El inspector jefe de la oficina de investigadores policiales de El Refugio recibió una orden judicial a principios de marzo de 2011: debía capturar a José Antonio Terán, mejor conocido como Chepe Furia. El inspector sintió rabia, y para sus adentros dijo: “No me jodan”.
El inspector había llegado un año antes a Ahuachapán, uno de los departamentos de El Salvador que hacen frontera con Guatemala, y al que pertenece El Refugio. El inspector es un zorro viejo de la Policía, con casi 20 años de servicio, un ex agente del Centro de Inteligencia Policial y de la Inteligencia Penitenciaria, a quien le cuesta muy poco crear redes de informantes de calle que le indiquen quién es quién. El inspector tiene un especial interés en los pandilleros de la Mara Salvatrucha (MS). Quizá porque en los casi dos años que pasó indagando el liderazgo de los pandilleros presos, escuchando en secreto sus conversaciones y convenciendo a soplones, se dio cuenta de que esa pandilla era más organizada y con líderes más complejos que su rival, la Barrio 18.
El inspector tiene una fijación con saber cómo son sus perseguidos, verles la cara, tomarles fotografías y hacer cuadros con ellas. Fotografías unidas unas a otras con líneas dibujadas en la vieja computadora estacionaria de la oficina de El Refugio. Rostros encuadrados y alineados en subgrupos, unos bajo otros. Los subgrupos de arriba, con menos fotografías que los demás, van acompañados de palabras como líder, palabrero, ranflero, fundador. El inspector no soporta que sus mapas estén incompletos. Odia que a sus rompecabezas les falte una fotografía.
Es justo por eso, por sus rompecabezas de estructuras criminales, que el hombre al que le pedían capturar no le era para nada desconocido. José Antonio Terán, Chepe Furia, un hombre de 46 años con rostro de indio apache, era una de sus fotografías más recurrentes desde que empezó a trazar el rompecabezas más importante para él, el de la estructura de la clica Hollywood Locos Salvatrucha, de la MS. Arriba, en ese gran cuadro, aparecía el rostro de Chepe Furia a la par de las palabras “líder” y “veterano”.
El inspector siempre supo que no lidiaba con un pandillero cualquiera. Chepe Furia no era un gatillero, un soldado ni uno de esos que tanto abundan en sus cuadros: jovencitos aún sin rastro de pelo en la cara que ya llevan más de un homicidio en su cuenta. De hecho, la razón de que el inspector y su equipo estuvieran en El Refugio era justamente el hombre al que le pedían capturar. El inspector creyó que saliendo de la ciudad vecina de Atiquizaya y retirándose hacia el rural municipio de El Refugio lograría librarse de los colaboradores que Chepe Furia tenía dentro de las oficinas policiales de Atiquizaya.
Por eso rabió cuando recibió la orden de capturarlo. “No me jodan”. No entendía cómo era posible que por segunda vez el mismo juez, Tomás Salinas, un hombre pequeño y ordenado que habla con extrema amabilidad y términos jurídicos, hubiera sacado de prisión a Chepe Furia. Cómo era posible que ese juez especializado en crimen organizado creyera de nuevo que Chepe Furia, el rey de espadas de su baraja de fotos, no iba a escapar si le permitían entregar 25 mil dólares de fianza e irse a casa hasta que fuera convocado para continuar con su juicio por asociaciones ilícitas en una organización asesina. El inspector no podía creer que de nuevo le pidieran capturar al pandillero que había matado a un testigo protegido por la Fiscalía, infiltrado la Policía del departamento, conseguido cartas de buen comportamiento de la alcaldesa de Atiquizaya y que había sido mencionado por el ex ministro de Seguridad y Justicia de este gobierno, Manuel Melgar, como uno de los líderes de la MS que habían trascendido el papel de pandillero, que eran mejor descritos bajo el adjetivo de mafiosos. “No me jodan”, pensó el inspector.
El Niño de Hollywood
En una colonia pobre de las afueras de Atiquizaya, a principios de 2010, un muchacho de 27 años fuma su quinta piedra de crack de espaldas a la puerta de su casa. La puerta de la casa se cierra con un pasador metálico, pero esta vez no lo tiene puesto. El muchacho inhala una bocanada grande. De repente, escucha el chirrido de la puerta al abrirse. Retiene el humo. Escucha el clac de una pistola. El muchacho encaja cinco dedos en la .40 que tiene en un muslo y cinco dedos en la 0.357 que tiene en el otro.
—Ey, calmate, ya te vi que estás armado.
El muchacho reconoce la voz pausada que le habla. Es el cabo Pozo, de la oficina de investigadores de El Refugio.
—Y estoy bien fumado también –agrega el muchacho.
—Solo hablar quiero.
—Estoy bien prendido en piedra.
—¡Hijueputa! ¿Y creés que podemos hablar?
El cabo Pozo retiene la respiración y decide jugársela. No dispara cuando ve que el muchacho se levanta de la silla y se voltea hacia él con las dos pistolas en las manos. El muchacho, sin retirar la vista de los ojos del cabo Pozo, camina hacia afuera de la casa. Sin soltar sus armas se sube a la cama del pick up del cabo y le dice: “Vamos”. El cabo guarda su arma y, con el corazón en la mano, conduce por calles poco transitadas con rumbo a la oficina de investigadores, y con un sicario de la clica Hollywood Locos Salvatruchos armado a sus espaldas.
El cabo Pozo acaba de conseguir por fin que un alto mando de la clica formada por Chepe Furia acepte iniciar conversaciones con la Policía para convertirse en testigo protegido.
El muchacho es conocido como El Niño, fue un sicario certero de la MS e incluso llegó a tener la tercera palabra de mando en la clica de Atiquizaya. Habrá quien piense que develando su taca o apodo se pone en riesgo al muchacho. Quien crea eso menosprecia la inteligencia de un grupo criminal como la MS, y sobre todo el poder de infiltración de Chepe Furia y la incapacidad de resguardo del Estado. El Niño ha recibido llamadas de los líderes de la pandilla en el penal de Ciudad Barrios en las que le han asegurado que ahora o después va a terminar muerto. “Con olor a pino vas a salir de ahí”, le dijeron por teléfono en referencia a un ataúd. “Aquí no los hacen de pino, los hacen de conacaste y de mango”, les contestó El Niño.
