fue lo que pasó. 

—¿Y usted qué hace, Mirna? —pregunté, todavía intentando entender las razones que tuvo la Policía para quitarle a una mujer pobre a sus cinco hijos pobres.
—Yo solo cuido a mis niños. 
—¿Y para comer cómo hacen?
—Cuando hay, comemos, cuando no hay, no. No hay quien por nosotros. Mi papá y mis hermanos a veces nos dan una ayudita, pero cuando no alcanza, ¿qué podemos hacer?

Luego me contó que a su esposo lo mataron y que a su hija su hermano mayor la sacaba de la casa. También me dijo que ese día, por ejemplo, solo habían comido los aguacates que habían cortado del árbol que da sombra en el patio. 

El viernes 29 de julio, por la mañana, hablé del caso con el subinspector González.

El subinspector González es el segundo al mando de la División Nacional de Investigación Criminal en el departamento de la Atlántida. Él fue uno de los policías que coordinó el operativo. Le conté la versión de Mirna y él me dijo que no sabía nada de lo que le había contado. Que ese caso y esa denuncia, de ser ciertos, quedaban en manos de la fiscal. El inspector González me dijo, también, que los niños a Mirna solo se los regresarían si el Instituto Hondureño de la Niñez y la Familia (IHNFA)  determinaba que en la casa habían mejorado las condiciones de vida. Lo dijo así, ceremonioso: “las -con-di-cio-nes de vi-da”. En la casa de Mirna está difícil que mejoren esas condiciones, pensé.

El viernes 5 de agosto de 2011 hablé por teléfono con Mirna.

—¿Ya le regresaron a sus hijos?
—No, fíjese. Me dijeron que fuera esta semana pero no me dan razón. ¡Ay, mire, yo quiero a mis niños de vuelta! No he podido dormir desde que se los llevaron. ¿Por qué no me dan a mis niños?

Por segunda vez escuché que una madre lloraba por sus cinco hijos.

—Dígale a su jefe que mes los devuelvan… ¿¡por qué me los quitaron, pues!?
—Mirna, perdón… pero es que yo no soy policía.
—¿¡Y qué andaba haciendo ahí, pues!?
—Mirna, recuerde, le dije que era periodista…
—¿Y puede ayudarme para que me regresen a mis niños?

El miércoles 24 de agosto llamé de nuevo a Mirna.

—¿Ya le regresaron a sus hijos?
—No, usted… vengo de dar vueltas en los juzgados. No me los han dado. Viera que solo en pena vivo…

A Mirna se le quebró la voz.

—Yo no duermo en la noche ni como… viera, solo enferma paso…
—¿La Fiscalía le ha dicho algo, la Policía?
—No me han llamado y no me dicen nada. Viera que esa abogada (la fiscal que se llevó a sus hijos) es bien enojada… Hoy cumplen un mes desde que se los llevaron...
—No, Mirna, el 28. El 28 cumplen un mes.
—¡Ay! Mire, ¡yo quiero a mis niños de vuelta! 

Mirna lloró de nuevo.

—¿Desde la última vez que le hablé no ha visto a sus hijos? 
—No, si como hasta el 30 (de agosto) me dijeron que los fuera a ver, pero yo llego a buscarlos y me dicen (llora y suspira), y me dicen que no están ahí. ¡Ayúdeme, por favor! Yo quiero a mis niños de vuelta.

El 26 de septiembre hablo con ella nuevamente.

—Todavía no me los han dado, fíjese.

Pero esta vez se escucha más serena. Un abogado le ha dicho que tal vez el 17 de octubre, en la audiencia del caso en su contra, se los entregan. Mirna está enojada porque dice que ve a sus cinco hijos más delgados, “como amarillos”. Está enojada porque le han dicho que los acuestan en el puro piso.

Ahora Mirna también dice sentirse con sentimientos encontrados. El abogado que les está ayudando le ha dicho que hay una gran posibilidad de que los niños vuelvan a casa, pero eso significa que estarán a merced de Adonay, que ahora se la pasa vagando por la colonia, armado. Dice que con ayuda de su padre y sus cuñados lo lograron sacar de la casa, pero el muchacho de 21 años encontró empleo en el grupo de seguridad de la colonia. Al menos en esta parte de Honduras hay comunidades que se defienden a sí mismas de la delincuencia, y arman colectas para armar a sus hombres, que se convierten en justicieros ilegales. Mirna dice que ha visto merodear a Adonay por la alambrada desde cuando lo sacaron de la casa. “Miedo le tengo”, dice.

(San Salvador, El Salvador. Septiembre de 2011)

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