“Maras alerta por La Sombra Negra”, grita el titular, como si lo hubieran escrito a propósito para resultar más atractivo en el futuro. El periódico que lo guarda es un ejemplar de La Prensa Gráfica del 26 de mayo de 1995, y esa noticia es la que abrió aquel día la sección El País, en la que se consignaban las notas del interior que no tenían cabida en las páginas de Nacionales.
Hoy todavía es primera semana de enero, y esto es la hemeroteca de la Universidad Centroamericana (UCA), adonde he llegado bien temprano porque necesito corroborar algunos hechos –y dimensionarlos– antes de cerrar el reporteo de la crónica “La triste historia de un reclusorio para niños llamado Sendero de Libertad”. Creí que las consultas me llevarían lo más un par de horas, pero faltan minutos para el mediodía y aún estoy aquí, fotografiando y tomando notas como loco. En un tema tan complejo y enrevesado como el de las maras, bucear en el pasado suele deparar sorpresas.
A mediados de los noventa, las maras ocupaban ya un lugar prominente en la prensa nacional. A los periodistas les gustaba llamar a sus integrantes antisociales. “Maras intentan violar a joven”, leí hace un rato en un viejo ejemplar sabatino de El Diario de Hoy, un intento de violación consignado a cinco columnas y en página 19.
A mediados de 1995, las pandillas como fenómeno muy poco tenían que ver con lo que tenemos en la actualidad. Pero no faltaron los salvapatrias de turno, y surgieron grupos de exterminio que pretendieron a su manera poner coto a esta forma de violencia juvenil. La Sombra Negra fue el más activo y el que sigue vivo en el imaginario colectivo, pero hubo varios: la Nueva Sombra Blanca, el Comando Ejecutivo Antidelincuencial Transitorio…
La referida “Maras alerta por La Sombra Negra” está ambientada en la ciudad de San Vicente, y trata sobre cómo fue recibida entre los “antisociales” una amenaza de muerte que el grupo de exterminio hizo llegar días atrás a una radio local: asesinarían a los líderes de las pandillas si no dejaban de abrir carros y asaltar a las personas que visitaban el turicentro Amapulapa. Los amenazados eran la Mara 80, la Mara Santuario y la Mara El Río, entre otras. El Barrio 18 y la Mara Salvatrucha ni se mencionan.
No se trata de un caso aislado. En esta mañana he leído al menos dos docenas de noticias relacionadas con las maras, todas publicadas entre mayo y junio de 1995, y apenas se mencionan los nombres de las pandillas que hoy suenan a únicas. La Máquina o la Gallo, maras que ahora algunos se esfuerzan por recordar con nostalgia, eran las que se robaban los titulares de los delitos más graves.
Pero la nota que más me ha sacado de onda es un amplio reportaje titulado “Las maras también son víctimas”, de El Diario de Hoy, sobre un programa organizado por el Instituto Salvadoreño de Protección al Menor, para la reinserción de pandilleros de San Marcos. En ese municipio, señala la nota, había 19 maras diferentes, pero “solo se ha trabajado con miembros de MS (Mara Salvatrucha) por ser menos violentos y más accesibles”.
Menos violentos y más accesibles, dice.
¿Qué nos ocurrió? ¿Cómo una sociedad esperanzada tras los Acuerdos de Paz derivó en lo que somos? ¿Cómo el Barrio 18 y la Mara Salvatrucha terminaron absorbiendo el crisol de pandillas que había? ¿En qué momento un problema de violencia juvenil se convirtió en el monstruo que nos está devorando? ¿Qué hicimos mal o qué no hicimos? ¿Cómo una sigla como la MS –dizque los menos violentos, los más accesibles– terminó convertida en una refinada máquina de asesinar? ¿Cuánto contribuyeron la Sombra Negra y sus imitadores a la radicalización del fenómeno?
Concluyo lo venía a hacer en la hemeroteca y me encamino hacia el bus con más preguntas que respuestas. Falta tanto por contar… En enero asesinarán a más de 400 salvadoreños. Repito: más de 400 salvadoreños asesinados. Dicen que la mayoría de esas muertes tiene relación con las maras.
(Antiguo Cuscatlán, El Salvador. Enero de 2012)