No era la primera vez que los investigadores del inspector jefe de El Refugio -que pidió no publicar su nombre, por eso de que su familia tiene su mismo apellido y vive cerca de donde él opera- intentaban que el muchacho colaborara. El inspector es experto en sembrar cizaña y recoger testigos protegidos. No pocas veces ha amenazado a pandilleros con dejarlos en territorio enemigo para comprobar que, como dicen, no pertenecen a ninguna pandilla. En alguna ocasión los ha filmado con su teléfono negando su pertenencia a la MS o sollozando en momentos de debilidad durante los interrogatorios. Gracias a sus habilidades de inteligencia logró en solo un año completar su rompecabezas de rostros de la clica. Desde entonces, finales de 2009, se dedicó a tocar a uno y otro para conseguir a su traidor. Sin embargo, fue hasta que sospecharon que El Niño tuvo participación en el asesinato de una muchacha de 15 años cuando empezaron a tocar a un pandillero cercano al veterano Chepe Furia. El detective le pidió al cabo Pozo que llegara hasta las últimas consecuencias para conseguir que ese muchacho hablara. La oferta del cabo a El Niño fue muy concreta: o vos hablás sobre ellos o vos cargás con sus muertos.
Ahora, El Niño habita un pequeño solar cerca de la delegación de investigadores que lo convirtió en delator, y desde hace más de un año es el testigo clave en el caso contra 42 pandilleros de la clica que fundó Chepe Furia. Gracias a más de 20 horas de conversación en cerca de 15 visitas que he realizado a su solar durante dos años, he entendido que más que un testigo, El Niño es la memoria viva de cómo se creó una clica, de cómo unos niños pobres de 13 años que ya guerreaban como miembros de pequeñas pandillas de barrio se convirtieron en los primeros pandilleros de una poderosa clica. La historia de cómo un hombre que bajó de Los Ángeles, California, le cambió la vida a esos niños y a los municipios donde nacieron. Ese hombre es Chepe Furia.
Llegó el Veneno
—Es que nosotros éramos bien pendejos, men. Y vino él y nos apantalló con su verba, con su troca y decidió vivir la vida aquí como un rey y que nosotros, la pandilla, fuéramos su negocio.
El Niño habla entrecortado, porque cada vez que termina una frase expulsa por la boca el humo contenido y luego intenta aspirarlo de nuevo moviendo los labios como un pescado en sus estertores. El Niño fuma marihuana mientras su mujer menor de edad arrulla a su hija recién nacida y el custodio policial asignado duerme una siesta en la otra casita del solar. La imagen de un testigo protegido con el glamour de película, en El Salvador, se puede ver justamente ahí, en las películas, y nada más.
El relato de El Niño comienza en 1994, cuando él ya era pandillero. Sin embargo, los nombres de las pandillas que menciona suenan más a juego, a adolescencia, a pleito de parque. Él era de una pandilla llamada Mara Gauchos Locos 13 que se dedicaba a luchar contra las otras pandillas de la zona: Los Valerios, los Meli 33, Los Chancletas y Los Uvas. La mayoría de los combates consistía en ir en grupo a las fiestas de los pueblos y armar trifulca. Si acaso, algún muchacho llevaba un palo, y alguna vez algún otro sacó una navaja y fue el héroe del momento.
El patio de juego de los mal portados de Atiquizaya podía extenderse hasta las fiestas de El Refugio y Turín, pero jamás hasta el municipio vecino de Chalchuapa. Se sabía que ahí jugaban los mayores, unos adolescentes que se hacían llamar el Barrio 18, dirigidos por un veinteañero que, cosa rara para las pandillas de aquellos años de posguerra, tenía un arma de fuego. Lo conocían como Moncho Garrapata.
Por lo demás, la palabra delincuentes en aquellas zonas era reservada para los miembros de bandas de asalto de furgones, cuatreros o secuestradores. De entre aquella fauna, asegura El Niño, destacaban algunos nombres de hombres temidos como los más peligrosos: Nando Vulva, Víctor y Pedro Maraca, Henry Méndez. Y también un joven de 26 años que fue Guardia Nacional durante la guerra y que hacía poco había regresado desde Estados Unidos a su natal Atiquizaya, Chepe Furia.
Según registros policiales, Chepe Furia fue deportado de Estados Unidos el 15 de octubre de 2003, lo que quiere decir que desde 1994 iba y venía de aquel país.
Allá, Chepe Furia fue El Veneno, uno de los fundadores de una de las más poderosas clicas de la MS en Estados Unidos: la Fulton Locos Salvatrucha. Dos personas confirmaron esto. Una de ellas fue brincada a la pandilla por el propio Chepe Furia, y la otra sí aceptó dar su nombre. Ernesto Deras, mejor conocido como Satán, es otro ex militar salvadoreño que migró y fue palabrero de la Fulton en Los Ángeles durante muchos años, y aún sigue allá. Él recuerda que José Antonio Terán “era El Veneno, que tenía respeto, palabra”, y que “desapareció por 1995” de Los Ángeles.
Ese hombre recién llegado a la frontera con Guatemala se acercaba a los muchachos de las pandillitas de la zona y les hablaba de una pandilla a la que llamaba la grandota, la gran familia, la Mara Salvatrucha. Poco a poco esos acercamientos esporádicos se fueron convirtiendo en rituales más formales en la colonia San Antonio de Atiquizaya.
—Él nos apantalló, andaba en una ranfla (camioneta) doble cabina, bien enmorterado (armado), y ya andaba embilletado (adinerado) –recuerda El Niño desde su solar.
Chepe Furia los reunía como viejo sabio que traslada conocimiento a los muchachos de la tribu. Les explicaba el significado de palabras y les contaba anécdotas de batallas contra el gran enemigo del Barrio 18. Una noche, recuerda El Niño, Chepe Furia se explayó contándoles sobre el asesinato de Brenda Paz, el primer asesinato célebre de la MS. La joven hondureña de 17 años que, embarazada de cuatro meses, dio información al FBI sobre su pandilla y terminó apuñalada hasta la muerte en las orillas del río Shenandoah, en Virgina. “Los traidores son la peor mierda”, dijo Chepe Furia a sus pupilos.
