Carta al Ministro de Seguridad Benito Lara
Señor Ministro:
Le escribo esta carta después de escuchar sus declaraciones a la prensa el pasado cuatro de enero de 2015 en las que afirmó: “La delincuencia no es elevada. Hay que saber distinguir entre la realidad y la percepción”. Estas declaraciones me llenaron de rabia, me hicieron llorar y no me han dejado dormir desde que las escuché.
Señor Ministro: no ofenda así a su pueblo. No es justo. Ya bastante tiene con aguantar día a día esta violencia sin razón que mata a sus hijos, que los desaparece y los devuelve en pedazos a sus familiares… Ya es bastante, Ministro, como para escuchar de su boca que esta violencia es cuestión de percepción.
Le propongo algo, no es difícil, ojalá se anime a hacerlo, quizás así se dé cuenta de que lo que usted ha dicho es sumamente ofensivo: le pido que pregunte “¿Cómo esta?” todos los días, durante un mes, no a sus compañeros ministros, ni al presidente, ni a sus amigos diputados, sino a la mujer que trabaja en su casa limpiando y cocinando, o a sus numerosos agentes de seguridad (solo por tener agentes de seguridad usted se contradice). Le prometo que lo que ellos y ellas le contarán, día a día, no va a ser una percepción sino hechos, hechos de violencia con los que se acuestan y amanecen.
Le cuento, señor Ministro, cómo me fue a mí el último mes que hice el ejercicio: la señora que trabaja en mi casa y cuida a mi hija llegó dos días, en ese mes, muy tarde a trabajar, con la cara pálida y preocupada porque había dejado en el cantón donde vive a su hijo de nueve años. Las dos veces, cuando le pregunté la razón, me dio una explicación similar. Le relato una de ellas: los pandilleros se habían agarrado a balazos durante toda la madrugada anterior, madrugada en que ella y su familia durmieron en el piso, resguardados tras una pared de tierra. A las cuatro de la madrugada, cuando terminó la balacera, nadie en el cantón se atrevió a salir de sus casas, pues habían dejado el cadáver de un joven tirado en medio de la única salida del cantón. Tampoco, señor Ministro, tuvo ninguno de sus vecinos el valor de llamar a la Policía. Tuvieron que esperar a que la Policía llegara sola. No la llaman porque tienen miedo de las represalias. Los muchachos uniformados llegaron como a las siete de la mañana. A esa hora salieron todos los vecinos en guinda, casi como en la guerra, hacia sus trabajos. Por eso llegó tarde a mi casa.
Señor Ministro, sus declaraciones coincidieron con otra escena que le quiero compartir: me estaba preparando para ir al trabajo, metiendo cosas en mi mochila, cuando mi pareja le preguntó a Marinita, la señora que trabaja en mi casa: “¿Cómo está?”... Ella no pudo contestar con fluidez, dio un suspiro de dolor y le dijo: “Pues ahí, bien”. Yo paré de meter las cosas en mi mochila y le volví a preguntar con más énfasis: “¿Cómo esta?” Ella se echó a llorar, con ese llanto que te rasga el alma, pues es un llanto que más parece un grito sin esperanza. Me contó que uno de sus primos estaba queriendo entrar a la pandilla que controla el lugar donde vive y que su casa, la cual construyó con los pocos dólares que ha ganado como trabajadora domestica, la estaban queriendo agarrar los pandilleros. Lloraba por su hijo pequeño, lloraba porque lo tiene que dejar con sus abuelos, pues sus padres murieron, lloraba porque no sabe cómo protegerle de la violencia que lo rodea.
Las madres no lloran por percepción señor Ministro, las madres lloran por el dolor de los hechos.
Le reto, Ministro. Le reto a que pregunte a estas personas durante un mes cómo están. Le aseguro que, terminado el mes, pedirá perdón por sus palabras y por su falta de sensibilidad frente al dolor de la gente a la que usted debería proteger.
Atentamente,
Marcela Zamora
Documentalista de El Faro
P.D: Hoy que cierro mi carta, me cuentan mis compañeros periodistas que los condominios San Valentin de Mejicanos han sido desalojados por una amenaza de la pandilla Barrio 18. Ministro, la escena que más impresionó al periodista con el que hablé, y que estuvo en el lugar, fue ver al jefe policial Pedro González pedir a los ciudadanos de estos condominios hacer una oración antes de irse y encomendarse a Dios. ¿Es él el único que puede protegerlos?