Lo único que ese tipo descalzo y recio no me ha contestado con exactitud es a cuántas personas ha matado. Sé que no son menos de 20. Sé que pueden ser más de 40.
Habla con minucia de la saña con la que alguna vez mató. Incluso imita las súplicas de algunas de sus víctimas. Pero el número exacto no quiere revelarlo; prefiere hablar de lo que otros hicieron. De cualquier modo, para eso está aquí este testigo criteriado que mató en El Salvador para la Mara Salvatrucha (MS).
Él es un asesino despiadado. Una máquina de matar. Él es, creo, un hombre al que perdimos y que nunca regresará. Nunca aportará nada a la sociedad que no le aportó nunca nada a él. Nunca será pacífico, jamás será un trabajador callado, misterioso, que cumpla su jornada laboral sin mediar palabra y luego se refunda en su casucha, con sus fantasmas, para salir de nuevo al día siguiente a cumplir otra faena. No. Él es un asesino despiadado.
Pero no es él quien me interesa ahora mismo. Me interesa su relación con un hombre fofo del que no sé el nombre. Un hombre aburrido y malencarado al que apenas he logrado ver, al que me costaría identificar si mañana me lo cruzo en un centro comercial. Asoma su ceño fruncido de cuando en cuando mientras el asesino despiadado habla, cuenta, recuerda.
Una vez recogí al hombre fofo en una callecita de tierra, oscura, a la orilla de una carretera descuidada. Callecita adentro vive él. Cerquita de unos placazos en un muro. Los placazos dicen: MS. Fue la única vez que tuve oportunidad de charlar un poco con él.
Ese hombre fofo es quien tiene aquí al asesino. Él fue quien elaboró esa mezcla de argucias, vigilancia y amenazas que hicieron que este tipo traicionara a su pandilla y se supiera condenado a la muerte a la que él tantas veces sirvió -Alguna vez me tocará, repite seguido-.
Desde que el hombre fofo consiguió que el asesino señalara fotografías –normalmente de hombres jóvenes- y las relacionara con cadáveres –normalmente de hombres jóvenes-, el asesino vive protegido por el hombre fofo y sus compañeros, todos ellos policías.
El policía fofo sabe que el asesino es más asesino que muchos de los hombres jóvenes de las fotos, todos ellos miembros de la MS. Tiene a más gente en el otro potrero, como el mismo asesino diría, que la mayoría de los jóvenes a los que ha delatado. Es más, si se hiciera el cálculo frío de sumar los muertos, quizá el asesino mató a más personas que todos los pandilleros juntos a los que ha encarcelado. Pero quien ocupara ese dato frío para juzgar al policía fofo y sus colegas estaría pecando de ingenuo.
Los criteriados son el maná del sistema judicial a la hora de encarar a los pandilleros. Y a esos criteriados normalmente los consiguen agentes como el policía fofo. Agentes que conocen sus zonas, que viven ahí, que saben esperar que pandilleros como el asesino cometan un error. Portar un arma, fumarse una piedra de crack, violar tumultuariamente, golpear a su pareja, ser detenido infraganti descuartizando a alguien, cobrar una renta. La palabra error en este limbo donde la justicia y el delito se relacionan en El Salvador tiene innumerables rostros.
No se trata de a cuántos mataste, se trata de agarrar a alguno de los que mata. Punto. Si el soplón ha matado a menos que el soplado, muy bien. Si no, ni modo. Algo es algo.
El criteriado casi siempre, hay que decirlo, es un joven que hizo un muy mal trato. Normalmente huyendo de la muerte que su pandilla le auguraba, se acogió al criterio de oportunidad del sistema judicial que, en muchos casos, significa una canasta de víveres (arroz, frijoles, una barra de jabón, una pasta de dientes, dos bolsas de fideos, dos de salsita de tomate, una libra de azúcar, otra de sal y poco más) mensual y algún dinero acordado que rara vez llega a sus manos y que ronda los 100 dólares mensuales. Al menos ese es el caso del asesino despiadado que conocí. Luego de haber declarado, ddurante unos meses o hasta un año, el criteriado no sabe qué diablos será de su vida. Aquí no hay programas que en la práctica cambien la identidad de asesinos, les den nuevo nombre y nueva casa en un nuevo departamento. Total, si les dieran una casa en otro departamento, seguro sería en una zona donde también estuviera la MS. Pero no ocurre. Luego de haber hablado seis o siete meses y de haber recibido seis o siete canastas, los asesinos criteriados volverán a quedar a su suerte.
En todo caso, eso será más adelante. Ese problema dejémoselo al futuro, como solemos hacer. El problema de un policía como aquel fofo es lograr mantener al criteriado -que normalmente no está preso, que puede huir- vivo y cerca; evitar que se largue. Porque claro, hasta los asesinos despiadados tienen gastos, madres, hermanos, hijos, hijas, compañeras. Hasta los asesinos despiadados quieren más que frijoles y arroz de vez en cuando. Una Coca Cola, una chuchería, un cigarro, unas pupusas.
El policía fofo, cada quincena, escarba en su bolsillo y le deja cinco, diez dólares al asesino que le ayudará a atrapar a otros asesinos muy parecidos a él. Si eso que hace el policía fofo cada quincena no es un acto de responsabilidad llevada al límite, una lección de moral, un acto de amor por su país, su departamento, su municipio, o sus hijos quizá, de amor por alguien, entonces díganme qué cosa sí lo es.