Durante varias noches, reunía a grupos de diez o 15 jovencitos en casas abandonadas de la San Antonio y los obligaba a patear a uno por uno durante 13 segundos. Luego les decía: “bienvenido a la mara”. Lealtad y valentía. Chepe Furia iba moldeando a sus muchachos.
Cuando ya tuvo a cerca de 25 jovencitos a su servicio, Chepe Furia les mostró el arsenal, que en ese momento eran dos pistolas .22 y una 9 milímetros.
Para ese entonces, finales de los noventa, el líder del Barrio 18, Moncho Garrapata, guardaba prisión. Chepe Furia decidió iniciar una ofensiva contra su pandilla rival. La llamó “Misión Hollywood”. Los que antes eran niños rebeldes se estrenaron como asesinos.
El Niño, por ejemplo, intentó agradar a Chepe Furia con el asesinato de Paletín, un panadero miembro del Barrio 18 que recién había vuelto de México. Tomó una de las .22 y fue encaminado por su jefe en persona, que lo dejó a la entrada del cantón El Zapote. Lo esperó en las afueras, hasta que Paletín apareció en su bicicleta. La .22 se encasquetó, y cuando El Niño logró disparar, Paletín ya se había percatado y corría hacia su atacante. Un disparo le entró en el torso, pero Paletín siguió vivo.
-Entonces le arranqué la cabeza con el corvo, para que no se le volviera a pegar, porque dicen que era brujo, y me fui al cantón El Naranjo, donde vivía –recuerda El Niño.
En reconocimiento, Chepe Furia le envió una onza de marihuana, que El Niño acompañó con un trago de guaro Cuatro Ases. El Niño tenía apenas unos 15 años.
Como él, los muchachos de Chepe Furia atormentaban a sus rivales y a quien se les pusiera en el camino.
Chepe Furia hizo política pandillera y logró anexar a las clicas de los Parvis de Turín y de Los Ángeles de Ahuachapán, que no tenían ni un arma de fuego en ese entonces. La colonia San Antonio, desde la primera casa en la entrada, donde un pandillero conocido como El Cuto vigilaba que la Policía no entrara, era de Chepe Furia. A una cuadra de la cancha de fútbol que él mandó a engramar, tenía su residencia con parqueo para dos vehículos, donde sus asesinos celebraban con marihuana y alcohol cada cierto tiempo. Algunos aún llegaban con el uniforme de la escuela.
Esos años en los que los niños de la clica se convirtieron en certeros sicarios, Chepe Furia los consolidó como su ejército privado.
El Niño recuerda que muchas de las acciones de su jefe no tenían nada que ver con la guerra contra el Barrio 18 y nadie más que él sabía de qué se trataba.
—Él se metía en pegadas olímpicas, con señores importantes que yo no conocía, gente de la política, gente de algún cártel de la droga. A él le pagaban por quebrarle el culo a alguien y si era posible no iba él, sino que te llevaba al pegue y vos pegabas y él cobraba. A vos te pagaba con el crédito ante la pandilla y él se quedaba el billete. Éramos bien pendejos, men. Él se movía a Guatemala, a San Miguel. Empieza a recoger dinero de extorsiones grandes. Ya era el cacique del pueblo –dice El Niño mientras la tarde cae sobre su solar.
Don Chepito
El diputado entra apresurado al local de su partido. Adentro hay siete personas sofocadas por el calor. Aparentan hacer algo. Una de ellas, al ver entrar al diputado, revisa con ceño fruncido una hoja que luego deja sobre la mesa. La hoja está en blanco. El diputado les dice que por favor evacúen el local, que no quiere a nadie dentro. En menos de tres minutos el local está vacío. El diputado cierra la puerta metálica que da a la calle, y le pone pasador. Abre la rejilla por la que su guardaespaldas asoma la cara para escuchar la orden de su jefe: “Quédese en la puerta hasta que yo salga”.
El diputado se sienta en el escritorio y me dice:
—Muy bien, ¿qué quiere saber de Chepe Furia?
La conversación fue a principios de 2012 en un local cercano a Ahuachapán, la principal ciudad del departamento al que pertenece Atiquizaya. El diputado, que pidió anonimatol, habló del poder de Chepe Furia, de sus amistades con defensores y fiscales, policías y contrabandistas, agentes de aduana y camioneros, de su función como benefactor de la comunidad que bachea calles, repara canchas y levanta muros de contención. Sin embargo, lo más revelador de esa tarde ocurrió antes de que el diputado dijera una sola palabra. El salón vacío, la puerta de metal con pasador, el vigilante armado en la calle, un diputado nacional que para mencionar el nombre de Chepe Furia cree necesario ocultar el suyo.
—Es que no hablamos de un marero común, es un mafioso que tiene tentáculos en todas partes del departamento. Y yo, algún día dejaré de ser diputado –se justificó.
Para 2009, Chepe Furia estaba al mando de una clica poderosa. El tiempo de los asesinos inexpertos había quedado atrás. Años de guerra contra el Barrio 18 y decenas de ataques a su sede principal en la colonia Chalchuapita habían educado en el gatillo a los muchachos. El Niño recuerda que en los últimos nueve años, Chepe Furia había abandonado la zona tres veces, por períodos de no menos de un año. Se iba en los momentos más complicados de la guerra de pandillas, y regresaba cuando la intensidad de las balas bajaba. Siempre que volvía, traía armas para congraciarse con sus soldados. Pistolas .357, una subametralladora SAF en una ocasión, un fusil G-3 en otra, “e incluso una 9 milímetros Beretta, que tenía reporte de robo, porque era arma de uso policial”, recuerda El Niño.
De hecho, en diferentes detenciones de pandilleros de la clica de Atiquizaya, incluido el realizado tras un ataque a una patrulla policial, los agentes han decomisado a los tiradores tres armas que eran de uso oficial y tenían reporte de robo. Dos de los reportes fueron del mismo policía, un subinspector de apellido Delgado Juárez, en aquellos años destacado en San Miguel, la otra punta del país. El subinspector que ya había reportado una 9 milímetros como robada dijo que la subametralladora la había dejado en su carro, dentro de la cochera de su casa, y que alguien la hurtó.
