Bitácora /
Atrás de esta ventana no es Navidad
¿Por qué seguir hablando de muertos cuando llegó la Navidad?

Fecha inválida
Óscar Martínez

Los viernes en la redacción de El Faro todos debemos dejar encaminadas las publicaciones que aparecerán el lunes siguiente. El pasado viernes 16 de diciembre bajé las gradas hacia la primera planta a eso de las 7 de la noche. El editor y un grupo de colegas estaban reunidos alrededor de la pantalla más grande del periódico. Una música discreta, oscura, hasta tenebrosa podría decir, salía del ordenador mientras corrían escenas de homicidios. Gente desparramada en el suelo. Una mujer que no logró ni sacar la masa de un molino, un hombre que no pudo ni pararse en la esquina donde tomaba el fresco, un charco rojo, unos brazos ya muertos que asomaban a la par del volante de un bus. Varios muertos, unos 18 muertos.

El video terminó. El editor concluyó que el material era bueno, útil para describir la realidad con la que muchos conviven en muchos lugares de este país. Y luego se preguntó si era pertinente sacarlo el pasado lunes, el lunes 19 de diciembre, y mantenerlo toda esta semana. La duda era si no convenía echar mano de algo menos denso, menos tenso, para despedirnos antes de irnos a comer pavo, pollo o lo que sea que comamos la noche de Navidad.

Dijimos que quizá. Meditamos un rato. Dijimos que podíamos quitarlo el jueves y subir algo menos denso, menos tenso. Dejar los muertos tres días y lo menos denso dos días antes de Navidad. Luego dijimos que no, que por qué, que el material es bueno, que la ventana a la que le invitamos a asomarse tiene eso del otro lado sea Navidad, treintaiuno, primero de enero o día de muertos. Luego dijimos que la gente quiere olvidarse de todo esto en estas fechas. Luego dijimos algo así como que hacer que los lectores se olviden de cosas no es nuestro oficio. Finalmente acordamos que se publicaría lo que se publicó este lunes 19 de diciembre, ese cuadro que sigue ahí en la portada con el titular de El último médico.

Este es el material que sin duda más le ha afectado la salud mental a nuestro colega Edu Ponces. Durante más de tres meses anduvo de muerto en muerto sin parar. Noche y día siguiendo a los últimos médicos, los de Medicina Legal, los que ya no pretenden diagnosticar nada más que los porqués de la muerte. A veces, eran dos o tres muertos en una sola escena. A veces, había familiares en plena convulsión alrededor. A veces, el cadáver parecía ser cualquier cosa, no ser de nadie, ni pertenecer a nadie, sino solo una cosa que estaba ahí sola en medio de otras cosas. Hojas, árboles, buses, piedras, casas, aceras, chuchos, puertas cerradas. Lo que pasa en este país es terrible, decía, Edu, pero terrible, decía, a niveles que no se imaginan. Es una mierda. También eso dijo varias veces. En fin, Edu describía aquello con la impotencia de quien ha presenciado un acto de magia, un rayo destruir un árbol, una hermosísima mujer, algo increíble que nos hace quedarnos sin las palabras exactas, sin saber si existen, si existe la combinación de ellas que se parezca a lo que hemos atestiguado. Así lo describía, sin poder hacerlo.

Quizá cuando más cerca estuvo es cuando me dijo que según él muchos lectores de este medio podían tener una idea suavizada. Quizá pensaban que este país era como una casa sucia, con manchas en la cocina, polvo en las estanterías y costra en los inodoros. Pero no, decía, es sucio como mierda en el salón, grande, de vaca, como vómito en la almohada y sangre en los espejos.

Ahora que escribo esta columna me siento reforzado en mi idea de que usted tiene que ver esos muertos esta Navidad. Claro, unos más, otros menos. Más, aquellos que más lejos de esos muertos vivan y celebren su Navidad.

Creo que, como le pasó a Edu, cuando esos muertos le desordenaron el sueño, a todos nos debe pasar que esos muertos nos desordenen lo cotidiano. La cena, el viaje en auto, el café de la tarde, el paseo en el centro comercial, la película de la noche. La cena de Navidad. Para eso sirve un material así, para desordenarnos la cabeza, el sueño, todo lo que sea posible.

Porque si la casa es como arriba se dice, hay que verla así, porque solo de esa manera será pujante, impostergable la necesidad de levantarse de la mesa y limpiar. Porque en la mesa de esta casa es imposible comer en paz, o al menos hacer una larga sobremesa.

No, no tenemos un mensaje navideño de Sala Negra. No hay de eso atrás de la ventana que abrimos una y otra vez. Me enorgullece que no la cerremos porque las fechas, porque las vitrinas alegres, porque las guirnaldas y los arbolitos. Me alegra que siga abierta y lo invito a asomarse. Sí, aunque sea Navidad.

 

 (San Salvador, El Salvador. Diciembre de 2011) 

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