Bitácora / Política
Una clase de manejo

¿Quién peca más? ¿Unos policías que utilizan un vehículo del Estado y la gasolina que se paga con fondos públicos para dar una clase de manejo, o unos diputados que eligen funcionarios buscando su conveniencia y no la del país? La magnitud de las acciones no quita la impunidad con las que ambas se cometen.


Fecha inválida
Daniel Valencia Caravantes

Hace un par de semanas, luego de un día estresante, de esos en los que las fuentes no dicen lo que prometieron y prometen lo que, pareciera, no van a decir nunca, decidí dar un paseo por la colonia.

Eran las nueve de la noche cuando salí a caminar.

Mi colonia es una serie de bloques de edificios de apartamentos diseminados en una sola calle, ancha y larga, que conduce a otras calles más anchas y más largas. Cuando cae la noche, esas calles se vuelven solitarias, y los portones de los condominios siempre están cerrados. Cuadrillas de vigilantes escudriñan desde detrás de unas rendijas -o de unas casetas-, y las luces de las casas que no se han convertido en edificios nunca están, porque en las oficinas no se trabaja de noche. A la más solitaria de todas esas calles me dirigí, porque ahí el aire se respira más fresco y a esa hora es raro ver autos que la transiten.

El inicio de esa calle es un tramo literalmente a oscuras. 40 metros empinados y flanqueados por un muro de concreto que protege una residencial de alto quilates, a la derecha; y un espeso follaje de lo que antes fue un bosque cafetalero, a la izquierda. En las aceras adornan un par de lámparas pero nunca encienden. Como dije: está a oscuras.

Un pick up doble cabina, con el motor encendido, me esperaba en la cima de la calle empinada. No se movía, pero las luces de stop traseras se apagaban y encendían. Eran dos foquitos rojos encendiéndose y apagándose.

Cuando me percaté de que el pick up era una patrulla de la Policía, apresuré el paso para curiosear. Adentro del vehículo había tres policías: un piloto, un copiloto y un tercero sentado en la segunda fila de asientos. Este sostenía un fusil. Los tres me miraron huraños. El piloto me pareció que sudaba. Ni ellos dijeron “buenas noches” ni yo tampoco, así que seguí mi recorrido.

Segundos después, los policías me perseguían.

Calculo que entre la patrulla y mis talones había unos 10 metros de distancia cuando me percaté que el vehículo venía lento, como acechando, en una calle poco transitada. Los vi de reojo, y todavía me atreví a ladear un poco la cara para cerciorarme.

En cuestión de segundos, una voz que provenía del vehículo me golpeó en el lado izquierdo de la cara.  

—¡Eso! Sentilo, sentí la segunda. Ahora meté tercera, dale…

El carro se apagó. Yo seguí caminando, sorprendido.

—¡Ya ves! No soltés el clutch y meté rápido la velocidad…

El carro encendió de nuevo, justo a mis espaldas.

El carro se puso en marcha y me alcanzó de nuevo y me sobrepasó.

30 metros más allá, dio la vuelta, despacio, en un redondel. De regreso, otro vehículo lo alcanzó. No venía nadie en la calle, pero como era el carro policía venía en el carril, y era autoridad, el otro vehículo se resistió a sobrepasarlo. Luego apareció otro vehículo, y aquello parecía una procesión fúnebre. El agente que venía en el asiento trasero tuvo que sacar la cabeza y el brazo izquierdo para decir a los carros que les pasaran. La clase de manejo continuaba.

Media hora después regresé a casa. Había memorizado la placa del vehículo y el número de la patrulla, para escribir esta bitácora, para que no piensen los policías que no nos damos cuenta de que en lugar de patrullar, de proteger a la ciudadanía, se escondieron en esa calle para que uno de ellos aprendiera a manejar, en un vehículo y con una gasolina que se paga con fondos públicos. Pero desistí de ponerles el dedo luego de que cayera un mensaje en mi celular. Decía que en la Asamblea Legislativa, los partidos FMLN –partido de izquierdas–, GANA, CN y PES –de derechas- habían pactado y aprobado, de manera interesada, al nuevo Fiscal General, y a cinco magistrados de la Corte Suprema de Justicia, acelerando los plazos, y de manera inconstitucional, según abogan algunos.

Entonces pensé que si los “padres de la patria” se toman la buena tarea de mandar ejemplos de ese tipo (decidir, con total impunidad, cosas que les convienen a ellos y no al país), ¿qué podemos esperar del resto de autoridades? Porque de alguna manera esa, la de los diputados, fue también una clase de manejo: “Dame tres magistrados, quitemos al presidente de la Corte Suprema, les devuelvo dos y les regalo un fiscal”.

(San Salvador, El Salvador. Mayo de 2012)

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