En esos años, Chepe Furia contaba con un grupo jerarquizado. Él se había elevado a veterano, fundador, líder absoluto de la clica de los Hollywood Locos Salvatrucha de Atiquizaya. Chepe Furia era el gerente general de la empresa y había delegado jefatura en un treintañero llamado José Guillermo Solito Escobar, y conocido como El Extraño, que acababa de salir de prisión tras dos años por lesiones agravadas; la subjefatura recayó en un hombre deportado de Estados Unidos por el delito de lesiones graves en 2009, un fornido pandillero de 30 años llamado Jorge Alberto González Navarrete, con varias calaveras tatuadas en el cuerpo, que en la ciudad de Maryland era conocido como Baby Yorker y en El Salvador se renombró como Liro Joker. “Un hijueputa pesado, un sicario”, lo define El Niño. El tesorero de la clica era un hombre delgado, blanco y con rasgos finos en el rostro, un tipo con cara de bueno llamado Fredy Crespín Morán, de 38 años, pero mejor conocido por sus compañeros como El Maniático. Este último, bachiller electricista, era una pieza clave dentro de la organización de Chepe Furia, pues hasta que fue capturado en 2010 por los hombres del inspector, era promotor social de la Alcaldía de Atiquizaya, gobernada por el partido Arena. El Maniático visitaba las comunidades con su equipo de trabajadores, la mayoría jóvenes sicarios de la clica, que gracias al carné municipal de trabajo tenían una coartada perfecta luego de cometer un crimen.
Chepe Furia había establecido un sistema de intercambio de sicarios con la clica de los Normandi, del departamento costero de Sonsonate, y dirigida por el otro miembro de la MS al que el ex ministro de seguridad, Manuel Melgar, mencionó en una entrevista en 2011 como ejemplo de pandillero narcotraficante. Ese pandillero se llama Moris Bercián Machón, conocido como Barney, quien en una ocasión fue arrestado infraganti con un alijo de cocaína valorado en 160 mil dólares y ha logrado sortear la prisión en ese caso y en otro donde lo vinculaban con 50 homicidios, incluyendo algunos cuerpos descuartizados y lanzados en bolsas negras a la vía pública. Gracias a ese tipo de alianzas entre clicas, la Hollywood de Atiquizaya se había hecho de uno de sus mejores asesinos, un ex policía de Sonsonate apodado el Loco Trece, que cuando vestía el uniforme azul era identificado como el agente Edgardo Geovanni Morán. Un hombre recio de 1.72 metros que intimidaba. Fue el último de la generación de pandilleros bajo el mando de Chepe Furia en ser capturado. Fue hasta finales del año pasado, que cayó en un operativo de varios policías. En una ocasión, dos agentes jóvenes de Atiquizaya intentaron detenerlo, pero el hombre los apartó de su camino lanzándolos por el aire y dejándoles solo jirones de camiseta en sus manos.
El inspector sufrió verdaderos dolores de cabeza debido a esa alianza de clicas. Varias veces, sus cuadros de fotografías permanecían vacíos porque debía empezar de cero para identificar a los sicarios recién llegados de Sonsonate, verdaderas sombras sin pasado en Ahuachapán, pero con un buen récord delictivo en la costa.
Con una estructura sólida a sus espaldas, Chepe Furia se dedicó a convertirse en empresario. A estas alturas, su relación con la Alcaldía era formal. El pandillero era el dueño de uno de los dos camiones de volteo que prestaban servicio de recolección de basura a la municipalidad. El Isuzu color blanco del año 95 le representaba al líder de la clica al menos 2 mil 500 dólares mensuales, según la Policía.
Cuando a mediados de 2012 le pregunté a la alcaldesa, Ana Luisa Rodríguez de González, cómo era posible que tuviera a tan reconocido mafioso entre su equipo de trabajo, ella contestó que nunca escuchó hablar de Chepe Furia, que ella solo conoció al “señor José Terán, presidente de la directiva de la colonia San Antonio”. Asegura que ya antes había pasado por esto, cuando unos investigadores de la División Central de Investigaciones de la Policía le hicieron las mismas preguntas. Y su respuesta no cambiará: dice que nunca escuchó hablar de Chepe Furia, que él ganó una licitación de recolección, que era un presidente de comunidad amable que participó activamente en la limpieza y ordenamiento de su colonia, que tampoco escuchó hablar del Maniático, que ella conoció al señor Fredy, un promotor que llegó recomendado por un ex concejal, el doctor Avilés, que ella, la verdad, desconoce al personal municipal. Que le extrañó mucho cuando los capturaron y los acusaron de “todas esas cosas horribles”.
Meses después, cuando le pregunté a Mario Jacobo, el jefe fiscal de todo el departamento de Ahuachapán, si creía verosímil que alguien no supiera quién era Chepe Furia en Atiquizaya, su respuesta fue: “No, no creo que sea verosímil”.
Ahora bien, si tenemos en cuenta los negocios ilícitos de Chepe Furia, la cantidad obtenida con sus camiones de basura era la caja chica para el veterano de la Hollywood.
El Niño asegura que en una ocasión, Chepe Furia le ordenó a él y a dos más que quemaran una camioneta Toyota todoterreno del 2010. Para El Niño, aquello no tenía sentido. La pandilla no quema carros tan lujosos. ¿Para qué? “Si le debe tanto a Chepe Furia, por qué no mejor me manda a matarlo, pensé con mi mente de sicario”, recuerda. Según El Niño, aquello se debió a que tras un negocio de extorsión importante que Chepe Furia realizó junto con un empresario conocido como El Viejo Oso, este último no cumplió con desembolsar a Chepe Furia la mitad de los $80 mil obtenidos, “sino que por pizcachitas le iba pagando, de $7 mil en $7 mil”. Aquello no le gustó a Chepe Furia. El Niño fue testigo cuando El Viejo Oso llegó hasta la tienda de la colonia San Antonio, donde Chepe Furia pasaba el día recibiendo gente, y le dijo: “Mire, Chepito, me quemaron mi carrito”. Chepe Furia lo consoló y le dijo que si le pagaba lo adeudado él mismo le prestaría dinero para que comprara otro igual. Don Chepito sabía más mañas que la de jalar un gatillo.
A pesar de que la Alcaldía no era para Chepe Furia su principal fuente de ingresos, el líder mafioso entendía muy bien que mantener buenas relaciones con esa entidad no podía sino beneficiarle, como efectivamente terminaría ocurriendo.
