Bitácora / Violencia
La maté porque era mía

Los asesinatos de mujeres se desplomaron en El Salvador cuando en marzo de 2012 inició la Tregua, pero ¿se pueden con un chasquido suprimir valores profundamente arraigados en las maras como lo son el machismo y la misoginia?


Fecha inválida
Roberto Valencia

Karla era joven y bella, la más guapa y exuberante del pasaje. “Bien bonita era”, me repitió varias veces la mujer que me contó cómo la asesinaron, una vecina 20 años mayor con la que entabló cierto grado de amistad. Las dos vivían a pocos metros de distancia, en una comunidad empobrecida del municipio de Mejicanos cuyo nombre conviene olvidar, un sitio marcado por la agresiva presencia de pandilleros. Karla, como tantas otras en lugares así, no tuvo adolescencia. Saltó de niña a mujer, con todas sus consecuencias. Codiciada, ella se dejó querer y terminó siendo la haina de uno de los pandilleros pesados de la clica, él una década más viejo que ella. No tardó en embarazarse. Con 16 años ya chineaba a una niña.

Hollywood lleva décadas vendiéndonos que a las adolescentes les gustan los chicos malos. Quizá sea algo universal, y hasta puede que tenga su explicación psicológica, pero en las comunidades controladas por pandillas esa atracción es un hecho: un significativo porcentaje de las jovencitas ve al pandillero como un buen partido. En los años que he pasado intentando comprender el fenómeno de las maras, varios pandilleros de edades diversas me dijeron que ese éxito con el sexo opuesto fue uno de los alicientes para, con 10, 12 o 14 años, arrimarse al mundo de las pandillas.

Poco importa que ser pandillero aquí sea mucho más complicado que ser un chico malo hollywoodiense. Un pandillero salvadoreño tiene que asesinar violar robar traficar verguear extorsionar mutilar, aunque supongo que habrá alguna excepción. Y los medios de comunicación no hacen sino amplificar esas acciones. A quien vive en la franja acomodada de la sociedad (la de Facebook, sirvienta en casa, Pizza Hut y tragos en el Paseo El Carmen) quizá le cueste entender y asimilar esa atracción hacia el marero, pero en el bajomundo son los machos Alfa de sus comunidades.

No es extraño que la guapa y exuberante Karla terminara –por decisión propia– con uno de los palabreros, al que llamaremos Snyper.

En marzo de 2009 Snyper cayó preso. Al principio, Karla comenzó a actuar como se supone que debe hacer una buena haina: cuidaba a la beba, lo visitaba en la cárcel, le llevaba el dinero, el Rinso, los Nike Cortez y todo lo que la clica le hacía llegar a su homeboy… Pero Karla no tardó en cansarse de esa vida y quiso probar otra. Aún no tenía los 18 y, como el embarazo no le pasó factura a su belleza, encontró trabajo fácil en una barra-show.

En los códigos de una pandilla esta decisión puede ser tolerada, pero no el hecho de que por iniciativa propia dejara de visitar a Snyper después de la enésima discusión. “Decía que ya no lo visitaba porque creía que la iban a picar en el mismo penal”, me dijo la mujer. La clica le dio el sobre con dinero una vez, y no llevó la parte del Snyper al penal; se lo dejaron una segunda vez, y ella hizo lo mismo. Ya no llegaron más.

A Karla la balearon en la cabeza a plena luz del día, enfrente de su pequeña hija. Malherida, la cargaron en un pick up de la Policía Nacional Civil (PNC), pero murió sobre la cama, antes de llegar al Hospital Zacamil. En las comunidades controladas por las pandillas se ve, se oye y casi siempre se calla. Casi todos supieron que el Snyper había ordenado la muerte.

“Su caso ni siquiera salió en las noticias”, recuerda la mujer. Sucedió a finales de 2009, un año que promedió 12 asesinatos diarios, y Karla era una joven pobre de una comunidad empobrecida.

El machismo es un valor muy arraigado en la sociedad salvadoreña, acentuado más si cabe en la subcultura pandilleril. Historias como la de Karla no son algo excepcional. No es muy aventurado afirmar que docenas –¿Cientos?– de pandilleros han ordenado la muerte de las madres de sus hijos. Hoy día, incluso en una ruptura amistosa y en el caso de un marero tolerante, una ex que sigue viviendo en la comunidad no puede bajo ningún concepto meterse con otro pandillero ni con un policía ni con un soldado ni con un custodio ni con un civil de la misma colonia. Ya sabe lo que le espera. De alguna manera, la vieja máxima del La maté porque era mía está grabada a fuego en la mentalidad del pandillero.

De ahí la importancia –y hasta la razón de ser– del cuarto punto del comunicado del 12 de julio de 2012, suscrito por las tres principales pandillas (Mara Salvatrucha-13 18-Revolucionarios y 18-Sureños) en el contexto de la negociación que mantienen con el gobierno: “En atención al llamado del señor presidente de la República de cesar todo tipo de violencia contra las mujeres, queremos informar que ya hemos girado instrucciones precisas para contribuir positivamente a ese llamado”.

Hasta el 29 de noviembre de 2012, la PNC tenía registradas a 301 mujeres asesinadas, un 48 % menos que las 578 del mismo período de 2011. Las jóvenes ahora están muriendo menos –aunque paradójicamente menos muerte ocupa más espacio en diarios y noticieros–, pero cuesta especular cuál habría sido la suerte de Karla si lo que hizo lo hubiera hecho en estos días extraños.

(San Salvador, El Salvador. Enero de 2013)

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