Bitácora / Pandillas
El pandillero universitario

Un pandillero, hoy, es alguien que está en la comunidad y en el cantón, que está en el centro de internamiento para menores y en la cárcel, en el microbús y en la escuela... pero también está en lugares menos predecibles como podría serlo una universidad.


Fecha inválida
Roberto Valencia

Hablar de las maras se ha vuelto algo tan visceral, tan irracional –se dice, se escribe tanto y tantas veces con tan poco criterio– que la pregunta cuando uno escucha algo discordante resulta casi obligatoria: ¿pero ustedes eso lo vieron o alguien se lo contó? Las dos jóvenes universitarias aquí sentadas lo vieron y lo vivieron. Son de hecho protagonistas de su propio relato, razón más que suficiente para ocultar sus nombres y apellidos. Por razones de seguridad tampoco se revelará el nombre de la universidad donde ocurrió, ni el de la facultad, ni mucho menos el del pandillero, ni siquiera el de la pandilla. Pero esto pasó y pasó así:

Las dos jóvenes universitarias aquí sentadas formaban parte de un grupo de cinco al que se le asignó una investigación sobre las maras. Todos se habían esforzado en las semanas previas, entrevistas allá y aquí, y estaban convencidos de tener un trabajo sólido. La exposición ante el profesor y los compañeros debía estar a la altura, alguien sugirió algo de ambientación, y consensuaron elaborar unos murales alusivos tanto a la Mara Salvatrucha (MS-13) como al Barrio 18. Compraron papel de empaque, lo ensamblaron con cinta adhesiva y obtuvieron dos superficies grandes como camas matrimoniales.

A uno de los integrantes del grupo, al que tenía algo de práctica con aerosoles, se le encargó grafitear un gigantesco 18 sobre una de las pancartas y un gigantesco MS sobre la otra. Salieron a la calle, a la parte trasera del edificio de la facultad, y comenzaron. Terminando estaba el alusivo a una de las pandillas cuando se acercó un muchacho de unos 25 o 30 años.

—¿Y para qué es eso? –preguntó.
—Para una tarea.

La respuesta fue tosca, con cierto deje de desprecio, la que se da cuando se quiere dejar claro a alguien que ni su presencia ni sus preguntas son bienvenidas.

—¿Y no querrían ver uno de verdad? –insistió el recién llegado.
—Y vos nos lo vas a hacer, ¿va? –le retaron los jóvenes, en tono abiertamente burlesco.

El visitante les soltó el nombre de una clica, y ahí fue cuando el grupo cayó en la cuenta de que era más que un metido. Dueño absoluto ya de la conversación, terminó de apantallarlos cuando se quitó la camiseta y enseñó orgulloso un tatuaje que le cubría media espalda, reciente, bien definido. Se dejó incluso que le tomaran una fotografía para la que posó de espaldas, el rostro cubierto con una camisola y rifando con las manos en alto.

El encuentro no fue muy largo, y podría decirse que resultó cordial. El pandillero se ofreció para ser entrevistado, y esa entrevista se logró incluir en la investigación. Una de las preguntas que le plantearon era sobre el perfil actual de los integrantes de una mara, y esta fue la respuesta: “(El pandillero ahora trata de) parecerse más al ciudadano normal, con el fin de pasar desapercibido en el medio; esto ha sido producto de las diferentes reacciones que ha tomado el gobierno, reprimiéndonos, y por la discriminación y los prejuicios de la sociedad. El pandillero ahora se viste de forma más pegadita, pantalones a la moda, camisetas pegadas, se cambiaron los tenis por zapatos formales”.

De él supieron que estudiaba en la misma universidad, pero en otra facultad. No se trata de un caso aislado. Según datos proporcionados por la Dirección de Centros Penales, a junio de 2011 en El Salvador había 1 mil 167 pandilleros encarcelados con bachillerato concluido, y los que tenían título universitario sumaban 20. 

El fortuito encuentro con el pandillero universitario del que me hablan las dos jóvenes aquí sentadas les supuso un plus invaluable en su investigación, reconocido por el docente con una excelente calificación final. De la experiencia también les quedó grabado un mensaje que el pandillero universitario se esforzó en recalcarles una y otra vez, y que ahora ellas repiten: nos dijo que no lo discrimináramos, que no lo miráramos mal, que era un ser humano.

(San Salvador, El Salvador. Septiembre de 2011)

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