A principios de 2012, un policía del grupo del inspector me presentó con un empleado de la Alcaldía. Si lo del diputado fue sorprendente, esta reunión con un hombre mucho más desprotegido que un legislador fue un proceso tedioso. La primera vez, el hombre nos esperó en una esquina, a unas cinco cuadras del parque central de Atiquizaya, para identificarme. Me vio, me dio la mano, un número de teléfono y se fue. Le llamé a los días y concertamos una cita. Fue en las afueras de Atiquizaya, en un terreno seco y a la par de un enorme motor que no permitía que nadie más que nosotros escuchara ni una palabra. Parecía que llevaba años teniendo conversaciones a hurtadillas. El hombre empezó a hablar forzando su garganta y sacando una voz de ultratumba. Le pregunté qué le pasaba, y me contestó que estaba distorsionando la voz. Le aseguré que nadie más que yo escucharía la grabación y le pedí que hablara con normalidad. La información se le arremolinaba y era necesario calmarlo. “Él tiene una relación privada con la gente del concejo”. Aquello era acelerado como la confesión de un adolescente. “Tiene privilegios, se reúne con los gerentes y los jefes en la sala de concejo, se encarga de ver transporte y cosas así, porque eso le ayuda a encubrir sus ilícitos”. Volteaba a ver para todos lados y hablaba muy cerca de mi oreja. “Tiene a toda su gente en mantenimiento, pero solo trabajan en zona MS, y siempre los anda con su carné… El Maniático es promotor social y recluta gente para la pandilla”.
La conversación siguió así, durante una hora turbulenta y nerviosa. Sin embargo, a la luz de otros indicios arrojados por el grupo de investigadores del inspector, lo que aquel hombre decía tenía pleno sentido. El hombre, por ejemplo, explicó que la amistad de Chepe Furia con el síndico José Mario Mirasol era a través del asocio de ellos con un exfiscal que posee un negocio de vehículos. Según informes policiales, Chepe Furia ha sido detenido en diferentes ocasiones manejando un pick up doble cabina. Incluso anexan fotografías en las que Chepe Furia posa a la par del vehículo gris, de vidrios polarizados y cuyas placas, según la verificación policial, están a nombre de Álex Iván Retana. Este es un abogado con domicilio en Chalchuapa, mejor conocido como El Diablo, y que fungió como fiscal de la unidad de robo y hurto de vehículos. Según dos informes policiales, uno proveniente del grupo del inspector y otro del Centro de Inteligencia, Retana es dueño del negocio Auto Repuestos Iván, en Santa Ana, “que tiene en asocio con Chepe Furia, donde se supone traen vehículos con placas guatemaltecas y de dudosa procedencia y los desmantelan para venderlos por piezas”. Chepe Furia tiene varios amigos en el mundo de descuartizar carros. En una ocasión, en julio de 2010, salió por la frontera de Anguiatú hacia Guatemala en un vehículo cuyas placas, según el registro policial, pertenecen a Dilmark Giovanni Ascencio. Ese hombre es hijo del ex diputado del Partido de Conciliación Nacional Mauricio Ascencio, y juntos son dueños de Carisma, una venta de repuestos para automotores en Santa Ana.
El informante asegura que Chepe Furia se reunía con la alcaldesa cuantas veces quería y sin necesidad de cita previa. Esa información fue confirmada por otra empleada municipal que aceptó conversar en condiciones parecidas a las que impuso el hombre en aquel terreno seco. El hombre aseguró, en coincidencia con el informe del equipo del inspector, que el otro camión recolector de basura es del pandillero, y que el propietario es un testaferro; que Chepe Furia surtió todas las bebidas para la fiesta de empleados municipales que se celebró a finales de 2011 en la cooperativa El Jícaro, donde el informante mismo estuvo y vio a Chepe Furia departir toda la noche con la alcaldesa; y que incluso en una ocasión, Chepe Furia se encargó de disolver una huelga de empleados del sindicato. “Él venía con su prepotencia, y como sabían que toda su gente anda armada, se persuadía a la gente del sindicato. Metía a su gente y decía: vamos a trabajar, para que no se quede sin servicios el pueblo. Inmediatamente la huelga se terminaba”. Chepe Furia, cada 15 de septiembre, ponía su carro a disposición de la Alcaldía para trasladar gente a donde fuera necesario, asegura el empleado. El informe policial va más allá y consigna: “para las elecciones presidenciales (de 2004) fue (Chepe Furia) quien coordinó el transporte de las personas hasta los lugares de votación por el partido Arena”.
Don Chepito entraba y salía de la Alcaldía a su antojo, y tenía una red de contactos fuerte y diversa. El Niño asegura que incluso había un juez con el que Chepe Furia se comunicaba por teléfono. Alguna vez El Niño escuchó un parlamento de Furia en esa comunicación: “Fíjese que cayeron unos loquitos por agrupaciones ilícitas, ¿cree que mañana lunes me los puede sacar, por favor?” Luego advertía a esos muchachos que no anduvieran juntos en la calle durante un tiempo. Chepe Furia tenía sus piezas ordenadas. Sus sicarios lo respaldaban y le demandaban muy poco: “Con tres pistolas nos pagó en una ocasión por un asesinato por el que recibió 25 mil dólares”, asegura El Niño. Su infraestructura empresarial, ajena al sistema de rendición de cuentas de la pandilla a nivel nacional, era una mezcolanza de negocios lícitos, otros de dudosa procedencia y algunos francamente delictivos. Chepe Furia dejaba que el impuesto mensual de siete dólares por pandillero subiera a la estructura encarcelada del programa Hollywood, el entramado que reúne a todas las clicas que ostentan esa marca en el país. Por lo demás, sus ganancias eran sus ganancias.
Ya a finales de 2011, antes de que Chepe Furia fuera capturado, El Niño profetizó desde su solar: “Está haciendo dinero con el nombre de la pandilla, y le va a salir barba por eso, por no dar ni un cinco”.
Chepe Furia tenía el control absoluto de la colonia San Antonio, y eso también quedaría clarísimo más adelante en esta historia. El inspector asegura que tenían indicios de que gracias al control de la zona por parte del mafioso, vehículos robados eran desmantelados en ese lugar, y cargamentos pequeños de droga eran almacenados.
