Bitácora / Desigualdad
¿Qué es la violencia?

Cuando hablamos de violencia siempre pensamos en homicidios, en jóvenes tatuados con números o letras, en fieros narcotraficantes, en violentos asaltantes, en hombres armados... pero la violencia es también lo que pasa -y lo que no pasa- cotidianamente en el único hospital público especializado para atender a los niños del país.


Fecha inválida
Daniel Valencia Caravantes

Violencia es  lo que ocurre adentro del cuarto número dos. Una médica se dirige hacia ahí con paso de correcaminos. “¡Me van a esperar que tenemos una complicación!”. Entra en el cuarto y cierra la puerta.

Segundos después sale una enfermera. Se ve afligida cuando llega a la estación. Le pide a un ayudante que marque el número de la oficina de mantenimiento pero el muchacho lo ignora. Ella le arranca el teléfono de la mano. “¡Ay! ¡Deje que yo lo hago!”. Son las 10:40 de la noche.

Violencia es el golpe del dedo índice, enguantado, contra las teclas del teléfono. Es esta estación de enfermeras que se cae a pedazos: mesas viejas, aparatos viejos, paredes tristes con papel tapiz de dibujitos amarillentos. 

Violencia son los gritos de Doris, la madre de la niña que se muere en el cuarto número dos del noveno piso del Hospital Bloom.

Es también el puño que se estrella contra la pared. Es el dueño del puño que cae vencido en el sillón. “¡Ayyy! ¡Mi niña!”, grita el esposo de Doris.

Violencia son los cinco minutos que han pasado desde que vimos a la doctora ingresar por esa puerta que se abre y se cierra. Es la silenciosa agonía, la incertidumbre.

Violencia es el técnico de mantenimiento que aparece seis minutos después de que lo llamaron. Pregunta qué necesitan al ayudante, que se quedó fuera y sin hacer nada. “En el dos”, le indica. El técnico entra al cuarto con paso lento, pero el cuarto lo escupe con furia hacia la estación de enfermeras. Se va a la esquina, arranca unas válvulas conectadas a un tubo de oxígeno y corre de regreso. Se cierra la puerta. 

Segundos después el técnico sale, cierra y se va. 

La enfermera sale otra vez y corre a la estación.

Desde la otra punta, un grito se escabulle por la puerta que quedó abierta: “¡Llame al doctor Huezo!”, pide la médica. 

Suenan las teclas del teléfono.

Silencio.

—¿De dónde habla? –le habrán preguntado a la enfermera.
—De aquí de pensionados… tenemos un infante...
—¿Qué necesita? –le habrán preguntado.
—Es que queremos ver si me lo pueden entubar... ¡Es urgente!

Algo le contestan y la enfermera se ofusca. Cuelga el teléfono y le grita a la doctora que “¡el doctor Huezo no está!”. 

“¡Pida con el doctor Reyes!”

La enfermera marca otra vez. Dice algo. Cuelga. Toma una jeringa, un tubito de vidrio lleno con alguna medicina y regresa al cuarto.

La esperanza de Doris hace aguas: detiene la puerta antes de que se cierre, se mete al cuarto y le ruega a la doctora: “¡No! ¡Ya no! ¡Déjela ir! Solo déjeme abrazarla, doctora, por favor”.

Ella llora. Su esposo llora. Doris llama a alguien.  Es el cura de su comunidad.

“No, padre, ya no. Están tratando de revivirla pero ya no. Yo sé que ya no, padre…”. 

Su esposo da mil vueltas, se jala los pelos, se estira la cara con ambas manos.

A las 11:18 llega al noveno piso un doctor joven. Pregunta “¿dónde es, viejo?” al ayudante que bosteza y este le señala el cuarto número dos. El doctor va agitado. Se nota que ha corrido quién sabe desde cuál piso inferior. 

Violencia son los ascensores del Hospital Bloom, que se tardan un mundo en subir, en bajar, en abrirse.

Luego llega otro doctor, con otra asistente igual de joven que el asistente inútil. Se saludan y él le quita el lapicero que ella cargaba en la bolsa de la gabacha. 

Violencia es el silencio que mata a los padres de la niña y la risa que lo interrumpe. La risa de dos futuros médicos que juegan a quitarse un lapicero.

Los padres deciden irse a la capilla.

Cuando la enfermera sale, le dicen que por favor les avise al celular. “Anotó mi número, ¿verdad?”, pregunta el padre.

Se van.

La enfermera regresa al cuarto. Deja la puerta abierta. 

Violencia es ese sonido que sale del cuarto. Suena a una bomba que se infla y se desinfla, pero no suena normal. Parece como que ronca. Como que ronca y se asfixia. Como si un viejo roncara y al mismo tiempo se asfixiara. También parece que silba cuando se desinfla. 

A las 11:24 llegan más doctores. Hay ya siete doctores y tres enfermeras en el cuarto donde muere una niña.

Una de las enfermeras sale cuatro minutos después y desde la estación marca a otro piso. Pide una jeringa de 50 cc. “¿Cree que me la puede traer?”

Dos de los doctores se van. La que los llamó les agradece. 

A las 11:31 regresan Doris y su esposo.  La capilla estaba cerrada. La puerta del cuarto también.

Silencio.

El desánimo de Doris reaparece a las 11:40: “¡Ya no! Ya no la maltraten... Fue una niña valiente. ¡Tómala, señor! Es un ángel. Es un ángel, padre”, dice en voz alta, sentada en una silla frente al cuarto.

La bomba de aire se infla y se desinfla. Cuando se desinfla silba fuerte.

A las 11:55 uno de los doctores aconseja a una enfermera: “Vaya a pedirle que la cambien (la bomba) porque está toda aguada. Ya no infla. Y se supone que tiene que inflarse para que la paciente respire”.

Violencia es todo lo que aquí está y todo lo que aquí hace falta. Es mi cabeza, que no sé por qué no deja de pensar en los diputados y sus sueldos, en sus viajes; en la publicidad del presidente Funes y en sus viajes; en la campaña electoral, en la risa de todos ellos, después de las elecciones, cuando se sepan ganadores de más de todo esto. 

A las 12:02 una de las doctoras sale del cuarto y se sienta junto a los padres de la niña. Otros dos doctores salen y se paran frente a la puerta. Resumen el caso en voz baja mientras se quitan los guantes. “Estuvo complicado”, dice uno. El otro asiente, como aliviado. Los padres escuchan atentos lo que le ocurrió a su hija. La doctora les informa que han logrado estabilizarla. 

La niña tiene 13 años. La niña convulsionó, vomitó, sufrió un paro respiratorio y un paro cardiaco. “El paro duró casi 10 minutos”, les dice la doctora. “Eso puede generar consecuencias”. Luego le dice que la introducción del tubo en su garganta también “pudo haber ocasionado consecuencias”. 

Violencia son el millón de preguntas: ¿Y si cada cuarto tuviera una máquina de respiración artificial? ¿Y si este piso tuviera más especialistas de turno?  ¿Y si el dinero de los contribuyentes fuera mejor invertido? ¿Y si la reforma de salud no se debatiera desde interesadas trincheras? ¿Y si...?

Espero el ascensor. Bajo al primer piso y cerca del área de emergencias unas madres del interior del país arrullan a sus hijos.

Violencia es que sus hijos duerman en el suelo helado porque ya no hay sitio para ellos. 

Violencia es que este sea el único hospital público para niños en todo el país.

Violencia es este país. 

Violencia es este país y su gente.

Violencia es que todavía no encontremos una solución para acabar con tanta violencia. 

(San Salvador, El Salvador. Septiembre de 2011)

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