“Esa estructura es un ejemplo de estructuras pandilleriles que tienen un nivel de crimen organizado”, me dijo el subdirector general de la Policía, Mauricio Ramírez Landaverde, a principios de 2012, en referencia a la Hollywood Locos Salvatruchos de Chepe Furia. “Son estructuras dedicadas al contrabando, narco, sicariato, tráfico de personas”, agregó. Y explicó que la clave es un líder ambicioso que sepa qué hacer con unos muchachos ansiosos de sangre. Eso, sumado al control territorial, obliga a que los demás delincuentes que quieran operar en su zona tengan que pactar con Chepe Furia, según el jefe policial.
Chepe Furia hacía alianzas a diestra y siniestra. Incluso los seguimientos a algunos señalados como capos salvadoreños llevaban hasta Chepe Furia. En las fiestas julias de Santa Ana en 2011, la Policía daba seguimiento a Roberto 'El Burro' Herrera, a quien señalan como miembro del Cártel de Texis. El seguimiento los llevó al restaurante Drive Inn, donde Herrera se sentó con El Maniático y Chepe Furia en un 'área privada' del lugar, según consigna el informe policial.
Lo que Chepe Furia no sabía era que el inspector había terminado su rompecabezas, que El Niño había contado sus secretos y que el enfrentamiento con el Estado estaba por iniciar. Un Estado persecutor y un Estado amigo.
El Estado contra Chepe Furia
Más de 500 policías se reunieron en el Regimient de Caballería, en San Juan Opico, a más de una hora de Atiquizaya. Era octubre de 2010. Los policías tenían órdenes de realizar 70 allanamientos en viviendas de los miembros de la clica de Chepe Furia. En buses, todos fueron trasladados hacia el parque central de Atiquizaya, y los grupos de tarea se dispersaron. El inspector encabezó un equipo de unos 50 agentes que se dirigieron a la colonia San Antonio. Eran seis los objetivos a detener en ese lugar, pero al inspector le interesaba echar mano personalmente de su rey de espadas, de Chepe Furia.
Atiquizaya tiene poco más de 30 mil habitantes, muchas de sus calles aún son empedradas o de tierra, y la red de Chepe Furia va desde policías hasta recolectores de basura y se extiende mucho más allá del municipio. Entre los investigadores del operativo iba el sargento Tejada, un hombre que meses después sería acusado de haber entregado a un testigo a Chepe Furia, para que este lo asesinara. Lo extraño es que los policías tuvieran esperanzas de encontrar al mafioso en su casa, dormido y desprevenido.
Cuando el contingente del inspector entró, la electricidad se fue por completo de toda la colonia San Antonio, y aquella parecía un área deshabitada del municipio. Quizá como un gesto burlón, al único pandillero que dejaron en la colonia era al de más bajo nivel, a El Cuto, el hijo de la tortillera que hacía de halcón a la entrada de la colonia que habitaba su patrón. El jefe de la Fiscalía en el occidente del país, Mario Martínez Jacobo, estuvo en la San Antonio, y recuerda que alguno de los pocos vecinos que quedaron le aseguró que 10 minutos antes de que llegaran, un vehículo entró y se llevó a Chepe Furia.
Gran parte de la clica fue capturada, más de 25 pandilleros iniciaron juicio por 11 homicidios que las autoridades habían podido documentar, y cerca de 30 eran acusados por asociaciones ilícitas, entre ellos, Chepe Furia.
El veterano líder desapareció de Atiquizaya durante dos meses, pero al parecer confiaba tanto en su red que el 24 de diciembre de 2010, una cuadrilla de soldados que patrullaba la colonia San Antonio lo identificó, relajado como antes, en la tienda donde recibía a sus visitantes, acompañado de su padre. Al enterarse, el mismo inspector consiguió que el juez suplente del Juzgado Especializado de Instrucción de Santa Ana le firmara una orden de captura, y él mismo condujo hasta la colonia San Antonio para entregarla a los soldados. El juez titular, Tomás Salinas, estaba de vacaciones, y de cualquier manera, había desestimado las pruebas de la Fiscalía luego del operativo fallido en la San Antonio. Ese juez, en ausencia del acusado Chepe Furia, se había negado a ordenar su arresto luego del intento de octubre, y no había emitido nuevas órdenes de captura a pesar de que el 24 de noviembre, su organismo superior, la Cámara Especializada contra el Crimen Organizado, le informó que debía hacerlo, que las pruebas eran suficientes para considerar a ese hombre como el jefe de una estructura mafiosa.
El inspector asegura que la abogada particular de Chepe Furia “se jalaba los pelos de la cólera” y le preguntaba por qué la orden había sido firmada por el suplente del juzgado y no por el titular, o sea el juez Tomás Salinas. Chepe Furia miraba la escena con tranquilidad.
El mafioso fue trasladado al penal de Apanteos, en Santa Ana, y se identificó como no pandillero. Aquello que dijo El Niño de que a Chepe Furia “le saldría barba” con su pandilla, parecía también saberlo el mismo Chepe Furia. El director del penal cuenta que tras solo un día de haber ingresado al pandillero en el sector de reos comunes, tres diferentes presos pidieron audiencia con él. Los tres le preguntaron lo mismo: ¿sabe usted a quien ha metido al sector de civiles? El director escuchó la respuesta de los reos. Uno de ellos lo llamó “Don Chepe, el mayor mafioso del occidente”. El alcaide decidió poner al nuevo reo en un área del penal llamada la isla, una celda mínima de aislamiento para vigilar a reos con mal comportamiento o especiales. Al parecer, Chepe Furia no hizo amigos ahí. Tras unas pocas noches de convivir con dos líderes de La Raza -la mafia carcelaria de los civiles- y un pandillero de La Mirada Loca, Chepe Furia admitió ser miembro de la MS, firmó un documento en el que reconocía su taca y su clica, y fue confinado al pequeño sector de pandilleros de la MS, donde permaneció con bajo perfil.
Para la suerte de Chepe Furia, su encarcelamiento sería breve. El juez principal del Juzgado volvió de sus vacaciones, y de inmediato aceptó la petición de la abogada de Chepe Furia, y convocó a una audiencia de revisión de medidas el 2 de febrero de 2011, tan solo 38 días después de la captura del pandillero. El juez determinó que “no solo porque la Policía y un testigo criteriado” lo dicen se debía creer que el hombre encarcelado era jefe de una estructura criminal. Aseguró que llamaba la atención que Chepe Furia no estuviera siendo juzgado por asesinato, ya que “para alcanzar papeles de liderazgo… una persona tiene que ser autora de varios homicidios”. Aseguró que “no se va a juzgar por lo que se dice en los medios de comunicación o lo que afirma la Fiscalía”, y que además “esta persona tiene una actividad laboral contractual con la Alcaldía Municipal de Atiquizaya” y que por tanto no había por qué sospechar de que ese hombre iba a escapar y, en tal caso, se le imponía una fianza de 25 mil dólares, que Chepe Furia saldó dejando dos escrituras de inmuebles; se le solicitó el pasaporte y se requirió que se presentara todos los viernes a la subdelegación de la Policía en Atiquizaya. Chepe Furia salió caminando del juzgado de Santa Ana. Por segunda vez, el mismo juez le otorgaba libertad.
El siguiente viernes, el viernes 4 de febrero de 2011, Chepe Furia no llegó a la subdelegación a reportarse. Ni tampoco lo hizo el siguiente viernes, ni ningún viernes de todo el año. Chepe Furia, gracias a la decisión del juez Salinas, desapareció.
Los fiscales del caso se apresuraron a pedir de nuevo a la Cámara que reconsiderara la “pobre decisión” del juez ya que, de nuevo, estaba basada en los mismos argumentos que utilizó la vez anterior para desestimar las órdenes de captura. La misma decisión que la Cámara ya en una ocasión le había ordenado cambiar. La Cámara consideró que nuevamente la resolución del juez era “incompleta o poco válida… completamente errada”. La Cámara hizo ver que una carta de la alcaldesa de Atiquizaya explicando que Chepe Furia recogía los desechos de su ciudad, una partida de nacimiento de su hijo, la constancia de un doctor que decía conocer al acusado, cuatro escrituras de inmuebles a su nombre y cuatro recibos de agua y luz a nombre de otra persona con apellidos distintos a los de Chepe Furia, no eran suficiente prueba de que el pandillero no iba a fugarse. De hecho, la Cámara consideró que lo único que demostraban esas escrituras era que el testigo había dicho la verdad sobre que el acusado tenía “una cantidad considerable de inmuebles”, entre ellos una casa de dos plantas bastante más grande que cualquier otra de la San Antonio. Además, argumentó la Cámara, retener el pasaporte de Chepe Furia era una medida absurda si pretendía mantenerlo en el país. “Es evidente el peligro de fuga, ya que el convenio CA-4, no solo permite viajar con pasaporte, lo puede hacer con su documento de identidad e incluso por un punto ciego”.
En diciembre de 2009, Chepe Furia había hecho un viaje terrestre a Guatemala y otro a Nicaragua; en enero de 2010, dos viajes a Honduras, y uno más a Guatemala en julio, según registros migratorios.
Finalmente, la Cámara le señala al juez una falta “sumamente grave” en la que cae en “arbitrariedad”. El juez no aplicó lo que en jerga de justicia se llama efecto suspensivo en este caso, cuando sí lo ha hecho en otros. Esto significa que cuando saca de la cárcel a un acusado para que aguarde en casa la llegada del juicio, debe esperar el plazo estipulado para que la Fiscalía ponga un recurso ante la Cámara y esta tome una decisión. Es una medida que sirve para que no pase lo que pasó en este caso: que el acusado escape.
—¿El juez ha ocupado todas las medidas posibles para poner en la calle a Chepe Furia? –le pregunté al jefe de la Fiscalía en todo el occidente del país.
—Así es –respondió.
Durante dos meses dejé mensajes de voz en el teléfono privado del juez Salinas. Nunca los contestó. Sin embargo, a principios de 2012 tuvimos una conversación en persona. Aquello pretendía ser una entrevista a publicarse, pero se vio frustrada porque cuando se le preguntó por el caso de Chepe Furia, y su extraña decisión de otorgarle libertad a un hombre que había sido capturado escapando, el juez dijo que cada quien tenía su criterio y exigió pasar a otro tema que era más importante para él. El tiempo se nos fue en esa discusión, y la entrevista nunca terminó de realizarse.
La Cámara ordenó la recaptura de Chepe Furia.
El inspector jefe de la oficina de investigadores policiales de El Refugio recibió una orden judicial a principios de marzo de 2011: debe capturar a José Antonio Terán, mejor conocido como Chepe Furia. El inspector sintió rabia, y para sus adentros dijo: “No me jodan”.
Cercar al “cacique de Atiquizaya” había sido un trabajo de hormiga de más de un año, y un juez se había encargado de hacerlo trizas en solo siete días. Era obvio que Chepe Furia echaría mano de otros contactos para resguardarse un tiempo. Y así fue durante un año. Varias veces los hombres del inspector estuvieron cerca, trabajando con informantes del mundo del crimen que les aseguraban que Chepe Furia seguía en la frontera con Guatemala, yendo y viniendo de un lado a otro, activo en el tráfico de drogas. De hecho, uno de esos informantes había solicitado 300 dólares por decirles exactamente cuándo llegaría a Santa Ana y qué placas tendría el pick up en el que llegaría. El investigador que recibió la oferta prefirió seguir en el intento por conseguir la información de manera gratuita.
El 10 de marzo de 2012, a unos policías de Seguridad Pública que hacían una ronda les pareció extraño que, al verlos, un hombre huyera e intentara entrar en una casa de la colonia Bella Santa Ana, una residencial de clase media alta a la entrada de la ciudad santaneca. Los policías lo siguieron, lo detuvieron y verificaron de quién se trataba. Para su sorpresa, habían recapturado a Chepe Furia en la vivienda de un empresario dueño de un restaurante flotante en el lago de Coatepeque. Cuando allanaron la casa, encontraron una carabina 30-30 con 17 cartuchos, dos escopetas calibre 12 y munición para una pistola calibre .25.
Cuando supo de su detención, el jefe de toda la región occidental, el comisionado policial Douglas Omar García Funes, mejor conocido como Carabinero, se acercó a las celdas de la delegación de Santa Ana a verlo:
—Es increíble lo astuto que es –me dijo meses después–, cuando lo escuchás hablar casi te convence de que él no es nada más que un empresario. Todo lo pide por favor, te saca conversación, me dijo que nosotros éramos colegas, que él había sido Policía Nacional.
Todo parecía volver al mismo cauce. Chepe Furia estaría de nuevo ante el mismo juez acusado del mismo delito, asociaciones ilícitas, que en su caso, por considerársele líder, podía representarle una condena de entre seis y nueve años. Sin embargo, el inspector no había dejado de trabajar y tenía un as bajo la manga. Gracias a que se ganó la confianza de El Niño, el inspector había obtenido más que simples confesiones formales. Sostenía conversaciones casuales, no solo interrogatorios. El ex sicario de la clica le había contado que una tarde de noviembre de 2009, una comitiva poco usual había partido de Atiquizaya hacia el departamento de Usulután, para asistir al velorio de un pandillero asesinado. Chepe Furia manejaba su pick up doble cabina, recordó El Niño, y atrás iban El Extraño y Liro Joker. De repente, apareció un muchacho de 23 años con dos lazos que Chepe Furia le había pedido que comprara, uno azul y uno verde. Chepe Furia se los pagó con un dólar. El muchacho se subió al vehículo. Ese mismo día, en el municipio de Berlín, Usulután, a la par de la carretera, fue encontrado el cuerpo de Samuel Menjívar Trejo, un joven de 23 años, vendedor de verduras del mercado de Ahuachapán, recolector de las extorsiones en el área del centro de ese departamento para Chepe Furia y mejor conocido como Rambito de la MS. Ese muchacho, desde hacía meses, era también informante de la Policía en Atiquizaya, y pretendía entregar a su jefe por el delito de extorsiones. El cuerpo estaba amarrado con los mismos lazos que El Niño lo vio comprar, tenía signos de tortura y el rostro perforado por varios disparos de nueve milímetros.
El cabo José Wilfredo Tejada y el cabo Walter Misael Hernández, ambos de la delegación de Atiquizaya, fueron vistos ese día con Rambito en su vehículo oficial justo antes de que el testigo saliera rumbo a su muerte. De hecho, Tejada pidió ese día por la mañana por radio que una patrulla del 911 detuviera al muchacho y se lo llevara. El Niño, cuando durante el proceso le mostraron las fotografías de los policías, aseguró que los había visto a ambos conversando en diferentes ocasiones con Chepe Furia. Sin embargo, ambos quedaron en libertad.
Durante una visita al solar de El Niño en enero del año pasado, él me contó, sin prestarle mayor atención, que en una ocasión, el cabo Tejada había llegado hasta él para proponerle que acusara a unos pandilleros por el asesinato de Rambito. Que él le diría a cuáles. Ninguno de esos pandillero era Chepe Furia.
El caso está en apelación por parte de la Fiscalía Especializada Contra el Crimen Organizado. Debido a la complejidad del caso y al involucramiento de investigadores de la zona occidental, la Fiscalía decidió trasladar el caso a una unidad de envergadura nacional, como una medida de seguridad para los fiscales, me explicó el jefe de esa unidad, Rodolfo Delgado. Por parte de la Policía, fue la Unidad de Asuntos Internos la que ha seguido el caso. Delgado asegura que el procedimiento fue muy extraño, pues fueron agentes del 911 los que detuvieron a un testigo, y no investigadores. Lo trasladaron a la delegación, de la que salió acompañado por los cabos Tejada y Hernández. En la siguiente escena donde alguien lo vio, Rambito abordaba un vehículo con Chepe Furia y sus hombres de confianza.
Algunas fuentes policiales y fiscales aseguraron que guardaron el caso del asesinato de Rambito hasta el último momento para que no se vinculara al proceso llevado en el juzgado de Tomás Salinas. Querían alejarlo de ahí, no llevarlo con el juez que dejó salir en dos ocasiones a Chepe Furia. No juzgarlo en donde inició la acción delictiva, sino donde se ejecutó. Por eso, el juzgado que llevó el caso fue el especializado de San Miguel, al que le corresponden los casos de Usulután.
Para diciembre de 2012, cuando se llevó a cabo el juicio por el asesinato de Rambito, el juez Tomás Salinas ya había intentado librar de los cargos de asociación ilícita a Chepe Furia una vez más. El 20 de agosto de 2012, cerca de cuatro meses después de su recaptura, el mismo juez que lo sacó de prisión en 2010, el mismo que fue obligado por la Cámara a emitir órdenes de captura contra el pandillero, decidió que no había pruebas de que Chepe Furia fuera un líder mafioso, y por tanto le dio sobreseimiento provisional. Pero esta vez, Chepe Furia enfrentaba otro proceso por homicidio, y no fue puesto en libertad. Una vez más, la Cámara le recordó al juez Salinas que, según el testigo del caso, Chepe Furia “facilita las armas” que serán utilizadas en los homicidios, “es un cerebro, ya que tiene nexos con la Policía… y sale constantemente del país a Guatemala para hacer contactos de droga y armas”. Le recordó también que el testigo “ha formado parte de dicha agrupación y ello implica que le consta lo actuado” por Chepe Furia. Esta vez, la Cámara no se conformó con revocar la decisión del juez, sino que le ordenó que dictara apertura de juicio. Que soltara el caso y lo pasara al juez especializado de sentencia, que es quien ahora mismo decide si agregar más años a Chepe Furia por el delito de asociaciones ilícitas.
Por el homicidio de Rambito, Chepe Furia fue condenado a 20 años de prisión en diciembre del año pasado, y ahora los cumple en el penal de Gotera, lejos de sus colegas de la MS.
El Niño continúa en su solar, a la espera de terminar de declarar contra todos sus excolegas de la Hollywood Locos Salvatrucha. En el caso de Chepe Furia, ya dijo todo lo que tenía que decir, pero está convencido de que no todo ha acabado.
“Un traidor es la peor mierda”, recuerda El Niño las palabras de Chepe Furia. Hace unos meses, cuando Chepe Furia aún no había sido condenado por el homicidio de Rambito, un policía al que El Niño no conocía se acercó para ofrecerle sacarlo del solar a cometer un homicidio en las afueras de Atiquizaya y ganarse mil dólares. “Yo te voy a llevar”, le dijo. El Niño preguntó por el arma. “Allá te la vamos a dar”, le contestó el policía.
—Yo ya no soy ningún pendejo –reflexiona El Niño.